En la teoría de grafos funciona el famoso "teorema de los cuatro colores". Existe también la "conjetura de los tres colores". En ambos casos se trata de dilucidar cuántos tonos, como mínimo, son necesarios para colorear cualquier mapa de manera que todas las zonas contiguas (pero no que coincidan en un solo punto) tengan un color diferente. El teorema lo es porque ha sido demostrado. En cambio la conjetura espera ser refutada. Este teorema tuvo su origen precisamente en los mapas geográficos.
Tras las pasadas elecciones del 26 de junio, al Estado español le bastan dos colores: el azul y el morado. Ya no hacen falta tonos enrevesados para distinguir las "peculiaridades autonómicas", siempre incómodas. Con estos resultados la España eterna, la de charanga y pandereta, la de Frascuelo y María, la picaresca y el esperpento, viste de azul. ¡Feliz signo cromático! De morado van, en cambio, los que antes lucían aquellos colores autonómicos.
¿Qué ha sucedido? En primer lugar, que en política no existen los espacios vacíos. Mientras en Cataluña el Proces hacia la independencia ha avanzado con una cierta coherencia estratégica, con la unidad de la sociedad civil y los partidos políticos, el mapa seguía diferenciado. Las manifestaciones de las Diadas de 2012 a 2015, las votaciones populares iniciadas en Arenys de Munt en 2009, el referéndum del 9 de noviembre de 2014, las elecciones plebiscitarias de septiembre de 2015... marcaban un sendero nítido, estratégico. La zarabanda posterior ha dado sus frutos y una parte de su espacio ha sido ocupado por fuerzas electorales que, no sólo responden a otros intereses, sino que son directamente opuestos al Proces. Que actúan para desplazarlo. Los catalanes han sufrido el embate a través de la victoria electoral de Catalunya si es Pot (conglomerado de Podemos con ICV y otros sectores de la seudoprogresía hispana). Esta interferencia debe suponer para las fuerzas catalanas una profunda reflexión y una revisión de su hoja de ruta hacia la independencia.
Nuestra situación resulta todavía más lamentable. En Cataluña se trabaja un proceso iniciado y encarrilado. Con problemas, por supuesto, pero en marcha. Entre nosotros no existe nada. Tenemos un discurso vacío, o mejor un no-discurso. Se terminaron las épocas del tremendismo y, ante el cambio de ciclo propiciado por el fin de la actividad armada, la falta de definición, la incapacidad de enunciar un discurso, la ausencia en suma de un relato propio, que es lo constitutivo de una nación, nos ha llevado a disputar por el espacio de "izquierda". Como si ahí estuviera el meollo del conflicto. En ese terreno, pronto se ha impuesto la competencia española con todos los medios (televisión, prensa, redes sociales, etc.) a su favor. El resultado es que nuestro mapa cromático se asemeja -casi- al catalán y se diferencia apenas del resto del Estado español (pero, también, en colores españoles).
En el momento en que la situación europea e internacional propician un panorama proclive a la independencia, y el Estado español la bloquea como puede, parecía (y parece) el momento de trabajar por un proceso propio hacia la independencia.
La apuesta estratégica de nuestro procés debe tener capacidad de movilizar la sociedad civil. No olvidemos que, como decía Joan M. Tresserras hace pocos días, la independencia y la posibilidad de construir un nuevo Estado, es el proyecto de transformación política y social más radical y poderoso para las clases trabajadoras.
Los actuales partidos cargan con inercias (ventajas económicas, discursos pasados, comodidad, seguidismo) que serán en un principio una rémora. Es lo que pasó en Cataluña. Al final se apuntan al carro. Pero hay que arrastrarlos.
Nuestro problema es que la mayoría de lo que se llaman "movimientos sociales" tienen por detrás alguno de los partidos con toda la carga de instrumentalización que les frena. La victoria de Podemos en la CAV y su buen resultado en la CFN, marginando por completo a las fuerzas abertzales, indica que no se han establecido unas líneas de alcance estratégico. Es necesario un relato propio, asumido con energía y sin complejos. Tampoco aquí hay "tierras de nadie". En el presente estamos aceptando un relato (muy social y progre) que nos niega como sujeto. Por añadidura, hay bastante gente que piensa que la victoria vendrá de una bienpensante "unidad". Pero no está claro quiénes deben unirse, ni para qué. Una "unidad" sin contenido estratégico está condenada de antemano al fracaso.
Pretender competir con el gauchismo español con un discurso "más a la izquierda", cuando sabemos que todas estas posiciones no van más allá de la verborrea, de la mera retórica, es algo abocado a la derrota. Pretender seguir jugando a ser una "pieza clave" para la "gobernabilidad de España" es jugar un juego de perdedores y recibir la patada en cierto lugar cuando sus intereses de Estado se sobrepongan a los coyunturales de las disputas partidistas.
La única vía con visos de prosperar ha de tener un soporte directo en la sociedad civil organizada con ese fin. Sin interferencias partidistas. Así lo hicieron, y esperemos que sigan haciéndolo, en Cataluña. No podemos ni debemos imitarles, pero hemos de encontrar nuestra propia vía a la independencia. Algo que hoy por hoy no se enuncia. Para eso, hacia ese objetivo, debemos poner en marcha toda nuestra fuerza social. No sería malo aprovechar la crisis previsible que generaría un próxima independencia catalana.
En este camino (siempre que nos definamos en términos de relato propio, autoestima, estrategia) podemos ganar a todo el mundo y en cualquier campo, incluso en el de las elecciones, a pesar de los sesgos y marcas del régimen español. Pero, sobre todo, vencer en la constitución de nuestra vía a la independencia. Hay que cambiar los mapas. Sacarles los colores.
Angel Rekalde / Luis María Martínez Garate
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