21 noviembre 2022

LA MANO QUE MUEVE LA HISTORIA

 

«La historia es siempre historia contemporánea, es decir, política».  

Antonio Gramsci. "Cuadernos de la cárcel" *.

 

La historia se ha considerado siempre, por lo menos desde Heródoto y Tucídides, como una ciencia, capaz de construir una narración de hechos contrastados de una colectividad –un pueblo– que habita de modo estable sobre un territorio dado.

Esta narración convenientemente trabajada dará lugar a un relato que será utilizado por sus gentes para afianzar su identificación, autoestima y cohesión o, por el contrario servirá para que sus enemigos puedan justificar su derrota y dominación. En cualquiera de ambos casos la Historia muestra una faceta oscura: no será nunca la narración de un ser omnisciente externo a los acontecimientos, como sí sucede, normalmente, en la poesía épica o en las novelas.

La importancia central de la Historia consiste precisamente en su función cohesionadora, a favor y en contra. Los usos de la Historia son muy variados (didácticos, de investigación, propagandísticos…), pero se centran casi siempre en la justificación de un ‘statu quo’ o de una puesta en cuestión del mismo.

La Historia, para construir su relato, utiliza muchas ayudas externas que, por el hecho de entrar a formar parte de su construcción, constituyen lo que se conoce como “disciplinas auxiliares”. Una es la Arqueología. Los hallazgos arqueológicos individuales por sí solos no contienen un interés especial ya que normalmente se integran en el discurso central de la Historia que se pretende interpretar. 

Pero sucede como con los paradigmas en las ciencias naturales (física, química o biología). Los hechos se clasifican dentro del paradigma dominante en el momento, al menos mientras no desentonen mucho. La carta en euskara de Matxin de Zalba a comienzos del siglo XV o los textos de Pérez de Lazarraga en el XVI, conocidos tardíamente, se incorporaron al corpus que el estudio de nuestra lengua ofrecía en el momento. Y en su paradigma.

Cuando surgen elementos extemporáneos al mismo se produce su rechazo y se afirma su falsedad desde los bien pagados circuitos oficiales, como vimos en el caso de las ostrakas de Iruña Veleia, que, sin previo (ni posterior) análisis físico de los materiales, fueron desechadas como falsificaciones porque a un lingüista (y seguramente a alguien más interesado) no le cuadraban en su ’paradigma’.

En el caso de “la mano de Irulegi” los investigadores han insistido, por activa y por pasiva, en que todos los elementos físicos y estratigráficos están bien calibrados y no hay lugar para falsificaciones ni errores. De Iruña Veleia, sin realizar análisis alguno, se produjo su defenestración (de los materiales, al vertedero, y de sus descubridores, al juicio y al ostracismo)

Es decir, en el caso de Irulegi estamos ante un descubrimiento único del que todos nos alegramos mucho y que nos dará pistas sobre la evolución de nuestra lengua en el límite entre prehistoria e historia, pero no sabemos qué incorporación tendrá al relato del país. Ni qué aportaciones nos traerá sobre la propia evolución de los vascones en esa fase.

Mucho nos tememos que pesarán las praxis habituales de menospreciar lo propio, sobre todo cuando conlleva la reafirmación de un sujeto histórico-político, el pueblo vasco, que se organizó progresivamente en la Baja Antigüedad y se constituyó en el Estado navarro. Un reino que generó en torno a su capital la primera koiné de nuestra lengua, de la que derivaron, por rupturas territoriales y conquistas posteriores, sus formas dialectales o euskalkis.

Sorprende mucho que este notable descubrimiento en Irulegi haya provocado la excitación y alegría de muchos compatriotas a los que hemos escuchado repetidamente despreciar el valor de la historia a la hora de construir nuestro relato nacional. De repente, al ser científicamente avalado, ya no entra en el capítulo de mitologías y chascarrillos con que se ha etiquetado (y menospreciado) nuestro pasado. Podemos disimular los complejos de inferioridad. Lo que sucede es que la ‘pieza’ de Irulegi no engarza, por ahora, con el paradigma oficial y puede quedar como una curiosidad. Espectacular, pero sin lecturas políticas (lo cual es otra forma encubierta de politizar).

Deberíamos exigirnos un poco más de coherencia. Cuando las piezas encajan en nuestro relato nacional, en nuestra Historia, son sistemáticamente puestas en cuestión, son “hacer política”. Cuando no encajan más que como curiosidad, ¡adelante!  

Así no se construye una historia científica, ni conciencia crítica ni comunidad. El saber y la inteligencia de Heródoto quedan reducidos a la trivialidad de un fetiche o una piedra filosofal.

--------------

*«Sólo la identificación de historia y política trae a la historia este carácter [meramente erudito y libresco]. Si el político es un historiador (no solamente en el sentido de que hace historia, sino en el sentido de que actuando en el presente interpreta el pasado), el historiador es un político, y en este sentido […] la historia es siempre historia contemporánea, es decir, política».  Antonio Gramsci. "Cuadernos de la cárcel".

Luis María Martinez Garate / Angel Rekalde

NOTICIAS DE NAVARRA (2022/11/24)

NOTICIAS DE GIPUZKOA (2022/11/26)



07 marzo 2022

LA BANALIZACIÓN DEL 'CONFLICTO VASCO'

 Charles Tilly (…) nos decía, hace ya 30 años, que la Ciencia Social, sin la Historia, es como un escenario de Hollywood en el que no hay nada detrás”.

(Gerardo del Cerro. Guerra en Europa)

La banalización del conflicto que afecta a nuestra sociedad, tras el desarme de ETA y la pérdida de referentes, está llevando a sectores de la Izquierda Abertzale a posiciones y argumentos insólitos. Hablamos de convivencia, nacionalidad, democracia… como si todo el monte fuera orégano; con una ligereza que el discurso parece sacado de una dieta de adelgazamiento: sin grasas, sin calorías, sin hidratos de carbono. Sin fundamento.

Hace unos días un profesor de universidad describía nuestra relación con el Estado español en términos de plurinacionalidad. Por resumir su argumentación, en sus propios términos, citaba tres tesis o axiomas: las naciones no tienen derechos; Euskal Herria es plurinacional (como el Estado); y lo sensato sería asumir esta realidad y olvidarnos de referéndums de autodeterminación.

Ojipláticos ante este giro argumental de ‘pensadores’ antaño abertzales, intentaremos asomarnos a las honduras de esos principios teóricos. Lo de que las naciones y los pueblos no tienen derechos adheridos nos suena a ecos savaterianos, aquel articulista que aseveraba que sólo existen derechos individuales, y que los entes colectivos no tienen condición de sujeto de derecho (a excepción de los Estados, obviamente), más allá de lo retórico o ideológico. Le recomendaría la lectura de algunas constituciones de Estados actuales. Por supuesto, en nuestra opinión las naciones no tienen derechos si no los defienden o renuncian a ellos (que parece ser el caso). Pero diríamos que es más plausible pensar que son los Estados los que, en el ejercicio de su fuerza y su poder, no se los reconocen, y punto.

En el desarrollo argumental de este principio, el profesor de marras sostiene que “la capacidad de poder decidir estaría por encima de supuestos derechos históricos o esenciales”. Dejemos lo de esenciales, que no está claro a qué viene. Por supuesto, todos estamos a favor del derecho a decidir; pero poner ese derecho en el eje del problema como principio estratégico, por encima y al margen de las realidades históricas y los procesos societarios en pugna, nos lleva a absurdos y disparates de este calibre. Las relaciones entre naciones y Estados solo se entienden y tienen su sentido (y su arreglo) en el contexto de la historia; y en consecuencia eliminar el pasado de la ecuación del conflicto nos conduce a desnaturalizarlo. A confundirlo. A banalizarlo. A borrar del análisis la violencia originaria, el genocidio, la conquista del pueblo sometido; su resistencia; su desarticulación política, institucional, su aculturación; la ruptura con su propia existencia; la negación de sus derechos…

¿Se puede entender el conflicto vasco sin la violencia histórica, sin la resistencia de Amaiur, sin las conquistas de Castilla, sin la existencia del imperio español, sin el bombardeo de Gernika, sin las prohibiciones del euskara, sin la represión, sin Franco, sin la derogación de los fueros…?

El derecho a decidir, así formulado, como principio estratégico por encima de la realidad histórica de los conflictos -falso, además, porque no está recogido ni reconocido en ningún ordenamiento (a diferencia del Derecho de Autodeterminación, en la ONU…)-, nos lleva a un profundo falseamiento de la naturaleza de los mismos. Al enmascaramiento del papel de los Estados imperiales en el origen de la violencia y en la construcción nacional de los pueblos.

Con respecto al segundo punto, que en Euskal Herria concurran varios sentimientos nacionales no significa que sea plurinacional (o al menos no en la misma medida que el Estado español); porque no se dan en régimen de igualdad, de convivencia o poder compensado. Euskal Herria no es un Estado. Como por otra parte, tampoco ocurre en el Estado; decir que el español es plurinacional es bastante discutible; como Estado es abiertamente unitario. En todo caso, no se puede poner en el mismo plano la situación nacional -conflictiva- en una colonia o en el Estado dominante. No son lo mismo. Y compararlas acríticamente es mezclar churras con merinas (y ponerse del lado del poder, dicho sea de paso).

Digamos, como comentario, que para constituirse en Estado independiente una nación no necesita un sentimiento de diferencia, como sugiere el profesor; sino un sentimiento de pertenencia. Un ‘nosotros’. La referencia de un sujeto colectivo que dé sentido a la acción colectiva, a la construcción del futuro, del que formar parte. Estos conceptos poco rigurosos, que flotan en el artículo, dan la sensación de estar desenfocados.

Por no alargarnos en el asombro de esta dieta de adelgazamiento que nos sirven como discurso digamos que el mismo concepto de ‘democratizar’ el Estado español es absurdo. Peregrino, insisto. No tiene fundamento. España no se puede democratizar sin renunciar a su naturaleza imperial, originaria, a su herencia de cárcel de pueblos; es decir, un territorio de poder con sus colonias y pueblos conquistados. Para que existan libertades y democracia España como tal debe saltar por los aires. Luego, ya veremos.

Angel Rekalde / Luis María Martinez Garate

NOTICIAS DE NAVARRA (2022/03/11) 


20 enero 2022

LA NACIÓN VASCONAVARRA

 La historia se compone de lo pasado y lo futuro, de esperanza y recuerdo  (Novalis 1799)

En la que posiblemente sea su única novela, Santos y eruditos, Terry Eagleton afirma que lo bello de ser un conquistador era que uno jamás necesitaba preocuparse por saber quién era. Se refería a los ingleses en Irlanda. El reverso de esta reflexión es la permanente puesta en cuestión de la identidad de los conquistados. Este es el gran triunfo de los conquistadores: las cuestiones referentes a la identidad surgen en las naciones conquistadas. Las conquistadoras la tienen de “por sí”, como quien dice “de toda la vida”.

En nuestro país, cuando nos planteamos cuál será el futuro en medio de tantos avatares, incertidumbres y conflictos, una enorme duda que nos sacude es esa de la identidad. O, dicho de modo más prosaico, cuál es el sujeto de ese futuro. Porque, como se ve en la reflexión de Eagleton, también nosotros fuimos conquistados. Al no ser vencedores, ni agresores ni conquistadores, no nos asiste ningún sobreentendido que resuelva esta incógnita. Por eso, cuando nos preguntamos cómo definimos la nación vasca, quién es el sujeto, es habitual que entre las respuestas se deslicen confusiones, manipulaciones, incluso disparates sin cuento.

Sin ir muy lejos, hace unos días nos tropezamos en la prensa con una opinión que afirmaba que los distintos patriotismos que concurren en el país eran (o debían ser) compatibles. Literalmente, el vasco con el español y el francés (sic). No es fácil imaginar desde qué atalaya cósmica o autismo intelectual se puede asumir dicha compatibilidad, sin tener presentes los siglos de imperialismo, la violencia de los estados, el genocidio de nuestras lengua y cultura, y en conjunto todas las formas de dominación y sometimiento (guerras, leyes, prohibiciones…) que se han sucedido. Quizás -no lo sé- es que se puede entender la sociedad y su devenir real (no el oficial, académico o relatado) sin atender a la lógica del poder, a los intereses de dominación y a la naturaleza conflictiva -violenta- de los estados. Especialmente los que nos han tocado. Pero sería más justo afirmar que no se puede asimilar los patriotismos de uno y otro signo (de resistencia, liberación, uno; de dominio y poder imperial, otros), y sobre todo que su “compatibilidad” es un oxímoron, un chiste de mal gusto.

Por otra parte, ¡cómo entendemos la realidad nacional de una colectividad histórica sin citar siquiera la existencia de un Estado real en su pasado, Navarra, que actuó durante siglos sobre esa comunidad! Ordenándola, defendiéndola, instituyéndola, representándola…

Cuando hablamos de nuestra nación, en términos de sujeto colectivo, de futuro, hemos de tener presente que ese colectivo histórico se soporta en la convivencia real de un pueblo, en siglos de existencia comunitaria, compartida sobre unas bases que se vivían como naturales, propias: lingua navarrorum, territorio, cultura; pero también leyes, instituciones, simbología… Todo ello existió durante siglos y en cierto modo llegó al presente porque existía una realidad jurídico-política en forma de Estado que le daba un ámbito propio. Navarra. Vasconia, el pueblo vasco, actuó, perduró y se defendió a través de esa estructura institucional. Sin considerar este dato no es posible entender ni definir la nación vasca, por mucho que esgrimamos la excusa de que ‘sólo miramos al futuro’.

Decía Andoni Esparza Leibar que “los símbolos ayudan a la pervivencia de una sociedad” (“La nación vasca ya está aquí”). Por supuesto, sin nombrarse, sin reconocerse, sin dotarse simbólicamente, no puede existir el colectivo. La nación. Pero volviendo a las situaciones de conflicto y poder, no podemos pensar que los símbolos son transparentes, inmaculados o inocuos. Al contrario, pueden ser vaciados de contenido, manipulados o pervertidos. Hay que prestar atención al significado de los símbolos para que no sean utilizados contra la propia nación: para dividirla, desfigurarla, debilitarla; para que no la reconozcan ni los propios individuos. De eso, en nuestro país, tenemos buenos ejemplos. Aquello de “Nafarroa Euskadi da” puede darnos alguna pista sobre estos errores y despropósitos, máxime si pensamos qué es hoy Euskadi.

Nuestra esperanza como nación vasconavarra debe incluir la referencia al Estado que la hizo posible y su simbolismo da sentido a un proyecto liberador en el concierto de los estados. Esa institución le dio significado nacional a nuestro pueblo, y sin ella hoy no tendríamos identidad vasca. Ni, probablemente, tampoco futuro

Luis María Martinez Garate / Angel Rekalde