Si no nos tomamos el tiempo indispensable para examinar el pasado, nos faltará la perspicacia necesaria para comprender el presente y dar rumbo al futuro, pues el pasado nunca nos abandona y el futuro ya está aquí.
Lewis Mumford
Lucien Febvre, uno de los historiadores más importantes del pasado siglo, fundador junto con Marc Bloch de la escuela de los Annales, experto en el siglo XVI y autor de la obra más completa escrita hasta hoy en día sobre nuestra reina Margarita de Navarra, “Amour sacré, amour profane”, cuenta entre sus trabajos uno titulado “Combats pour l'histoire”, una selección de textos del propio autor, editada en 1953. En el mismo, Febvre reivindica lo que hubo de militante en su vida. Esa militancia fue, sobre todo, para reclamar el estatus de la historia como “estudio científicamente elaborado”, alejado de las visiones ideologizadas que en el primer tercio del siglo XX representaban, sobre todo, Spengler o Toynbee. Febvre no consideraba la historia como “ciencia”, sino como un estudio o investigación que debía responder a un método, ese sí, “científicamente elaborado”.
Otro historiador, contemporáneo y catalán, de reconocido prestigio, Albert Balcellls, en su trabajo sobre “Els llocs de memoria dels catalans”, analiza el valor de la memoria histórica y considera que mientras la historia responde a un método científico y, por lo mismo, apela a la razón, la memoria histórica es algo que se reclama del sentimiento de una sociedad y que representa una voluntad de reivindicación de agravios pasados y de la consecuente movilización para lograr su reparación. “Donde hay trauma hay memoria y experiencia, pero no hay historia. La historia establece una ruptura entre presente y pasado, genera el distanciamiento para liberarse del pasado tras afrontarlo”, afirma. La memoria, según Balcells, equivale al activismo social y político; la historia, por el contrario, se asemeja a los tratados de ciencia política o sociología.
Una y otra, historia y memoria, se necesitan. No son dos formas contrapuestas de ver la realidad de una sociedad, sino complementarias. La memoria histórica corre el riesgo de desbarrar, de basarse en mitos con poco fundamento, y, por lo mismo, apartarse de la realidad de lo acontecido. La historia, con su método científico, debe encargarse de reconducir el proceso de la memoria, a través de la interpretación del archivo que se conserva de los hechos, a un conocimiento ajustado a lo que se puede saber de lo sucedido, por supuesto desde la perspectiva actual. De todas formas, la historia, a pesar de su método científico, no es algo neutro. Siempre está planteada desde los intereses del presente y los dos autores citados, Febvre y Balcells, hacen hincapié en este hecho en las obras citadas. La selección de los casi infinitos campos sobre los que investigar se realiza siempre desde los intereses presentes y desde la impronta del propio historiador. Ya solo por este hecho no es imparcial. En este conflicto amor-odio entre historia y memoria, la historia puede dar la sensación de una objetividad lejana y parecer fría, en la que los hechos narrados se pueden percibir como ajenos, mientras que la memoria es propia, es afectividad y sentimiento.
Cuando una sociedad ha sufrido derrotas, como es caso de la navarra, y se ha visto ocupada y subordinada por otra, u otras, tiene en la memoria histórica un elemento fundamental para plantear su liberación, pero siempre soportada por el método científico de la historia. Por eso los intereses del conquistador, del ocupante, se centran principalmente en dos aspectos. El primero, la exégesis de la historia mediante la búsqueda de los hechos que le son favorables y la relativización o puesta en cuestión de los contrarios a sus intereses. El segundo, y casi de mayor trascendencia, mediante la reinterpretación de la memoria histórica de los vencidos, bien mediante su reemplazo o anulación completa, bien por la asimilación, camuflaje o tergiversación del conjunto de su patrimonio. En este sentido, el papel de la memoria histórica es insustituible. Walter Benjamin decía que los grupos humanos: sociedades, pueblos, clases sociales etc., que olvidan sus derrotas, normalmente por imposición de los triunfadores, son doblemente vencidos. La primera vez en la derrota en sí y la segunda, a través del olvido, de la pérdida de la memoria de su derrota y de los elementos que la soportan, sean narraciones, historias o leyendas o bien sean lugares de recuerdo. Esto supone, tal vez, el fracaso definitivo de la sociedad que sufrió la primera capitulación desde el punto de vista militar y político. La memoria histórica pretende evitar la segunda derrota y procurar su reparación. Para eso tiene que existir una sociedad con voluntad y capacidad de recordar lo sucedido, reivindicarlo y llevar a cabo su resarcimiento.
La Sociedad de Estudios Iturralde nació en 1994 como una iniciativa para evitar la progresiva, acuciante, pérdida, tergiversación y deterioro del patrimonio de Navarra. En su entorno se organizó Nabarralde como instrumento para difundir el pensamiento sobre el que Iturralde llevaba ya varios años de trabajo. Iturralde, y por consiguiente Nabarralde, considera el patrimonio como un conjunto de bienes, materiales e inmateriales, que constituyen el activo de cualquier sociedad, en este caso la navarra. Nabarralde plantea también como necesaria la investigación para descubrir caminos de puesta al día y perspectivas de futuro para su recuperación. Toda sociedad se basa en un patrimonio heredado, un activo, pero debe gestionarlo para su evolución y desarrollo acordes con las necesidades de su época. La historia, el archivo documental que la soporta, es evidentemente patrimonio, pero tanto o más lo es la memoria histórica. La primera, con su aparato crítico y su distancia con relación a los hechos que narra e interpreta, normalmente queda al alcance de una relativa minoría; mientras que la memoria es decididamente popular. Los agravios infligidos a una sociedad y que se recuerdan como tales, son parte esencial de su patrimonio y, además, el principal activo para su liberación.
La memoria de un reino europeo, independiente y soberano, conquistado y ocupado en largos y complejos procesos históricos por sus vecinos, no se ha perdido por completo entre nosotros. No obstante, en la sociedad actual, en la que la transmisión oral se diluye a pasos de gigante y es sustituida, a través de iconos programados por unos medios bajo el control de los poderes reales del mundo, como son los estados constituidos y los intereses económicos globales, corre un grave riesgo. La vía para encaminar la solución de los problemas de toda índole que afectan a la sociedad vasca en el presente, como el lingüístico, el económico o, tal vez el definitivo, la cohesión social, y otros muchos, pasan, en nuestra opinión, por el acceso de Vasconia al estatus de soberanía que representa, aquí y ahora, un Estado independiente. La voluntad de ser no surge de la nada, nace de una sociedad fuerte que recibió su cohesión gracias al Estado que el pueblo vasco supo construir y mantener durante siglos de historia, el Estado navarro.
Porque fuimos, somos y porque somos, seremos
Joxemiel Barandiaran
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