“Yo pensaría más bien en Navarra, un ideal casi inalcanzable para el catalanismo del dinero, que tiene una práctica soberanía fiscal, ...y donde esto no ha producido ni ha consolidado ningún nacionalismo navarro, ni ninguna nación navarra, ni cabe otro resultado parecido”
Joan Francesc Mira, en AVUI (2010/04/17)
En unas muy interesantes reflexiones sobre la nueva soberanía de los estados, soberanía basada fundamentalmente en el control de los elementos simbólicos: como la lengua, la memoria histórica, la comunicación, factores de identidad en resumen, publicadas en el diario Avui del 17 de abril pasado, Joan Francesc Mira ha escrito la frase que abre este artículo. Del texto citado se puede deducir, en parte por lo menos, el entorno en el que está concebido. Mira plantea en su trabajo los enormes cambios que, en los últimos tiempos, están experimentando los contenidos de lo que se conoce como soberanía estatal y cómo, ante su pérdida o cuando menos retroceso, en los campos económicos, en la gestión de la moneda por ejemplo, en las relaciones exteriores, en el control de sus fronteras o en los aspectos militares principalmente, los adquiere, renovados y con fuerza creciente, en los terrenos simbólicos o identitarios, antes citados.
Mira critica con dureza la política seguida por Cataluña, en la etapa más reciente, en el sentido de insistir preferentemente en la perspectiva económica, como el expolio fiscal, la nueva financiación, el déficit de infraestructuras y otras cuestiones próximas, mientras se dejan aparte asuntos fundamentales relacionados con la lengua, cultura y otros aspectos de la identidad. Como modelo de las consecuencias malignas que este planteamiento economicista podría suponer para Cataluña, Mira propone como ejemplo perverso la, en su opinión, situación ideal que, evidentemente dentro del Estado español y con sus conocidas y graves limitaciones, sería Navarra.
De una forma excesivamente simplificadora y lineal, considera que Navarra, a pesar de su autonomía fiscal y financiera, no tiene, en correspondencia lógica, una conciencia nacional propia; no la ha desarrollado históricamente y menos la posee actualmente. Según mi entender, eso es lo que sostiene Mira. Opino que las realidades sociales no son lineales, sino muy complejas, intrincadas por procesos históricos de diversa índole, pero que habitualmente son interpretados según la versión de quien en los conflictos sufridos quedó como vencedor: el Estado español y su nación, la española. El que no aparezca oficialmente, con esa designación, no quiere decir que no exista la “nación navarra”. Puede estar oculta, de hecho muchos pensamos que es así como se encuentra y llevamos bastantes años reivindicándola incluso de nombre desde Nabarralde.
La primera realidad camuflada por la Historia oficial española distorsiona, en lo que puede, la realidad de la existencia de muchos siglos de un Estado navarro soberano: el reino de Navarra. Como defiende el propio Mira en su magnífico trabajo “Sobre la nació dels valencians” (Valencia, 1997) una de las causas de la diversidad entre la Cataluña propiamente dicha, el principado, y el País Valenciano, es precisamente que ambos territorios constituyeron, desde su origen, dos estructuras políticas estatales diferenciadas: el ya dicho Principado y el reino de Valencia.
Conviene conocer, desde una perspectiva no marcada por la historiografía española, la realidad histórica que constituyó el reino de Navarra. Cuál fue su extensión territorial y humana, cómo se vio sometida a procesos violentos de conquista y ocupación por parte de Castilla, sobre todo desde finales del siglo XII: conquista de Vitoria-Gasteiz y de toda Araba, del Duranguesado, hoy vizcaíno, y del territorio que posteriormente se conocerá como Gipuzkoa, en 1200. Cómo, más tarde, hacia 1463, Castilla ocupó toda la llamada Sonsierra de Navarra, hoy divida entre Araba y La Rioja. Y, last but not least, cómo el proceso culminó en la etapa 1512-1524, en la que conquistó, ocupó y arrasó todo el resto de Navarra, abandonando, al final, el territorio de Ultrapuertos, donde continuó el reino independiente hasta 1620, en el que Luís XIII lo anexionó a Francia.
Desde el surgimiento, documentado históricamente, del reino de Pamplona en el siglo IX hasta los siglos XVI-XVII transcurren muchos siglos, en los que la cultura social vasca, base del Derecho Pirenaico, se concretó en la máxima institucionalización política, como Estado soberano, construida por este pueblo. Evidentemente, de modo similar a tantas otras situaciones históricas, el Estado navarro ejerció su función nacionalizadora y, como consecuencia, a la cultura social tradicional del pueblo vasco se superpuso una cultura política que aun perdura. Todo lo anteriormente expuesto está perfectamente estudiado y documentado, por ejemplo, en las diversas obras de Mikel Sorauren, “Historia de Navarra, el Estado vasco” (Pamplona-Iruñea, 1998) y de Tomás Urzainqui, “La Navarra marítima” y otras varias (Pamplona-Iruñea, 1998, 2002 y 2003, principalmente). Tanto el Convenio económico de la actual Navarra, conocida como “Comunidad Foral”, como el Concierto de las tres históricas provincias Vascongadas, hoy Comunidad Autónoma del País Vasco, tienen su soporte histórico y su base social en la existencia de un Estado propio, independiente y soberano, y en la cultura política generada por el mismo.
Navarra sí es una nación y tiene una sociedad fuerte que la constituye y mantiene y que, además, aspira a su independencia y a su reconstitución como Estado, soporte imprescindible para un desarrollo equilibrado, cohesionado sobre su propia identidad. El pacto, teóricamente contra natura, del PsoE con Upn en la Comunidad Foral de Navarra y con el Pp en la Comunidad Autónoma del País Vasco, refleja el temor del nacionalismo español a su capacidad de movilización social y política. Lo que sucede es que en la mayor parte de las ocasiones en que hoy se referencia esta nación, se hace mediante el nombre lingüístico y cultural de Vasconia, que es el de Euskal Herria, término cuyo significado literal sería “el pueblo vasco”. De modo semejante a como los portugueses son, en su denominación étnica y cultural, lusos, los navarros somos vascos. Y, por supuesto, los vascos, todos, del norte y del sur del Pirineo, podemos considerarnos, desde el punto de vista político, navarros. En este sentido es necesaria una catarsis en el mundo del nacionalismo vasco tradicional. Desde Arana Goiri hasta el mundo de la izquierda abertzale, tanto la ilegalizada como la legal, y reconocer la centralidad da Navarra en la constitución de la nación vasca. Incluso si nos ceñimos al limitado y tramposo marco político impuesto por el Estado español en su organización administrativa, la realidad de esa Navarra que todavía sigue llamándose así, presenta como segunda fuerza electoral una coalición que defiende precisamente su ser como nación, sin olvidar tampoco la capacidad de movilización de un sector hoy ilegalizado y sin posibilidad de expresión en las contiendas electorales ni la de muchos movimientos sociales en defensa de la lengua y otros. Los pactos nacionales, obviamente españoles, establecidos entre el PsoE y Upn, antes citados, corroboran la importancia que otorgan a nuestra situación social y política.
Pienso que el análisis de cualquier sociedad, más todavía si ha sido conquistada y se encuentra en un estado de subordinación, debe ser hecho en toda su complejidad, tanto sincrónica como diacrónica, y que es necesario intentar evitar las simplificaciones de tipo lineal que son, precisamente, las propuestas por los intereses del nacionalismo dominante: el español en este caso. En nuestra realidad, de modo análogo a la de los Países Catalanes, la estructura provincial es producto de la subordinación, constituye una forma administrativa, impuesta por la nación dominante, para garantizar el dominio sobre la conquistada. Creo que para conocer, entender y comprender la realidad vasca actual no se puede partir, en exclusiva, del relato construido por las historias oficiales de España y Francia, hay que acudir a otras perspectivas, de más difícil acceso precisamente por su potencial emancipador.
Versión en español en la página web de Nabarralde
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