Ya que
memoria e historia no están separadas por barreras infranqueables sino que
interaccionan permanentemente, se deduce una relación privilegiada entre las
memorias ‘fuertes’ y la escritura de la historia. Cuanto más fuerte es la
memoria –en términos de reconocimiento público e institucional-, tanto más el
pasado del que ella es vector llega a ser susceptible de ser explorado y puesto
en historia
Enzo Traverso
Como
afirma el intelectual valenciano Joan Francesc Mira vivimos en un mundo fet de nacions, “hecho de naciones”,
“constituido por naciones”. Esto es un hecho innegable. Lo mismo que también lo
es que todos los humanos anclamos nuestra identidad, las raíces de nuestra
pertenencia social, en una nación. Sobre todo en el mundo occidental en el que
vivimos nadie puede decir que no se incluye en una nación. Sea cual sea. En
cuanto se araña, bien sea de modo superficial, en su adscripción identitaria
aparece una nación.
Otra
cuestión, también universal en nuestra época, es la inscripción, obligada en
este caso, en un Estado. El mundo también está construido sobre los estados. No
existe nadie que escape a este hecho. También es otro problema, en el que aquí
no voy a entrar, el hecho de que las naciones y los estados del mundo conforman
dos realidades diferentes. En ocasiones coinciden, pero en otra muchas, no. La
diferencia estriba en que la adscripción estatal es impuesta, mientras que la
nacional, aunque los estados la intenten asimilar, tiene capacidad de ser
voluntaria e incluso de oponerse a las estructuras y mugas estatales.
Para
que un grupo humano, una sociedad, se autorreconozca como nación hace falta que
“alguien” construya y transmita un conjunto de hechos objetivos, como lo son
una lengua propia y diferenciada, una historia común, unos sistemas sociales y
económicos semejantes. Pero, sobre todo, a nivel del imaginario colectivo son
imprescindibles unos símbolos, unos mitos o leyendas fundacionales,
determinados lugares, paisajes o monumentos, en los que el grupo se siente
integrado y que dan sentido a su pertenencia. Esto es lo que se puede llamar el
“relato”. El “relato” es un conjunto de historias, narraciones, mitos y
leyendas; creencias y fiestas; paisajes u otro tipo de lugares en los que un pueblo
se siente representado en una visión que comparte con el resto de su sociedad.
Para
construir el relato capaz de afirmar una nación hay dos caminos. El primero y
más importante, el “normal”, el de las naciones que tienen un Estado a su
servicio que se lo ofrece mediante su sistema educativo, para niños y jóvenes
sobre todo, y a través de la propaganda de sus medios: televisión, radio,
prensa, Internet etc,, para todos Es lo que forma parte de lo que el politólogo
inglés Michael Billig ha denominado como “nacionalismo banal”. El segundo, el
que corresponde a naciones que no tienen Estado y en las que el que tienen
trabaja en su contra, a favor de la desnacionalización propia y su
renacionalización en la del dominante. En estos casos la labor de construir un
relato propio es ardua. Debe hacerlo la propia sociedad nacional. Para ello hay
que desmontar toda la mitología impuesta desde el Estado dominante.
La
memoria histórica constituye el fundamento para la construcción del relato
capaz de construir con efectividad una nación. No existe ninguna sociedad sin
memoria histórica. Como se ha indicado, normalmente ese imaginario colectivo
que conforma la memoria viene construido y transmitido desde el Estado. En
nuestro caso, por la parte de Navarra sometida al Estado español nos
encontramos con una “memoria histórica” basada en materiales que comienzan por
la resistencia de Numancia (Iberos, como antecedentes de los españoles) frente
a los romanos. Le siguen los godos, que constituyen, sobre todo tras la conversión
de Recaredo, el antecedente de esa España una y grande que construirá un
Imperio; la legitimidad histórica de España se soporta sobre la monarquía
visigoda. Tras la “conquista” musulmana, la siguiente etapa es la llamada
“reconquista” en la que entorno a Castilla y frente al “extraño” –el “moro”- se
forja, de nuevo, España. Los reyes “católicos” a finales del siglo XV reafirman
esa unidad incorporando a Castilla la Corona catalana-aragonesa. Poco después
es el Imperio en el que “no se ponía el sol”. La guinda la pone la guerra de la
“independencia” contra la ocupación francesa. Desde niños hemos aprendido,
memorizado e interiorizado estos elementos y son los utilizados en el lenguaje
cotidiano de todos los medios de comunicación españoles. Los franceses por su
parte tienen a Clovis y su conversión al cristianismo, Santa Juana de Arco
frente a la ocupación inglesa, el “rey sol” con su esplendor europeo y culminan
con la “revolución” de 1789 seguida del imperio napoleónico.
Todos
estos elementos forman parte del relato que constituye la nación española, o
francesa en su caso. Si nosotros pretendemos conformar la nuestra (Vasconia,
Euskal Herria, Euskadi, Navarra o como la queramos llamar, que ya es otra
historia) debemos construir nuestro propio relato. No podemos tener siete
relatos, uno por cada “territorio histórico”, muchas veces contradictorios y
enfrentados entre ellos. Tendríamos así siete naciones y no una. Menos todavía
los que dan soporte a las actuales divisiones administrativas impuestas por España
y Francia, comunidades autónomas y departamentos. Obviamente nuestro relato no
puede estar basado en los “trozos” de los relatos español y francés que hacen
referencia a nuestro pueblo. Tenemos que construir uno en el que todos nos
sintamos reflejados, percibamos con claridad el desarrollo histórico de nuestra
nación y sobre el que podamos proyectar nuestro futuro.
Nuestra
sociedad ha sufrido a lo largo del proceso de la historia una secuencia de
conquistas, ocupaciones y subordinaciones que la han hecho presa fácil de sus
dominantes, también a nivel ideológico. El historiador Jacques Le Goff dice: “La memoria colectiva ha sido una apuesta
importante en la lucha de fuerzas sociales por el poder. Convertirse en amo de
la memoria y del olvido es una de las grandes preocupaciones de las clases, de
los grupos, de los individuos que han dominado y dominan las sociedades
históricas. Los olvidos, los silencios de la historia son reveladores de estos
mecanismos de manipulación de la memoria colectiva”. La batalla de la
memoria se constituye desde el momento en que, como ya se ha dicho, no existe
sociedad alguna sin memoria. Un grupo humano sin memoria no puede existir, no
tendría la cohesión suficiente para existir como sociedad diferenciada y
estable. Si no tiene capacidad, fuerza, para mantener una propia, asume
necesariamente la que le impone quien le ha vencido, lo que refuerza aún más su
dominio.
Los
hitos fundamentales que marcan nuestra historia vienen dados por la principal
construcción política que ha realizado el pueblo vasco: el reino o Estado de
Navarra. Este es el relato que puede dar sentido a un proceso de siglos y
permitir que afrontemos el futuro como sociedad cohesionada, como sujeto
político. Afirma Reinhart Koselleck: “La
condición de vencido oculta visiblemente un potencial inagotable de progreso de
conocimiento”. Y no sólo lo oculta sino que permite desvelarlo y actuar
como factor de reivindicación, reparación y elemento liberador. La idea fuerza
de que el vencido que “olvida”, que pierde la memoria histórica, entra en el
campo de su doble derrota, posiblemente definitiva, fue expuesta por Walter
Benjamín en sus “Tesis sobre el concepto de historia” de 1940. Mientras exista
memoria de las injusticias hay vías abiertas para repararlas.
Si
la sociedad vasca ha sufrido atropellos, injusticias y derrotas a lo largo de
la historia no van a ser los historiadores al servicio de quienes nos las
inflingieron quienes las denuncien. Los historiadores oficiales tienden a
minusvalorar la memoria de los vencidos, a olvidarla o a incorporarla a su
relato. Albert Balcells afirma en este sentido: “El historiador que menosprecia la memoria histórica como una
superchería política está haciendo, de modo voluntario o involuntario, el mejor
servicio a la política de amnesia colectiva y de desarraigo, que facilita la
manipulación de la masa por parte del poder oficial”. Todo lo que podamos
aportar como memoria propia, no sumisa, será tildado de mito, leyenda o, si llegan
a reconocer su realidad independiente, menospreciado.
Por
esta razón nunca encontraremos en las historias de España ni en la memoria que
generan, mención alguna a Pedro II, mariscal o jefe de los ejércitos de Navarra
frente al ocupante en 1512 y en 1516, fecha en que fue derrotado y encarcelado,
en Atienza en primer lugar y en Simancas posteriormente, donde murió
acuchillado. Todavía se debate si fue asesinado o se trató de un suicidio, pero,
en cualquier caso, un acontecimiento provocado por su prisión. Fue una vida
ejemplar de servicio a la causa de la justicia y la libertad. Un claro
compromiso con Navarra y su organización política, del que quedó excluido
cualquier tipo de traición o componenda. Este personaje constituye una parte importante
de las mimbres que deberían constituir nuestra memoria colectiva. Con este hilo
y otros muchos análogos se podrá tejer el relato propio de nuestra nación, el
que nos permita constituirnos como sujeto político capaz de afrontar los retos
que, como sociedad, nos plantea el mundo en el primer tercio del siglo XXI.
Las
bases sobre las que sustenta la visión de una Euskal Herria con “siete
territorios históricos” corresponden a la aceptación acrítica de los relatos
impuestos por España y Francia. Las “provincias” fueron constituidas por
Castilla-España en la vertiente sur de los Pirineos como un modo de neutralizar
el origen político navarro del conjunto vasco. Pienso que el relato que puede
otorgar sentido a Vasconia y proyección hacia el futuro debe sustentarse sobre
la realidad política del Estado de los vascos.
Esa memoria que nos ha constituido hasta la modernidad
estaba vigente todavía en el siglo XIX. Como ejemplo nos aparece una de las
denominaciones de la primera guerra carlista como “la Guerra de Navarra”. Hasta
el último tercio de dicho siglo es la Diputación de Navarra la que se erige con
capacidad de presentar iniciativas a sus “hermanas vascongadas”. Con el auge
del proceso industrial en Bizkaia y Gipuzkoa y el surgimiento del nacionalismo
vasco moderno, el bizkaitarrismo de los hermanos Arana Goiri, este liderazgo
luce cada vez con menos brillo. Prácticamente se ocultó a partir de la fallida
asamblea de municipios navarros de 1918 reventada por Víctor Pradera, ideólogo
agente del nacionalismo español. Los dramáticos y tristes acontecimientos que,
sobre todo a partir de 1931, culminan en 1936, llevaron al eclipse total de la
Navarra histórica real. Su memoria fue casi borrada y sustituida por la de una
Navarra protagonista de la última “cruzada”. Una Navarra “foral y española”,
como gusta decir a sus ideólogos.
Esta
memoria impuesta por quienes dieron el golpe militar y vencieron en la guerra
de 1936 ha
servido para ocultar la auténtica memoria de la Navarra soberana,
independiente, Estado europeo, la máxima creación política de los vascos. Pero
es esa Navarra la que puede constituirse como base de nuestro relato nacional
en el siglo XXI. Los cargos y responsabilidades de lo ocurrido en 1936 y años
posteriores tendrán que soportarlos quienes llevaron a cabo la barbarie, pero
no son imputables a Navarra. Si alguien la sufrió fueron los propios navarros,
con casi 3.500 fusilados por pura venganza o “escarmiento” en expresión
acertada de Miguel Sánchez Ostiz. Y toda la represión posterior que también se
cebó sobre ellos.
François
Hartog afirma: “La memoria colectiva es
‘una corriente de pensamiento continua’, no retiene del pasado más que lo que
permanece vivo”. Y esa vivencia de Navarra como hilo conductor de Vasconia,
de Euskal Herria, a través de los siglos creo que es el bastidor que nos
permitirá tejer el futuro, persistir con éxito en el siglo XXI y en los
posteriores. Fuera del “relato navarro” veo muy difícil conseguir esa necesaria
visión global del País, no siete ni tres. Es el relato que nos puede otorgar
esa unidad imprescindible para actuar como sujeto político en el mundo, libre y
solidario con el resto de naciones.
Bibliografía
Balcells,
Albert. “Llocs de memòria dels catalans”. Barcelona, 2008. Editorial Proa.
Billig, Michael “Nacionalisme banal”. Valencia
2006. Editorial Afers Universitat de
València. En
español “Nacionalismo banal”. 2014. Editorial Capitán Swing.
Hartog, François. “Régimes d’historicité.
Présentisme et expériences du temps”. Paris 2012. Éditions du Seuil. Histoire.
Koselleck, Reinhart. “L’expérience de l’histoire”.
Paris 1997. Gallimard / Éditions du Seuil.
Le Goff, Jacques. “Histoire et mémoire”. Paris
1988. Gallimard. Folio histoire.
Mira, Joan Francesc. “En un mon fet de nacions“. Palma (Mallorca) 2008
Lleonard Muntaner Editor
“Proyectos
sometidos por la Diputación de Navarra a las de Vizcaya, Alava y Guipúzcoa”.
Pamplona 1866. Imprenta Provincial.
Traverso, Enzo. “Le passé, mode d’emploi, histoire,
mémoire, politique”. Paris 2005. La
fabrique éditions.
Haria 37. marzo 2015 martxoa
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