El
3 de marzo de 1513 dieron comienzo las primeras Cortes del reino convocadas tras
la conquista y ocupación iniciada en julio del año anterior. Estas Cortes duraron
hasta el día 24 del mismo mes y año. La situación del reino en aquel momento se
podía calificar de cualquier forma menos de normal. La práctica totalidad de
personas opuestas a la invasión con derecho a participar en las mismas,
agramonteses fundamentalmente, habían tenido que huir y se encontraban fuera
del reino, exiliados. Los que asistieron fueron, por lo mismo, casi todos beamonteses.
De ahí procede el que esta convocatoria haya sido conocida históricamente como
“Cortes beamontesas”.
Para
ratificar lo dicho, en su trabajo “Breve historia de la invasión de Navarra, (1512-1530)”,
Pedro Esarte afirma:
“… La
composición de estas Cortes fue fraudulenta, puesto que la mayor parte de los
nobles fieles no participaron y el estamento de los caballeros se constituyó
exclusivamente con los que juraron al nuevo rey. El tercer estamento, lo
componía el brazo eclesiástico, igualmente amañado. En representación del
Obispado de Pamplona asistió Joanes Paulus Oliverius, con el título de vicario
de nuevo nombramiento, hecho que no fue aceptado por el cabildo catedralicio.
Como titulares de monasterios sólo asistieron dos al juramento de las Cortes:
fray Belenguer Sanz de Berrozpe, prior de la Orden de Jerusalén, y fray Miguel
de Leache, abad de Leire. La legitimidad de estas Cortes fue, pues, nula de
pleno derecho”.
El
virrey alcaide de los Donceles en nombre de Fernando el Católico, hizo público
un perdón general, por el que se autorizaba a regresar a sus casas a todos
aquellos exiliados que jurasen obediencia
perpetua al nuevo monarca. En nombre de Fernando y en su propio nombre prestó
solemne juramento de respetar los fueros, usos y costumbres del Reino, con una
fórmula muy similar a la tradicionalmente empleada.
Sobre
su desarrollo, Peio Monteano, en su libro “La Guerra de Navarra (1512-1529)”,
dice:
“En los días
sucesivos los diputados presentaron los agravios (…) que la Corona había
realizado en los últimos meses. Entre los no reparados figuraban algunos que
con el paso de los años se convertirían en recurrentes: que no hubiera jueces
extranjeros en los tribunales navarros, que las fortalezas fueran encomendadas
a alcaides navarros, que se indemnizasen los daños causados por los ejércitos,
que se acabara con los excesos de las tropas etc. Y sorprendentemente, una
petición de mayor calado político: las Cortes exigían que se reintegrasen a
Navarra territorios que antiguamente le pertenecieron ‘en especial –decían- los
lugares que están situados del Ebro hacia la parte de Navarra’. ¿Hablaban de la
Sonsierra o estaban reivindicando también Álava, Gipuzkoa y Bizkaia?”
A
la petición de que el mando de las fortalezas navarras recayera siempre en naturales
del reino, la respuesta textual fue: “La
intención de sus altezas es que así se haga en adelante, pero por la calidad de
los tiempos y en lo que toca a la defensa del reino su alteza no puede hacer
otra cosa”. La “calidad de los
tiempos” es un eufemismo que según desde el punto de vista que se
considere, el de los vencedores o el de los vencidos, indica situaciones muy dispares.
Como
conclusión, en el desarrollo de estas Cortes se evidencia que, si bien fueron
unas Cortes conformadas en exclusiva por las fuerzas que desde dentro del reino
apoyaron la invasión de 1512, quienes las protagonizaron tenían perfecta
conciencia de formar parte de un Estado independiente y consideraban coyuntural
su supeditación a Castilla y que, además, mantenían viva la memoria de las
conquistas y agravios sufridos por Navarra tanto en la etapa más reciente como
en otras anteriores.
Bibliografía
Esarte Muniain, Pedro. “Breve historia de la invasión
de Navarra, (1512-1530)”. Pamplona-Iruñea 2011. Editorial Pamiela.
Monteano Sorbet, Peio J. “La Guerra de Navarra
(1512-1529) Crónica de la conquista española”. Pamplona-Iuñea 2010. Editorial
Pamiela
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