La guerra de
España en América fue plenamente moderna, precisamente gracias a su decidida
voluntad de gestionar la memoria a través de la confusión
Jorge Luís Marzo
La memoria administrada
Un episodio de la historia pamplonesa y
de su memoria
Hasta
hace pocos años en el monumento erigido en Pamplona, en la posguerra del 36, a Iñigo de Loyola, en una
de las dos placas adosadas al mismo se leía la siguiente inscripción: Soldado y combatiente de España, Ignacio de
Loyola cayó defendiendo el Castillo de la Ciudad de Pamplona el 20 de mayo de
1521. El texto refleja con exactitud la realidad histórica de lo sucedido.
Loiola cayó herido defendiendo Pamplona en un conflicto en el que participaba
en uno de los bandos: el español, según se indica en el texto. No obstante, a
pesar de su exactitud histórica, oculta un aspecto tal vez más importante para
la sociedad navarra contemporánea.
Por
el hecho de aparecer en un monumento público, el texto citado pretendía presentar
una connotación positiva. La acción de Loiola, considerada “heroica” por
quienes ordenaron erigirlo, merecía ser recordada en un monumento –en piedra-
en su honor. En 1950, en pleno franquismo, el Ayuntamiento de Pamplona lo
inauguró. Con arzobispo, alcalde y el conjunto de gobernadores, civiles y militares incluidos. La Pamplonesa dirigida
por el maestro Cervantes. No hay que decir que el otro bando, el enemigo, el que hirió a Iñigo, según la
historia oficial, eran los franceses,
seculares enemigos de España:
Tras
sucesivos destrozos del monumento, con decapitación incluida, en 2005 el
Ayuntamiento decidió reconstruirlo –ahora en bronce-. La placa que rezaba
“Soldado y combatiente de Cristo…” se mantuvo, no así la antes citada de
“Soldado y combatiente de España…”. La relación de Loiola con la capital
navarra había perdido en este camino un dato de primera magnitud. Según el
texto de la placa conservada, Iñigo podía ser sencillamente un mártir cristiano
o estar luchando por cualquier causa.
Es
evidente que a los navarros molestaba mucho la conmemoración, en positivo, de
una “gesta” en la que Navarra fue derrotada. De este malestar proceden los
sucesivos destrozos del monumento. Pero nos debería exasperar más aún el hecho
de que, hoy todavía, no se contextualice el evento que rememora.
En
este hecho intervienen historia y memoria. La historia reflejada en la placa
antigua era real, pero escocía la memoria histórica de los navarros. La
segunda, que pretende ser “aséptica”, pienso que se debería considerar un
atentado a la realidad histórica y a la memoria. Loiola cayó por España, sí,
pero eso es parte de la verdad, ya que no cayó contra los franceses, sino
contra un ejército organizado por la propia Navarra en el último intento del
siglo XVI por recuperar su independencia. El hecho de no reflejar esta
realidad, hace al monumento cómplice del olvido de la propia historia, además
del de la memoria que ya expresaba el anterior.
En
contraste con la presencia en Pamplona de un monumento a Iñigo de Loiola extraña
la ausencia de uno al Mariscal Pedro de Navarra. El Mariscal fue defensor
acérrimo de la independencia del reino frente a la ocupación
castellano-española, hecho prisionero en 1516 en Roncal, rechazó en 1518 el
perdón real a cambio de reconocer la legitimidad de la conquista del reino.
Murió violentamente, en circunstancias confusas, en la prisión de Simancas en
1523. Un héroe para la memoria de los navarros. Ocultación de la historia,
negación de la memoria
Estos
hechos, cotidianos para la experiencia del paisaje urbano de los pamploneses,
resumen con bastante claridad las complejas relaciones entre historia y
memoria.
Historia y memoria
Según
afirma Albert Balcells (2015):
La historia
busca la objetividad y asume la complejidad y las contradicciones humanas. En
cambio, la memoria es subjetiva, simplificadora y polarizada, pero eso no
quiere decir que sea falsa. La historia comporta contextualización,
relativización y perspectiva o distanciamiento cronológico. Es sabido hoy que
la inteligencia es emocional y que, por tanto, toda dicotomía es irreal en el
ámbito del recuerdo del pasado. La memoria ya no se alimenta de mitos como en
los tiempos más antiguos, ni de leyendas como en los tiempos medievales, sino
que busca el soporte del conocimiento histórico. De aquí la confluencia entre
la memoria, materia prima de la identidad colectiva, y la historia, que es una
ciencia social. Como toda ciencia no es estática: está en revisión permanente.
Con el paso del tiempo la perspectiva histórica es móvil y, así como el
presente no se puede enfocar con los esquemas de hace cincuenta años, tampoco
el pasado permanece incólume a este cambio, no por una contaminación de
presentismo sino porque la perspectiva ha variado.
La
memoria y la historia presentan dos aspectos de una misma realidad: los hechos
sucedidos en el pasado a una sociedad concreta. La historia –ciencia social y,
por ello, relativamente objetiva- habría
de ser el soporte de la memoria –realidad más cercana al activismo social-. En
situaciones normalizadas ambas deberían caminar unidas y de modo
complementario.
La
realidad en muchas ocasiones no es tan idílica. Cuando el conflicto ha
desgarrado una sociedad y sus heridas permanecen abiertas la situación presenta
otros aspectos más peliagudos. Siempre se ha dicho, con razón, que la historia
la escriben los vencedores. La memoria es, por el contrario, el patrimonio de
los derrotados. La memoria histórica representa el factor que permite a los
derrotados tener posibilidad de reivindicación, reparación, resarcimiento y de
acceder, a su vez, al plano de la historia. El olvido supone, tal vez, el
fracaso definitivo de la sociedad que sufrió la primera capitulación desde el
punto de vista militar y político.
Walter
Benjamin[i] decía
que los grupos humanos, sociedades, pueblos, naciones, clases sociales etc.,
que olvidan sus derrotas, normalmente por imposición de los triunfadores, son
doblemente vencidos. La primera vez en el hecho físico de la pérdida en sí misma
y la segunda, a través del olvido, de la amnesia de su derrota y de los
elementos que la soportan.
Toda
la historia se escribe desde los intereses del presente y trata de
justificarlo. Quienes ocupan las posiciones hegemónicas en una sociedad son,
normalmente, los herederos de sus victorias históricas y su historia es, en
general, una justificación de su estatus. La historia, toda la historia, se
construye mediante la selección de algunos hechos del pasado y su importancia e
interpretación se realiza desde los intereses del presente, de modo que puedan
justifica su dominio.
Para
los derrotados, la memoria proporciona la posibilidad de seleccionar como
hechos relevantes del pasado otros, olvidados
en la historia oficial, o, por lo menos con una interpretación diferente. Como
afirma Raymond Aron (1964): El pasado no
está definitivamente asentado más que cuando no hay porvenir. Quienes
someten y quienes son sometidos no tienen la misma historia. Los intentos de reescribirla son continuos.
Afirmaba
Koselleck
(2010)
’Que hay que
reescribir de vez en cuando la historia mundial es algo de lo que seguramente
ya queda ninguna duda en nuestros días’ escribía Goethe. ‘Pero tal necesidad no
procede, por ejemplo, del hecho de que numerosas cosas pasadas hayan sido
descubiertas, sino de que llegan perspectivas nuevas, de que el contemporáneo
de un tiempo de progreso es conducido a un punto de vista (Standpunkt) a partir
del cual se puede ver y juzgar el pasado en su conjunto’.
Y
en este sentido, Edward Said (2004) era contundente cuando expresaba que la escritura de la historia es el mejor camino
para dar la definición de un país. Y, a continuación, la identidad de una sociedad es, en gran parte, función de la
interpretación histórica.
Gestión de la memoria
Casi
parece hecho a propósito. Como preludio y ensayo de las conquistas americanas,
Castilla conquistó y ocupó las Islas Canarias a finales del siglo XV. A modo de
resultado de ello, encontramos uno de los ejemplos más claros de la capacidad
de manipular y consolidar no sólo la historia –ellos la escriben- sino,
también, la memoria. En la Isla de Tenerife, al norte del Teide, existen dos
pueblos que llevan en su nombre el topónimo de origen guanche “Acentejo”. Uno
es “La Matanza de Acentejo”; junto al que se encuentra “La Victoria de
Acentejo”. Conmemoran dos batallas: una ganada por los guanches ante los
invasores españoles (1494), la otra, a la inversa, por los españoles frente a
los guanches (1495).
Canarias
no es un Estado independiente y es una nación sometida a España. Por lo mismo
no es difícil saber qué nombre corresponde a cada batalla. Las dos son
historia, las dos tienen un fuerte contenido memorial, pero el uso de la
memoria está determinado por quienes vencieron y hoy dominan. Por eso, en el
uso oficial, la matanza es lo que
hicieron, primero, los guanches y la
victoria es lo que, después, hicieron los españoles. Hoy los guanches han
perdido por completo su lengua y su estructura cultural, social y política. Los
españoles tienen todo eso en plenitud a través de su Estado y, por supuesto, la
capacidad de gestionar la “memoria” de los propios descendientes de los
guanches del siglo XV.
La
actuación española durante el Barroco, época de la conquista y sometimiento de
los pueblos americanos, está repleta de este tipo de acciones. Lo que sucedió
posteriormente es que estos pueblos se emanciparon, por lo menos los criollos,
durante el siglo XIX y esos aspectos históricos y memoriales fueron cambiados
en gran parte. La nación Canaria continúa colonizada.
El
uso de los monumentos o de los nombres que designan lugares y calles cuando
hacen referencia a personas o hechos “históricos” no es nunca aséptico. Siempre
tiene una connotación –positiva- relacionada con la visión de quienes otorgaron
el nombre o el uso correspondientes. Y su función es memorial. De modo
inconsciente o banal, pero con una intención de conformar el imaginario
colectivo de la sociedad subordinada, de la memoria que constituye su
identidad.
Por
lo mismo, Iñigo de Loiola tiene un monumento en Iruñea. Representa un momento
de la gestión de la memoria llevada a cabo por quienes conquistaron y ocuparon
Navarra. Manifiesta el interés de quienes lo erigieron (1950) o lo
reconstruyeron (2005). Se trata siempre de ocultar o tergiversar la memoria de
los sometidos. En el primero se explicaba (parte de) la historia pero se
humillaba la memoria de los navarros. En el segundo, lograron ocultar todo:
historia y memoria. Pero eso es imposible.
En
la historia, si no se investiga y expone otra más seria, más objetiva, prevalece la académica, la oficial, en este caso la de una Navarra
desgarrada por conflictos internos y por las “apetencias” francesas que
Castilla-España vino a “rescatar” y “recuperar” para llevarla al “buen camino”,
al de su destino histórico unido al
del resto de la monarquía hispánica. Por arte de birlibirloque desaparece la
historia de un Estado europeo que durante muchos siglos fue modelo de
organización social y política y lo convierte en un apéndice regional de España. Y con otra
perspectiva, al norte de los Pirineos, de Francia.
En
el campo de la memoria no existen tierras de nadie. Si los vencidos no se
esfuerzan por preservar la suya acabarán –Benjamin dixit- derrotados en una segunda, y tal vez definitiva, ocasión.
Por
eso es más grave la apropiación de la memoria que la de la historia oficial.
Mientras la historia se sigue escribiendo permanentemente, la memoria perdida
resulta mucho más difícil de recuperar. La pervivencia de la memoria y su
capacidad de movilización social son elementos fundamentales para una
reescritura de la historia desde los intereses de los derrotados. Y para la
reparación de ofensas y agravios sufridos, para construir la justicia.
Coda
La
memoria es subjetiva y resalta la visión de los hechos o lugares que una
sociedad considera relevantes en la formación de propia identidad, de su
personalidad. La memoria, como dice Balcells, en la antigüedad se basaba en los
mitos y en la Edad Media en las leyendas. En la modernidad debe soportarse
sobre la historia. En una historia apoyada sobre los requisitos de método que
la convierten en una ciencia social. De este modo adquiere un mayor grado de
objetividad.
La
memoria de las sociedades, de forma análoga a la de las personas, es la base de
su identidad, les permite permanecer a lo largo del tiempo y afrontar los
diversos avatares que encuentran en su camino y, sobre todo, les capacita para
diseñar proyectos de futuro. Sin memoria no hay identidad, sin identidad no hay
cohesión social y sin ambas no hay proyecto. El proyecto, los proyectos, es,
son, la clave de cualquier sociedad. Son garantía de vida, de ilusión y de
perspectivas de un futuro justo y atractivo.
BIBLIOGRAFÍA
Aron, Raymod. “Dimensions de la conscience historique”. Paris 1964. Editions Plon
Balcells,
Albert. Introducción del libro. Pujol
Enric & Queralt Solé (eds.) “Una memòria compartida. Els llocs de memòria
dels catalans del nord i del sud”. Catarroja
2015. Editorial
Afers
Koselleck, Reinhart
«L’expérience
de l’histoire». Paris 1997. Gallimard/Éditions du Seuil
«historia/Historia». Madrid
2010. Editorial
Trotta
Löwy,
Michael. “Walter Benjamín: Avertissement d’incendie. Une
lecture des thèses ‘Sur le concept d’histoire’». Paris 2001. Editions Presses Universitaries de France (PUF)
Mate,
Reyes. «Medianoche
en la historia». Madrid
2006. Editorial
Trotta
Oyarzún
Robles, Pablo. “Walter
Benjamín. La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia”. Santiago
de Chile 2009. LOM
ediciones