04 julio 2010

LA GUERRA DE NAVARRA


Aproximación histórica

Nos encontramos a dos años del 500 aniversario de la irrupción en Navarra, por la Sakana, de las tropas del Duque de Alba, con ánimo de conquista y ocupación. El 25 de julio de 1512 entraban en Iruñea y en pocos meses habían ocupado la totalidad de lo que quedaba, como Estado independiente, del antiguo reino de Navarra de la época de Sancho VI el Sabio. En 1200 los castellanos ocuparon la Navarra occidental y en 1463, la Sonsierra; en 1512 invadieron el resto. Tras los varios intentos de recuperación de la independencia y como resultado de la relación de fuerzas, local y a nivel europeo, lo que permanecía como Navarra independiente quedó dividido en 1529 en dos partes. Una, la del sur de Pirineo, ocupada por los españoles y fue incorporada a Castilla, teóricamente como reino diferenciado aunque unido en la persona del mismo rey. Esta situación se mantuvo hasta el final de la primera guerra Carlista, tras la que mediante la ley de 1841, mal llamada “paccionada”, Navarra dejó de ser reino “de por sí” para convertirse en una provincia española más, aunque con el epíteto de “foral”. Otra parte, al norte, siguió como reino independiente bajo los reyes legítimos de Navarra, los Labrit. Así permaneció, incluso tras la unión dinástica entre Navarra y Francia en la persona de Enrique III, hasta 1620, cuando Luis XIII de Francia, hijo del anterior y mediante el “Decreto de la Unión”, la incorporó a la monarquía francesa con un cierto “respeto” de sus fueros. En 1789, con la revolución, desapareció todo vestigio de poder propio.

Peio Monteano y la conquista de Navarra

El último trabajo del reconocido historiador Peio J. Monteano, “La Guerra de Navarra (1512-1529). Crónica de la conquista española”, nos sitúa en el fragor del conflicto y nos narra, paso a paso, el proceso de conquista y ocupación. Aparte de la solvencia y el conocido rigor del autor a la hora de afrontar el estudio de cualquier etapa o hecho histórico en los que ha investigado, la peste negra y sus consecuencias en Navarra a partir del siglo XIV por ejemplo, (Monteano, 1999 y 2002), la amenidad de su narrativa y la claridad de la exposición, lo convierten en un libro de lectura obligada para todo navarro que quiera conocer de verdad su realidad histórica y, por supuesto, para cualquiera que pretenda acercarse, desde fuera, a los hechos acontecidos en una fase tan crucial. Se lee con la facilidad de una buena novela.

Tras su rigor histórico y amenidad, lo más importante a resaltar del último trabajo de Monteano es que no deja resquicio para la duda de que lo acontecido en Navarra a partir de aquellos años fue una conquista en toda la regla, sin opción a “voluntarias entregas” o a “rendiciones sin batalla”. Otra cuestión es que cuando la superioridad bélica del ejército invasor, el español, era aplastante se producía una rendición inmediata, sin gasto inútil de fuerzas propias, como muy bien lo explica el autor. Los reiterados esfuerzos por revertir la situación y recuperar la independencia del reino, así como toda su trayectoria política posterior a la etapa descrita en esta obra lo manifiestan con claridad.

Sobre presentismos

Monteano en su trabajo nos previene contra los “presentismos” a la hora de percibir y enjuiciar hechos sucedidos a comienzos del siglo XVI. No obstante, en mi opinión, en algunas de sus apreciaciones, él también corre el riesgo de verse involucrado en práctica semejante.

Un ejemplo, bastante claro según mi entender, se produce cuando en la página 19 afirma: “…los navarros son sólo navarros y los bearneses son sólo bearneses, mientras que los alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos son y se sienten españoles, y lapurtarras y zuberotarras son y se siente franceses”. La rotundidad de estas afirmaciones me parece excesiva. En primer lugar, Monteano parece que emplea las denominaciones “español” y “francés” con la intensidad que tienen actualmente, ya que, en caso contrario, opino que debería haberlo matizado con más cuidado. Podría haber dicho, tal vez, que se sentían “relativamente” partícipes del mundo castellano, o francés en su caso. El origen de la España que conocemos actualmente se sitúa precisamente en esta época y difícilmente los súbditos de la monarquía castellana se sentirían “españoles” con tal intensidad y los vascongados todavía menos. Cosa análoga se puede decir de la “francesidad” de los vascos norpirenaicos no pertenecientes al reino de Navarra.

Situación análoga se suscita en las páginas 22 y 23, al presentar realidades del siglo XVI con términos de los siglos posteriores al XVIII. Así sucede cuando al referirse a los territorios de la monarquía francesa habla ya de “Francia”. Todavía más preocupante me parece el tratamiento uniforme que ofrece de la monarquía hispánica de los austrias, designándola, así simplemente, como España. Todavía no habían sucedido los problemas de Aragón con Felipe II, ni los posteriores del principado de Cataluña y del Reino de Valencia tras la Guerra de Sucesión y los decretos de Nueva Planta dictados por el primer Borbón español, Felipe V. ¡Si Vicens Vives levantara la cabeza!

Otro problema relacionado con el presentismo se plantea con la denominación de los ejércitos en contienda. Unas veces se habla según el bando al que sirven, es decir de “navarros” y de “españoles”, que, en mi opinión, sería lo más correcto, pero en otras se habla según el origen gentilicio de los combatientes o su adscripción partidista. Así presenta a “alaveses”, “guipuzcoanos” o “castellanos” por un lado; a “franceses”, “bearneses”, “gascones” por otro. O de “agramonteses” de una parte y “beaumonteses” de la otra.

Un hecho que me sorprende es el tratamiento, en la página 83, de la Batalla de Belate. Habla de Belate como de un ”mito en la historia guipuzcoana”. ¿No es eso presentismo? ¿Es una falta de conciencia de la realidad “guipuzcoana”? ¿Por qué en la página 87 insiste en que “los guipuzcoanos se apoderaban de los famosos doce cañones”? ¿No eran parte del ejército español de conquista? ¿Por qué esa especie de regodeo, un tanto morboso en mi opinión, por el hecho de ser “guipuzcoanos”?

Puestos a hacer presentismos, cuando en la página 166, Monteano habla de la tumba de Juan y Catalina de Albret y dice: “… la tumba provisional de ambos monarcas en la catedral de Lescar se convirtió en definitiva”, también lo está haciendo sin querer. Es una especie de presentismo negativo. ¿Tumba definitiva? Prefiero ponerme en un presentismo positivo. La voluntad de ambos fue ser enterrados en la Catedral de Iruñea. La tumba de Lescar espero y deseo que sea provisional. Opino que es lo menos que debe una Navarra independiente, Estado europeo de nuevo, a quienes tanto hicieron en la puesta al día de la organización del Estado y de su defensa ante el injusto y brutal ataque y ocupación españoles.

Uso de topónimos y antropónimos

Considero discutible el adoptar, según indica el autor en la página 20, como criterio para la toponimia el oficial de las llamadas comunidades autónomas navarra y vasca y para las bajonavarras la euskérica. Hubiera sido más coherente, en mi opinión, el adoptar la euskérica para todos los topónimos o, puestos a aceptar las oficialidades impuestas, utilizar las oficiales francesas para bajonavarros, lapurtarras y zuberotarras. En ese sentido, me parece impropio hablar en una misma frase, en la pagina 76 por ejemplo, de “Vitoria-Gasteiz y Pamplona” siendo Pamplona tanto o más Iruñea, que Vitoria, Gasteiz. ¿Por qué siempre aparece “Estella” y nunca “Lizarra”? ¿Por qué siempre “Pamplona” y sólo “Pamplona”, nunca “Iruñea”? Un caso semejante sucede en la página 233, al hablar del “valle de Yerri” cuando, hace ya muchos años, Jimeno Jurio demostró que su nombre real era Deio Herria. ¿Por qué no se usa, por ejemplo, la toponimia euskérica aceptada por Euskaltzaindia?

En los antropónimos pienso que cabe más diversidad de criterios, incluso en función del uso habitual, del contexto o de la propia fuente histórica. Así, por ejemplo, ¿por qué en la página 84 se habla del protonotario “Jauregizar” y no de “Jaureguizar”? ¿Con qué criterio? ¿Y en la 89, de “Pedro Enríquez de Lakarra” y no de “Lacarra”? Otro caso aparece en la página 95 cuando se cita una lista de “señores beaumonteses”, textualmente Etxaide, Beuntza-Larrea, Ezkurra, Guenduláin, Otazu, Ureta y Agirre. ¿Por qué todos, salvo “Guenduláin”, están escritos con ortografía vasca? ¿Por qué no escribe “Gendulain”?

Legitimismo

No me acaba de satisfacer el uso que hace Monteano del término “legitimismo” o “legitimista”, al referirse a los partidarios de la independencia del reino y de sus reyes “naturales”, según el término utilizado en la época. ¿Legitimismo dinástico? Suena a carlismo decimonónico. Tal vez el autor pretenda referirse al legitimismo político, al respeto íntegro a las instituciones del reino y a su independencia. En cualquier caso creo que se utiliza de forma ambigua y que sería conveniente, tal vez en la próxima edición, aclararlo.

Una duda cartográfica

En el mapa usado reiteradamente como soporte para señalar los hitos de las diversas fases de la conquista (páginas 25, 37, 64. 145. 227 y 251) la leyenda que aparece dice “Dominios de los reyes de Navarra en 1512”. En dicho mapa aparece la Sonsierra como territorio navarro cuando ya llevaba ocupado por Castilla medio siglo. Monteano en su propio libro constata este hecho en la página 27. ¿Por qué se utiliza ese mapa como base? ¿Porque la conquista de la Sonsierra es, relativamente, reciente? Del mismo modo se podría haber usado un mapa con la territorialidad del reino en la época de Sancho VI el Sabio, opción que correspondería con mayor realismo al territorio histórico del reino navarro.

Una obra básica

Como resumen, creo que se puede afirmar que estamos ante una obra fundamental para el conocimiento de una etapa crucial de nuestra historia. Un libro riguroso, completo y ameno; un trabajo serio y muy bien construido y presentado. Mi más sincera y calurosa enhorabuena al autor del libro, Peio Joseba Monteano Sorbet.

Zorionak, Peio, bihotz bihotzez!


Referencia bibliográfica:

Monteano, Peio J.
“La Guerra de Navarra (1512-1529). Crónica de la conquista española”
Pamplona-Iruñea 2010
Editorial Pamiela

1 comentario:

conforme dijo...

Tampoco menciona las barbaridades que hicieron en Baja Navarra en 1512 que incluso menciona COrrea. Hipotiza sobre la muerte del mariscal, sobre los muertos de la batalla de Noain, los castillos los trata como nido de ladrones según un documento de un agramontés, la batalla de AMaiur ni la profundiza, en fin.... este libro es un caballo de troya... que busca la polémica para destacar. Sociologo.