Majaderías. Mal vamos si damos la razón a un personaje esperpéntico como Ayuso. Hay que ser obstruso, imprudente, desnortado. O quizás sencillamente español, que ya sabemos dónde se parecen tanto a izquierda y derecha. Pero sí; quizás suene fuerte lo dicho, como insulto, pero es que hay que ser zopenco para suponer que cuando la Ayuso suelta sus rebuznos los ha pensado con el rigor intelectual de Karl Popper o la exquisitez analítica de Friedrich Hayek.
En serio; resulta inquietante, puro estupor, leer en Gara y Diario de Noticias que Euskal Herria no existe como nación. Según un tal Iñigo Muerza (Y el caso es que a Ayuso no le falta razón), “ni Cataluña ni el País Vasco ni Navarra se han constituido nunca como naciones”. [¡Qué rancio –de paso- eso de ni País Vasco ni Navarra; este discurso hispánico!]. Con qué ligereza, en nombre de una supuesta erudición, se da por bueno el relato del establishment, el resultado de la violencia de siglos, el escenario de la fuerza militar ejercida sobre los pueblos.
¿Quién dice que Catalunya o Euskal Herria no son naciones?
¿Porque no han conseguido su intentada independencia? ¿El triunfo de la
violencia de los estados español y francés las ha hecho –acaso- desaparecer?
Es patente (¿patético?) que Iñigo Muerza no sabe lo que es
una nación, en cualquiera de sus formulaciones. Pero Agustín Xaho escribió y se
refirió a la nación vasconavarra. Sabino Arana es una figura de la misma
nación. Argala habló del Pueblo Trabajador Vasco, como motor histórico de esta
nación. Telesforo de Monzón, Jose Antonio Agirre, Elvira Zipitria, Oteiza, Arturo
Campion, Manuel de Irujo, el Eusko Gudarostea… son expresiones históricas,
constituidas, activas, militantes, de una misma colectividad nacional. El
estatuto de Lizarra (1931), de Eusko Ikaskuntza, expresa desde su título la
voluntad de esta nación de constituirse en Estado. ¿Que no existe la nación
vasconavarra? ¡Pues vaya que ha dado guerra!
Ocurre que Muerza confunde algo los términos, amén de
despreciar la voluntad nacional de este colectivo histórico. Según él, “la
nación, como entidad vinculada a un territorio, generadora de deberes y
derechos”. Ese día de clase nuestro alumno hizo pira. No es la nación, sino el
Estado el que señala e impone tales derechos y deberes, pues tiene potestad e
instrumentos para ello: legislativos, coercitivos, económicos… La nación es
otra cosa; es la población que está detrás y cumple una función legitimadora de
esa actuación, en cuanto soporte humano, comunitario, supuestamente adherido y
beneficiario de ese ejercicio político. Confundir ambos conceptos es
preuniversitario (por lo menos).
El caso es que, por seguir el hilo de Muerza, nuestra
existencia nacional depende de las declaraciones de la Revolución Francesa
(1789), la misma que explicaba, entre dientes, que la reacción habla bretón, y
el fanatismo, euskera. Excelente guía académica. Un poder jacobino, excluyente
y centralista. En otras cosas acertaría, pero en esta… O por continuar con el
pensamiento de Iñigo, dependeríamos del Estado utópico español, ese que en la
fantasmagórica Constitución de Cádiz (1812), la de ¡Viva la Pepa!, designaba
sin nación propia a filipinos, cubanos, guineanos, mexicanos, colombianos, argentinos,
uruguayos, incluso saharauis… todos ellos españoles de abolengo, como luego se
ha visto.
Por cierto, Iñigo, la historia no es “una sucesión de hechos
únicos e irrepetibles…”, lo diga Popper o su portero. La historia, para
cuaquiera que la haya estudiado con sentido crítico, como hacemos los
perdedores (Walter Benjamin, pongamos por caso), es una selección de hechos,
una selección calculada e interesada, que se hace desde el presente, a
posteriori, normalmente desde el poder de Estados e instancias oficiales, para
justificar su existencia y legitimarla. Como advierte Lucien Febvre, “los
hechos no existen; se construyen”. Es posible que las lecturas haya que saber
pensarlas, cuestionarlas y darles las vueltas que haga falta.
Centremos el tema. Lo que hace la Ayuso en esas
declaraciones es menospreciar las naciones que cita. Minorizarlas.
Empequeñecerlas, para quitarles valor político (y así negarles derechos de
soberanía, por si no quedaba claro), argumentación habitual en la escena
estatal hispánica; y así de paso poner a Madrid y España por encima de ellas,
que es lo suyo. ¿También en esa intención le damos razón a la estrambótica
Ayuso?
Angel Rekalde, Luis Mª Martinez Garate
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