Come
senators, congressmen
Please
heed the call
Don't
stand in the doorway
Don't
block up the hall
For
he that gets hurt
Will
be he who has stalled
There's
a battle outside
And
it is raging
It'll
soon shake your windows
And
rattle your walls
For
the times they are a-changing
Bob Dylan
Era
como una travesía por el desierto. Parecía interminable, eterna. Como una
maldición divina. Pero algo parece que se ha movido y que un muro inexpugnable
comienza a resquebrajarse. Como cantaba Dylan hace más de cincuenta años
(1963), los tiempos están cambiando.
Por lo menos en la Alta Navarra.
Es
un cambio que flotaba en el ambiente desde hace algún tiempo. Ha sido evidente
en una exasperación palpable, una cierta desesperación colectiva, ante sucesos
y fenómenos de la vida cotidiana, pero no insulsos ni irrelevantes, sino
vinculados a nuestra sociabilidad más cercana. Lo hemos sentido en el desprecio
con que se ha gobernado (legislado, instituido, ordenado…) el uso del euskera,
la educación de nuestros hijos, la zonificación cultural e identitaria de
nuestra tierra, o el tratamiento de bienes históricos, arqueológicos,
patrimoniales, que salían de lugares sensibles para perderse en derribos y
vertederos, sin retorno posible. Pero también en las formas, en el
autoritarismo, la persecución, los conflictos, las prohibiciones, las políticas
presupuestarias…
Esa
exasperación se ha traducido en una toma de conciencia que agrandaba más la
brecha entre gobernantes y ciudadanos. Hemos vivido como insulto el desprecio a
la grafía de nuestra lengua vasca, el borrado de la toponimia, la negación constante de
licencias a medios euskaldunes como Euskalerria Irratia. ¡Qué decir del
atropello de la Plaza del Castillo, su tesoro arqueológico, la falta de sensibilidad
ante la memoria histórica de fusilados y desaparecidos, el tratamiento
delincuente de lugares de memoria como el Palacio de los Reyes o el Fuerte de
San Cristóbal! Los conflictos de banderas, el acoso a movimientos sociales (la
reivindicación de las huertas de Aranzadi, el derribo del Euskal Jai…) todo
ello se ha convertido en un estilo de gobernación que implicaba la marginación de
un amplio sector de la población y un apartheid
contra una forma de ser y vivir la identidad navarra.
La
corrupción ha impregnado este modo de gobernar, y lo hemos descubierto en ese
otro atropello que ha sido la liquidación de la Caja de Ahorros de Navarra, una
entidad solvente y que representaba el único instrumento financiero propio del
que disponía la “Comunidad Foral”. El escándalo de Caja Navarra es tan enorme y
clamoroso que resulta extraño que no pase todavía un factura mayor a los culpables
de la misma.
La
llegada a la madurez política de una generación formada en euskera y con un
acceso relativamente sencillo a los referentes patrimoniales propios se ha
producido a pesar de las graves dificultades impuestas por quienes, como
herederos de la victoria en el 36, han manejado el gobierno foral durante toda
la etapa de la llamada “Transición”.
Este
cambio que se apunta es generacional, pero también tiene otras facetas. No cae
del cielo como un milagro o un meteorito casual sino, más bien, como una fruta
que madura.
A
la construcción de esta nueva mentalidad han contribuido muchos factores, no
pocos, pero entre ellos encontramos el trabajo de un amplio grupo de
voluntarios y estudiosos que han cuestionado el régimen a partir de la
concepción de Euskal Herria con Navarra como su eje político. Navarra ha sido
la forma política, el Estado independiente, de Euskal Herria. Ello ha dejado su
impronta en nuestra cultura, en la memoria, el patrimonio y en otras
circunstancias. En este sentido, el nuevo alcalde de Iruñea, Joseba Asiron, ha
ejercido de director de los tres congresos que, con motivo del 500 aniversario
de la conquista castellana de 1512, organizó Nabarralde en los años 2010, 2011
y 2012. Asiron ha sido sin duda una persona cualificada y destacada en esa
tarea.
El
sistema político español está concebido precisamente para imposibilitar cambios
estructurales que afecten a lo que sus dirigentes reales, que no son
necesariamente quienes gobiernan en un momento dado, llaman “el Estado”.
Navarra, precisamente en esa realidad de eje histórico y político de Euskal
Herria, ha sido, y sigue siendo, para ellos “cuestión de Estado”. Es previsible
que las dificultades a las que se enfrenten quienes integren el Ayuntamiento de
Pamplona y el gobierno de la Comunidad Foral sean enormes.
Bien
sabemos que la normalidad real para una nación conquistada y sometida sólo
puede venir de la mano de la independencia, de un Estado propio, pero la
asfixia, el negacionismo y el autoodio de tan larga etapa se hacía insoportable
a quienes lo hemos sufrido.
Sirvan
estas líneas de felicitación y ánimo a Joseba Asiron, nuevo alcalde de Iruñea,
que debe ser, de momento por lo menos, la capital simbólica de todos los
navarros, y un referente para toda la población vasca, de oriente y occidente,
del norte y del sur. Lo mismo deseamos a Uxue Barcos en su presidencia de una
Comunidad Foral que, posiblemente con ese nombre, Navarra, o con el que
decidamos todos, pensamos debe constituirse en el nuevo Estado independiente.
Estamos
de enhorabuena todos los navarros, todos los vascos. Deseamos ánimos y
perseverancia a Barcos y a Asiron.
Firman este texto Tasio Agerre, Luis María Martínez Garate y Angel Rekalde
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