Cuando
se mezclan en un mismo zakuto anécdotas históricas de diversa trascendencia y
de distintas épocas, se corre el riesgo de caer en el abismo del totum revolutum, en el que se es incapaz
de distinguir el grano de la paja a la hora de producir un análisis acertado
del proceso histórico. En tal caso, el resultado es, normalmente, pobre o
erróneo y falto de la capacidad de explicación y comprensión que la perspectiva
de la historia de toda nación o pueblo requiere. Eso es algo general y, por lo
mismo, también aplicable a la historia de los vascos.
Cuando,
unido a lo anterior, dentro de una serie de hechos más o menos anecdóticos
sobre reyes, se asocia algo tan importante como el surgimiento de la literatura
escrita en euskera al hecho de la conquista de 1512 (euskal literatura guztia nafar Estatua konkistatu ostean ekoitzi dugu),
se manifiestan dos problemas de los que no sé decir cuál me parece más grave.
El primero es objetivo e indica desconocimiento. Se refiere a que fue
precisamente tras la ocupación de la Alta Navarra por España, cuando en la Baja
Navarra y el Bearne, territorios libres, se produjeron dos de los principales
textos en euskera: el Linguae Vasconum
Primitiae de Etxepare en 1545 y la traducción del Nuevo Testamento de
Leizarraga, Iesus Christ
Gure Iaunaren Testamentu Berria,
editada en 1571 en La Rochela bajo la protección y apoyo de la reina Juana III
de Navarra. El segundo es subjetivo y se asocia a la carencia de autoestima con
relación a la historia y memoria de la sociedad propia, de la nación vasca.
Cuando
se acepta como algo gracioso la puesta en ridículo de unos hechos traumáticos,
bélicos y políticos, que condujeron a la minoración y subordinación de una
nación como Navarra, el Estado de los vascos, con relación a otra (artículo de
Mikel Soto, “Me cago en el V centenario”, en Gara, 2012/02/11) y este
hecho se ha prolongado durante siglos hasta el presente más rabioso, se expresa
no sólo la banalización de un acontecimiento histórico fundamental en la
historia de una nación, sino, de nuevo, la falta de autoestima social y de
dignidad de quien así se manifiesta.
Cuando,
no sé si de modo artero o inconsciente, se une la reivindicación foral,
protonacional, expresada en las Guerras Carlistas del siglo XIX, con las
apologías habituales en aquella época, tanto en Moret como en Larramendi y
otros muchos defensores de los fueros y del euskera, es decir “lo vasco” con “el
tubalismo”, justificación de supuestas raíces bíblicas, para asegurar su legitimación,
se hace un flaco favor tanto a la causa de los fueros como a la del euskera.
Cuando
se acepta de modo acrítico el burdo principio, tan querido por las
instituciones académicas oficiales de Francia y España, de que el Estado no
surge hasta los siglos XVIII o XIX, se concluye que las instituciones políticas
de Navarra no constituían un Estado vasco de verdad y que los únicos estados
que hemos tenido han sido el español y el francés, de los que somos simple
“periferia”. El hecho de ignorar la capacidad “nacionalizadora” que ejerció
durante siglos el Estado navarro supone también un ejercicio de desconocimiento
del proceso histórico y, una vez más, un complejo de minorización.
Cuando
se puede afirmar que en el siglo XII los vizcaínos pasaron a Castilla sin
guerra (“bizkaitarrak gerra barik pasatu
ziren Castillara”, Gorka Etxebarria, Berria), se oculta la traición a Navarra de las familias de Haro o Gebara
y la realidad de que sus intereses feudales produjeron su integración en
Castilla.
Cuando
todo lo anterior se expresa en un artículo, respetuoso por otra parte, como el
escrito por Gorka Etxebarria en Berria (2012/03/03), creo que estamos ante la
evidencia de una ignorancia mutua entre sectores que, por lo menos sobre el
papel, nos encontramos en la misma trinchera. Todos queremos y nos esforzamos
por la constitución de un Estado vasco (navarro) independiente, pero no existen
entre nosotros cauces de debate fáciles y accesibles. Un ejemplo es la
repetición incansable, por una de las
partes, de que la historia no justifica las demandas actuales de independencia
política, sin profundizar en las razones por las que nuestra sociedad sigue, en
2012, constituyendo una nación y mantiene su voluntad de ser independiente.
Muchas de ellas no se pueden conocer en profundidad sin el estudio de la
historia que nos ha conducido al hoy ni sin revisar los rastros de memoria que
se han mantenido a lo largo del tiempo; en una palabra, sin conocer el proceso
de construcción social de la realidad actual de nuestro pueblo. Todo ello sin
pasar por el tamiz de las instituciones académicas oficiales de los estados que
nos dominan.
Publicado en BERRIA (2012/03/11)
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