22 julio 2019

SANTIAGO MATAMOROS, FIESTA DE GUARDAR

De guardarse de ella. Santiago, Yaakov de Zebedeo según los evangelios, es el patrón de España. Su fiesta se celebra cada 25 de julio, de modo oficial, allá donde el Estado español extiende su dominio. No por casualidad, cuando en 1512 las tropas del duque Alba invadieron Navarra, entraron en Pamplona un 25 de julio, día de Santiago. ¿Qué nos dice la memoria de este santo patrono?

Según la tradición cristiana, Santiago fue discípulo de Jesús; un apóstol; y de los principales. De hecho con este nombre hubo dos: el Mayor y el Menor. O, más difícil todavía, tres, ya que a los dos anteriores se suma una Epístola que forma parte del Canon cristiano y cuyo autor es también… ¡Santiago!

En la tradición medieval, cuando los apóstoles de Jesús se dispersaron por el mundo para difundir su mensaje, Santiago recaló en la Hispania romana en la que, siguiendo otra leyenda, la propia virgen se le apareció en Zaragoza sobre una columna, cuando se hallaba en un momento de desesperación y zozobra. María, parece, le dio ánimos para continuar su labor evangelizadora. Aquí el relato español erige uno de sus lugares de memoria sobre el “pilar” en que la virgen se presentó al apóstol.

Tras muchos años de olvido, a finales del siglo IX se encontraron en Iría Flavia, junto a la actual población de Santiago de Compostela, los restos de una persona de importancia. Sobre estos restos humanos se construyó una leyenda de mucho trasiego en el medioevo hispano y europeo, un trasiego comercial, cultural y religioso. Se atribuyeron al retorno milagroso de los despojos de Santiago a Hispania. Y así arrancó el camino jacobeo. Con este mito el nacionalismo español construyó otro lugar de memoria que, a la larga, fue más relevante que el de Zaragoza. Santiago fue elevado a la categoría de Patrón de la patria, con un significado que evoca ideas de cierre y xenofobia.

El apodo de Santiago Matamoros nos remite a su sangrienta intervención en la batalla de Clavijo, en 844, ¡mira qué bien!, contra los sarracenos. Otra frase que le califica, explícita en el himno del Arma de Caballería del Ejército español, es ¡Santiago y cierra España! Esta expresión se asocia al cierre o clausura que define, desde el reinado de Felipe II por lo menos, la política de todo gobierno de la monarquía española. Cierre ante cualquier idea, ante cualquier avance técnico o científico. Clausura ante el pensamiento libre, emancipado de la tutela católica.

Desde que a comienzos del pasado siglo Benedetto Croce propuso la tesis según la cual ‘toda historia es historia del presente’, cada vez son más los historiadores que se suman a ella. Toda sociedad y todo grupo, en cada época, reconstruye su historia, su relato en general, en función de sus intereses en el presente. Su posición social o política en los conflictos actuales proporciona la base de sus investigaciones, la selección de los hechos y su interpretación. El nacionalismo español ha construido la parte esencial de su relato nacional con el cuento de la Reconquista y con Santiago como estandarte contra los ‘otros’ (moros).

Como decíamos, el 25 de julio de 1512, festividad de Santiago, las tropas castellanas conquistaron Pamplona, capital del reino de Navarra, en los primeros días de la invasión del duque de Alba (y el fin de la independencia del Estado vasco).

El simbolismo que supone la pérdida de la capital histórica del reino, Iruñea, no puede ser objeto de festejo alguno, porque expresa una derrota. Pero de la memoria de los vencidos, como dice Walter Benjamín, surge la reivindicación y la lucha por la superación y reparación de las injusticias. Nuestro futuro se puede construir precisamente sobre la memoria, sobre esos mimbres memoriales de los derrotados. Un futuro de libertad y emancipación nacional no se levanta ignorando las injusticias y derrotas anteriores. Buena parte de los conflictos que desde entonces hemos padecido en nuestra tierra tienen su origen, más o menos directo, en la pérdida de soberanía que supuso la conquista del Estado vasco a manos del Imperio español. En 1620 desapareció la Baja Navarra absorbida por la corona francesa.

La fiesta de Santiago, un santo cristiano, violento, racista, matamoros, imperial, reaccionario, no es para celebrar, si no es como ocasión de rechazo. Como signo de rebeldía, reclamación de justicia y pase de página. Es una metáfora ilustrativa de lo que nos ofrece España, y un relato de cómo se ha construido. Una buena ocasión para caer en la cuenta de cuánto nos conviene guardarnos de ella. ¿Fiesta de guardar? En todo caso, de protegernos. Cualquiera tiene un mal día.

Luis María Martinez Garate / Angel Rekalde

08 julio 2019

DEL BURGO, LUZ DE TRENTO

Si algo tiene Jaime Ignacio del Burgo es que nunca te deja indiferente. Responde a ese patrón de la tradición española que se define sin rubor por el ideario de Menéndez Pelayo en su Epílogo a la Historia de los Heterodoxos españoles: “España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad”. Nacional-catolicismo destilado, de 50 grados a la sombra.
La última aparición de este político en ‘el Mundo’ (Una ambición destructiva para Navarra y España, 26-06-2019) nos ofrece una nueva evidencia. Este tipo de personajes fundamenta sus posiciones y argumentos en una suerte de catastrofismo agorero. “Quieren crear la Eurorregión de Euskal Herria”, destaca en negrita. Su discurso es un batiburrillo de calamidades y desgracias que acaecen por culpa de sus adversarios; y es natural que ello les lleve a una justificación (cuando no demanda) de sanciones, castigos, represalias, operaciones de Estado y otras agudezas. El mundo es traidor, y no nos puede temblar la mano cuando está en juego la seguridad de la patria.
Este pensamiento es alarmista por naturaleza. Se nutre de las fábulas de terror y de una literatura desquiciada que han ido fabricando durante años a base de manipulación, retórica e insistencia. Todo es ETA. Los atentados de Madrid son ETA. El ex alcalde de Altsasu es ETA. La canícula de verano y las tormentas de granizo que puedan acaecer en sanfermines también son ETA.
Otra peculiaridad de esta verborrea patriótica es su tono patético, de melodrama. Nada existe en matices, en grados, en escala. Recuerda a los culebrones venezolanos. Todo ocurre a la tremenda. Si ya no me quieres, Amadeo Fernando, el mundo se derrumba. Si Geroa Bai se reúne con el PSN, es que mi amor me traiciona y me apuñala por la espalda. El PSOE está dispuesto a “archivar sus convicciones constitucionalistas”. Si une sus votos a Bildu para elegir a Unai Hualde (¡ex alcalde de Altsasu!) es que va con quien mancilla las calles al grito de “Gora ETA”. Si el cuatripartito ofrece el menor gesto a favor de la lengua vasca, es que impone “el euskara como si fuera oficial en toda Navarra”.
Un aspecto que desconcierta dentro de esta visión apocalíptica, dado su currículo de académico de la Historia, es su argumentación historicista (así, en ese sentido peyorativo del término). En efecto, sorprende su inconsistencia. Primero, porque es imperdonable en una persona que presume de saber historia que confunda la Constitución española de 1812 (la de “¡viva la Pepa!” con la de 1837, que es la que estaba en vigor al final de la guerra carlista, tanto cuando se produjo el ‘abrazo de Bergara’, como cuando se impuso la famosa Ley, que del Burgo llama “paccionada” (agosto de 1841), que significó el desmantelamiento foral de la Alta Navarra.
Pero, más grave aun, en segundo lugar, que califique de logros y bondades los cambios históricos e institucionales que se produjeron en 1515 y 1841 (la ‘incorporación de Navarra a Castilla’ y la desaparición del reino). Como cualquier limpiabotas sabe, ambas fechas se refieren a sendas y graves derrotas de Navarra; nos remiten a situaciones bélicas; ambas circunstancias son de desolación y castigo, de imposición y humillación al vencido en el campo de batalla. Una en la conquista del duque de Alba (1512) y otra la victoria de Espartero (1839).  ¡Hombre! Que nos venda como avance y beneficio lo que fue venganza y despojo de los vencidos, manu militari, es de traca.
En todo caso, al lado de todo este argumentario falaz, embrollado y marrullero, el artículo de JIB se orienta a defender su negocio. Por sentido de Estado, el PSOE tiene que entregar el gobierno de Navarra a los suyos. A Navarra Suma. A UPN, PP y Ciudadanos. Ahí el viejo zorro se nos presenta como protagonista de las alcantarillas del Estado, estratega de sus maniobras, honorable James I. Bond de una lucha contra el imperio del mal, acreedor de servicios a la corona. Por cierto, en ese alarde de autocomplacencia expone su peculiar interpretación de la democracia: “en la democracia española sólo es intangible la unidad de la nación cuya soberanía pertenece al pueblo español”. Por si alguien no lo entiende, todo es discutible menos la unidad de España: eso es impepinable, absoluto, previo a las leyes, a la dignidad humana y al sursum corda.
JIB pertenece a esa casta que configura lo que se ha dado en llamar deep statee, el Estado profundo. No es un partido, ni un lobby, ni una mafia, sino un conglomerado de funcionarios, élites, estructuras de poder, banqueros, que se retroalimentan entre ellos y se cooptan. No dudan en utilizar las cloacas del Estado para guardar sus intereses. En ella se incluyen los medios de prensa que se encargan de retransmitir y amplificar sus fake newsCon ellos la opinión pública flota entre la complacencia del supremacismo español y el somnífero del deporte y la farándula. Ahí, las figuras como JIB obtienen reconocimiento y prebendas.
Así funciona la máquina. Como advierte J.I. Bond, de lo que se trata es de que el gobierno del PSOE atienda a su razón de Estado: entrégame el chiringuito navarro; para los míos; es “Vital para la unidad de España”.