Ante
la lectura del editorial de Gara del pasado 1 de abril, en relación con Aberri
Eguna, he experimentado una primera sensación de perplejidad y otra, posterior,
de enfado. En mi opinión, Gara incurre en reducciones graves y entra en un camino que lleva a la desorientación social
y que es peligroso, sobre todo, por la ascendencia que tiene el diario en
muchos sectores de nuestro país.
El
editorialista afirma: "Para dar ese salto (el tránsito del ser nación al
ser estado), tienen que llevar añadida una oferta sólida de un futuro mejor
para toda la ciudadanía”. Es decir, centra el futuro político de Euskal Herria
en cuestiones socioeconómicas y en una “gestión más justa y eficaz de lo que lo
hacen ahora Madrid y Paris”. Con este argumento Gara aparca el elemento
fundamental que constituye el motor de cualquier sociedad que aspire a ser
nación y reduce su complejidad a un problema de bienestar material, a un
conflicto económico-social.
Es sabido que el Estado es la herramienta fundamental para
garantizar el desarrollo equilibrado, la cohesión y los derechos de personas y
grupos de cualquier nación. Lo es también para que ésta sea un sujeto político
en el mundo. Cuando una nación se encuentra sometida a un Estado extraño que
actúa más como enemigo que como garante de los derechos y desarrollo de su
sociedad, debe aspirar a lograr su Estado propio. Este es nuestro caso.
El
logro de la independencia, del Estado propio, en una situación de dominio como
el que ejercen los estados español y francés sobre Euskal Herria, supone una
lucha política de primer orden.: Ante ella,
desarmarse de argumentos que nos avalan, que explican las condiciones de
dominación que determinan el presente, que movilizan a buena parte de grupos y
personas de nuestra nación, es una postura que no tiene justificación. La
memoria histórica es un patrimonio colectivo que refuerza la conciencia
nacional y constituye el soporte de nuestra identidad; apostar por la
desmemoria significa desnacionalizarse. Sin una lectura propia de la historia,
principalmente la de su Estado, Navarra, no se entiende la realidad nacional en
su conjunto, ni se explica la partición a que ha sido sometida durante siglos.
La amnesia no supone un hueco dentro de la sociedad que olvida sus referentes,
la olvidada memoria propia será invadida casi al instante por la de los que
desde hace siglos quieren imponer las naciones que nos ocupan.
Los
elementos pragmáticos que cita Gara son muy importantes y pueden tener gran
efecto sobre sectores no identificados directamente con los elementos
simbólicos de la nación, y que pueden asumir acríticamente el relato impuesto
por quienes nos han dominado. No obstante, esta parte de la población nunca
será la que lleve la iniciativa en un proceso emancipador. No será su base
dinámica. Constituye un sector que apoyará el proceso y se sentirá cómodo en un
Estado propio, pero que no será su pionero. Los elementos materiales por sí
solos no tienen capacidad de movilización más que en situaciones extremas.
Por
último, cuando Gara afirma “si la independencia se consigue o no va a depender
de la adhesión masiva y libre de las personas”, comete el error de pensar que
se puede producir una adhesión “libre” a un proyecto político de liberación sin
conocimiento de la trayectoria que ha originado los problemas actuales. El
papel de la memoria histórica es imprescindible para tener un relato propio que
los explique y nos permita comprenderlos y así reivindicar la propia identidad
del presente, como heredera de los conflictos anteriores. La memoria es un
factor insustituible de reivindicación y, también, para la reparación de
injusticias antiguas. Para tomar decisiones libres es necesario, entre otras
cuestiones, conocer lo sucedido desde un punto de vista centrado en la propia
sociedad.
Con
editoriales de este tipo lo único que se consigue es favorecer la debilidad del
pensamiento social y político propio y, por lo mismo, ponerlo en manos de la
ideología dominante, del nacionalismo, sea español o francés. Es una línea roja
que no se debería cruzar.
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