14 diciembre 2020

DELIRIOS DE GRANDEZA

En una de sus charlas telefónicas con el enemigo, decía Gila: “¿Mi general? ¿Que si vienen a fusilarnos o vamos nosotros?” Esta semana hemos comprobado que las ocurrencias de Gila no caducan. No pasan de moda. En el Estado español la realidad siempre supera a la ficción; y el humor (negro, mal humor o el que avinagra) te lo sirven en bandeja.

El escritor Mario Vargas Llosa ha publicado un alegato en El País, ‘La lengua oculta’, en el que se queja de la flaqueza del español ante el avasallamiento de las lenguas locales, menores, periféricas (sic).

A la vez, Francisco Beca, general de aviación, ha ladrado que para salvar España habría que fusilar a veintiséis millones de hijos de puta. Se podría pensar que no es conveniente mezclar churras con merinas, y no es lo mismo un premio nobel que un zascandil con chorreras. Pero, si leemos las argumentaciones, descubrimos que el relato que las sustenta es similar en ambas.

El texto de Vargas Llosa ha despertado críticas por la peste de supremacismo que atufa. “Nuestra lengua es universal… Las otras, dialectos, vocabularios…” Me recuerda a Eduardo Galeano cuando explicaba el choque de civilizaciones: la mía es religión; la vuestra, superstición, superchería. Mi lengua es universal, la tuya, local, vocerío, algarabía.

“El español -sostiene Vargas Llosa- nos trajo a los hispanoamericanos Grecia y Roma, Shakespeare (…), las instituciones que determinaron el progreso y la modernidad, así como la filosofía que permitió acabar con la esclavitud, que determinó la igualdad entre las razas y las clases, los derechos humanos y, en nuestros días, la lucha contra la discriminación de la mujer”. Quizás se deja en el tintero el preservativo y los viajes a la Luna. El español es la varita mágica que todo lo arregla, aunque no sé si al hablar de la esclavitud y la discriminación de la mujer en Latinoamérica no se haya pasado de la coca; digo, de la raya.

Pero, admitiendo que el tufo supremacista de Vargas Llosa, peruano con aspiraciones de ascender a español, atosiga, si comparamos su argumentación con la del general Beca, observamos que el relato que le justifica se sostiene en la misma lógica.

En efecto, explica, “el castellano o español reemplazó a las mil quinientas (que algunos lingüistas extienden hasta cuatro o cinco mil) lenguas, dialectos y vocabularios que hablaban en América del Sur.... Como no se entendían, vivieron muchos siglos entregados al pasatiempo de entrematarse”.

Es la misma casuística. Una lengua grande, imperial, “universal”, puede exterminar (perdón, reemplazar) mil quinientas, cinco mil, las lenguas que haga falta; con la argumentación de que no hacen otra cosa que inducir a sus tribus, clanes, chusma en resumen, a entrematarse.

Hay que salvarlos de ellos mismos. Su cultura (una lengua es una cultura, nos dice Vargas Llosa) no entiende a Shakespeare, es primitiva, mortífera, no está a la altura de lo universal (adjetivo que repite en cada párrafo, hasta la náusea).

¿A quién no le recuerda este argumentario a las justificaciones de la conquista de Navarra, desde la época de Fernando de Trastámara, que ‘tuvo que’ intervenir y conquistar el reino pirenaico porque entre agramonteses y beamonteses no hacían otra cosa que entrematarse? Siempre los reyes hispanos emprendieron sus conquistas por altruismo, para salvar a otras naciones de ellas mismas; de su herencia cainita. No por el poder y la rapiña. Y luego, como bien explica el peruano, para más gloria les llevaron Grecia y Roma, la paz, el progreso económico y la filosofía antiesclavista. (Aunque la esclavitud perduró en Latinoamérica hasta la independencia de Cuba, por lo menos. ¡Hasta que echaron a los españoles, vamos! Cánovas del Castillo era esclavista).

El supremacismo moral de esta argumentación hispánica se desliza entre líneas. Como no podía ser menos en estos relatos que sacan a colación a ETA, venga o no a cuento, las políticas educativas que debilitan el español y que Vargas Llosa critica se impregnan con el apoyo de Bildu, continuación de ETA (sic), la organización terrorista que asesinó a 900 personas. Eso sí, contrasta este toque de trementina con la ligereza con que se despacha el genocidio americano: “Murieron por la espada y la pólvora muchos indios”. ETA terrorista asesina; pero en la conquista de América los indiecitos se mueren solos. Esto recuerda también a las noticias de prensa en las que las mujeres fallecen (de muerte natural) después de que su agresor les propinara decenas de cuchilladas. ¡Vaya con el Vargas Llosa!

En el artículo de El País, y en las baladronadas tuiteras de Francisco Beca, la mentalidad es paralela. El relato de sus querencias y malquerencias recorre los mismos vericuetos mentales. El imperio se hunde; la lengua se pierde; la gloria, la grandeza… Si para salvar la universalidad de España hay que fusilar a veintiséis millones de españoles, o aniquilar cinco mil culturas, cinco mil idiomas, pues se hace. El bien de España es supremo, por encima de bagatelas como pueblos, libertades, incluso millones de vidas. El ser más y tener más fuerza les legitima.

El teléfono de Gila lo cuenta como chiste; como disparate y situación insólita. Pero Beca y Vargas Llosa piensan en serio que la razón de ser de los imperios está en reemplazar lenguas, borrar derechos, exterminar culturas; y que los pueblos del mundo esperan que les fusilen y hacen cola.

Angel Rekalde Luis María Martinez Garate

NOTICIAS DE NAVARRA (2020/12/17)

NOTICIAS DE GIPUZKOA (2020/12/17)

CARLISMO DIGITAL (2020/12/17)


22 septiembre 2020

¿VOLVEREMOS A VENCER?

La presentación en Vilaweb (2020/09/08) del libro “Tornarem a vencer (i com ho farem)”, traducido al español “Volveremos a vencer (y cómo lo haremos)”, escrito a cuatro manos por Oriol Junqueras y Marta Rovira y presentado como la vía que preconiza ERC para alcanzar la independencia de Cataluña, me ha llevado a las consideraciones que expongo a continuación.

Roger Torrent, actual President del Parlament de Catalunya, comenzó el acto con una conocida frase de Joan Fuster: “Toda política que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros”. Una gran frase, y cierta por lo menos en el caso de que nosotros “hagamos política”. Y aquí, ya, me entra la duda. ¿ERC propone actualmente “hacer política”? Mi respuesta es: no, o, por lo menos, no una politica propia en el sentido de Fuster. Y lo razono.

Me da la sensación de que ERC tiene una visión plana de lo que es política. Se queda en un electoralismo de corto alcance Estoy seguro de que muchas personas en ERC tienen una idea más cabal de lo que es, pero el aparato que actualmente dirige el partido, diría que no.

Esto tiene varios aspectos. El primero consiste en que, según ellos, el proceso político se basa en las elecciones. Se asume su valor “democrático” en el contexto actual, sin poner en cuestión el sistema de dominio del Estado español sobre los Países Catalanes, Navarra-Euskal Herria, etc., ni su corrupción estructural y la participación que tienen en ella los partidos políticos que sustentan el Régimen del 78.

El segundo, es que tienen una visión muy “estática” de lo que es la política, hacen equivaler los resultados electorales al concepto de “relación de fuerzas sociales” y, también, confunden la idea de “hegemonía” con la del triunfo electoral. Son, ambos, conceptos de largo alcance, pero muy devaluados por ERC. La política debe basarse en un análisis que perciba la realidad en su conjunto: estados de opinión, reivindicaciones de calle, encuestas, resultados electorales, movilizaciones sociales, propaganda, artículos en prensa, twitters, muros de Facebook. Todos ellos están, por supuesto, sesgados hacia alguna postura, empezando por la de los que callan. De lo que se trata es de percibir si existe un hilo conductor que indique una tendencia.

Sobre la política inciden muchos factores, todos relacionados con el poder. El poder en mayúsculas, el de los estados, las grandes corporaciones y empresas, organismos internacionales… pero también los de los movimientos sociales, sin olvidar los micropoderes, que funcionan sin notarse como son las reglas familiares y sociales en general y del modo básico como opera el nacionalismo banal.

La relación de fuerzas sociales es un factor profundo y marca la tendencia del conflicto. Los partidos políticos o los sindicatos responden a los valores de alguna de las fuerzas en presencia, pero no representan plenamente los intereses en juego, sobre todo en el caso español en el que están controlados por la burocracia y subvenciones estatales de todo tipo.

El tercero sería el olvido que manifiesta el aparato de ERC de la jerarquización de las contradicciones sociales, reflejadas a partir de los diversos intereses en presencia. En cada momento, dado un sistema politico, hay que tener en cuenta cuál es la contradicción principal, frente a las secundarias. Sólo así se puede incidir en ella a la hora de afrontar estrategias, coaliciones, incluso tácticas a corto plazo. Se propone constituir lo que, según Gramsci, se denomina un bloque histórico. Éste es otro concepto notable, que poco tiene que ver con las alianzas de los partidos políticos al uso. Va alineado con la idea de hegemonía, como expresión de una forma de percibir el conflicto y su posible solución, con independencia de las fuerzas organizadas burocráticamente,   

Si nos ceñimos al caso de Cataluña dentro del Estado español, la contradicción principal, definida por el propio Estado, se produce entre el movimiento independentista y las fuerzas partidarias de mantener el “estatus quo”, que podemos describir como “Régimen del 78“, continuador del franquismo, para abreviar. Es la contradicción que más duele al aparato del Estado y sus intereses. De acuerdo con esto, la “relación de fuerzas sociales” se expresa hoy en Cataluña, en el conflicto entre los partidarios de la independencia, -movimientos y asociaciones de todo tipo, grupos de presión, medios de comunicación,  sindicatos, partidos politicos, incluso individuos- y quienes defienden el mantenimiento de la unión con España dentro de su Estado y con el apoyo de todo su aparato.    

Una de las mayores aportaciones del Proceso (desde las primeras votaciones en Arenys de Munt en 2009) ha sido conseguir que la hegemonía social en el Principado estuviera en manos del independentismo. Y aquí entra en juego uno de los principios estratégicos de base, que consiste en avanzar siempre sobre los llamados datos adquiridos. No se debe insistir en refrendar datos ya consolidados. Hay que avanzar sobre ellos, con objetivos cada vez más ambiciosos de cara al objetivo, la independencia. En Cataluña se han hecho múltiples consultas; muchas, inicialmente, a  nivel local, como las comenzadas en Arenys de Munt -ya citada antes- en 2009, y, posteriormente, dos más en todo el Principado: la de Artur Mas en 2014, tolerada por el Régimen, y el 1-O de 2017 sañudamente perseguido y castigado. Su desarrollo y resultados dejan a las claras cuál es la relación de fuerzas y dónde se ubica la hegemonía en Cataluña. Es ocioso seguir dando vueltas a la rueda del hámster. Las fuerzas unionistas ponen en cuestión permanentemente estos logros, pero son maniobras distractivas.

Cuando una nación dominada consigue adquirir unos datos, asumidos por su parte (más) activa desde el punto de vista político, y conforma una perspectiva propia de ver su nación y el mundo en general, se constituye en sujeto político, condición necesaria para su emancipación. Este grupo cohesionado y hegemónico concreta el núcleo de la nación, es su mayoria cualificada. Liderará la lucha por su liberación, por su constitución en Estado. Y es, precisamente, ese conflicto, esa lucha, la que con su movilización social (y no con la pasividad del “puerta a puerta” o el “buen gobierno autonómico” que propone ERC) frente al Estado podrá ampliar la base de verdad y constituir un movimiento imparable capaz de consolidar la independencia. Se trata de entrar en una espiral virtuosa, que se amplía en su propio movimiento.

Hay otro asunto que conviene recordar y que en política (la de verdad) es muy importante. Es la clásica dialéctica entre fines y medios. Es un engaño grave, afirmar que se busca un fin –la independencia- cuando los caminos que se siguen van en sentido contrario. ERC dice que persigue la independencia como fin, pero todos los “medios” que utiliza son los que le ofrece el (escaso) marco autonómico del Estado español. Los medios que emplea son los que determinan sus fines. El resto es una farsa.     

En resumen, ERC plantea un independentismo mágico alejado por completo del análisis de la realidad social y basado exclusivamente en la buena voluntad de las personas, su capacidad de sacrificio por la causa y… los resultados electorales. No es fácil saber si ese posicionamiento de su aparato responde a unos intereses limitados de quienes lo controlan, pero es constatable que sólo lleva a sostener el Régimen del 78. Y dentro del mismo… lasciate ogni speranzza…    

24 julio 2020

UNA CALLE AL REY JUAN CARLOS

Reina Maria Cristina
Hace unas semanas, el alcalde de Gasteiz anunció el propósito de retirar el nombre del rey Juan Carlos de una calle de su ciudad. No es para menos, a la vista de los escándalos -en plural- que están apareciendo en torno a la figura del borbón, sobornos, cobros de comisiones, cuernos, corruptelas, testaferros, cuentas ocultas… Eso sin contar sus vínculos con Franco, la dictadura, el 23-F, etc. La razón que aduce el alcalde es que “ese señor no se merece una calle”.

Quizás sería más apropiado pensar a la contra y, en justicia, darle la vuelta al argumento. Quien no se merece esa afrenta es la ciudadanía gasteiztarra, y es más importante la población que las eventuales alegrías de un putero ‘viva la virgen’. Desde que los parlamentarios de Herri Batasuna le cantaran el Eusko Gudariak y le recibieran puño en alto, este tarambana nunca ha gozado en nuestra tierra de buena prensa.

Pero la iniciativa de Urtaran, que ya era hora, da pie para una reflexión más a fondo. En efecto, el callejero de una ciudad (como se entiende en la observación del alcalde) forma parte del paisaje simbólico que nos llena la biografía de referencias documentales. El historiador francés Pierre Nora llamaba a estas referencias lugares de memoria, porque impregnan nuestra existencia de significados vinculados al pasado y a sus interpretaciones. Como podemos suponer, las autoridades se encargan de seleccionar estos nombres y personajes históricos con exquisito cuidado, porque marcan con su huella la vida cotidiana que transcurre entre ellos, y al quedar en la memoria cargan la identidad de las poblaciones con un poso indeleble.

Si pasamos de Gasteiz a Donostia, esta observación nos lleva a contemplar el callejero con sorpresa. Con incredulidad incluso. Tenemos Reyes Católicos. Reina Regente. Isabel II. Plaza Alfonso XIII, Avenida Carlos I. Puente María Cristina. Alfonso VIII. Reina Victoria Eugenia. Infante don Juan (padre de Juan Carlos I, por cierto), Infanta Beatriz. Infante don Jaime. Escolta real… ¿Qué tiene la realeza española para que esté tan presente en nuestro imaginario, en calles, direcciones postales, en domicilios y recuerdos familiares? Con las palabras de Urtaran, ¿por qué -nos preguntamos- se han merecido esos ‘señores’ de la realeza, fulanos con corona, cabezas visibles del imperio hispánico, miembros de las élites más despreciables de la historia, unas placas honoríficas entre nuestros portales? ¿Qué han hecho por nosotros? ¿Qué autoridades hemos tenido en la capital guipuzcoana, lacayos al servicio de los monarcas que ahí se nombran, corruptos, putañeros, esclavistas, representantes de la violencia del imperio, para otorgarles la distinción de nuestras plazas y avenidas más notables?

¿Por qué no hay una calle dedicada a los anarquistas que pararon a las tropas facciosas el mismo 18 de julio, las derrotaron en Amara y las devolvieron a sus cuarteles? ¿Por qué no hay en toda la ciudad apenas referencias a los sucesos, fechas, fusilamientos de la guerra del 36, aunque es una memoria cercana, viva, sangrante, que reclama conocimiento y reparación? ¿Por qué apenas se descubre ningún atisbo de los orígenes navarros de esta población, su lengua vasca, su vinculación al territorio que nos rodea, siendo capital de Gipuzkoa, corazón de Euskal Herria?

Si paramos en ello, descubrimos que ese callejero nos cuenta un relato. Pretencioso. Servil. Ajeno. Una historia de vidas ejemplares destacadas por su celebridad y sus supuestas virtudes. Y es una historia de España, del poder colonial. Los borbones, sus generales, sus santos patronos, la gloria del imperio que fue, la descomposición, el expolio, la esclavitud disimulada, escondida bajo los laureles, la barbarie de la imposición de la lengua… No hay en ese escenario lugar para nuestras gentes, para las mujeres violadas y asesinadas en 1813. No hay relato de país, ni del trabajo, ni la cultura… Ni hay sitio para Mikel Gardoki, que luchó contra la dictadura y por la independencia (que eso no se permite); franquistas del PP le tildaron de terrorista y culpable; le quitaron la calle. Ni hay espacio para Txillardegi, uno de nuestros intelectuales, porque la inquina y el odio le persiguen más allá de la muerte.

Las calles de Donostia huelen a Franco, a Juan Carlos, a Alfonso XIII; a desmemoria; y a borbones. Los donostiarras no nos merecemos esa basura en las calles.


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Firman este escrito: Luis Mª Martínez Garate, Angel Rekalde, Arantza Amunarriz, Gurutz Olaskoaga, Iñaki Arzak, Jose Ignazio Indaberea, Inaxio Kortabarria, Josu Tellabide, Luis Gereka

03 junio 2020

EN TORNO AL CONCEPTO DE PATRIMONIO

Este texto recoge de forma resumida los contenidos de una conferencia titulada “Patrimonio: ¿un concepto en crisis?, impartida en el Centro Cultural Navarrería de Pamplona, el 11 de mayo de 2001.
Un escenario que obliga a la reflexión

La continua destrucción del patrimonio en Navarra nos obliga a reflexionar, conscientes de la importancia que su conservación y creación tienen para garantizar la continuidad histórica de nuestro Pueblo.

En Iruñea se han producido recientemente tal número de actos destructivos que, según término acuñado por la UNESCO, puede hablarse de Crimen contra el patrimonio. El derribo de gran parte del Palacio Real, el levantamiento del adoquinado, la demolición de la base del lienzo de muralla medieval en la obra del aparcamiento del Rincón de La Aduana, la sumisión del baluarte de San Antón en la Ciudadela al proyecto del nuevo auditorio y, quizás el más grave de todos ellos, el vaciado de la Plaza del Castillo, donde se ha destruido gran parte del complejo histórico-arqueológico más importante de los navarros (véase Castellet y otros 2003), son algunos de los hitos más notables de esta tragedia. La falta de restauración y las malas intervenciones arquitectónicas en otros edificios y monumentos emblemáticos en Navarra contribuyen a ensombrecer aún más el panorama.

También es lamentable la pérdida y dispersión, principalmente en las bibliotecas y archivos de España y Francia y colecciones particulares, de parte del Archivo documental del Reino (Patrimonio escrito); igualmente el abandono del Patrimonio Industrial, en su cuádruple vertiente de continentes, contenidos, productos y archivos, materializado en uno de sus actos más recientes en la demolición de la Azucarera de Marcilla.

A todo lo anterior se une el modelo urbano que pretenden imponer en esta tierra quienes hoy ostentan el poder político y económico: un modelo que prioriza el uso del automóvil, el consumo y la creación de grandes superficies y otros no lugares (según Augé, 1992), en los que prima el individualismo frente a la cultura más solidaria de la calle. Sufrimos un brutal proceso de metástasis y clonación de urbanizaciones y la destrucción de nuestro paisaje y arquitectura tradicional.

Contémplese a este respecto la desfiguración de la Cuenca de Pamplona y la destrucción de patrimonio histórico-artístico que supone el pantano de Itoitz (véase Asirón, 2001).

El olvido y menosprecio de las expresiones más genuinas de nuestra cultura contribuyen de manera clara a la liquidación de nuestra identidad social.

Consideramos intolerable y genocida la represión que sufre en la CFN nuestra lengua nacional, el vascuence (euskara), elemento central del Patrimonio de los navarros y patrimonio de la Humanidad, sometido a una política de marginación a través de la denominada “Ley del Vascuence”.

Estos y tantos otros casos que tristemente se podrían recordar, constituyen
etapas de un proceso continuo de degradación de elementos básicos de nuestra memoria colectiva y son, al mismo tiempo, expresión de alarmantes carencias en nuestra sociedad.

Información y creación de Patrimonio

En primer lugar, nos parece necesario adquirir una visión amplia del patrimonio, que supere la concepción fundamentalmente monumentalista imperante sobre el mismo. En esencia el patrimonio es un archivo, un elemento básico de referencia histórica (memoria histórica) y autoestima social. El patrimonio es información.

Pero de trata de un archivo especial, configurado en forma de red o sistema de elementos –elementos patrimoniales-– en continua interacción. Defendemos, por tanto, una concepción sistémica y no reduccionista de la cultura (véase Bertalanffy, 1975) y del patrimonio.

En consonancia con esta ultima afirmación, la consideración de los entornos donde se integran e interaccionan los elementos patrimoniales debería guiar una moderna política de patrimonio.

En nuestra opinión, además, no sólo es necesario recuperar, defender y mantener el legado de otros tiempos, sino que éste debe evolucionar y es preciso acrecentarlo; crear Patrimonio. El patrimonio es algo vivo. Sólo las sociedades vivas son capaces de crear patrimonio. Crear patrimonio implica incorporar a la red patrimonial nuevos elementos y también consensuar y emprender labores de reconstrucción y/o recreación de elementos emblemáticos dañados o desaparecidos. Media Europa ha sido reconstruida y recreada a partir de sus escombros tras las dos grandes guerras del siglo XX.

La Humanidad tiene su patrimonio y éste emerge a partir de las culturas particulares, basadas a su vez en grupos humanos que son quienes mantienen (o destruyen) y generan nuevos elementos patrimoniales. Nuestra responsabilidad universal en materia de patrimonio pasa inexorablemente por el entorno más próximo. Es el patrimonio de nuestros pueblos, valles y nación (Navarra-Euskal Herria), con su lengua y tradición político-social, incluso el del entorno cultural del Occidente europeo, el que permite nuestra aportación al Patrimonio humano.

De lo dicho podríamos concluir que el propio término de Patrimonio expresa actualmente limitaciones fundamentales. Incluso podría plantearse el abandonarlo y buscar un nuevo modo de designar el conjunto de realidades de todo tipo y sus múltiples relaciones e implicaciones que hasta ahora así se han denominado.

Definición de patrimonio y elementos patrimoniales

Es patrimonio el conjunto de bienes, materiales (muebles e inmuebles) e inmateriales (instrumentales, éticos, comunicativos y organizativos) que, en continua interacción, constituyen el acervo, el activo, a través del cual, o en su seno (Patrimonio natural), un pueblo participa en el devenir de la Humanidad.

También podríamos definirlo como la red (sistema) de expresiones (elementos) materiales e inmateriales de cada cultura. Presenta, principalmente, aspectos lingüísticos, históricos, sociales, productivos, políticos, artísticos, religiosos; culturales, en general.

La lengua es un elemento precultural patrimonial básico. Su fase más intensa de desarrollo en la evolución humana parece que tiene lugar cuando se dispara la evolución tecnológica, produciéndose un salto, tanto en la propia evolución técnica como en el nacimiento de las expresiones simbólicas, artísticas, religiosas, actividades no relacionadas directamente con la supervivencia (véase Carbonell, 2000).

A partir de la “Revolución Neolítica” muchos grupos humanos dejan de ser nómadas. El territorio incrementa entonces su importancia como bien patrimonial.

Sobre Lengua y Territorio se crea y construye el resto del patrimonio. Elemento básico es el Paisaje; incluida la Arquitectura, considerada esta última en toda su diversidad, no solo la religiosa o monumental convencionales. Patrimonio son también expresiones básicas multifuncionales como la Literatura -oral y escrita- la Música, las Danzas, el Folclore en general, etc.

Las sociedades humanas modifican su entorno creando paisaje. Éste es consecuencia del conjunto de interacciones entre el medio físico, biológico y humano. El paisaje es un elemento que la humanidad construye como patrimonio, a través de su actividad, sobre un sustrato territorial resultado de millones de años de evolución geológica y biológica.

El Comité del Patrimonio Mundial de la UNESCO adoptó, en 1992, la categoría de “paisajes culturales” para lugares peculiares “creados, formados y preservados por los vínculos y las interacciones entre el hombre y su entorno”. No obstante, se puede afirmar que todo paisaje es cultural por el hecho de serlo, y no tiene sentido sin el observador ni la sociedad que lo construye. El paisaje tiene una doble vertiente: la subjetiva, ya que no existe sin la persona que lo contempla, y la objetiva, que se expresa y cuantifica sobre variables de los sistemas geológico, biológico y social.

La valoración del paisaje como elemento patrimonial es reciente y en ella confluyen cantidad de factores, entre ellos los culturales y los derivados de la propia apreciación subjetiva de las personas (Astibia y Martínez Garate, 1998). El paisaje es un concepto englobante capaz de incluir prácticamente todos los elementos patrimoniales, los “bienes” (ondasunak, en vasco) de una sociedad. Un tema a estudio es la influencia o distorsión que sobre patrimonio y paisaje ejerce una actividad de masas como el turismo.

También son bienes de un pueblo su propia organización social y política; sobre todo, cuando, como en el caso navarro, la organización social, base de la política del Reino desde la Alta Edad Media, constituye un sistema jurídico propio, que se caracteriza por una importante anticipación de posiciones que más tarde se llamarán “democráticas”.

Las manifestaciones comúnmente denominadas espirituales, maneras de mostrar afanes de perdurabilidad, de “relación/ligazón” con otros seres o, simplemente, la conciencia de “ser limitado” que acompaña a las personas, expresiones presentes históricamente en diversos modos religiosos o simbólicos, también pueden constituir parte de los bienes (activo social) de un pueblo, de su activo social.

Conviene resaltar como idea central que nuestro concepto de patrimonio se aleja de la idea de algo pretérito, estático, al margen de las necesidades reales de personas y grupos, solamente a conservar y sin valor para el mundo actual más allá del puramente estético. 

Muy al contrario, el patrimonio es un sistema en evolución, un todo vivo que varía a una con los modos de vida y la mentalidad de los pueblos que lo crean. Es el “activo”, en el amplio sentido de capacidad movilizadora y motivadora de una sociedad, olvidando por el momento las resonancias reduccionistas de tal concepto en su uso puramente contable.

Navarra y el papel de los estados

Navarra es un Estado conquistado y desgarrado por España y Francia (Urzainqui y Olaizola, 1998; Esarte, 2001). En casos similares, los estados dominantes se enfrentan a la resistencia de los ocupados tratando de fagocitar y destruir sus señas de identidad. Dicho de otro modo, buscan lo que en Iparla 3 (1988) se ha denominado con acierto la “resolución entrópica de la contradicción social”. Los recientes conflictos en los Balcanes son un claro ejemplo de ello. La entropía de un sistema físico expresa su nivel de desorganización. 

Según la “Teoría de la Información” (Shannon y Weaver, 1949), un sistema, para mantenerse organizado y lejos de la uniformización, es decir con baja entropía, necesita estar alimentado continuamente por información. Las sociedades humanas pueden morir a menos que se activen sectores sociales que provean información, es decir entropía negativa, capaz de invertir la tendencia impuesta por los actuales estados imperiales. Esto exige tener ideas, capacidad organizativa y estrategia para realizarlas.

No creemos, por tanto, que los estados de nuestra realidad más próxima, creados sobre y en contra de estados históricos como Navarra, Escocia,o Cataluña, sean los sujetos idóneos para garantizar la conservación y expansión de nuestro patrimonio, sino que constituyen, por el contrario, un factor básico de su ocultación y aniquilación.

Sin embargo, considerado genéricamente y dado el control que los estados ejercen en temas tan decisivos como política lingüística, educación, cultura, economía, medioambiente, defensa, etc., su papel como garante del patrimonio es de gran importancia. Publicaciones, como “El Correo de la Unesco” inciden reiteradamente en este planteamiento. Pensamos, por tanto, que en el mundo actual un pueblo mal puede garantizar la vida de su patrimonio sin el concurso de la organización social llamada Estado. De aquí se deduce la importancia que adquiere para nosotros la recuperación del Estado navarro. Este sería el medio principal que en el mundo presente, con una progresiva tendencia a la homogeneización económico-cultural, tendríamos los vascos para tratar de garantizar aspectos tan básicos como son los “Derechos Humanos”, comprendidos en ellos, obviamente, el mantenimiento y expansión de los elementos patrimoniales.

La Aldea Global y la Aldea Local: ¿la Caverna Global?

Tras la denominada Sociedad industrial hoy vivimos inmersos en la Sociedad de la información y de la Economía globalizada. Hechos que suceden a miles de kilómetros no sólo constituyen noticia inmediata, sino que pueden influir directa y rápidamente sobre nuestro entorno más próximo. A esta situación se la ha denominado La Aldea Global (McLuhan y Powers, 1989). Al mismo tiempo, vivimos una situación en la que la necesidad de un apoyo sobre el que construir nuestras sociedades lleva a la recuperación y valoración de las potencialidades de cada sociedad particular (La Aldea Local, véase Schumacher, 1973). Por otro lado, la manipulación de la informacion por los medios de comunicación
–“mediados” por grandes intereses económicos y políticos– produce tal distorsión de la realidad que Gómez Pin (2000), utilizando el símil platónico, denomina el mundo actual como La Caverna Global.

Tan pronto como el desarrollo científico y tecnológico se lo han permitido, el potencial destructivo de los humanos, organizados en muchos casos en empresas expoliadoras preocupadas sólo del beneficio inmediato, o en estados embarcados en aventuras bélicas capaces de aniquilar personas y bienes de todo tipo, se ha mostrado con crudeza. Millones de personas tratan de sobrevivir en la miseria. La actual civilización, derrochadora de energía, está contribuyendo a una preocupante degradación del ecosistema planetario, generándose problemas que lejos de resolverse o reducir su incidencia, son cada vez más intensos y exigen planteamientos más radicales. Por otro lado, la reciente Revolución biotecnológica supone una encrucijada para la Humanidad y el planeta sin precedentes.

Estos y otros problemas exigen una visión global y la inexorable necesidad de un cambio. La obra del geógrafo navarro, Leoncio Urabayen (1949 y otras publicaciones) ha supuesto una temprana y valiosa aportación sobre temas paisajísticos y de desarrollo equilibrado –ecológicos se diría hoy- y marca un hito para nuestra reflexión. El paisaje humanizado de Urabayen, en el sentido de equilibrado es, tal vez, su aportación más original. La “Hermandad del Árbol y del Paisaje”, creada en Iruñea en la primera mitad del siglo pasado, constituye un precedente de los actuales movimientos en defensa del medioambiente (véase Saiz-Calderón, 1929-1930).

Hemos avanzado y la visión antropocéntrica -básicamente judeo-cristiana- de “un planeta al servicio de la Humanidad” está dando paso a la de un mundo en equilibrio, a una trama de interdependencia en el que Homo sapiens es una especie más, aunque importante por su capacidad cognitiva y transformadora. En este sentido incide la “ecología profunda” o “visión holística del mundo” (Capra, 1996). Nuestros planteamientos de “posesión” deberían retornar a planteamientos de “pertenencia”, superando un concepto tradicional de patrimonio que considera los bienes en términos de “recursos”, planteándonos incluso la necesidad de prescindir de esa palabra u otras como heritage, etc., dadas sus connotaciones machistas y de herencia. En este sentido, la palabra vasca ondare –que surge de un pueblo donde el sentido de lo colectivo todavía es importante- parece más apropiada, por su cercanía etimológica al concepto de “bien” (ondasun), que otras utilizadas en idiomas vecinos.

La visión global de un sistema planetario en equilibrio nos lleva a los planteamientos de la “Hipótesis Gaia”, expuesta y defendida por James Lovelock (véase Margulis, 2002). El biólogo Edward O. Wilson (1992) padre de la denominada Sociobiología, destaca la importancia fundamental del mantenimiento de la biodiversidad para la propia supervivencia humana.

Nuestro comportamiento agresivo con el planeta nos debería hacer pensar que éste puede encontrar su equilibrio sin los humanos, y que la vida –como ha ocurrido durante miles de millones de años- puede seguir sin nuestra especie.

Somos parte del Patrimonio de la Tierra y hemos de procurar seguir siéndolo, tratando de continuar en armonía con el resto del planeta.

¿Somos -o podremos ser- los humanos, la consciencia de Gaia?

El respeto al patrimonio es el respeto a los pueblos que continuamente lo crean y sustentan; por tanto, es el respeto a la especie humana (suma de todos los pueblos y sus interrelaciones). A cualquier nivel la diversidad es un requisito básico para la supervivencia. 

La estandarización y uniformización son preámbulo de esclavitud y desaparición. La supervivencia de la Humanidad está ligada tanto a la variedad biológica de la Tierra como a la complejidad lingüística, histórica y cultural de sus sociedades.

El respeto a la pluralidad y diversidad son una importante característica de la tradición jurídicopolítica de Navarra, incardinada en lo que los especialistas denominan “Derecho pirenaico”.

También pertenecen a la tradición cultural europea y, concretamente, a la nuestra los conceptos de la Tierra como madre (Ama Lur) y el de pertenencia a la Casa.

La concepción política del equilibrio entre lo individual y lo social está en la base del Derecho navarro (Urzainqui y Olaizola, 1998).

Otros pueblos nos llevan una gran ventaja. Si queremos una Navarra con presencia digna en el mundo no podemos esperar más. La defensa del Casco Antiguo de Iruñea, con su Palacio Real y toda su fisonomía clásica, ha sido el arranque de una reivindicación con importantes antecedentes históricos, como es la de la “Asociación Euskara de Navarra (Campión, Iturralde y Suit, etc.), y será el símbolo de nuestra regeneración. La consecución de nuestra soberanía política, encuadrada en el marco de la recuperación del Estado navarro, como soporte y garante de nuestra supervivencia y aporte al Patrimonio universal, es nuestro objetivo próximo.

Pretendemos con ello contribuir a un fin mucho más amplio: conseguir un planeta habitable por todos los grupos humanos, y por todas las especies vivas.

A modo de conclusión

El concepto de patrimonio es mucho más amplio que el convencional, limitado casi exclusivamente a aspectos materiales y aún estos en sentido muy restrictivo.

El patrimonio es un sistema dinámico, como las personas y pueblos que lo crean y hacen evolucionar. Es el “activo” que permite que las sociedades humanas vivan y busquen una armonía interna y global con el resto de sociedades y con el planeta.

Son los “bienes” (ondare, ondasunak) de los que cada grupo humano se ha beneficiado en siglos de trabajo, relaciones y reflexión, que se transmite y cambia de generación en generación.

Nuestro patrimonio forma parte de un todo planetario y universal. La moderna concepción de patrimonio y la alarmante destrucción del mismo en Navarra exigen, de manera inaplazable, un serio debate intersocial e interdisciplinar en nuestra tierra. Nuestra supervivencia, individual y nacional, está en juego. No es asunto baladí ni intrascendente como para dejarlo en manos de unas pocas personas con posiciones acomplejadas, homogeneizadoras, reduccionistas y asimilacionistas. Este planteamiento conlleva importantes repercusiones políticas, que nos pueden implicar y comprometer de manera muy profunda.

Agradecimientos

Al Dr. Xabier Pereda Suberbiola (UPV/EHU), a Erlantz Urtasun (Nabarralde) y a nuestros amigos de la Sociedad de Estudios e Iniciativas Iturralde, por la lectura crítica del manuscrito.

Bibliografía

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Luis Mª Martínez Garate, Ingeniero de Telecomunicación

Humberto Astibia Aierra, Doctor en Ciencias Biológicas, UPV/EHU
Miembros de la Sociedad de Estudios e Iniciativas Iturralde

25 mayo 2020

EL RETORNO DEL ESTADO NACIÓN


¿Qué es una pandemia? ¿El soplo de Dios, que diría Víctor Hugo de la revolución, para subyugar el orgullo humano por pretender estar a su nivel? ¿Una venganza de la naturaleza ante la soberbia humana de presumir de su control y sometimiento?

El mundo en la modernidad


Cuando acontece una crisis grave e imprevista es difícil calibrar, desde dentro, su alcance e influencia para el futuro de quienes la sufren. Los procesos de mundialización ocurridos desde lo que en los años 60 del pasado siglo se conoció como “Revolución Científico-Técnica”, sobre todo en los campos de la automatización, el cálculo y las comunicaciones, así como la globalización de los procesos de producción, distribución y consumo a través de las compañías transnacionales han construido un mundo mucho más “pequeño”. La información sí, pero también las mercancías físicas son accesibles desde prácticamente cualquier parte de nuestro planeta en un tiempo muy breve. O al menos así lo era hasta la presente crisis provocada por el Covid-19.
Los procesos de globalización se construían por encima de una maquinaria política anticuada, sobre un mundo basado en la Paz de Westfalia (1648) que cerró la conocida en Europa como “Guerra de los Treinta años” (1618-48). El sistema de Westfalia constituía una Europa basada en lo que se irían conociendo, poco a poco, como Estados nación. Estados con fronteras impermeables entre sí y que se suponía albergaban una población homogénea que a lo largo de los siglos XVIII y XIX conformarían las “naciones” en sentido moderno.
Los Estados Unidos de América se independizaron del imperio británico en el siglo XVIII (1776). Los imperios español y portugués en América saltaron por los aires a comienzos del XIX. Como el proyecto de Westfalia no se correspondía con las realidades nacionales europeas, los siglos XIX y XX sufrieron grandes convulsiones para intentar acomodar estados a naciones (o naciones a estados).
Surgieron Alemania e Italia en el XIX. Explotaron los imperios austrohúngaro y turco en el XX, con un florecimiento de nuevos estados tras la gran crisis de la Primera Guerra Mundial (1914-18), fase inicial de un conflicto en dos fases. Al terminar la Segunda, en realidad una prolongación de la anterior (1939-45), llegaron los procesos de descolonización de gran parte de África y Asia que había caído bajo la férula europea a partir del siglo XVIII. El último estallido se produjo con la desaparición de la URSS, heredera del imperio ruso, conocida, al igual que el austrohúngaro, como “cárcel de pueblos”. Todas estas transformaciones provocaron el surgimiento de nuevos estados nacionales. Pero no pusieron en cuestión el paradigma de Westfalia. Los nuevos estados respondían al mismo cliché.
La globalización sacó a la luz muchas de las contradicciones de este modelo. Antes de ella naciones que no habían tenido la oportunidad de tener su Estado ya peleaban por lograrlo. Algunas, como Irlanda, lo lograron tras muchos conflictos, incluso guerras. Otras generaron situaciones de conflicto permanente, larvado o activo, con mayor o menor nivel de violencia física.
La globalización puso de manifiesto otro tipo de contradicciones diferentes de las que ya crujían desde Westfalia. Se crearon acuerdos transnacionales de comercio como la EFTA, o asociaciones comerciales en América del Norte y Sudamérica y, principalmente, la Unión Europea. Todas ellas intentaban roer la soberanía absoluta detentada, en este modelo, por los estados. Pero el viejo paradigma se resistía a morir. Los estados habían generado una estructura de cohesión interna muy potente, al margen y en contra de las clases populares, sobre todo las de las naciones sometidas. Dicha estructura estaba basada en el apoyo de las clases detentadoras de poder económico, en las élites burocráticas cooptadas de la administración pública, en las fuerzas armadas en el caso de algunas dictaduras en el caso latinoamericano y, sobre todo, en el de su maestra y antigua potencia colonial: España.
El entramado de intereses que soportaba el Estado nación constituía una coraza de autodefensa y de cierre ante unos procesos que se les podían ir de las manos. El arma ideológica que permitía a estos estados la cohesión y clausura interna era el nacionalismo. Nacionalismo expreso como tal en muchos casos (Francia, España, América por ejemplo), banal en otros (Alemania, Países Nórdicos, etc.).

El hachazo de la pandemia


La presente crisis ha venido entre, otras cuestiones, en socorro de los protagonistas de Westfalia: los estados. Cuando parecía con apremio que este modelo de organización política nivel mundial hacía aguas, ha llegado Covid-19 en su rescate. Es evidente que Covid-19 tiene aparejadas otras muchas connotaciones. Pero ésta, el cierre de los Estado nación -su nueva consolidación- con el nacionalismo gran nacional aparejado, es una de las más importantes.
Además la crisis desatada por Covid-19 ha destapado la caja de los truenos de estados como el español dando rienda suelta a sus tendencias autoritarias, militaristas, unionistas, imperialistas, totalitarias en suma, arraigadas desde la crisis colonial del XIX y consolidadas mediante la guerra de 1936-39 y el fascismo consecuente. Westfalia ha vuelto. La pregunta sería: ¿para quedarse por largo tiempo?

Respuestas políticas ante la pandemia


Ante el desencadenamiento de una crisis de alcance mundial por Covid-19 hay plantear dos cuestiones importantes: la diferencia en cómo se afronta la pandemia según países, en primer lugar, y los resultados que obtienen para frenar su expansión y los fallecimientos derivados, en segundo.
La primera cuestión tiene a su vez dos variantes muy importantes de las que, además, dependen los logros antes citados.
Muchas veces, en la jerga común, cuando se habla de países en realidad se está hablando de estados. Un atributo fundamental del Estado es la soberanía en el interior de sus fronteras. Ante una crisis como la presente la primera reflexión necesaria es constatar la vacuidad de las promesas que se nos hicieron con relación a la pérdida de soberanía de los estados. Mucho se ha hablado en los últimos tiempos sobre la “cesión” de soberanía hacia espacios infraestatales (regiones, naciones sin estado, estados federados, etc.) y también hacia espacios supraestatales (Comunidad Europea principalmente en nuestro caso). La realidad del coronavirus ha reavivado el espacio estatal como el lugar privilegiado de control y toma de decisiones.
En esta línea, Josep Ramoneda, en un artículo reciente (ARA 2020/04/14), afirmaba:
Al final, los que han parado de repente un mundo superacelerado han sido los estados nación. Y el lunes el presidente Macron dio toda la solemnidad a este retorno. ¿Por qué, ahora, los estados nación, cuando buena parte de los problemas han venido como consecuencia de su pérdida de capacidad para poner límites a las dinámicas incontroladas de los mercados y de las finanzas? Pues, precisamente porque a la hora de parar todo se ha visto que siguen siendo los únicos que tienen herramientas para hacerlo.
La primera idea que se puede extraer de la reflexión de Ramoneda es que, en realidad y en el fondo, los estados nación no habían perdido su poder. A regañadientes habían cedido parcelas por arriba y por abajo. Pero tenían un as en la manga. Y ante la crisis lo han sacado. Y, por ahora, con éxito.
Esta característica es, en mayor o menor medida, común a todos los estados. Se resisten con uñas y dientes a ceder soberanía a instancias superiores a ellos. Incluso cuando la coyuntura de bonanza propició la creación de la Unión Europea, las resistencias fueron fuertes. Algunos, como el Estado español, hicieron de la necesidad virtud y se apuntaron para obtener sus réditos de los fondos comunitarios.
Cuando se produjo el intento de elaborar una “constitución europea” el resultado fue muy claro. El Estado francés y Holanda votaron en referéndum y lo hicieron en contra. En el español se hizo desde el Parlamento.
En el mismo sentido, Josep Gifreu en El Punt-Avui (2020/04/16) decía:
(La crisis)  actual ha puesto de manifiesto la centralidad (todavía) de los estados nacionales. Es una crisis planetaria, sí, pero gestionada por los gobiernos “nacionales”. Hay un tipo de control imprescindible en situaciones de emergencia: el control de la información/desinformación.
Partiendo de esta situación se constata la existencia de diversos grados de democracia en los estados. Hay estados férreamente unitarios que, además en el caso español, manifiestan pavor por la democracia. Otros, también unitarios como el francés, guardan las formas de modo más correcto. En ambos casos estamos hablando de estados multinacionales que no reconocen la existencia de unas naciones subordinadas a su férula, lo que no quiere decir que no sigan existiendo y que tengan sus propios problemas. Pero donde antes decían “café para todos”, ahora proclaman “virus para todos”. En ambos casos los problemas se agravan por un tratamiento uniforme de problemáticas distintas y esparcen el problema con mucho menos control.
Todo lo anterior debe ser tenido en cuenta a la hora de analizar las reacciones de los diversos entes políticos y sociales ante la crisis. Es evidente que la actuación de un Estado mononacional como el portugués o uno realmente federal como el alemán, tendrán muchas más facilidades para organizar una actuación coordinada, responsable y, por lo mismo, eficaz de su sociedad, que estados unitarios como el francés o unitarios y autoritarios como el español, donde, a pesar de las pretensiones del ‘mando único’, el caos de gestión, y el virus, campan a sus anchas.
Así, Aleix Sarri dice en Nació Digital (2020/04/20):
Como se ve comparando con el número de muertes (en Cataluña) de otras pequeñas, pero independientes, naciones de Europa, la falta de soberanía, se paga muy cara.
Comparando dos estados de la UE, grandes y vecinos, el periodista Lluis Foix dice en La Vanguardia (2020/04/23):
El editorial (de Le Monde) del día 20 decía que los efectos del coronavirus a los dos lados del Rin revelan un abismo. Sanitario en primer lugar si se comparan los casi 20.000 muertos en Francia (65 millones de habitantes) con los 4.500 en Alemania (83 millones). Y político en segundo lugar si se tiene en cuenta que un 60% de los alemanes confían en su Gobierno mientras que en Francia la confianza se reduce a un 34%.
Incluso Grecia, otro Estado básicamente mononacional, parece que ha gestionado mejor, con más éxito, la crisis de la pandemia. También lo ha hecho Portugal a pesar de los más de 1.200 Km. de frontera que lo separan del Estado español.
Corea del Sur y Taiwan han conseguido un considerable éxito basado sobre todo en el control de las personas a través de test generalizados y amplias medidas de tomas de temperatura, etc. Espectacular es también el caso de Vietnam, con un pobre sistema sanitario y que, mediante el control férreo de fronteras con China y cuarentenas estrictas a los procedentes de otros lugares del planeta, ha conseguido evitar muertes.
En todos los casos queda de manifiesto que la gestión de estados pequeños y uninacionales o de algunos grandes, pero realmente federales, se enfrenta a la crisis provocada por la pandemia de forma mucho más eficaz y democrática.
En este sentido son significativas de una situación de minoración y acomplejamiento las declaraciones del Presidente del Parlamento catalán  Roger Torrent. A una pregunta de un periodista:
¿Que si una Cataluña independiente habría combatido mejor el coronavirus? Lo último que pide esta crisis son planteamientos nacionalistas y los independentistas tenemos que alejarnos de discursos que tienen connotaciones nacionalistas.
Todo lo expuesto anteriormente facilitaba una respuesta, no sé si afirmativa o negativa –creo que afirmativa- pero en ningún caso ese intento de “cambiar el tema”, cuando si alguien se ha caracterizado por un exacerbado nacionalismo y absorción total de competencias ha sido, precisamente, el Estado español. Y no precisamente con gran éxito.
Otro asunto del que se ha hablado también es que parece que los estados que mejor han manejado la crisis han sido los gobernados por mujeres. Lo interesante del asunto es que excluyendo Alemania, un Estado grande pero que es, precisamente, federal, el resto son estados pequeños o medianos. Puede que ambos factores tengan una cierta correlación entre sí, pero, en todo caso, muestra que los estados grandes, unitarios, plurinacionales que no reconocen las naciones sometidas, son los que lo han gestionado peor.

Caso español


La gestión llevada a cabo por el Estado español se inscribe en la tendencia general tras el comienzo de la crisis con la declaración de pandemia por la OMS, pero agravada por las características propias del mismo. Están presentes las tendencias generales entre las que sobresalen, por un lado, la citada resurrección de los aparatos de coerción de los estados nación clásicos en detrimento de las recientes cesiones de atributos a entidades supraestatales (UE) o infra, tipo regiones, etc., y por otro, las ideológicas como el autoritarismo y los sistemas de vigilancia social y de autocontrol, pero sobre todo el nacionalismo asociado tradicionalmente a los mismos.
En Australia (1) se ha hecho un estudio para evaluar el liderazgo que ha demostrado cada Estado para responder a una enfermedad infecciosa global, y cómo está de preparado para otra pandemia. En lo alto de la lista, como mejor liderazgo y respuesta, tenemos a Nueva Zelanda seguida por Singapore, Islandia, Australia, Finlandia, Noruega, Canadá, etcétera, hasta llegar al país más abajo de una lista de 95 países: España.
El caso español es el que más nos atañe, ya que la parte más importante de nuestra nación, tanto desde el punto de vista territorial como humano, está bajo su dominio. El Estado español es multinacional en su realidad profunda, pero en su práctica política se comporta como mononacional a través del supremacismo nacional que le dio origen: el castellano. Hasta el punto de denominar “España” a todas las naciones que dominó históricamente Castilla. Y asimilarlas lingüística, cultural y políticamente a su modelo.
Como ha explicado con mucha claridad recientemente el profesor Pérez Royo (ARA 2020/04/16)
…(Hay una) diferencia insalvable entre el Estado de las autonomías y el Estado federal. Este último es resultado de una manifestación de voluntad constituyente del titular de la soberanía en la que el componente territorial entra como un momento esencial. La legitimidad democrática y la descentralización política son inseparables.
En el Estado de las autonomías, por el contrario, el momento territorial no está incluido en el principio de legitimidad democrática que se objetiva en la Constitución. La legitimidad democrática en el Estado federal es una legitimidad “compuesta”. En el Estado de las autonomías no lo es. De aquí que el Estado de las autonomías, definido por el Tribunal Constitucional como un “Estado compuesto”, lo sea en su funcionamiento, pero no en su definición. Es un Estado “legalmente” compuesto, pero no “constitucionalmente” compuesto. Tiene, podríamos decir, una legitimidad “de ejercicio”, pero no una legitimidad “de origen”.
En los momentos de crisis esta ausencia de legitimidad de origen se nota. El Estado de las autonomías reacciona como si fuera un Estado unitario, que debe “ajustar” a continuación la respuesta que da a la crisis con las unidades territoriales.
En algún momento España tendrá que hacer frente en sede constituyente a su diversidad territorial. La verdad a medias del Estado de las autonomías ya ha dado de sí todo lo que podía dar.   
Es decir que en su funcionamiento de hecho el Estado español se muestra como mononacional y unitario, con especial énfasis en las tendencia militaristas y autoritarias propias de su cultura política.
Una de las razones del comportamiento del Estado español es precisamente el tratar de evitar que la gestión de la crisis pudiera llevarse a cabo desde diversos modelos territoriales. Modelos no adecuados a la cultura social y política de España. Modelos mucho más cercanos a la realidad concreta de los ciudadanos. Modelos, en suma, más democráticos. Y que no pudiera haber lugar a comparaciones.
En esta ocasión el llamado “Régimen del 78” ha mostrado su cara más hosca. Su expresión se ha manifestado en sus ruedas de prensa. Simbolismo militar: figuras cuarteleras: Ejército, Guardia Civil, Policía Nacional. Lenguaje empleado: guerra, derrota del enemigo, los ciudadanos como soldados. Símbolos utilizados: bandera española. Y, evidentemente, “la autoridad competente”.
El corrupto sistema de partidos y sindicatos que viven de las subvenciones del propio Estado ha manifestado las tendencias cainitas  endémicas que provocan cualquier tipo de juego sucio, zancadilla, golpe para destruir al contrario. Su único objetivo común es mantener a toda costa la “unidad de España”. Todo ello aunque sea a costa de la salud  y de la vida de los ciudadanos a los que en teoría deberían defender.

Respuesta catalana


Las tensiones con Cataluña es fácil que sean producto no sólo de una sociedad diferente, sino consecuencia de todos los agravios que provocaron la revolución del ‘Procés’, incluyendo todos los posteriores agravios y humillaciones que desde los poderes del Estado se les han infligido. El Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, sí pero también todo el poder manipulador de los medios de comunicación (TV’s, emisoras de radio, prensa…) y la permanente generación de ‘fake news’ de confusión y confrontación en las redes sociales.
Cataluña presenta una fuerte resistencia teórica, expresada en sus medios de comunicación independientes sobre todo en la prensa diaria y revistas, tanto digitales como escritas, en donde se expresan opiniones y reflexiones de gran valor teórico. En cuanto a la reacción popular, esta crisis en Cataluña no ha manifestado la potencia social expresada a partir de las consultas de 2009, con todo tipo de manifestaciones (Diadas), desconocidas hasta entonces en el mundo, mantenidas a lo largo de los años hasta el referéndum prohibido perseguido, apaleado y judicializado del 1 de octubre de 2017, pero se ha comportado como sujeto político distinto. La actitud general de sus instituciones autonómicas, sin llegar a ser un modelo, también ha contribuido a esta relativa independencia en la respuesta.
Las medidas adoptadas por el gobierno del Estado español han sido escasas y, en muchos casos, desacertadas o tardías. Cataluña ha tenido capacidad para expresar su personalidad con un enfrentamiento bastante fuerte con las medidas adoptadas por el mismo. No ha sido una reacción exclusiva del ‘govern’ presidido por Quim Torra, sino de la sociedad que ha marcado su impronta ante la ofensiva unitarista de forma bastante clara.

Respuesta vasconavarra


Nosotros, tras bastantes años de penuria en lo referente a una oposición efectiva al régimen y de graves carencias de expresión como nación distinta, completamente diluida, nos hemos comportado de modo muy semejante a como nos perciben ellos, los españoles. Buenos chicos que se adaptan y amoldan a nuestros dictados. La definición más aproximada de la respuesta vasconavarra sería “seguidismo”. Con un sesgo “productivista” más acentuado en la CAV.
En el caso de nuestro país no se ha producido tipo alguno de protesta, reivindicación o insumisión ante las medidas adoptadas por el gobierno de Estado español. Esto es un indicativo claro de la falta de independencia de criterio ante decisiones no sólo criticables sino criticadas desde muchos ámbitos.
El hecho de la partición territorial administrativa de la parte peninsular de nuestra nación colabora de forma importante a la carencia de instituciones comunes, a la falta de liderazgo político y de las “autoridades autonómicas”, a diferencia del Principado de Cataluña. Los partidos políticos han hecho seguidismo unos de otros (Izquierda Abertzale de Pnv y PsoE y todos del gobierno de Madrid).
En la prensa digital o escrita las posiciones críticas lo son en su mayor parte en contra de la gestión sanitaria y, en muy pequeña medida, contra el conjunto de medidas de control social y político que se están imponiendo de modo irreversible de no mediar una oposición social y política fuertes. Es un modelo calcado del español, es su forma de oposición. Muy tibia, acomplejada además, ya que en el Gobierno español están las “izquierdas”.
Sí se muestran iniciativas solidarias a la hora de fabricar respiradores o mascarillas. Son iniciativas “productivas”, no de respuesta social (nacional) ante la avalancha próxima de control y represión, que ya está entre nosotros desde la declaración del estado de emergencia. No se perciben respuestas creativas y espontáneas, tan presentes en otras crisis. Por lo menos distintas de la surgidas en el resto del Estado español.
La actitud social frente a una pandemia de estas características construye relato. Cualquiera que sea la respuesta a una crisis de este nivel está condicionada por la autopercepción de la sociedad que la padece pero, sobre todo, genera relato sobre sí misma. Dejarse llevar por el rebaño construye un relato de obediencia acrítica.

Conclusiones


Como conclusión de estas reflexiones: una pandemia, aquí y ahora, no es sólo “una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región” (RAE), ni sólo una “plaga bíblica”; es sobre todo un experimento social en primera persona y de gran magnitud, provocado por quienes controlan los aparatos de creación y reproducción de poder (y, por lo mismo, de sometimiento de la población). En la crisis actual lo que está en prueba es la capacidad de resistencia de las diversas sociedades ante un modelo que conlleva un aumento todavía mayor de autarquía, estatismo, control y sometimiento. Cada pueblo tiene su propia cultura social y política y su respuesta a esta crisis será mediada por ella, además de por todos los factores de su entorno. Pero la respuesta que dé la remodelará de modo importante y pasará formar parte de su relato como nación. Para bien o para mal.