“Charles Tilly (…) nos decía, hace ya 30 años, que la Ciencia Social, sin la Historia, es como un escenario de Hollywood en el que no hay nada detrás”.
(Gerardo del Cerro. Guerra en Europa)
La banalización del conflicto que afecta a nuestra sociedad, tras el desarme de ETA y la pérdida de referentes, está llevando a sectores de la Izquierda Abertzale a posiciones y argumentos insólitos. Hablamos de convivencia, nacionalidad, democracia… como si todo el monte fuera orégano; con una ligereza que el discurso parece sacado de una dieta de adelgazamiento: sin grasas, sin calorías, sin hidratos de carbono. Sin fundamento.
Hace unos días un profesor de universidad describía nuestra relación con el Estado español en términos de plurinacionalidad. Por resumir su argumentación, en sus propios términos, citaba tres tesis o axiomas: las naciones no tienen derechos; Euskal Herria es plurinacional (como el Estado); y lo sensato sería asumir esta realidad y olvidarnos de referéndums de autodeterminación.
Ojipláticos ante este giro argumental de ‘pensadores’ antaño abertzales, intentaremos asomarnos a las honduras de esos principios teóricos. Lo de que las naciones y los pueblos no tienen derechos adheridos nos suena a ecos savaterianos, aquel articulista que aseveraba que sólo existen derechos individuales, y que los entes colectivos no tienen condición de sujeto de derecho (a excepción de los Estados, obviamente), más allá de lo retórico o ideológico. Le recomendaría la lectura de algunas constituciones de Estados actuales. Por supuesto, en nuestra opinión las naciones no tienen derechos si no los defienden o renuncian a ellos (que parece ser el caso). Pero diríamos que es más plausible pensar que son los Estados los que, en el ejercicio de su fuerza y su poder, no se los reconocen, y punto.
En el desarrollo argumental de este principio, el profesor de marras sostiene que “la capacidad de poder decidir estaría por encima de supuestos derechos históricos o esenciales”. Dejemos lo de esenciales, que no está claro a qué viene. Por supuesto, todos estamos a favor del derecho a decidir; pero poner ese derecho en el eje del problema como principio estratégico, por encima y al margen de las realidades históricas y los procesos societarios en pugna, nos lleva a absurdos y disparates de este calibre. Las relaciones entre naciones y Estados solo se entienden y tienen su sentido (y su arreglo) en el contexto de la historia; y en consecuencia eliminar el pasado de la ecuación del conflicto nos conduce a desnaturalizarlo. A confundirlo. A banalizarlo. A borrar del análisis la violencia originaria, el genocidio, la conquista del pueblo sometido; su resistencia; su desarticulación política, institucional, su aculturación; la ruptura con su propia existencia; la negación de sus derechos…
¿Se puede entender el conflicto vasco sin la violencia histórica, sin la resistencia de Amaiur, sin las conquistas de Castilla, sin la existencia del imperio español, sin el bombardeo de Gernika, sin las prohibiciones del euskara, sin la represión, sin Franco, sin la derogación de los fueros…?
El derecho a decidir, así formulado, como principio estratégico por encima de la realidad histórica de los conflictos -falso, además, porque no está recogido ni reconocido en ningún ordenamiento (a diferencia del Derecho de Autodeterminación, en la ONU…)-, nos lleva a un profundo falseamiento de la naturaleza de los mismos. Al enmascaramiento del papel de los Estados imperiales en el origen de la violencia y en la construcción nacional de los pueblos.
Con respecto al segundo punto, que en Euskal Herria concurran varios sentimientos nacionales no significa que sea plurinacional (o al menos no en la misma medida que el Estado español); porque no se dan en régimen de igualdad, de convivencia o poder compensado. Euskal Herria no es un Estado. Como por otra parte, tampoco ocurre en el Estado; decir que el español es plurinacional es bastante discutible; como Estado es abiertamente unitario. En todo caso, no se puede poner en el mismo plano la situación nacional -conflictiva- en una colonia o en el Estado dominante. No son lo mismo. Y compararlas acríticamente es mezclar churras con merinas (y ponerse del lado del poder, dicho sea de paso).
Digamos, como comentario, que para constituirse en Estado independiente una nación no necesita un sentimiento de diferencia, como sugiere el profesor; sino un sentimiento de pertenencia. Un ‘nosotros’. La referencia de un sujeto colectivo que dé sentido a la acción colectiva, a la construcción del futuro, del que formar parte. Estos conceptos poco rigurosos, que flotan en el artículo, dan la sensación de estar desenfocados.
Por no alargarnos en el asombro de esta dieta de adelgazamiento que nos sirven como discurso digamos que el mismo concepto de ‘democratizar’ el Estado español es absurdo. Peregrino, insisto. No tiene fundamento. España no se puede democratizar sin renunciar a su naturaleza imperial, originaria, a su herencia de cárcel de pueblos; es decir, un territorio de poder con sus colonias y pueblos conquistados. Para que existan libertades y democracia España como tal debe saltar por los aires. Luego, ya veremos.
Angel Rekalde / Luis María Martinez Garate
NOTICIAS DE NAVARRA (2022/03/11)
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