La realidad,
parece, es que los tres grandes proyectos de los siglos XIX y XX, se han
convertido en problemáticos: el capitalismo con bienestar social, la sociedad
socialista y el nacionalismo clásico (que implica estado propio, soberanía,
supremacía de la nación). Pero, por otra parte, es igualmente cierto que, en
este desorden de modelos, la “sociedad nacional” o la “vida en nación” no han
sido sustituidas por ninguna otra forma de organización equivalente de los
espacios territoriales y colectivos. En el mundo contemporáneo, es decir en el
conjunto de sociedades humanas, el “ser eso” sustancial, la identidad básica de
grupo es todavía, y será, previsiblemente, en el futuro, sustancialmente un
“ser” nacional: la entidad que define por encima del resto la vida política,
moral, cultural, informativa, simbólica etc., es todavía y sobre todo nacional
(…) La cuestión es pues que la entidad llamada “nación” no ha sido sustituida
como marco central o supremo de id-entidad y de la vida de las sociedades: ni
las “regiones”, ni “Europa” o la Unión Europea, por ejemplo, no han alcanzado
un valor referencial y definitorio equivalente al que conserva el espacio
definido como nacional
A
pesar de todos los intentos de explicar la evolución de las sociedades y los
conflictos acontecidos en su proceso histórico durante los últimos dos siglos,
mediante los conflictos de clase o las confrontaciones de civilización o de
tipo religioso, encontramos que el eje fundamental sobre el que giran los choques
más importantes en el mundo es el hecho nacional. La nación ha sido en los
últimos tiempos y sigue siéndolo el elemento fundamental que da sentido de
pertenencia y cohesión a los seres humanos. Los conflictos de clase que
tradicionalmente se han venido analizando como problemas internos de cada
Estado se manifiestan cada vez con más intensidad a nivel internacional como contiendas
nacionales.
En
el mundo occidental, con instituciones militares conjuntas como la OTAN, en la
Europa que vivimos, la de la Unión Europea, la de la superación de las
fronteras y de los conflictos monetarios, se nos dice que la pertenencia
nacional queda como un elemento residual. Los estados no disponen de ejércitos
particulares ni de políticas monetarias propias sobre las que asentar su
soberanía. Se nos dice que todo ello redunda en la obsolescencia de la
organización política llamada Estado. Curiosamente quienes nos quieren vender este
producto son medios, partidos y personas que tienen su Estado propio y que lo
tienen activo y con iniciativa permanente. Son los mismos que nos dicen,
también interesadamente que hay que luchar y defender la “Europa de los
pueblos” y que nos olvidemos de esa utopía en trance de extinción llamada
Estado.
Nada
hay más alejado de la realidad. Sobre todo en esta época de crisis general. Ya
vemos que lo que se ha construido en la última etapa histórica es la Europa de
los estados. Los sujetos políticos en Europa son los estados que constituyen la
Unión. Pero no sólo eso sino, cuando la crisis hace temblar las bases
económicas del capitalismo occidental, encontramos que la Unión europea lo que
hace para intervenir y tratar de paliarla es llamar al orden a los estados que
“no han hecho sus deberes”. Dentro de los “pigs” (Portugal, Irlanda, Grecia y “Spain”)
se ha llamado al orden a Portugal y Grecia. Son los estados los que desde su
propia organización económica y política los que deben afrontar los problemas.
En
referencia a los recientes disturbios y conflictos ocurridos en Gran Bretaña,
el sociólogo Salvador Cardús decía en un reciente artículo: “En Tottenham, se ha dicho a diestro y
siniestro que estábamos ante un caso claro de barrio "multicultural".
Es una manera equívoca de describir un barrio con una mayoría de ciudadanos
procedentes de antiguas y recientes inmigraciones y de sus descendientes. Pero
eso no lo hace multicultural porque, al menos sobre el papel, supondría la
existencia de una sociedad capaz de integrar la diversidad -incluida la
autóctona- y no la mera superposición de grupos étnicos en competencia sobre el
mismo terreno. Más que barrios multiculturales, son territorios en los que ha
fracasado un determinado modelo de convivencia que, calificado con un término
políticamente correcto y en nombre del respeto a la diversidad, enmascaraba
formas radicales de segregación”.
La
nación constituye el lugar de encuentro de un grupo humano, el espacio en el
que se pueden afrontar los problemas de una comunidad y tratar de resolverlos,
aunque sea a través del conflicto, de un modo racional y respetuoso con los
derechos de las personas y grupos. La nación es el lugar que da cohesión a un
grupo humano. Los procesos migratorios que existen en la actualidad, y que sin
duda seguirán creciendo, serán siempre conflictivos, pero lo serán en menor
grado si la sociedad de acogida muestra un mínimo necesario de cohesión social.
La suficiente para servir de referencia y marcar unos valores básicos. Los
grupos humanos llegados de otras culturas sociales, religiosas y políticas
aportarán matices al marco de acogida, pero éste es necesario que exista para
una convivencia democrática.
Para
que este grupo nacional, con cultura social y política propia, tenga garantías
de existencia, desarrollo y perspectivas de futuro, necesita del apoyo de ese
instrumento político que el Estado. Cuando dentro de la organización política
de un Estado existen varias comunidades nacionales distintas la supervivencia y
futuro de las mismas sólo pueden ser garantizados por un Estado confederal o,
cuando menos, federal. Pero cuando lo que rige el poder es un Estado unitario,
absorbente, asimilista, negador e irrespetuoso de las diferencias lingüísticas,
culturales y políticas, la única solución democrática es el logro de un Estado
propio por cada una de esas naciones, el ejercicio de su libre disposición. En
los casos de los estados español y francés la característica, casi genocida, de
su sistema unitario, convierte el sometimiento de sus naciones en una situación
radicalmente antidemocrática, con el sarcasmo añadido de que los impuestos que
recauda de las mismas dice que lo revierte en ellas… ¡a través de su sistema
educativo, sus medios de propaganda, su policía y su ejército! “Servicios” en
los que no se reconoce ninguna de las naciones sometidas. Los circuitos de
redistribución funcionan a favor de la nación dominante (española o francesa,
en nuestro caso) y en contra de Navarra y los Países Catalanes.
La
cohesión social es el factor fundamental para lograr una convivencia justa en
un mundo cada vez más complejo, en el que los flujos de personas y capitales
son cada vez más profundos y rápidos. La nación es la expresión de esta
cohesión. Y el Estado es el instrumento político que puede garantizar su viabilidad.
Garantizar la viabilidad de una comunidad nacional exige defender una identidad
que asuma lo global de manera dinámica, abierta y en permanente cambio, pero
asentada firmemente en el proceso histórico que se ha convertido en el “nosotros”
actual y en su voluntad de permanencia. Exige unos referentes de memoria,
fechas y lugares, basados en una historia asentada sobre un método científico.
Exige la centralidad en todos los referentes con relación a otras sociedades y naciones.
Todo
lo anterior implica un sistema educativo coherente con estos fines: centrado en
la propia nación al mismo tiempo que abierto al mundo. Supone unos medios de
comunicación democráticos y que no sirvan, como actualmente, a la difusión y
propaganda de identidades extrañas y con afán de sustitución de las propias. Comporta
también unas redes de infraestructuras materiales (terrestres, ferroviarias y
por carretera, aéreas, marítimas etc.) e inmateriales (telefonía, banda ancha,
servidores de Internet etc.) centradas en los intereses de la propia nación.
Implica también un sistema de I+D+i (Investigación. Desarrollo e innovación)
soportado sobre una “I” añadida e
imprescindible, que es la Identidad.
El
ingeniero Juan José Goñi se referido recientemente en un artículo de prensa a
los seis tipos de capital que están jugando en el desarrollo evolución hacia el
futuro de cualquier sociedad y afirma: “Los
seis activos sociales son: el capital económico, el capital conocimiento, el
capital salud -física y emocional-, el capital cultural y de creencias, el
capital ecológico o ambiental, y el capital relacional o de confianza. Estos
seis activos responden a nuestra naturaleza antropológica de humanos como seres
sociales emocionales y racionales con percepción del tiempo -pasado y futuro- y
residentes en un planeta biológicamente desarrollado y ocupando un espacio
evolutivo junto a múltiples especies”.
La
labor del Estado consiste en garantizar todo lo anterior y para ello es
imprescindible el control de los flujos económicos. Por supuesto todos los
relacionados con el sistema fiscal y servicios sociales (educación y salud,
sobre todo), pero también y todavía más importantes actualmente, los referentes
a la captación y canalización de capital hacia el tejido productivo y de servicios,
centrado también un una visión estratégica del papel que la nación pretende
jugar en la Europa y el mundo actuales.
Una
sociedad sin cohesión social no tiene un futuro estimulante. Más bien no tiene
futuro. La cohesión social viene de la mano de la nación y la nación para ser
viable y garantizar un futuro democrático, viable, solidario con otras
sociedades del mundo y respetuoso con los límites de nuestro Planeta, necesita
los recursos económicos que, hoy por hoy, sólo se pueden lograr a través de esa
organización política que es el Estado.
Bibliografía
Mira, Joan F. “En un món fet de nacions”. Palma de Mallorca 2008.
Lleonard Muntané, Editor.
Artículo publicado en Haria 30 (2012/03)
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