Hemos contemplado una
manifestación en Pamplona, un auténtico alarde facha, bajo el lema “Defendamos
la bandera de Navarra”. Lo más granado del fascismo español ha acudido a
arropar a la derecha navarrera, angustiada por la normalización progresiva del
“cambio” en este territorio. Hemos visto cómo una señora encapuchada, con la
cara cubierta por una máscara mexicana de lucha libre, se flagelaba con una
ristra de chistorra como performance,
aderezo esperpéntico de la pancarta. Muy propio. Una combinación de escenas de la Pasión , el flagelo y los
chorizos que abundan en su caverna.
Esta agitación surge de unos
intereses que nunca han defendido la realidad histórica de Navarra, sino su propia
posición dentro del sistema de sumisión inscrito en el Estado español. Han
intentado confundir y poner “en positivo” una movilización que era
estrictamente “en negativo”, a la contra. Contra el significado histórico de
los símbolos de Navarra y contra su realidad presente, social, económica y
política.
Todo esto se ha mostrado con
claridad a los ojos de los habitantes de la Alta Navarra. Pero
también ha quedado en evidencia otro hecho de enorme gravedad, por lo menos
para los que consideramos que Euskal Herria es una nación y Navarra su Estado. Ante esta agresión contra nuestros
símbolos, historia y proceso de cambio, el conjunto de la nación no ha reaccionado. Ha escurrido el bulto. Lo ha ignorado y
dejado pasar como quien oye llover.
Cuando un grupo humano se
siente nación y considera atacada una
parte de la misma, reacciona en su conjunto. Las agresiones a un miembro de la nación se perciben como ataques a la
totalidad. Ya sé que el nacionalismo español es agresivo y dominante, pero cuando
advierte el deseo de emancipación de Cataluña reacciona de manera que considera
su separación como la amputación de un miembro de su cuerpo: un brazo, una
pierna... Tiene una visión “orgánica” del hecho nacional. La perspectiva
organicista es retrógrada, pero el sentido de integridad es correcto. La nación
como tal es una.
Pero vemos que no debe de
ser nuestro caso. El desapego, la indiferencia con que el conjunto del país ha
contemplado el ataque contra su núcleo político y territorial, sucedido en Iruñea,
la capital histórica, me lleva a una reflexión triste. ¿Somos realmente una nación?
Una vez más los tópicos con
relación a la Alta
Navarra , hoy CFN, que se manejan, transmiten la sensación de que
es “una realidad aparte”. Aquello no es ‘la nación’ como tal; es el patio de
recreo, un “bonito territorio”, al que se puede ir un fin de semana de
excursión, a hacer monte, a esquiar o a comer verduras. Pero no somos
‘nosotros’.
La perspectiva
“vascongadista”, que mira satisfecha el ombligo de su “euskaditis” y se
considera “la” nación, me produce
sentimientos de dolor, tristeza y… asco. Al proponer estas reflexiones a personas
que sienten sinceramente el país, su reacción es casi siempre positiva. Pero
pasajera. Enseguida vuelven a la pantalla anterior. Ante el siguiente ataque a la Alta Navarra ,
reaccionan de nuevo con distancia. ¡Pobres navarricos!
La carencia casi absoluta de
un relato que dé sentido a nuestra historia y a nuestra realidad actual, hace
que los vascos seamos presa fácil desde cualquier flanco. Esto se percibe en
las agresiones externas, sobre todo españolas, que son las más interesadas en
nuestra aniquilación. Pero lamentablemente también se siente en la falta de
reacción interna, de la sociedad propia. Esta falta de relato hace que sea muy
difícil afirmar que seamos una nación en
el sentido real de la palabra. Algunos podrán decir que somos un Estado, porque
lo hemos sido y nos lo han arrebatado, pero sin una nación cohesionada y activa en el presente tal Estado difícilmente tendrá
futuro.
Mientras tanto la derecha
hispana nos seguirá flagelando con los chorizos de la caverna.
JAUME RENYER 2017/06/05
JAUME RENYER 2017/06/05
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