Remedando al autor del libro que reseño, he denominado este comentario inspirándome en el título de la novela de Jane Austen citada por Ruiz-Domènec en su trabajo: “Orgullo y prejuicio”. Precedida de algunas críticas laudatorias ha aparecido esta autotitulada como “nueva” Historia de España. Las alabanzas al libro se han realizado, sobre todo, desde dos puntos de vista: su amenidad y su novedad. Con el primero estoy de acuerdo, ya que se trata, efectivamente, de una historia escrita de forma bastante amena y resulta, a pesar de sus casi 1.200 páginas, de fácil lectura. Con el otro, ya no estoy tan conforme, en que sea una historia realmente “nueva”.
El punto de partida del autor es, como resulta habitual, la realidad política que hoy constituye el Estado español. Para Ruiz-Domènec no existe atisbo de duda de que tal organización política se superpone como un guante a su mano a la de la “nación española”. Desde luego, no comienza con muy buen pie. A partir de esta premisa, el autor se plantea la eterna y metafísica pregunta de cuándo comenzó a existir España. ¿Con los romanos?, ¿tal vez con los visigodos?, ¿tras la invasión musulmana de la península, con la “reconquista”? Todas ellas cuestiones retóricas y pertenecientes a la más rancia y esencialista historiografía hispana de siempre. La obra es una continua y asfixiante reflexión sobre la “identidad española”. Américo Castro, Sánchez Albornoz, Menéndez Pidal, y tantos otros, atacando de nuevo.
ANTIGÜEDAD Y EDAD MEDIA
Posiblemente la única “novedad” que plantea la historia de Ruiz-Domènec sea la importancia atribuida al factor catalano-aragonés durante la edad Media. En la exposición de esta fase, su trabajo no es una historia centrada únicamente en el tradicional “castellanismo” exclusivista, tan común entre los historiadores hispanos. Claro que esta perspectiva se agota tras la “feliz unión dinástica” que, mediante el matrimonio de doña Isabel y don Fernando (el “Falsario”), apuntaló “definitivamente” la unidad de España. A partir de ese gozoso momento, hace aguas y Castilla se convierte y es, de hecho, el esqueleto y alma de España.
Un aspecto que no es habitual en las historias de España al uso, y que tiene cierto interés, es la reflexión que realiza sobre la batalla de Muret (1213) en la que el ejército francés con Simón de Monfort a su cabeza venció al occitano-catalán comandado por el rey Pedro II de Aragón. Esta batalla supuso, en primer lugar, la destrucción de un modelo político. En efecto, el autor, en la página 259 afirma:
“El mundo occitano… se abrió al otro modelo político de construcción europea, el modelo que auspiciaba Enrique Plantagenet”. “El Estado plurinacional de los Plantagenet adoptó todas las energías creadoras de Occitania: el gusto por la libertad, el placer de vivir, o el sueño de una sociedad más justa, más igualitaria”.Este modelo es el que fue aniquilado en Muret. En segundo lugar, la derrota llevó a que la corona de Aragón, durante el siglo XIII, como expone en la página 269, se encontró ante una nueva perspectiva geoestratégica: la de participar en una empresa nueva para ellos.
“La necesidad política de tener que marchar hacia el sur, a los fértiles valles del Turia, Júcar o Guadalquivir se vio atenuada por la férrea convicción de que León, Castilla, Aragón o Cataluña eran la patria de referencia para todos los conquistadores…”.
En la misma página, y en referencia a otra importante batalla sólo que de significado contrario, las Navas de Tolosa, (1212) afirma:
“Para no perder su identidad, los guerreros que ocuparon las tierras andalusíes necesitaron sentir que mantenían estrechos lazos con sus tierras de origen, fuera o no cierto...”. “El mensaje es simple: los reinos cristianos debían abandonar su particularismo para convertirse en una entidad política superior, a la que Alfonso X y Bernat Desclot quisieron llamar España”.En su página 256, el autor indica:
“en el melodrama que se está creando en esa larga marcha (se refiere a la Reconquista), y que culmina en la jornada de las Navas de Tolosa, esa figura es realmente la encarnación histórica de la voluntad de España por reconocerse en un hecho de armas; de la grandiosa ilusión de que en un pasado tan remoto se pueden rastrear principios de entidad nacional que veremos florecer en otros momentos cruciales, la guerra contra Napoleón sin ir más lejos”.
En realidad, el triunfo en la batalla de las Navas de Tolosa constituyó una victoria del incipiente absolutismo castellano y la derrota de la cultura más avanzada en su momento, la musulmana de Al Andalus.. En el mismo sentido, en la página 292 y citando a Alfonso X el Sabio, expone:
“¡Ay, España, no hay lengua ni ingenio que pueda contar tu bien!”La guinda la pone el autor del libro al decir, a continuación y en el mismo párrafo:
“¿quién no piensa así cuando recuerda España mientras está lejos?”En los textos de Ruiz-Domènec, tanto en los citados como en los propios, se percibe un rancio e intenso aroma “presentista”.
EDAD MODERNA
La mentalidad del autor queda explícita en la valoración que hace de las actuaciones de la monarquía hispánica durante la edad Moderna. Se puede comenzar por la reflexión que realiza en su página 308, al hablar sobre unos comerciantes y viajeros genoveses, los hermanos Vivaldi:
“En medio del gran rodeo que se dio para entender la naturaleza exacta del mar océano (el Atlántico sur) aparecieron, como por encanto, las islas Canarias. Aun tardarían muchos años en descubrirse, muchos más en ser colonizadas…”y, a continuación,
“… el paso estaba dado, y era irreversible. Un trozo de África iba a pertenecer por derecho propio a Europa”.¡Más real sería decir “por derecho de conquista” y genocidio posterior!
La mentalidad y objetivos de los conquistadores españoles quedan reflejados en la página 483:
“La guerra de Granada no fue resultado de unas ambiciones locales por aumentar la propiedades agroganaderas o por seguir con la economía del pillaje de una nobleza acostumbrada a ello durante siglos, sino más bien el objetivo de un Estado dinástico que invirtió grandes sumas de dinero en la financiación de las campañas militares”. “Se avanzó por territorio granadino con intencionada lentitud y, a medida que se conquistaba una plaza, se repoblaba con colonos. Hasta cuarenta mil llegaron en estos años. La oscura lucha con un idioma que desconocían por completo y la falta total de sensibilidad por la cultura de los vencidos no favorecieron la tolerancia ni la concordia”.
Cuando en la página 401 exponiendo la ofensiva final contra Al Andalus afirma, aquí sí, sin juicios de valor:
“Más que los aspectos técnicos de la campaña, escenario de una renovable ordalía de sangre contra el secular enemigo moro, son los efectos en la conciencia moral castellana el secreto todavía no descifrado de la batalla de la Higueruela, una prefiguración de los eventos que en la siguiente generación terminarían por devastar el reino de Granada”.Y continúa:
“Los elegantes caballeros de las justas y de los torneos dejan sus oropeles… para calarse las armas de guerra, las celadas y con el apoyo de bombardas, culebrinas, peones adiestrados en el arte de matar, se disponen a invadir un espacio sujeto al derecho internacional, anticipando con sus actos la figura de los conquistadores de América”.Para seguir, en este caso ya con valoraciones, en la página 456:
“Nada, desde fuera, permite adivinar que los hombres de Fernando llevarán sus deseos primero a Granada, luego a Italia, finalmente a México. Los honores que reservan a los héroes de aquel pasado en el que se miraban como si de un espejo se tratase (Alejandro, Escipión o César) tendrían que ser semejantes a los que se rinden a los buenos caballeros que dejan la codicia por amor a la patria. Esta alusión al modelo de la antigüedad respecto a los valores de la guerra es el sublime mensaje de una época que aspira a dominar el mundo”.Lo acontecido a canarios, vascos, mayas, aztecas, incas, flamencos, tagalos es la simple consecuencia de sus “sublimes” expresiones imperiales.
SOBRE NAVARRA
Lo que constituye un factor absolutamente marginado, prácticamente ignorado en esta obra es el elemento vascón, primero, y navarro después. Evidentemente, según lo que narra Ruiz-Domènec, en la época visigoda los vascones parece que no existían. Si surge un reino en el Pirineo es como por casualidad, por arte de magia. La batalla de Orreaga, siguiendo al autor, sí tuvo lugar pero ya dice expresamente en la página 144:
(a Carlomagno) ”le importaba poco si habían sido árabes, bereberes, vascones o godos los que le habían impedido llevar la marca hasta el río Ebro”.Lo malo es que al autor tampoco le importa. Pocas líneas antes afirma:
“Lo que sucedió a las puertas de Zaragoza y luego en el desfiladero de Roncesvalles nunca ha sido aclarado del todo; pero formaba parte de una larga resistencia de los pueblos de cultura goda a integrarse en la Europa carolingia”.No merece comentario.
En este sentido es chocante cuando, en las páginas 234-235, Ruiz-Domènec afirma que Alfonso II de Aragón (1162-1196)
“extraía gustoso de la cultura Navarra los materiales de un edificio ideológico construido contra la realeza leonesa y sus aspiraciones imperiales”.Y, a continuación,
“Es sabido que los literatos que escribieron por encargo para él explotaron las genealogías de Roda y erigieron a la estirpe Jimena frente a la legitimidad visigoda de los reyes de Asturias…”.Es mucho decir de una organización política y de una cultura a la que anteriormente prácticamente no ha mencionado. La “cultura Navarra” o la “dinastía Jimena” no tienen casi cabida en su libro, como no sea para colocar a Sancho III el “Mayor” como prefigurador de la unidad hispana. Son frívolos, ¡y hasta qué punto!, sus comentarios, en la página 173, sobre dicho rey, los toros y los sanfermines desde la época del reino de Pamplona.
En la misma línea, en la página 239, a pesar de que las conquistas castellanas de Bizkaia, Araba y lo que más tarde sería Gipuzkoa en 1200 son ignoradas, expresa su valoración de Alfonso VIII de Castilla, protagonista de las mismas, en los siguientes términos:
“Su prolongado reino demuestra un hecho generalmente ignorado de nuestra historia: el orgullo del español tiene sus orígenes en las actuaciones de este rey…”.De este mismo rey, en la página 250, cita una expresión en la que refiriéndose a la batalla de Alarcos (1195) afirma:
“todos nosotros somos españoles”,para seguir con otra propia:
“Los años que separan Alarcos de las Navas de Tolosa fueron decisivos en la creación de iconos nacionales”,entre los que cita, como fundamental, el Cantar del Mío Cid. Estas expresiones, unidas a los citados hechos conscientemente omitidos, indican con toda claridad el prejuicio ideológico del autor.
El desasosiego que siente al enfrentarse, siempre de refilón, con Navarra se encuentra por ejemplo en la página 310, cuando dice que en el siglo XIV ya
“está la idea de que la corona de Castilla o la corona de Aragón son los únicos reinos de la península Ibérica que pueden reclamar la herencia de la Hispania romana y visigoda, negándosela por igual al reino nazarí de Granada como al reino de Navarra, cada vez más escorado a Francia”.
En el mismo sentido, en la página 428, manifiesta su nulo respeto por la historia de Navarra. Así cuando dice:
(en Cataluña) "Cualquiera valía menos ese Juan II al que detestaban no por ser Trastamara (también lo era el príncipe de Viana) sino por su séquito y por su apoyo a los campesinos de remença”.El Príncipe de Viana sería Trastamara por parte de padre, pero por parte de madre era Evreux y, por lo mismo, príncipe navarro, rey de derecho antes que cualquier otro título.
Las fugaces referencias al sistema foral vasco se producen como simples constataciones críticas de su existencia, nunca de su origen o fundamento. Así por ejemplo en la página 740:
“No podría ser de otro modo, ya que ¿cómo podría replantearse la refundación de una nación entera (obviamente, España) insistiendo en los privilegios forales y los derechos históricos frente a un ordenamiento sostenido por las Luces?”.O en la página 750 cuando habla sobre los “Decretos de Nueva Planta”, que a principios del siglo XVIII destrozaron el régimen político propio de los países catalanes, y constata:
“Se apostaba así por un país solidario en las cargas fiscales, que pusiera fin a las fronteras interiores, aunque Navarra y el País Vasco mantuvieron su régimen foral”.
Si a lo largo de la Antigüedad, la edad Media o la Moderna el elemento vasco es prácticamente inapreciable en el trabajo de Ruiz-Domènec, algo parecido supone su planteamiento del siglo XIX. Así, en la página 877, afirma:
“La primera guerra carlista (una guerra de siete años) atrae hacia sí a toda una población sin raíces que fluctúa en un país atrapado en la terrible espiral de la violencia que incluye saqueos, incendios, ejecuciones sumarísimas, pistoletazos y violaciones. Una gente que no tiene un objetivo claro, al menos hasta 1840 cuando se firma una especie de paz, y solo vive para la guerra y el placer de la sangre”.Del resto de guerras o acciones del carlismo, el silencio más clamoroso. ¡Profundo análisis de los conflictos del siglo XIX!
En su exposición de la etapa de la segunda república española, guerra de 1936-39 y fase del franquismo el conflicto nacional, catalán y vasco, no aparece como factor, ni importante ni secundario. En su página 1043 dice:
(Franco) "Para asegurar la buena marcha de los asuntos en el interior del país, deberá hacer uso de la represión policial contre los enemigos del régimen: masones, comunistas, liberales y ateos”.Se supone que son los “rojos”, pero los “separatistas” han desaparecido según la perspectiva de Ruiz-Domènec. En la oposición al franquismo, catalanes y vascos no existieron, por lo menos para nuestro historiador.
La mayor parte de las historias de España al uso reflejan una cierta realidad vasco-navarra con evidente tendencia asimiladora en esa construcción histórica y permanente que es la “nación española”. Los conflictos seculares se convierten en procesos de “colaboración”, las guerras de conquista en “incorporaciones voluntarias”. Normalmente se desvía el contenido foral y protonacional de las guerras del siglo XIX hacia conflictos dinásticos, religiosos o de enfrentamiento campo-ciudad. La de Ruiz-Domènec es la primera que encuentro en la que se los ignora con absoluto desprecio. Para el autor, no hemos existido en el proceso histórico; ni para bien, ni para mal. Por eso sorprenden algunos de los comentarios que realiza y en los que aparecemos fugazmente, pero sin dar a conocer el proceso ni el contexto. Ni intentarlo.
UNA ERRATA
Una errata, o desliz, aparece en la página 951, con ocasión del atentado fallido, intentado por el anarquista Mateo Morral en Madrid (mayo de 1906), contra el rey Alfonso XIII de España, en la que nuestro autor dice:
"Si Morral hubiera sobrevivido a su suicidio, habría tenido que sufrir la humillación de un juicio sobre sus ideas, no solo sobre sus actos, y aceptar una condena mucho más grave. Quiso evitarse eso. Es lo que sucedió con Francesc Ferrer i Guardia, juzgado por conspiración criminal contra la monarquía. Se le condenó aunque luego fuera indultado”.Un poco más adelante, en la página siguiente, el autor nos cuenta que, tras la Semana Trágica (1909),
"Centenares de personas fueron detenidas y juzgadas de forma sumarísima; y los presuntos cabecillas fueron ejecutados, entre ellos Ferrer i Guardia, que según parece no tuvo nada que ver con la huelga”.Francesc Ferrer i Guardia “a las 9 de la mañana del 13 de octubre de 1909 fue fusilado en el foso de Santa Amalia de la prisión del Montjuïc”, según leo en Wikipedia.
CONCLUSIÓN
La perspectiva tradicional para la exposición de nuestra historia, desde el punto de vista del nacionalismo español, consistía en “la incorporación voluntaria al proyecto común”, a pesar de todos los datos que permanentemente la desmentían. Ante la “desaparición” que presenta Ruiz-Domènec no se pueden plantear objeciones. Lo único positivo que podemos concluir es que, efectivamente, no somos españoles.
Esta “España, una nueva historia” es, en resumen, un trabajo ideológico, repleto hasta la saciedad de los tópicos nacionalistas más vulgares, un perfecto compendio de los prejuicios en los que se desenvuelve la sociedad española actual. Cuando inicié su lectura tenía cierta ilusión por encontrar algún planteamiento serio, crítico con la historiografía al uso. No ha sido así. Su lectura no vale la pena, a pesar de su evidente amenidad.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
Ruiz-Domènec, José Enrique
“España, una nueva historia”
Madrid 2009. Editorial Gredos.
4 comentarios:
Después de leer el análisis que has hecho del libro de Ruiz-Domènec, me doy cuenta de que, efectivamente, nada cambia en cuanto a la perspectiva de la historiografia española –los mismos prejucios, las mismas omisiones, la misma ideología imperialista, en fin, lo de siempre– y que sólo nos puede llevar a reforzar la noción de que, en efecto, nosotros no somos españoles.
Shaudin
Me parece que hemos leído libros diferentes. Tus comentarios cortando frases aquí y allá son una burda manipulación de un texto de 1200 páginas. Que no te haya gustado lo entiendo, pero su valoración última de no vale la pena la lectura es contradictoria con el esfuerzo que pareces haber desplegado para su destrimamiento. En fin, la clásica crítica "española", cosa curiosa en alguien que se declara que no es tal.
Gemma
Creo que hemos leido, efectivamente, el mismo libro. La diferencia es que desde perspectivas distintas.
Mis comentarios pretendían plantear dos puntos fundamentales:
1.- El más importante. El planteamiento general de la obra de Ruiz-Domènec adolece del clásico esencialismo de las "historias de España" al uso.
En ellas "España" es una nación cuyos límites coinciden "casualmente" con las fronteras del territorio del actual Estado español y que existe como tal desde... ¡ni se sabe!
2.- La frivolidad con la que pasa (de puntillas) por una historia como la de Navarra, con los conflictos del siglo XIX incluidos. Me parece un planteamiento poco serio, sobre todo cuando se reivindica la "españolidad" de Navarra.
Para mostrarlos es cierto que lo he leido, ya que tenía otras expectativas previas, y que me he dedicado a espigar el libro y la conclusión a que he llegado es precisamente la que digo: que, en mi opinión, no vale la pena leerlo. Por si le sirve a alguien.
¿Tenía otra opción? Si hubiera escrito las conclusiones sin "espigar" se me hubiera podido acusar de "apriorismo". Tras leerlo y "espigarlo" creo que no.
Gracias por el comentario, Gemma.
Zorionak, Luis Mª. Un ejemplo más de la nueva historiografía española, al más puro estilo "Alatriste".
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