Todo cambio histórico se alimenta de la
visión de los vencidos
Reinhart Koselleck
Siempre se ha dicho, con razón, que la historia la escriben los vencedores. Son ellos los que exhiben sus razones, en general de modo impúdico y basado exclusivamente en su victoria final. La memoria es, por el contrario, el arma de los derrotados. Es la herramienta principal que poseen para oponer sus razones a las de quienes les vencieron. La memoria es fermento para la reivindicación y la emancipación.
Walter
Benjamin decía que los grupos humanos, sociedades, pueblos, naciones, clases
sociales etc., que olvidan sus derrotas, normalmente por imposición de los
triunfadores, son doblemente vencidos. La primera vez en el hecho físico de la
pérdida en sí misma y la segunda, a través del olvido, de la pérdida de la
memoria de su derrota y de los elementos que la soportan, sean narraciones,
historias o leyendas o bien sean lugares de recuerdo. El olvido supone, tal
vez, el fracaso definitivo de la sociedad que sufrió la primera capitulación
desde el punto de vista militar y político. La memoria histórica pretende
evitar la segunda derrota y procurar su reparación. Para ello debe existir una
sociedad que se sienta heredera y partícipe de los agravios y derrotas sufridos
en el proceso de la historia y que tenga voluntad y capacidad de rememorar lo
sucedido, reivindicarlo y llevar a cabo su resarcimiento.
Un
problema específico de la memoria histórica se manifiesta en los marcos,
temporal y espacial, que se adoptan como significativos para evaluar su
potencia. Tales marcos dependen de dónde se establezca la centralidad social y
política del presente, para determinar los espaciales. Y de la trascendencia de
los hechos rememorados, para definir los temporales. En ambos casos es
fundamental definir la centralidad desde la que se consideran.
De
igual modo que, como se ha dicho antes, la historia la dictan los vencedores,
también es cierto que se escribe desde los intereses del presente. La historia
oficial es “finalista”; tiende a justificar la realidad social, económica y
política del momento. Cuando se pertenece al grupo de los vencidos hay que
rehacerla desde la memoria de las derrotas. Es la única forma, como decía
Benjamín, de no ser doblemente derrotado.
Por
ello mismo los vencedores, los que detentan el poder, imponen los marcos de
referencia y pretenden que los vencidos los acepten como “normales” y
“naturales”. Esto guarda relación muy próxima con el “nacionalismo banal” del que nos habla Michael Billing. Los marcos
que se asumen como “naturales” corresponden normalmente a los impuestos por el
nacionalismo que “no existe”, el banal, el impuesto. Cualquier otro marco
“politiza” la cuestión.
Recientemente
he leído una curiosa e interesante entrevista en Diario de Noticias a José
Ignacio Lacasta Zabalza, precisamente sobre la cuestión de la memoria, a raíz
de la publicación de un libro suyo sobre este asunto. Su planteamiento teórico
me parece positivo, pero entiendo que su perspectiva se sitúa en la centralidad
española.
Para
la nación vasca y su Estado histórico, Navarra, el hecho medular desde el punto
de vista de su realidad política desde el siglo IX, es la conquista de 1512,
que condujo a la pérdida de su independencia por parte de Castilla-España. A
partir de esa etapa, la parte sur del territorio quedó subordinada a la corona
de Castilla, para desaparecer como reino en 1841.
Cuando
Lacasta cita a Navarra se refiere a una provincia, región o comunidad autónoma
de España y, sin despreciar la importancia de los hechos que menciona, la
sublevación fascista, no recoge memorias de etapas previas, como aquella de la
conquista. Sin embargo, muchas de las razones por las que se produjeron los
hechos del 36 radican en el olvido de la memoria capital para Navarra: la
conquista, la ocupación y el sometimiento indicados. En 1936 culmina la “doble
pérdida” de la que hablaba Benjamín.
En
ocasiones se argumenta que los hechos referentes al siglo XVI quedan “demasiado
lejos” en el tiempo. Sin embargo, Lacasta cita como elementos memoriales de
primera magnitud la conquista de América (expolio, genocidio…) y la Inquisición.
En curioso, porque la conquista de América es coetánea a la de Navarra. Se
podrían añadir, incluso, fuertes paralelismos y semejanzas entre la conquista y
dominio de América y la de Navarra. Quizás es que Lacasta presenta estos
elementos de memoria desde una perspectiva exclusivamente española. América es
independiente, y Navarra no.
Es
evidente que la cuestión no se centra en la distancia temporal sino en el marco
de referencia utilizado, la centralidad, desde la que se plantea la cuestión
memorial. El problema es el sujeto. Como dice Enric Vila, un país es una idea concreta de la humanidad. Para nosotros es
Navarra. Para otros, España.
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