Víctor Alexandre
Escritor y periodista
“¡Caramba, qué cosas lees!”, me han dicho algunas personas, en Cataluña, al verme con el libro “Síntesis de la historia de Navarra”, de Luis Martínez Garate. No, no había nada peyorativo en el comentario. Simplemente les llamaba la atención que alguien como yo, que no soy vasco, me interesara por la historia de otro país. Creo que habrían dicho lo mismo si el libro hubiese sido una síntesis de la historia del Tíbet o del Senegal. Es decir, que lo que sorprende es que alguien pueda sentir interés por la historia de un país que no es el suyo. Es un prejuicio que denota apatía hacia las realidades que consideramos lejanas, no hay duda, pero está tan extendido que nos parece normal. De todos modos, hay algo mucho más grave que todo eso. Algo muy propio de las naciones sin Estado, o, como diría el historiador Tomás Urzainqui, de las naciones que en realidad son estados secuestrados por otros estados. Me refiero al desconocimiento de la propia historia. Fijémonos que son mayoría los catalanes y vascos que ignoran la historia de su país, más allá de un par de episodios o fechas relevantes. Saben más cosas, naturalmente, pero se trata más bien de cuestiones de carácter cultural que, además, les resulta muy difícil desligar de España –si son catalanes o vascos del sur– o de Francia –si son del norte. Son demasiados años de escuchar el mismo mensaje oficial y de vernos sometidos a la formación del espíritu nacional español.
Sin embargo, una cosa es lo que nos han obligado a interiorizar y otra muy distinta la realidad histórica. No hay más que ver a que extremos está llegando la alianza nacionalista española en Euskadi entre el Partido Socialista y el Partido Popular. Franco estaría orgulloso de ellos. Nada más llegar al poder –amordazando antes a un sector de la sociedad vasca– han comenzado a llenar el país de banderas españolas y a criminalizar, despreciar o folklorizar todo lo que es euskaldun, aislando las ikastolas, españolizando la enseñanza, llevando a cabo una caza de brujas en las emisoras vascas contra la izquierda abertzale y el PNV y desarrollando un programa de desnaturalización del país. No se podía esperar otra cosa, teniendo un nacionalista español como lehendakari.
A pesar de ello, no creo que haya motivos para sentirse intimidado. Basta con darse cuenta que alguien que necesita prohibir el voto a una parte de la ciudadanía para poder ganar unas elecciones no sólo es un totalitario, también es un tigre de papel, un alfeñique cuyo poder tiene los días contados. Al fin y al cabo, su fuerza se nutre únicamente de todo cuanto ignoramos de nosotros mismos. O, dicho de otro modo, es nuestra propia ignorancia lo que nos debilita. Por suerte, hay diversas maneras de invertir esa tendencia, y una de ellas es el libro que he mencionado de Luis Martínez Garate.
“Síntesis de la historia de Navarra”, publicado por Nabarralde, tiene, de inmediato, dos grandes valores. En primer lugar, combate la ignorancia; y, en segundo, transforma en autoestima la inseguridad inherente a esa ignorancia. Es obvio que el nombre de Navarra, en este caso, no se refiere tan sólo a la parte del país que hoy lleva ese nombre, sino a todo el pueblo vasco: “Todos los navarros somos, lingüística y étnicamente, vascos. También todos los vascos somos navarros desde el punto de vista político”. En el libro, además de los datos y la narración de los diversos episodios que configuran la historia de Euskal Herria –“Un reino soberano”, “La evolución vascongada”, “La conquista de 1512”, “Una cultura que asombró al mundo”, “El ataque a los fueros y su destrucción”...–, Martínez Garate hace reflexiones muy interesantes que me gustaría aproximar al lector. Esta es una de ellas: “La percepción que tiene cualquier sociedad sobre los hechos o lugares que marcaron hitos de su vida común es lo que constituye la memoria histórica y los lugares de memoria que la definen. Cuando la memoria se refiere a situaciones de injusticia, opresión o sufrimiento y dolor tiene, para los que las soportan, un valor reivindicativo que les permite acceder a la reparación de los agravios padecidos y a su liberación. Los vencedores tienden a borrar o desfigurar la memoria de los derrotados. Si lo logran, han triunfado en una segunda, y tal vez definitiva, ocasión. La labor de la historia consiste en poner en su sitio a la memoria, sobre todo en un caso como el nuestro, en el que la manipulación de los hechos por parte de los vencedores ha buscado por todos los medios la distorsión de nuestra memoria y su integración en su sistema cultural, social y político”.
Y esta es otra de las reflexiones: “El valor de la historia estriba en llegar al conocimiento del proceso que nos ha permitido construir el ‘nosotros’ actual, con la lengua y patrimonio que poseemos; con la cultura social y política que define nuestra sociedad y los conflictos en los que participamos y, tantas veces, sufrimos. En resumen, consiste en acceder a una explicación y comprensión de quiénes y por qué somos así, aquí y ahora, y servir de apoyo para la proyección del porvenir que necesitamos construir. Es una forma de aclarar algo tan importante, al mismo tiempo que denostado por los que la tienen ya garantizada por su propio Estado, la propia identidad. Ninguna sociedad sin una percepción clara de su identidad tiene futuro”.
Un libro de consulta necesaria y un magnífico antídoto contra quienes afirman que la nación de los vascos es España. Es decir, el nacionalismo español y su corte vasca de aduladores.
Sin embargo, una cosa es lo que nos han obligado a interiorizar y otra muy distinta la realidad histórica. No hay más que ver a que extremos está llegando la alianza nacionalista española en Euskadi entre el Partido Socialista y el Partido Popular. Franco estaría orgulloso de ellos. Nada más llegar al poder –amordazando antes a un sector de la sociedad vasca– han comenzado a llenar el país de banderas españolas y a criminalizar, despreciar o folklorizar todo lo que es euskaldun, aislando las ikastolas, españolizando la enseñanza, llevando a cabo una caza de brujas en las emisoras vascas contra la izquierda abertzale y el PNV y desarrollando un programa de desnaturalización del país. No se podía esperar otra cosa, teniendo un nacionalista español como lehendakari.
A pesar de ello, no creo que haya motivos para sentirse intimidado. Basta con darse cuenta que alguien que necesita prohibir el voto a una parte de la ciudadanía para poder ganar unas elecciones no sólo es un totalitario, también es un tigre de papel, un alfeñique cuyo poder tiene los días contados. Al fin y al cabo, su fuerza se nutre únicamente de todo cuanto ignoramos de nosotros mismos. O, dicho de otro modo, es nuestra propia ignorancia lo que nos debilita. Por suerte, hay diversas maneras de invertir esa tendencia, y una de ellas es el libro que he mencionado de Luis Martínez Garate.
“Síntesis de la historia de Navarra”, publicado por Nabarralde, tiene, de inmediato, dos grandes valores. En primer lugar, combate la ignorancia; y, en segundo, transforma en autoestima la inseguridad inherente a esa ignorancia. Es obvio que el nombre de Navarra, en este caso, no se refiere tan sólo a la parte del país que hoy lleva ese nombre, sino a todo el pueblo vasco: “Todos los navarros somos, lingüística y étnicamente, vascos. También todos los vascos somos navarros desde el punto de vista político”. En el libro, además de los datos y la narración de los diversos episodios que configuran la historia de Euskal Herria –“Un reino soberano”, “La evolución vascongada”, “La conquista de 1512”, “Una cultura que asombró al mundo”, “El ataque a los fueros y su destrucción”...–, Martínez Garate hace reflexiones muy interesantes que me gustaría aproximar al lector. Esta es una de ellas: “La percepción que tiene cualquier sociedad sobre los hechos o lugares que marcaron hitos de su vida común es lo que constituye la memoria histórica y los lugares de memoria que la definen. Cuando la memoria se refiere a situaciones de injusticia, opresión o sufrimiento y dolor tiene, para los que las soportan, un valor reivindicativo que les permite acceder a la reparación de los agravios padecidos y a su liberación. Los vencedores tienden a borrar o desfigurar la memoria de los derrotados. Si lo logran, han triunfado en una segunda, y tal vez definitiva, ocasión. La labor de la historia consiste en poner en su sitio a la memoria, sobre todo en un caso como el nuestro, en el que la manipulación de los hechos por parte de los vencedores ha buscado por todos los medios la distorsión de nuestra memoria y su integración en su sistema cultural, social y político”.
Y esta es otra de las reflexiones: “El valor de la historia estriba en llegar al conocimiento del proceso que nos ha permitido construir el ‘nosotros’ actual, con la lengua y patrimonio que poseemos; con la cultura social y política que define nuestra sociedad y los conflictos en los que participamos y, tantas veces, sufrimos. En resumen, consiste en acceder a una explicación y comprensión de quiénes y por qué somos así, aquí y ahora, y servir de apoyo para la proyección del porvenir que necesitamos construir. Es una forma de aclarar algo tan importante, al mismo tiempo que denostado por los que la tienen ya garantizada por su propio Estado, la propia identidad. Ninguna sociedad sin una percepción clara de su identidad tiene futuro”.
Un libro de consulta necesaria y un magnífico antídoto contra quienes afirman que la nación de los vascos es España. Es decir, el nacionalismo español y su corte vasca de aduladores.
BERRIA 27/02/2011
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