La bandera nacional representa el poder político por medio del cual la
nación se convierte en actor soberano en su territorio y para el resto de
naciones. La bandera preside los rituales que actúan como instrumentos de
socialización y también como instrumentos de poder para orientar la conducta.
Funciona por adhesión emocional, asociada a menudo al himno, al margen de
cualquier interpretación o análisis.
Albert Balcells
Si
hay algún símbolo que conmueve la sensibilidad de las personas es la bandera de
la nación a la que pertenecen. La emotividad que provoca su presencia es muy
fuerte. Los lazos de solidaridad que expresa y remueve son profundos. Como dice
Albert Balcells, el símbolo que enuncia con más claridad la presencia de una
nación es su bandera. Por eso los estados hacen valer la suya en los eventos en
que participan: congresos, espectáculos, o compiten, como, por ejemplo, en el
deporte. Como decía El País, “Esta vez
sí. Esta vez Rafa Nadal será el abanderado español en la ceremonia de
inauguración de los Juegos de Río el próximo 5 de agosto. El campeón olímpico
de Pekín 2008 ya había sido elegido para los Juegos de Londres 2012, pero debió
renunciar por lesión. ‘El deporte español se lo debe’”.
Es
chocante, en este sentido, observar cómo cada cierto tiempo despunta y se
recrudece la llamada guerra de las banderas. En nuestro país, sin ir más lejos,
además de otras controversias tenemos un conflicto entre dos enseñas que son
nuestras. Sufrimos la oposición entre dos elementos simbólicos que nos
constituyen y afirman, que nos representan. En una misma población, unos se
envuelven en la ikurriña, y otros se reconocen
en la navarra, y encima, en ocasiones, unos y otros se enfrentan y enfadan.
A
favor de la ikurriña se defiende,
sobre todo, su papel como elemento de resistencia frente al fascismo y signo de
la persecución del pueblo vasco por el régimen de Franco. También se insiste en
su diseño o invento por los hermanos Arana Goiri para representar al conjunto
del Zazpiak Bat, expresión más genuina, dicen, del hecho nacional vasco. Los
sufrimientos padecidos que representa la ikurriña
no se discuten y su valor afectivo es enorme.
Sin
embargo, la máxima institución política que puede tener una nación es su
Estado. El Estado expresa la soberanía de un pueblo (el reconocimiento, la
existencia oficial, los instrumentos económicos, jurídicos, territoriales y de
toda naturaleza para ser y desarrollarse en libertad) y lo constituye en sujeto
político a nivel internacional. Las naciones con Estado normalmente tienen
definido su símbolo nacional y existe un consenso generalizado para aceptarlo
como tal. Esto nos lleva a una realidad incontestable, y es que en el caso
vasco el único Estado que podemos calificar como propio, no ajeno, ocupante o
dominante, es el de Navarra. Y Navarra tiene una bandera (como otros símbolos
políticos: capitalidad, himno, etc.), también significada por una emotividad y
una adhesión muy extendidas.
Cuando
se plantea la polémica, al menos en términos argumentales, para no caer en el
desgaste de los enfrentamientos que nos disgregan, hay que saber valorar lo que
cada símbolo significa; porque eso será lo que vamos a utilizar con ese signo;
y eso también lo que podemos perder si lo desdeñamos, o regalar al adversario
que se sentirá encantado de arrebatarnos instrumentos de identidad y acción política.
De
esta manera, la ikurriña se vincula a
una determinada época (muy reciente, un siglo es un período muy breve en la
historia de una colectividad), a la reivindicación vasquista, a la lengua y la
resistencia antifranquista. Dolor, lucha, persecuciones… Es un bagaje reactivo,
emotivo a corto plazo, pero con poca proyección societaria.
Por
otra parte, la bandera navarra se vincula a una memoria de largo recorrido, a
un Estado que creó instituciones y realidades de solera (independencia, fueros,
hitos memorables, formas de vida, cultura, castillos, patrimonio de toda índole…).
A veces se nos olvida que detrás de estas palabras emerge una cadena de raíces
que nos confiere un suelo común, vivencial, familiar, de intereses, de trabajo,
de lengua (sí; también la lingua
navarrorum, aunque casi extirpada del uso cotidiano, pertenece a la memoria
de la bandera navarra).
En
efecto, hay que entender que un Estado como Navarra, al margen de que fuera
reino, anarquía medieval o quimera shakesperiana, representa la vida real, la
cotidiana, la organizada. Por poner un ejemplo, el sociolingüista Koldo Zuazo
ha definido la hipótesis de una lengua vasca unificada –un euskera koiné-, por la mera lógica de un poder
político en Pamplona, con la dinámica comercial, productiva, de comunicación que
conlleva. Es decir, un elemento tan identitario y característico como la lengua
se determina por la naturalidad que acompaña a la existencia del Estado. En la
normalidad del reino de Navarra, sin pretensiones lingüísticas ni retóricas
ajenas a aquella época, el euskera se normalizó; se unificó; se convirtió en la
base cultural, técnica, lingüística... de toda la colectividad. Es lo que hace
tener un Estado: que la convivencia y la sociedad se realizan, en el doble
sentido de constituirse y ser real.
Del
bagaje reactivo que decíamos de la ikurriña,
pasamos a un capital político de una cualidad infinitamente superior. De seña
de protesta y lucha a elemento simbólico de trabajo, territorio, construcción
jurídica, de grandes personajes, obras, vida…
En
cuanto a su proyección ante el mundo, ¿qué podemos decir en el plano del
reconocimiento internacional? No es lo mismo que nos saquemos una bandera de la
chistera y digamos: “aquí estamos porque nos da la gana”; porque nosotros
desafiamos al Estado que nos violenta… O que nosotros levantemos una bandera
que representa una existencia internacional, aunque sea rota, conquistada, y
que expongamos que ahí está la base de la violencia. De un problema de orden
público, una cuestión de orden interno (de los Estados actuales, que son el
sujeto del presente), pasamos a la definición de un conflicto internacional.
La
ikurriña también es nuestra, y no hay
que abandonarla, porque su energía es nuestra; además, enseguida sería
apropiada y utilizada para dividirnos. Pero no olvidemos que Navarra expresa la
máxima jerarquía política lograda por el pueblo vasco a lo largo de su existencia.
Sus símbolos, bandera, escudo, himno, etc., significan la plenitud política de
nuestra nación. Cualquier otro símbolo para representarlo en su conjunto, desde
el punto de vista de su dimensión política, será siempre de inferior categoría.
Angel Rekalde / Luis María Martínez Garate
NOTICIAS DE NAVARRA 2016/05/02
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