Siempre
se ha dicho, con razón, que la historia la escriben los vencedores y con su
relato intentan hacer olvidar a los vencidos la propia memoria de las
injusticias sufridas. Walter Benjamín ya expuso en sus “Tesis sobre la
Historia” que si ésto sucedía los vencidos sufrían una segunda y, tal vez,
definitiva derrota. La narración de la historia se hace desde los intereses del
presente de quien la construye. No es algo aséptico ni inocente. La memoria de
las derrotas y su reivindicación forman el primer paso para la emancipación de
los vencidos y tiene una función política de primer orden.
Por
si no queda claro, estoy hablando de Navarra y de la conquista y subordinación
a que fue sometida en la etapa cuyo quinto centenario conmemoramos este año. La
trascendencia de la fecha no ha pasado desapercibida para las instituciones que
hoy gobiernan la llamada Comunidad Foral de Navarra, institución política que
poco tiene que ver con la realidad de un Estado europeo, llamado Navarra, que
fue soberano e independiente durante muchos siglos.
Al
referirse a la unidad de lo que consideraba como la “nación francesa”, Ernest
Renan sostuvo en 1882, en una conferencia sobre “¿Qué es una nación?”:
"El
olvido y, yo diría incluso, el error histórico son un factor esencial de la
creación de una nación, y es así como el progreso de los estudios históricos es
a menudo un peligro para la nacionalidad. La investigación histórica, en
efecto, vuelve a poner bajo la luz los hechos de violencia que han pasado en el
origen de todas las formaciones políticas, hasta de aquellas cuyas
consecuencias han sido más benéficas. La unidad se hace siempre brutalmente; la
reunión de la Francia del Norte y la Francia del Mediodía ha sido el resultado
de una exterminación y de un terror continuado durante casi un siglo".
Ahora bien,
la esencia de una nación consiste en que todos los individuos tengan muchas
cosas en común, y también en que todos hayan olvidado muchas cosas. Ningún
ciudadano francés sabe si es burgundio, alano, taífalo, visigodo; todo
ciudadano francés debe haber olvidado la noche de San Bartolomé, las matanzas
del Mediodía en el siglo XIII”.
Exactamente
este es el programa que nos propone la propaganda española sobre la conquista y
dominio de Navarra: el olvido de la violencia y de las afrentas sufridas por
los navarros para lograr su incorporación a esa tarea “nacional” común que,
según ellos, es España. Comienzan por tergiversar la historia y hablan de
“incorporación” y de “unión de igual a igual” de Navarra a España. Ocultan la
realidad bélica de la ocupación y esconden los sufrimientos a que fue sometida su
población. El siguiente paso es el logro de la amnesia colectiva, el borrado de
la memoria histórica de aquellos hechos. La consecuencia es clara y consiste en
sustituirla por la de su nación. En la zona de Navarra del norte de los
Pirineos ya han conseguido, en buena medida, que el imaginario colectivo y las
categorías a través de las que percibe el mundo nuestra sociedad, sean franceses.
En la parte sur llevan muchos años intentándolo, pero la tarea les resulta más
difícil. Por lo menos hasta ahora, cuando ha aparecido un oráculo que, desde
posiciones “progresistas”, ha acudido en su ayuda.
En
efecto, recientemente ha saltado a la palestra una forma especialmente
deplorable de autoodio, consistente en el menosprecio de la propia historia y
el intento de anulación de la memoria, con origen en determinados sectores que
se consideran a sí mismos como “abertzales de izquierdas”. En situaciones de
subordinación nacional el autoodio es la vía segura hacia la aniquilación del
sujeto histórico. El camino intermedio pasa por asimilar la minoración y
aceptar un complejo de culpa transferido desde el campo de los dominantes. En
este sentido resulta penoso que personas que, en teoría, afirman defender la
causa de la nación vasca ofrezcan ejercicios de autoodio como el protagonizado
por Mikel Soto en el artículo publicado en Gara “Me cago en el V Centenario”.
Resultaría
de interés, y desde aquí animo a quienes así piensan, que expusieran su relato
de la historia de Euskal Herria. Ya nos ha dicho Mikel Soto que la memoria no
debe retroceder más allá de Gernika. ¿Y la historia? Se supone que ésta
comenzará un poco antes ¿no? Sería importante saber sobre qué ejes estructuran
la narración y qué hitos eligen. La historia tiene un método riguroso, claro
está, pero la selección de los asuntos de estudio es arbitraria y, normalmente,
se realiza desde los intereses del presente. ¿Por qué los españoles eligen celebrar
el 800 aniversario de la batalla de “Las Navas de Tolosa”? Es evidente la
intención de reforzar la ideología nacionalista española a través de la
conmemoración de un hecho bélico que, según ellos: 1) reunió a “todos los
reinos y pueblos de España” incluyendo, por supuesto, a Navarra y Vizcaya y 2)
fue un combate contra el enemigo secular de España: los moros.
En
el campo de la historia, y menos todavía en el de la memoria, no hay agujeros
negros, cualquier hueco es inmediatamente llenado por los de la historia y
memoria de la sociedad dominante. Si como vascos no tenemos nuestros propios
referentes históricos ni nuestros lugares de memoria, caeremos de modo
inexorable en el “sitio de Numancia”, en “nos ancêtres les gaulois”, en “Charlemagne”,
en la “reconquista contra el moro”, en el “descubrimiento y civilización de
América”, en el “Siglo Oro”, en “l’Illustration”, en la “Révolution”, en la “guerra
de la Independencia contra los franceses” y en las revoluciones o asonadas
militares del siglo XIX. En una palabra, tendremos nuestro hogar patrio,
nuestro imaginario, en Francia-España o viceversa, que es lo mismo.
No
será amnesia, será olvido voluntario.
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