¿Qué es una pandemia? ¿El soplo de Dios, que diría Víctor Hugo de la revolución, para subyugar el orgullo humano por pretender estar a su nivel? ¿Una venganza de la naturaleza ante la soberbia humana de presumir de su control y sometimiento?
El mundo en la modernidad
Cuando acontece una crisis grave e imprevista es difícil calibrar, desde dentro, su alcance e influencia para el futuro de quienes la sufren. Los procesos de mundialización ocurridos desde lo que en los años 60 del pasado siglo se conoció como “Revolución Científico-Técnica”, sobre todo en los campos de la automatización, el cálculo y las comunicaciones, así como la globalización de los procesos de producción, distribución y consumo a través de las compañías transnacionales han construido un mundo mucho más “pequeño”. La información sí, pero también las mercancías físicas son accesibles desde prácticamente cualquier parte de nuestro planeta en un tiempo muy breve. O al menos así lo era hasta la presente crisis provocada por el Covid-19.
Los procesos de globalización se construían por encima de una maquinaria política anticuada, sobre un mundo basado en la Paz de Westfalia (1648) que cerró la conocida en Europa como “Guerra de los Treinta años” (1618-48). El sistema de Westfalia constituía una Europa basada en lo que se irían conociendo, poco a poco, como Estados nación. Estados con fronteras impermeables entre sí y que se suponía albergaban una población homogénea que a lo largo de los siglos XVIII y XIX conformarían las “naciones” en sentido moderno.
Los Estados Unidos de América se independizaron del imperio británico en el siglo XVIII (1776). Los imperios español y portugués en América saltaron por los aires a comienzos del XIX. Como el proyecto de Westfalia no se correspondía con las realidades nacionales europeas, los siglos XIX y XX sufrieron grandes convulsiones para intentar acomodar estados a naciones (o naciones a estados).
Surgieron Alemania e Italia en el XIX. Explotaron los imperios austrohúngaro y turco en el XX, con un florecimiento de nuevos estados tras la gran crisis de la Primera Guerra Mundial (1914-18), fase inicial de un conflicto en dos fases. Al terminar la Segunda, en realidad una prolongación de la anterior (1939-45), llegaron los procesos de descolonización de gran parte de África y Asia que había caído bajo la férula europea a partir del siglo XVIII. El último estallido se produjo con la desaparición de la URSS, heredera del imperio ruso, conocida, al igual que el austrohúngaro, como “cárcel de pueblos”. Todas estas transformaciones provocaron el surgimiento de nuevos estados nacionales. Pero no pusieron en cuestión el paradigma de Westfalia. Los nuevos estados respondían al mismo cliché.
La globalización sacó a la luz muchas de las contradicciones de este modelo. Antes de ella naciones que no habían tenido la oportunidad de tener su Estado ya peleaban por lograrlo. Algunas, como Irlanda, lo lograron tras muchos conflictos, incluso guerras. Otras generaron situaciones de conflicto permanente, larvado o activo, con mayor o menor nivel de violencia física.
La globalización puso de manifiesto otro tipo de contradicciones diferentes de las que ya crujían desde Westfalia. Se crearon acuerdos transnacionales de comercio como la EFTA, o asociaciones comerciales en América del Norte y Sudamérica y, principalmente, la Unión Europea. Todas ellas intentaban roer la soberanía absoluta detentada, en este modelo, por los estados. Pero el viejo paradigma se resistía a morir. Los estados habían generado una estructura de cohesión interna muy potente, al margen y en contra de las clases populares, sobre todo las de las naciones sometidas. Dicha estructura estaba basada en el apoyo de las clases detentadoras de poder económico, en las élites burocráticas cooptadas de la administración pública, en las fuerzas armadas en el caso de algunas dictaduras en el caso latinoamericano y, sobre todo, en el de su maestra y antigua potencia colonial: España.
El entramado de intereses que soportaba el Estado nación constituía una coraza de autodefensa y de cierre ante unos procesos que se les podían ir de las manos. El arma ideológica que permitía a estos estados la cohesión y clausura interna era el nacionalismo. Nacionalismo expreso como tal en muchos casos (Francia, España, América por ejemplo), banal en otros (Alemania, Países Nórdicos, etc.).
El hachazo de la pandemia
La presente crisis ha venido entre, otras cuestiones, en socorro de los protagonistas de Westfalia: los estados. Cuando parecía con apremio que este modelo de organización política nivel mundial hacía aguas, ha llegado Covid-19 en su rescate. Es evidente que Covid-19 tiene aparejadas otras muchas connotaciones. Pero ésta, el cierre de los Estado nación -su nueva consolidación- con el nacionalismo gran nacional aparejado, es una de las más importantes.
Además la crisis desatada por Covid-19 ha destapado la caja de los truenos de estados como el español dando rienda suelta a sus tendencias autoritarias, militaristas, unionistas, imperialistas, totalitarias en suma, arraigadas desde la crisis colonial del XIX y consolidadas mediante la guerra de 1936-39 y el fascismo consecuente. Westfalia ha vuelto. La pregunta sería: ¿para quedarse por largo tiempo?
Respuestas políticas ante la pandemia
Ante el desencadenamiento de una crisis de alcance mundial por Covid-19 hay plantear dos cuestiones importantes: la diferencia en cómo se afronta la pandemia según países, en primer lugar, y los resultados que obtienen para frenar su expansión y los fallecimientos derivados, en segundo.
La primera cuestión tiene a su vez dos variantes muy importantes de las que, además, dependen los logros antes citados.
Muchas veces, en la jerga común, cuando se habla de países en realidad se está hablando de estados. Un atributo fundamental del Estado es la soberanía en el interior de sus fronteras. Ante una crisis como la presente la primera reflexión necesaria es constatar la vacuidad de las promesas que se nos hicieron con relación a la pérdida de soberanía de los estados. Mucho se ha hablado en los últimos tiempos sobre la “cesión” de soberanía hacia espacios infraestatales (regiones, naciones sin estado, estados federados, etc.) y también hacia espacios supraestatales (Comunidad Europea principalmente en nuestro caso). La realidad del coronavirus ha reavivado el espacio estatal como el lugar privilegiado de control y toma de decisiones.
En esta línea, Josep Ramoneda, en un artículo reciente (ARA 2020/04/14), afirmaba:
Al final, los que han parado de repente un mundo superacelerado han sido los estados nación. Y el lunes el presidente Macron dio toda la solemnidad a este retorno. ¿Por qué, ahora, los estados nación, cuando buena parte de los problemas han venido como consecuencia de su pérdida de capacidad para poner límites a las dinámicas incontroladas de los mercados y de las finanzas? Pues, precisamente porque a la hora de parar todo se ha visto que siguen siendo los únicos que tienen herramientas para hacerlo.
La primera idea que se puede extraer de la reflexión de Ramoneda es que, en realidad y en el fondo, los estados nación no habían perdido su poder. A regañadientes habían cedido parcelas por arriba y por abajo. Pero tenían un as en la manga. Y ante la crisis lo han sacado. Y, por ahora, con éxito.
Esta característica es, en mayor o menor medida, común a todos los estados. Se resisten con uñas y dientes a ceder soberanía a instancias superiores a ellos. Incluso cuando la coyuntura de bonanza propició la creación de la Unión Europea, las resistencias fueron fuertes. Algunos, como el Estado español, hicieron de la necesidad virtud y se apuntaron para obtener sus réditos de los fondos comunitarios.
Cuando se produjo el intento de elaborar una “constitución europea” el resultado fue muy claro. El Estado francés y Holanda votaron en referéndum y lo hicieron en contra. En el español se hizo desde el Parlamento.
En el mismo sentido, Josep Gifreu en El Punt-Avui (2020/04/16) decía:
(La crisis) actual ha puesto de manifiesto la centralidad (todavía) de los estados nacionales. Es una crisis planetaria, sí, pero gestionada por los gobiernos “nacionales”. Hay un tipo de control imprescindible en situaciones de emergencia: el control de la información/desinformación.
Partiendo de esta situación se constata la existencia de diversos grados de democracia en los estados. Hay estados férreamente unitarios que, además en el caso español, manifiestan pavor por la democracia. Otros, también unitarios como el francés, guardan las formas de modo más correcto. En ambos casos estamos hablando de estados multinacionales que no reconocen la existencia de unas naciones subordinadas a su férula, lo que no quiere decir que no sigan existiendo y que tengan sus propios problemas. Pero donde antes decían “café para todos”, ahora proclaman “virus para todos”. En ambos casos los problemas se agravan por un tratamiento uniforme de problemáticas distintas y esparcen el problema con mucho menos control.
Todo lo anterior debe ser tenido en cuenta a la hora de analizar las reacciones de los diversos entes políticos y sociales ante la crisis. Es evidente que la actuación de un Estado mononacional como el portugués o uno realmente federal como el alemán, tendrán muchas más facilidades para organizar una actuación coordinada, responsable y, por lo mismo, eficaz de su sociedad, que estados unitarios como el francés o unitarios y autoritarios como el español, donde, a pesar de las pretensiones del ‘mando único’, el caos de gestión, y el virus, campan a sus anchas.
Así, Aleix Sarri dice en Nació Digital (2020/04/20):
Como se ve comparando con el número de muertes (en Cataluña) de otras pequeñas, pero independientes, naciones de Europa, la falta de soberanía, se paga muy cara.
Comparando dos estados de la UE, grandes y vecinos, el periodista Lluis Foix dice en La Vanguardia (2020/04/23):
El editorial (de Le Monde) del día 20 decía que los efectos del coronavirus a los dos lados del Rin revelan un abismo. Sanitario en primer lugar si se comparan los casi 20.000 muertos en Francia (65 millones de habitantes) con los 4.500 en Alemania (83 millones). Y político en segundo lugar si se tiene en cuenta que un 60% de los alemanes confían en su Gobierno mientras que en Francia la confianza se reduce a un 34%.
Incluso Grecia, otro Estado básicamente mononacional, parece que ha gestionado mejor, con más éxito, la crisis de la pandemia. También lo ha hecho Portugal a pesar de los más de 1.200 Km. de frontera que lo separan del Estado español.
Corea del Sur y Taiwan han conseguido un considerable éxito basado sobre todo en el control de las personas a través de test generalizados y amplias medidas de tomas de temperatura, etc. Espectacular es también el caso de Vietnam, con un pobre sistema sanitario y que, mediante el control férreo de fronteras con China y cuarentenas estrictas a los procedentes de otros lugares del planeta, ha conseguido evitar muertes.
En todos los casos queda de manifiesto que la gestión de estados pequeños y uninacionales o de algunos grandes, pero realmente federales, se enfrenta a la crisis provocada por la pandemia de forma mucho más eficaz y democrática.
En este sentido son significativas de una situación de minoración y acomplejamiento las declaraciones del Presidente del Parlamento catalán Roger Torrent. A una pregunta de un periodista:
¿Que si una Cataluña independiente habría combatido mejor el coronavirus? Lo último que pide esta crisis son planteamientos nacionalistas y los independentistas tenemos que alejarnos de discursos que tienen connotaciones nacionalistas.
Todo lo expuesto anteriormente facilitaba una respuesta, no sé si afirmativa o negativa –creo que afirmativa- pero en ningún caso ese intento de “cambiar el tema”, cuando si alguien se ha caracterizado por un exacerbado nacionalismo y absorción total de competencias ha sido, precisamente, el Estado español. Y no precisamente con gran éxito.
Otro asunto del que se ha hablado también es que parece que los estados que mejor han manejado la crisis han sido los gobernados por mujeres. Lo interesante del asunto es que excluyendo Alemania, un Estado grande pero que es, precisamente, federal, el resto son estados pequeños o medianos. Puede que ambos factores tengan una cierta correlación entre sí, pero, en todo caso, muestra que los estados grandes, unitarios, plurinacionales que no reconocen las naciones sometidas, son los que lo han gestionado peor.
Caso español
La gestión llevada a cabo por el Estado español se inscribe en la tendencia general tras el comienzo de la crisis con la declaración de pandemia por la OMS, pero agravada por las características propias del mismo. Están presentes las tendencias generales entre las que sobresalen, por un lado, la citada resurrección de los aparatos de coerción de los estados nación clásicos en detrimento de las recientes cesiones de atributos a entidades supraestatales (UE) o infra, tipo regiones, etc., y por otro, las ideológicas como el autoritarismo y los sistemas de vigilancia social y de autocontrol, pero sobre todo el nacionalismo asociado tradicionalmente a los mismos.
En Australia (1) se ha hecho un estudio para evaluar el liderazgo que ha demostrado cada Estado para responder a una enfermedad infecciosa global, y cómo está de preparado para otra pandemia. En lo alto de la lista, como mejor liderazgo y respuesta, tenemos a Nueva Zelanda seguida por Singapore, Islandia, Australia, Finlandia, Noruega, Canadá, etcétera, hasta llegar al país más abajo de una lista de 95 países: España.
El caso español es el que más nos atañe, ya que la parte más importante de nuestra nación, tanto desde el punto de vista territorial como humano, está bajo su dominio. El Estado español es multinacional en su realidad profunda, pero en su práctica política se comporta como mononacional a través del supremacismo nacional que le dio origen: el castellano. Hasta el punto de denominar “España” a todas las naciones que dominó históricamente Castilla. Y asimilarlas lingüística, cultural y políticamente a su modelo.
Como ha explicado con mucha claridad recientemente el profesor Pérez Royo (ARA 2020/04/16)
…(Hay una) diferencia insalvable entre el Estado de las autonomías y el Estado federal. Este último es resultado de una manifestación de voluntad constituyente del titular de la soberanía en la que el componente territorial entra como un momento esencial. La legitimidad democrática y la descentralización política son inseparables.
En el Estado de las autonomías, por el contrario, el momento territorial no está incluido en el principio de legitimidad democrática que se objetiva en la Constitución. La legitimidad democrática en el Estado federal es una legitimidad “compuesta”. En el Estado de las autonomías no lo es. De aquí que el Estado de las autonomías, definido por el Tribunal Constitucional como un “Estado compuesto”, lo sea en su funcionamiento, pero no en su definición. Es un Estado “legalmente” compuesto, pero no “constitucionalmente” compuesto. Tiene, podríamos decir, una legitimidad “de ejercicio”, pero no una legitimidad “de origen”.
En los momentos de crisis esta ausencia de legitimidad de origen se nota. El Estado de las autonomías reacciona como si fuera un Estado unitario, que debe “ajustar” a continuación la respuesta que da a la crisis con las unidades territoriales.
En algún momento España tendrá que hacer frente en sede constituyente a su diversidad territorial. La verdad a medias del Estado de las autonomías ya ha dado de sí todo lo que podía dar.
Es decir que en su funcionamiento de hecho el Estado español se muestra como mononacional y unitario, con especial énfasis en las tendencia militaristas y autoritarias propias de su cultura política.
Una de las razones del comportamiento del Estado español es precisamente el tratar de evitar que la gestión de la crisis pudiera llevarse a cabo desde diversos modelos territoriales. Modelos no adecuados a la cultura social y política de España. Modelos mucho más cercanos a la realidad concreta de los ciudadanos. Modelos, en suma, más democráticos. Y que no pudiera haber lugar a comparaciones.
En esta ocasión el llamado “Régimen del 78” ha mostrado su cara más hosca. Su expresión se ha manifestado en sus ruedas de prensa. Simbolismo militar: figuras cuarteleras: Ejército, Guardia Civil, Policía Nacional. Lenguaje empleado: guerra, derrota del enemigo, los ciudadanos como soldados. Símbolos utilizados: bandera española. Y, evidentemente, “la autoridad competente”.
El corrupto sistema de partidos y sindicatos que viven de las subvenciones del propio Estado ha manifestado las tendencias cainitas endémicas que provocan cualquier tipo de juego sucio, zancadilla, golpe para destruir al contrario. Su único objetivo común es mantener a toda costa la “unidad de España”. Todo ello aunque sea a costa de la salud y de la vida de los ciudadanos a los que en teoría deberían defender.
Respuesta catalana
Las tensiones con Cataluña es fácil que sean producto no sólo de una sociedad diferente, sino consecuencia de todos los agravios que provocaron la revolución del ‘Procés’, incluyendo todos los posteriores agravios y humillaciones que desde los poderes del Estado se les han infligido. El Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, sí pero también todo el poder manipulador de los medios de comunicación (TV’s, emisoras de radio, prensa…) y la permanente generación de ‘fake news’ de confusión y confrontación en las redes sociales.
Cataluña presenta una fuerte resistencia teórica, expresada en sus medios de comunicación independientes sobre todo en la prensa diaria y revistas, tanto digitales como escritas, en donde se expresan opiniones y reflexiones de gran valor teórico. En cuanto a la reacción popular, esta crisis en Cataluña no ha manifestado la potencia social expresada a partir de las consultas de 2009, con todo tipo de manifestaciones (Diadas), desconocidas hasta entonces en el mundo, mantenidas a lo largo de los años hasta el referéndum prohibido perseguido, apaleado y judicializado del 1 de octubre de 2017, pero se ha comportado como sujeto político distinto. La actitud general de sus instituciones autonómicas, sin llegar a ser un modelo, también ha contribuido a esta relativa independencia en la respuesta.
Las medidas adoptadas por el gobierno del Estado español han sido escasas y, en muchos casos, desacertadas o tardías. Cataluña ha tenido capacidad para expresar su personalidad con un enfrentamiento bastante fuerte con las medidas adoptadas por el mismo. No ha sido una reacción exclusiva del ‘govern’ presidido por Quim Torra, sino de la sociedad que ha marcado su impronta ante la ofensiva unitarista de forma bastante clara.
Respuesta vasconavarra
Nosotros, tras bastantes años de penuria en lo referente a una oposición efectiva al régimen y de graves carencias de expresión como nación distinta, completamente diluida, nos hemos comportado de modo muy semejante a como nos perciben ellos, los españoles. Buenos chicos que se adaptan y amoldan a nuestros dictados. La definición más aproximada de la respuesta vasconavarra sería “seguidismo”. Con un sesgo “productivista” más acentuado en la CAV.
En el caso de nuestro país no se ha producido tipo alguno de protesta, reivindicación o insumisión ante las medidas adoptadas por el gobierno de Estado español. Esto es un indicativo claro de la falta de independencia de criterio ante decisiones no sólo criticables sino criticadas desde muchos ámbitos.
El hecho de la partición territorial administrativa de la parte peninsular de nuestra nación colabora de forma importante a la carencia de instituciones comunes, a la falta de liderazgo político y de las “autoridades autonómicas”, a diferencia del Principado de Cataluña. Los partidos políticos han hecho seguidismo unos de otros (Izquierda Abertzale de Pnv y PsoE y todos del gobierno de Madrid).
En la prensa digital o escrita las posiciones críticas lo son en su mayor parte en contra de la gestión sanitaria y, en muy pequeña medida, contra el conjunto de medidas de control social y político que se están imponiendo de modo irreversible de no mediar una oposición social y política fuertes. Es un modelo calcado del español, es su forma de oposición. Muy tibia, acomplejada además, ya que en el Gobierno español están las “izquierdas”.
Sí se muestran iniciativas solidarias a la hora de fabricar respiradores o mascarillas. Son iniciativas “productivas”, no de respuesta social (nacional) ante la avalancha próxima de control y represión, que ya está entre nosotros desde la declaración del estado de emergencia. No se perciben respuestas creativas y espontáneas, tan presentes en otras crisis. Por lo menos distintas de la surgidas en el resto del Estado español.
La actitud social frente a una pandemia de estas características construye relato. Cualquiera que sea la respuesta a una crisis de este nivel está condicionada por la autopercepción de la sociedad que la padece pero, sobre todo, genera relato sobre sí misma. Dejarse llevar por el rebaño construye un relato de obediencia acrítica.
Conclusiones
Como conclusión de estas reflexiones: una pandemia, aquí y ahora, no es sólo “una enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región” (RAE), ni sólo una “plaga bíblica”; es sobre todo un experimento social en primera persona y de gran magnitud, provocado por quienes controlan los aparatos de creación y reproducción de poder (y, por lo mismo, de sometimiento de la población). En la crisis actual lo que está en prueba es la capacidad de resistencia de las diversas sociedades ante un modelo que conlleva un aumento todavía mayor de autarquía, estatismo, control y sometimiento. Cada pueblo tiene su propia cultura social y política y su respuesta a esta crisis será mediada por ella, además de por todos los factores de su entorno. Pero la respuesta que dé la remodelará de modo importante y pasará formar parte de su relato como nación. Para bien o para mal.
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