“¿Se puede vivir en el siglo XXI enalteciendo
un momento que se desarrolló hace quinientos años? Desde luego que sí. Israel
se vanagloria de su Massada, episodio bélico mucho más antiguo; la
historiografía alemana tradicional no olvida la aniquilación de tres legiones
romanas en los oscuros, húmedos y temibles bosques de Teutoburgo en el año 9 de
nuestra era (excelente apoyatura, posteriormente, para la ideología protestante
en su lucha contra la influencia latina, romana y católica) y el pasado imperio
español en América, Flandes e Italia alimenta todavía los sueños íntimos –y
también públicos- de una parte de españoles”
Josep Vicent Boira
(“Valencia. La ciudad”)
Orreaga como acto constituyente
Cualquier
sociedad, como realidad histórica, determina los eventos que a lo largo de su
historia considera como originarios o constituyentes. La arbitrariedad de esta
elección es evidente ya que muchos de ellos, por su antigüedad, se hunden en
esa profunda niebla en la que es difícil diferenciar los acontecimientos
realmente ocurridos de las leyendas e, incluso, cuesta valorar su trascendencia
efectiva en la etapa en que sucedieron.
Asistí
hace poco tiempo, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, al
acto de entrega del premio Rafael Manzano Martos, otorgado a la restauración y
recuperación de edificios incluidos en el patrimonio histórico-artístico, al
arquitecto Leopoldo Gil Cornet, profesor de Historia de la Arquitectura en la
Universidad del Opus Dei en Pamplona. En este acto se entregó a los asistentes
un libro titulado “Roncesvalles. Hospital y santuario en el Camino de
Santiago”. En este trabajo se otorga a Roncesvalles una gran trascendencia como
“inicio español” (sic) del Camino.
Aunque aparecen referencias al lugar como escenario de varias batallas contra
los francos, particularmente contra Carlomagno en 778, su valor simbólico como
hito fundacional del reino de Pamplona a comienzos del siglo IX, queda oculto
en dicho libro.
De
modo análogo, en una historia de la Edad Media escrita por el historiador
francés Jérôme Baschet, se afirma que “…en la base (de la Chanson de Roland)…
narración épica emblemática de la cultura medieval, no se encuentra más que un hecho histórico sin relieve: el aniquilamiento, en 778, de la retaguardia conducida
por el sobrino de Carlomagno, bajo los golpes de los vascos que entonces
controlaban las montañas pirenaicas”.
En
ambos casos, español y francés, las historias oficiales no niegan la existencia
de los hechos bélicos ni sus protagonistas. Lo reconocen, pero minimizan su
alcance y trascendencia histórica. Es deber nuestro, como navarros del siglo
XXI, el valorar la importancia y consecuencias que tuvo para nuestro pueblo lo
acontecido en las diferentes batallas de Orreaga ocurridas en un lapso de
tiempo inferior a cincuenta años. Los hechos bélicos no tendrían sentido sin
una valoración del papel jugado, antes y después de estos sucesos, por su
capital: Pamplona – Pompaelo, Pompaelonis Pompeio ilunis o ciudad de Pompeyo en euskera-, la
Iruñea –la ciudad- de los vascones.
Pamplona
se encuentra ubicada en una vía de comunicación de gran trascendencia histórica
en el enlace de la Europa central con la Península Ibérica. Fueron lo romanos
quienes construyeron la calzada que unía Burdeos con Astorga. De este modo a la
tradicional comunicación entre las comunidades pastoriles vascas de ambas
vertientes del Pirineo se añadió una vía comercial de largo alcance y gran
importancia. Más tarde, también, posibilitó la entrada en la Península Ibérica
de las invasiones germanas. De hecho los godos pasaron por ella. Parece que,
antes de su construcción por Roma, los celtas utilizaron este mismo camino.
Se
considera fuera de duda que en siglo VIII los vascones tenían una indiscutible
capital política, perfectamente pertrechada y defendida por un importante
sistema de murallas. Pamplona-Iruñea expresaba la continuidad de su antigua
importancia, en el mundo romano y tardo romano, como centro político y
comercial del hinterland vasco.
En
el retorno hacia sus tierras centroeuropeas, tras del fiasco de Zaragoza en
778, Carlomagno atacó al corazón de Vasconia, destruyó sus murallas y saqueó
“su” ciudad. Desconocemos las razones precisas de la agresión pero, dada la
importancia de Pamplona y los estragos producidos, no cabe duda de que el rey
franco no actuó movido en exclusiva por la rabia y el despecho tras su fracaso
en Zaragoza, sino, con más facilidad, por contenciosos previos con la sociedad
vasca de la época.
La
reacción vascona fue proporcional al agravio sufrido. Tanto en su inmediatez,
escasos días, como en su intensidad bélica, la contraofensiva de la sociedad
vasca fue fulminante y eficaz. Y la derrota de Carlomagno directamente
proporcional a la misma. La victoria de 778 fue refrendada en las subsiguientes
batallas de 812 y 824, frente a sus descendientes. Esta sociedad, establecida y
victoriosa, consolidó en un plazo inferior a cincuenta años un nuevo poder
político. La organización de los vascones se reforzó hasta el punto de que el
mismo año de la última victoria frente a los francos en 824 surgió a la
historia el reino de Pamplona con Iñigo Aritza a su cabeza. Sobre la
organización política tardo romana de los vascones nació un nuevo Estado en la
Europa alto medieval.
Todas
las naciones que, en alguna etapa de su historia, han llegado a constituir esa
organización política soberana –Estado-, que no reconoce a nadie por encima de
ella, se basan siempre en un “momento constituyente”. El devenir de la historia
de cualquier pueblo presenta muchas situaciones cruciales en las que se define
su rumbo futuro, a veces inmediato, pero en muchas ocasiones en el largo plazo.
Nuestro caso no es una excepción.
El
esplendor, territorial, urbano y comercial de comienzos del siglo XI, con
Sancho III el Mayor, fue una de ellas. Otra fue la crisis acaecida tras el
desgraciado testamento de Alfonso I el Batallador, en la que frente a su
voluntad de cesión del reino a las “órdenes militares”, la sociedad forzó su
restauración en la figura de García Ramírez IV en 1134. También lo fue la
recuperación de la soberanía plena tras la etapa en la que el reino estuvo
unido a Francia por vía matrimonial durante el reinado de los últimos Teobaldos
a finales del siglo XIII y comienzos del XIV. El reino se separó unilateralmente
de Francia mediante la proclamación como reyes de Navarra de Juana y Felipe de
Evreux en 1328.
Todas
ellas fueron situaciones de encrucijada, en las que la fortaleza de la sociedad
navarra fue capaz de mantener el reino y regenerar su situación social y
política. No obstante, opino que el acontecimiento principal, el primero en el
tiempo y el de mayor alcance político, fue, sin duda, Orreaga. Desde la primera
y más conocida batalla de 778 hasta la resolutiva de 824, cuando Iñigo Aritza
fue nombrado caudillo –rey- de los pamploneses. El hito de Orreaga fue nuestro
auténtico “acto constituyente”.
Hitos y mitos
Afirma
Borges, citado por Rubert de Ventós, que “todo lo que es hito resulta también
un mito”. El concepto de “mito” encierra una clara ambivalencia. Por una lado,
ofrece un sentido peyorativo según el cual se afirma que cuando las naciones
privadas de Estado y con voluntad de alcanzarlo, plantean su reivindicación, se
basan en “mitos”. Estas naciones son, se dice interesadamente, “pueblos sin
historia” y crean “mitos” para justificar su existencia histórica. Este es el
sentido en el que se acusa, por ejemplo, a Arana Goiri de crear mitos como el
del Árbol Malato o el personaje de Jaun Zuria; otro tanto se dice sobre la
leyenda de Otger Cataló, como origen
de la Cataluña histórica. La acusación de inconsistencia y falsedad de estas
reivindicaciones se produce desde naciones constituidas en Estado que utilizan
con desenvoltura todo tipo de mitos para justificar su existencia. Desde los Indíbil y Mandonio o la reconquista iberos o hispanos hasta los Vercingétorix o la Juana de Arco galos o francos, son usados por ambos nacionalismos
como “hitos” constituyentes.
Los
mitos, sobre todo los que se consideran fundacionales u originarios, tienen
normalmente una base histórica. Esta base real, con el paso del tiempo
desdibuja sus trazas históricas y construye progresivamente el “mito”. Es el
“mito”, la visión mítica que le atribuye la propia sociedad, el símbolo que
representa, y le otorga su fuerza
constituyente y, de este modo se conforma como factor de cohesión social.
El
sentido, la interpretación, de los mitos es un caso particular del conocido caso
que plantea Lewis Carroll en “A través del espejo”, cuando Humpty Dumpty dice a
Alicia:
“Cuando yo
uso una palabra –dijo Humpty-Dumpty con un tono burlón- significa precisamente
lo que yo decido que signifique: ni más ni menos.
- El problema
es –dijo Alicia- si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas
diferentes.
- El problema
es – dijo Humpty-Dumpty – saber quién es el que manda. Eso es todo”.
Los
estados, entre otras muchas facultades, tienen capacidad para consolidar como
hitos muchos acontecimientos de dudosa existencia, pero que consideran con la
suficiente eficacia como para dar cohesión y sentido a la sociedad sobre la que
ejercen su poder, para nacionalizarla.
En
este sentido el indiscutible “hito” que fue Orrega ha sido erigido como “mito”
tanto en la historia de Francia y España como en su literatura. “La Chanson de
Roland” es una obra excepcional y universalmente reconocida. El problema consiste
en que quienes se han apropiado del mito los han reducido Vasconia a una
situación dependiente y subordinada. La Vasconia que inició en Roncesvalles su
andadura política en Europa como reino de Pamplona, como Estado soberano
durante muchos siglos, se ha encontrado con que le han arrebata su “hito”
fundacional, su acta de nacimiento a la historia, y lo han reinterpretado.
Mientras
tanto nosotros, la sociedad navarra contemporánea, hemos olvidado su sentido
profundo, y no hemos sido capaces, como pueblo, como sociedad, de convertirlo
en lo que debería ser: nuestro “mito” originario, nuestro “acto constituyente”,
nuestra “autodeterminación” histórica. Se trata de: unos hechos bélicos
victoriosos para nuestro pueblo y en los que una ciudad, Pamplona, se asentó como
núcleo vertebrador del Estado de los vascos, reino de Pamplona, primero y de
Navarra después, a nivel social, cultural, económico, comercial y, sobre todo,
político.
Bibliografía
Baschet,
Jérôme. “La civilisation féodale. De l’an mil à la colonisation de l’Amérique”.
Paris, 2006. Flammarion.
Carroll,
Lewis. “Alicia en el país de las maravillas & A través del espejo”. Madrid
1984. Akal editor.
Rubert
de Ventós, Xavier. “Dimonis íntims”. Barcelona 2012. Edicions 62.
VVAA.
“Roncesvalles. Hospital y santuario en el Camino de Santiago”. Pamplona 2012.
Fundación para la Conservación del Patrimonio Histórico de Navarra.
Publicado en HARIA 32
Abril de 2013
Abril de 2013