Si
hoy algún fantasma recorre nuestro mundo, es el fantasma de la identidad. Para
desautorizar, desde el punto de vista político, a una persona o grupo, se
utiliza con frecuencia el epíteto de ‘identitario’. En un folleto, bajo el
título ‘Identitatea, democrazia, ongizatea....
Vías agotadas y nuevas perspectivas para la soberanía nacional’*, se puede
leer, extraído de un texto de Raul Zelik (1), escritor, politólogo alemán y
unos de los mentores de Podemos: “Los
discursos identitarios en Euskal Herria, ¿no son reaccionarios?” El texto,
bastante largo, termina: “Euskal Herria
no existe en sí, la componen las personas que participan en ese proyecto”.
En
el mismo folleto, pero centrado en Cataluña, aparece un texto de Quim Arrufat
(2), una de las personas con mayor peso en la CUP: “la finalidad última no consiste en reafirmar una historia, una lengua,
etcétera”.
Ambos
casos ofrecen una concepción simplista, estática, de línea escolástica, de un
concepto tan actual y activo en nuestra época como es el de identidad. En ambos textos se describe
la argumentación del contrario tal
como les gustaría que fuera, no como es, y esa es una manera reduccionista de presentar
los debates. Entienden la identidad
como una foto fija, algo estático, petrificado, que pretende preservar el
pasado, una forma de ser de validez intemporal. La identidad es una categoría que define al sujeto, al ‘mismo’ sujeto,
que asegura su continuidad aun cuando ese sujeto cambie, evolucione, envejezca,
etc. Pensemos en un nombre o un certificado de propiedad, que deben referirse
al ‘mismo’ sujeto, aunque el individuo sufra distintos avatares; esa referencia
es la identidad. La identidad, pues, cuando no se banaliza el concepto, es algo
que se construye permanentemente en los conflictos y situaciones de cada día,
pero que define una continuidad. Que retiene unas raíces que lo constituyen –lengua,
cultura, estructura social, paisaje, organización del trabajo, folklore, etc.-
y es un elemento fundamental de la cohesión del sujeto. De la cohesión social
(en el caso social). La id-entidad (la
misma entidad) es el soporte de esa continuidad del sujeto, de su memoria, sea
individual o social, y esa memoria y continuidad es el factor fundamental para
proyectar el futuro. Sin proyecto no hay futuro, ni individual ni social.
Obviamente
existen identidades, y nadie las discute: identidad estatal (italiano, francés,
danés…), sexual, de género, profesional (médico, obrera…). La que se cuestiona
es la nacional. Es decir, el engaño es que, aunque se discute la ‘identidad
nacional’, es lo nacional lo que se pone en solfa, lo que no se quiere
reconocer, y no la identidad como tal.
Zelik
simplifica hasta un punto grotesco el conflicto identitario. Lo despacha con el
calificativo zahiriente de “reaccionario”. Trata de dar “una de cal y otra de
arena” al plantear que el discurso
identitario (vasco) no
ha sido excluyente con las identidades sociales, culturales y sexuales. Sería interesante saber qué entiende
Zelik por identidad social, cuando la
primera y más importante identidad social es, precisamente, la de la
pertenencia nacional. Banaliza el
conflicto subyacente al reducirlo a la cuestión lingüística. En suma, hace una
caricatura para denostarlo con más facilidad.
Arrufat
simplemente desprecia lo que representa un elemento constitutivo de las sociedades,
olvidando que su hueco será ocupado por el de las naciones dominantes. Quim Arrufat,
además, demuestra un profundo nivel de idealismo al mantener que “la finalidad es construir una realidad
soberana que a la postre se pueda federar con otras realidades soberanas”. ¡Aterrice,
señor Arrufat! ¿Qué son esas ‘realidades soberanas’ sino estados o naciones que
aspiran a tenerlo? El único modo de lograrlo es que cada nación sometida,
consciente de sí misma y con aspiración a ser sujeto a nivel internacional, construya
su relato, basado en la memoria (de los vencidos, de los sometidos, como diría
W. Benjamin) y que le permita constituirse como tal.
En
el mundo actual “hecho de naciones” (Joan F. Mira), pero también de estados, no
hay tierras de nadie. Los estados son los más feroces forjadores de identidad. Defienden la de su nación,
como en los casos de España y Francia, y
tratan de exportarla, mediante la imposición de su memoria, a las naciones que someten. De esta manera, con la
sustitución memorial, pretenden lograr una asimilación identitaria. Si una
colectividad no tiene fuerza, capacidad, para construir su propio relato, el
que constituye su nación, acabará
aceptando como propio el de quien le domina. Es falso que la identidad no tenga
valor. Para quienes dominan e imponen la suya, es muy claro que sí lo tiene. Lo
que le falta, para rematar su tarea, es convencer al dominado de que la suya es
irrelevante y la puede olvidar. Y en esas estamos.
*
‘Identitatea, democrazia, ongizatea.... Vías
agotadas y nuevas perspectivas para la soberanía nacional’. Instituto ‘Manu
Robles Arangiz’, mayo de 2016.
(1)
Texto de Raul Zelik: Los discursos
identitarios en Euskal Herria ¿no son reaccionarios? Las identidades humanas
son construcciones. No “somos”, “Nos hacemos” a nosotras mismas. De todas
formas, el nacionalismo vasco de izquierdas, en mi opinión, siempre ha estado
abierto para atraer a la gente y para transformarse. No defiende la sociedad de
hace 100 años y está abierto a que la gente construya nuevas identidades, La
emancipación humana y social consiste también en ser capaces de descubrir de
nuevo quiénes somos. Un discurso identitario, sustentado en que hay que proteger
una identidad existente, se vuelve reaccionario, porque excluye a las personas
que no participan en él. El nacionalismo vasco no es un ejemplo típico, ya que
ha tenido practicas trans-identitarias, aunque el discurso identitario siga
ahí. No ha sido excluyente con las identidades sociales, culturales y sexuales.
Pero el riesgo no desaparece. Tengo la duda de si Euskal Herria, en sí, existe:
en estos momentos es fruto de una construcción, una construcción que parte del
idioma. Una construcción vieja, es verdad, pero que se renueva y reinventa
continuamente. Euskal Herria no existe en sí, la componen las personas que
participan en ese proyecto.
(2)
Texto de Quim Arrufat: …Y obviamente lo
hacemos en Catalunya porque responde a una historia y una base cultural
concreta que lo articula, pero la finalidad última no consiste en reafirmar una
historia, una lengua, etcétera, no, la finalidad es construir una realidad
soberana que a la postre se pueda federar con otras realidades soberanas. Y
esto en contraposición a la concepción conservadora y nacionalista que ha hecho
Convergencia.
Luis Mª Martínez Garate / Angel Rekalde
No hay comentarios:
Publicar un comentario