Sostiene Del Burgo que “El reino de Navarra nació a la historia como un reino español”. Y los toros, se me ocurre, que vinieron al mundo a vestir la fiesta española, a lucir en las banderas ultras y morir en las plazas. Pocas veces tenemos la suerte de encontrar tan al desnudo la doctrina del desatino nacional, el delirio español tan a las claras.
El ideólogo del partido popular de Navarra ha publicado un argumentario que ataca el manifiesto de la Plataforma 1512-2012 sobre la conquista del duque de Alba, una versión renovada de aquella jocosa lectura de respuestas que recopiló la “Antología del disparate”.
Sostiene Del Burgo que “El reino de Pamplona nace a la historia a finales el siglo VIII y comienzos del IX con una vocación netamente española”. España nace a la historia como un imperio del siglo XVI, de la neurona descarriada de Fernando de Aragón y su nieto el emperador Carlos; pero ya ocho siglos antes los vascones iluminados de Eneko Aritza apuntaban maneras. Frente a la memoria de Nafarroa Bizirik, Del Burdo nos relata la historia imperial de ‘Martínez el facha’.
Sostiene, asimismo, que “En 1512, en el marco de un conflicto internacional, se produce el reencuentro definitivo del reino navarro con el resto de los reinos españoles”. Navarra estaba predestinada desde, por lo menos, el Paleolítico Superior a formar parte de esa indisoluble y casi eterna “unidad de destino en lo universal” que es España.
Los “episodios” acontecidos entre 1512 y 1530 constituyeron, según Del Burgo, una “paz (que) produce efectos muy beneficiosos”. Y también: “El reino de Navarra se mantuvo intacto hasta 1839, en que se produjo su incorporación en el Estado español mediante un nuevo pacto de estatus, que se plasmó en la Ley Paccionada de 1841”.
Recordemos que Navarra fue conquistada tras 18 años de guerra en la misma época y por el mismo imperio que dirigió la conquista de América. Hablar de paz, de reinos intactos, de pactos y otros eufemismos, es una burla macabra en la historia de la Humanidad, en la que los españoles han dejado una huella siniestra en forma de barbarie, esclavitud, violaciones, genocidios, expolios y demás ingredientes de lo que se dio en llamar la leyenda negra.
Y para poner la guinda: “En 1982, un nuevo pacto –fruto de los derechos históricos de Navarra, amparados y respetados por la Constitución de 1978- permitió la reintegración y amejoramiento del régimen foral (...) Hoy Navarra es una de las comunidades con mayor grado de autonomía en el conjunto europeo”.
De estas y otras citas de Del Burgo se desprende que las épocas que vivió el reino al margen de España, como Estado europeo independiente, fueron sumamente desgraciadas y que cuando se produjo el “reencuentro definitivo” en 1512 comenzó una etapa de paz, abundancia y felicidad plenas. Que, también, con el paso de los siglos todas ellas fueron “amejorando”, hasta llegar al colmo de perfección de su estatus actual. Es un caso extraño y poco conocido en la historia, en el que una nación soberana mejora tras su invasión por una potencia extranjera y sigue prosperando mientras la nación conquistadora se debilita, el imperio se desintegra, y a la vez avanza en su esfuerzo de asimilación y sometimiento. ¿No chirría esa historia? ¿No suena a los mantras habituales que los ocupantes y explotadores de todos los tiempos hacen repetir a sus sometidos? ¿No recuerda a la “mentira repetida” de Goebbels?
La realidad parece que apunta en sentido contrario. Del Burgo mantiene: “No tiene sentido hablar de soberanía del pueblo navarro cuando Navarra estaba regida por unos reyes franceses que subordinaron sus intereses propios al interés del reino”. Por el contrario, la conquista y ocupación subsiguiente de 1512 parece, según el mismo Del Burgo, que sí respondía a la soberanía del pueblo navarro, aunque para ello hicieran falta unos efectivos militares de más de 17.000 hombres para dominar la capital del reino, poblada por menos de 10.000 personas. Tras la invasión “no violenta”, con casi dos soldados por habitante, el plumilla oficial del ejército ocupante, Luís Correa, escribe que los pamploneses (…) se mostraban “alegres por las calles, mandando que todos los vecinos estuviesen armados toda la noche, prestos a lo que el Duque (de Alba) mandase”, destacando su “fidelidad” al rey Fernando. Igualito que con Franco en los años “gloriosos” tras la victoria.
Como modelo de esa paz, explica Del Burgo, “la destrucción de los castillos tanto de agramonteses como de beamonteses fue una medida que adoptó, una vez muerto el rey Católico, el cardenal Cisneros, regente de Castilla, y su principal finalidad era evitar que la nobleza pudiera utilizarlos en sus luchas fratricidas” y que “el pueblo llano veía con satisfacción esta medida, pues desde los castillos se ejercía el poder en ocasiones despótico de los nobles”. ¡Qué buenas son las madres ursulinas; qué buenas son, que nos llevan de excursión!
Sostiene Del Burgo que “En su historia, publicada en 1513, Correa tan sólo refiere un acto de violencia extrema que protagoniza el coronel Villalba en el valle de Garro, sito en la tierra de vascos o Merindad de Ultrapuertos (hoy Baja Navarra), cuando trata de reducir al señor de Garro por no rendir vasallaje a Fernando el Católico”. El texto apologético de Correa –no podía ser menos siendo soldado, y escribiente, del ejército invasor- termina en 1513. La “Guerra de Navarra” siguió, según Peio Monteano, hasta 1529. Del Burgo mismo habla de los “tres intentos posteriores (otoño de 1512, 1516 y 1521)” de recuperación del reino o del apresamiento y muerte en circunstancias extrañas, en el castillo de Simancas, de Pedro de Navarra, mariscal del reino, tras el intento de 1516.
Para tener una perspectiva próxima a lo acontecido en Navarra en aquel momento basta consultar los trabajos históricos que más recientemente han investigado sobre los hechos acaecidos en esta época: María Puy Huici (1993), Pedro Esarte (2001, 2007, 2009, 2011), Peio Monteano (2010), son ejemplo de obras en las que aparece la violencia de la conquista en forma de realidades concretas.
La idea de España que expresa Del Burgo corresponde a su particular visión providencial y finalista de la historia. España es heredera de la monarquía visigoda y de los reinos de León y Castilla. Como realidad política surge a finales del siglo XV con sus gestas imperiales: Granada, Canarias, Italia, Navarra, América… Cualquier alusión anterior en el tiempo a Hispania (incluso bajo el nombre de “España”) hace referencia a una idea geográfica expuesta por los romanos y semejante a Iberia. Hacer equivalentes la “Hispania” romana a la “España” imperial de austrias y borbones constituye una forma ideológica y “finalista” de explicar el pasado.
El nacionalismo español de Del Burgo manipula la historia al servicio de un ideario e intereses políticos muy actuales. Lo han hecho siempre que han percibido que su control sobre la sociedad navarra corría algún riesgo. Así lo hizo Víctor Pradera en el primer tercio del siglo XX y, también, en los últimos tiempos, su heredero espiritual Jaime Ignacio Del Burgo.
Paz, imperio, felicidad, españolidad... nos vende Del Burgo. Pero la violencia asociada a la conquista de 1512 siempre ha permanecido en la memoria de los navarros. Siguiendo a Enzo Traverso (2005), ha sido una memoria “débil”, frente a otras, “fuertes”, así consideradas por estar apoyadas por instituciones políticas, fundamentalmente estados. Según Traverso “la memoria y la historia no están separadas por barreras infranqueables (…) Cuanto más fuerte es la memoria (…), tanto más el pasado, del que ella es vector, se convierte en susceptible de ser explorado y puesto en historia”. Es lo que hoy está sucediendo en Navarra. Y es algo imparable, mal que le pese a Del Burgo y a cualquier otro “Martínez el facha”.
Artículo firmado también por Angel Rekalde