En este atardecer, suave y claro, del comienzo del agosto donostiarra y antes de comenzar el maratón de la Quincena Musical, estoy oyendo por radio la retransmisión del "Ocaso de los Dioses". En días anteriores escuché la introducción, "El Oro del Rin", y las dos primeras partes ("Walkiria" y "Sigfried") y, curiosamente, llego a la conclusión de que Wagner me resulta entrañable.
Este año he escuchado también "Maestros Cantores", en mi opinión la mejor ópera de Richard Wagner, pero hoy, con el "Ocaso", he llegado a la conclusión de que Wagner me aparece como "entrañable". Me sorprende a mi mismo. Una música que ha sido presentada por algunos como paradigma del terror nazi, del antisemitismo más burdo y feroz, de la expresión de la capacidad agresiva de la especie humana a sus niveles más altos, y yo, aquí y ahora, "viéndola" -escuchándola- como "entrañable".
Creo que el final del "Ocaso" es una música tan melancólica, llena de "lembranzas", "saudades" y "morriñas" que más que pertenecer al mundo germánico está muy próxima del universo galaico-portugués (¿algo de celta?) en el que los dioses caen, se desvanecen y desaparecen. Todo lo cual, desde un punto de vista social y político, es positivo y acorde con la marcha de la humanidad hacia su "liberación", o su emancipación.
No obstante nos queda ese tremendo escollo contra el que el racionalismo excesivamente simplificador siempre ha tropezado: caidos los dioses, ¿somos capaces de comprender y explicar toda la realidad en la que vivimos y de la que somos parte y coautores?
Los dioses han caido hace ya mucho tiempo, a pesar de los intentos integristas de restaurarlos, pero nuestra "fe" en la capacidad de la "razón" para atrapar el universo, la vida, las sociedades, aparece todavía orgullosa, como su alternativa, ¿no será otro dios más?
La razón humana es un instrumento que en la "trama de la vida" (Fritjof Capra, 1998) intenta representar y comprender el "mundo" y (auto)representarse, (auto)comprenderse, sin lograrlo plenamente. Tal vez por todo ello, pienso que "El Ocaso de los Dioses" convierte, para mí, la música de Wagner en algo entrañable, en el que percibo nuestras propias cavilaciones, dudas y límites.
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