Navarra 1512
Los hechos bélicos y de ocupación que tuvieron como escenario el reino de Navarra entre 1512 y 1530 y como elemento sufriente a su población y a las instituciones propias de un Estado independiente, supusieron un gravísimo atentado a un pueblo, a sus instituciones y al derecho de gentes. En su incipiente papel de liderazgo y monopolio de la nación española, Castilla desarrolló en esta conquista una de las primeras etapas de su expansión imperial.
Los distintos episodios de lo que el nacionalismo español identifica como reconquista contra los musulmanes -que se sucedieron hasta la estabilización de las fronteras con el reino de Granada a principios del siglo XV- fueron guerras medievales. Con su conquista en 1492 y la culminación de la de las islas Canarias, en 1496, se inició la fase de expansión imperial.
En ese contexto, la conquista y ocupación de Navarra supuso el truncamiento de la trayectoria de un Estado europeo que, además de ser el Estado independiente de la población vasca, presentaba una cultura social y política de avanzadas connotaciones modernas. Estas características se manifestaron, sobre todo, en los seculares enfrentamientos con sus dos vecinos, España y Francia, que fueron quienes finalmente liquidaron la soberanía del reino mediante su reparto entre ambos.
En la fase de conquista y ocupación que se inicia en 1512 y cuyo 500 aniversario se conmemora el año próximo, se encuentra, por un lado, lo que supone la pérdida de la independencia, entonces y ahora, para cualquier nación, con la particularidad de que en este caso se trata de la nuestra. Este episodio no fue una anécdota sino que marcó decisivamente la evolución posterior de las tierras y de la población de Navarra, de toda Euskal Herria. Tanto se puede decir con relación a la cotidianeidad, a los modos de vida, a su lengua -el euskera- y a la propia cultura, como a las relaciones internacionales, económicas y políticas principalmente. Por otra parte tenemos las características de los sistemas políticos en los que, como consecuencia, Navarra se encontró forzosamente integrada. Dos regímenes absolutistas y uniformistas, negadores de cualquier tipo de diferencia interna y con un rígido control burocrático de los territorios y súbditos sometidos a su monarquía.
En la guerra de 1512-30 venció el imperio español sobre la sociedad que permanecía independiente de la Alta Navarra. España impuso como primera providencia su Inquisición. Muy pronto provocó también un férreo cierre de sus fronteras con la monarquía francesa, con el pretexto de evitar los peligrosos efectos del libre pensamiento, inherente a la Reforma, sobre la ultracatólica sociedad de la monarquía de los austrias; aunque su causa política más profunda y real fue la de evitar cualquier veleidad de nueva rebelión del reino apoyada desde la vertiente norte de los Pirineos.
Debate historiográfico
La guerra de ocupación militar de lo que en 1512 permanecía como reino independiente de Navarra ha provocado una polémica interminable entre las interpretaciones enfrentadas. Incluso, desde algunos puntos de vista integrados en el más rancio nacionalismo español, se ha negado que la ocupación del reino de Navarra fuera una conquista. Un ejemplo histórico de esta posición extrema es la de Víctor Pradera en el primer tercio del siglo XX.
En esta línea se encuentran quienes de defienden el destino casi-eterno de Navarra como parte de España, desde la Hispania romana pasando por el reino visigodo de Toledo y su quehacer conjunto con el resto de reinos peninsulares en la Reconquista frente al moro. Esta línea de pensamiento llega a afirmar que en el conflicto de 1512 quienes defendían los verdaderos intereses de Navarra eran los que apoyaban a Castilla. Esto, dicen, por dos razones: la primera por lo ya dicho del eterno destino español de Navarra y la segunda, porque de no ser así, hubiera caído en manos de Francia, es decir que quienes luchaban contra Castilla lo hacían a favor de Francia. No había navarros, sólo españoles, buenos, y franceses, malos.
Sin incurrir en un extremo tan poco respetuoso con la realidad histórica de Navarra, siempre ha habido una versión en la que culpabilizaba a los propios navarros de la conquista. Sus conflictos internos, guerras civiles, habían conducido al reino a una situación de ingobernabilidad no sostenible. O se integraba en España o era recuperado por Francia. Según esta versión, Navarra era un Estado sin sentido.
No obstante, ya desde el fragor del mismo conflicto militar de 1512 el capitán castellano Luis Correa interpretaba los hechos de los que fue protagonista como una conquista militar pura y dura. Para suavizar este relato y darle un matiz amigable, tras la “incorporación” del reino a la Corona castellana en las cortes de Burgos de 1515, se habló de unión “equae principal”, entre iguales. En esas cortes no estuvo presente ningún navarro.
La ocupación y sometimiento del reino a Castilla produjo una organización política peculiar en la que, a pesar de la subordinación de las instituciones propias, la cultura política generada por siglos de independencia, desarrolló otras nuevas, como la Diputación del reino o el Consejo Foral, de una relativa eficacia para afrontar la nueva situación La realidad en la que sobrevivió la parte del reino del sur del Pirineo sometida a Castilla fue un constante y solapado enfrentamiento. Basta con consultar los Cuadernos de Agravios de las Cortes del reino, reunidas con enorme frecuencia durante los siglos XVI, XVII y XVIII.
En esta fase surge la justificación de los diversos sistemas políticos de Vasconia como “pacto”. Las cortes del reino, frente a las visiones que estaban surgiendo en España sobre la realidad histórica y política de Navarra, encargaron al jesuita Moret la redacción de su historia. De ahí surgieron los famosos Anales del reino de Navarra, completados por el también jesuita Alesón. En efecto, las historias de Mariana con relación a Castilla y Zurita con Aragón, en las que la realidad de Navarra era expuesta dentro de un marco de intereses ajenos, forzaron a que la cortes de Navarra intentaran elaborar la propia y desde su particular centralidad. En la obra de Moret aparece con claridad la historia nacional de Navarra y de su conquista, aunque para “salvar los muebles” acepta la teoría del pacto como modelo por el cual Navarra se “incorporó” a Castilla, manteniendo sus instituciones. En el siglo XVI y coincidente con el afianzamiento de su sistema foral, Garibay expuso una teoría semejante para justificar su estatus y su relación “pactada” con Castilla. Muy distinta es la versión del zuberotarra y síndico de Donepaleu, Oihenart, que habla de “injusta usurpación y retención de Navarra por los españoles”.
Como se ve desde el siglo XVII ya se presentan, cuando menos, tres interpretaciones de la conquista de Navarra. La primera, directamente asimilacionista, es representada por los historiadores al servicio del poder de la monarquía española. La segunda, la pactista, está representada por los intereses al servicio del mantenimiento del statu quo del reino dentro de la misma pero desde unos intereses que se podrían llamar como de compromiso. La tercera, elaborada en esa época desde los territorios de una Navarra independiente y libre, que considera injusta la conquista y ocupación de la parte sur del reino.
Esta polémica despertó de nuevo a finales del siglo XIX y en el primer tercio del XX con motivo de la reivindicación de la “reintegración foral plena”, es decir la vuelta a la situación anterior al Convenio de Bergara de 1839 con el que finalizó la primera Guerra Carlista. Esta reivindicación coincide con el auge de los movimientos nacionales en Europa, del que no son ajenas las posiciones bizkaitarras de Arana Goiri. Navarra con la ley de 1841 perdió su estatus formal de reino para pasar a ser una provincia española, por mucho que se dijera “foral”. En la época citada surgieron dos bandos: los “cuarentaiunistas” y los “anticuarentaiunistas”. Los primeros defendían que la ley de 1841 fue positiva para Navarra, mientras que los segundos planteaban su negatividad. Esto cristalizó en las dos visiones de la historia que ya venían de antiguo. Incluso dentro de la primera tendencia, los partidarios de la ley de 1841 presentaban dos aspectos: el pactista vergonzante que aceptaba el hecho de la conquista pero que valoraba positivamente el nuevo “pacto” que supuso dicha ley y los que como el ya citado Víctor Pradera pensaban que los navarros que lucharon por su independencia eran, en realidad, enemigos de Navarra. Los contrarios, anticuarentaiunistas, pensaban como Oihenart que la conquista había sido injusta y los efectos de la ley de 1841, negativos. Entre estos se encuentra Arturo Campión
El debate, que se ha mantenido hasta nuestros días, sigue vivo. Gracias a la enorme y sólida documentación puesta en valor por historiadores solventes y serios sobre la realidad y violencia de la conquista no quedan en Navarra, en la práctica, historiadores que defiendan la extrema teoría de Víctor Pradera, aunque sí políticos. Las posiciones más comunes se dividen entre los que siguen manteniendo la aceptación positiva de la ley de 1841, anulada y, según ellos mejorada, por la ley de “Amejoramiento Foral” de 1982 y los que continúan en la defensa de la soberanía original de Navarra injusta y violentamente arrebatada en la conquista y ocupación de la guerra de 1512-30.
Una vez más es el presente, las opciones políticas del presente, el que condiciona la investigación histórica y la exposición de los hechos. Ante la abrumadora cantidad de documentación y testimonios presentados por quienes sustentan que fue una conquista y ocupación en toda la regla, quienes defienden el actual estatus de Navarra van retrocediendo posiciones. Hace pocos años todavía era difícil que un historiador de la Universidad de Navarra hablara de “conquista”, hoy lo hace incluso el hasta ahora presidente de la Comunidad Foral, Miguel Sanz.
Nota
Textos publicados en el suplemento especial preparado por Nabarralde para Diario de Noticias con el título "Navarra-Nafarroa 1512", el 19 de junio de 2011.
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