Hace pocos días publicó el diario Gara (18/09/2008) un artículo, o carta, en el que se manifestaban actitudes características y pertinaces de la autodenominada “Izquierda abertzale” y se hacían algunas afirmaciones dignas de comentario.
Se puede ver la paja en el ojo ajeno, pero sin menospreciar la viga del propio. Pérez Rubalcaba, actual Ministro del Interior del Reino de España, muy posiblemente se habrá frotado las manos tras el escrito de Gisasola y Urrusolo, presos ambos y condenados por acciones de Eta, aparecido en el mismo periódico dos días antes (16/09/2008).
¿Cuándo cualquier ministro del interior español no se ha alegrado de las divisiones y divergencias entre los sectores políticos o sociales vascos? ¿O de sus manifiestos errores? Es su papel y lo saben jugar bastante bien. Uno de los muchos problemas que sufrimos en este país consiste, precisamente, en minusvalorar la capacidad e inteligencia de los dirigentes de las naciones ocupantes y de su visión estratégica, favorable obviamente a los intereses de su Estado respectivo.
En cualquier caso, la citada carta es lamentable desde todo punto de vista. Constituye una forma clásica de “escurrir el bulto” y derivar el debate a terrenos no ideológicos ni políticos. La nota publicada en Gara no sólo no entra en debate, sino que pretende cerrarlo con su descalificación. Lo que menos necesita la actual situación de Euskal Herria. Cuando la necesidad imperiosa es un debate político, constructivo y profundo, de cara a la elaboración de una estrategia convergente para la consecución de un Estado propio en Europa, nos encontramos tan sólo con que “Miren ha hecho pis en el patio” o que “Mikel se ha chivado al que puso el chicle en la silla de la irakasle”
Sin retroceder demasiado en el tiempo, podemos acudir a Lizarra-Garazi, que diez años no es nada, cuando el Ministro del Interior español de turno, Mayor Oreja, asustado por la fuerza social que podía general tal acuerdo, repetía como disco de vinilo rayado: “tregua trampa, tregua trampa, tregua trampa”. Y, evidentemente, la “organización” no sólo rompió la tregua, sino que en su comunicado reconocieron, al unísono con el citado ministro, que era, efectivamente, una “tregua trampa”. ¡Maravillosa coincidencia!
Juicio análogo se puede presentar tras la ruptura de la última tregua. Eta no tiene la capacidad necesaria para doblegar la voluntad del Estado español y parece que sigue sin percatarse de ello. Objetivamente, su actividad no hace más que engrosar el material que emplea dicho Estado para elaborar propaganda en contra de nuestro país. Su nivel de “violencia” resulta un coste perfectamente asumible por el mismo, por lo menos para las jugosas rentas que obtienen. Mientras que su esquizofrénica actividad genera en nuestra sociedad un dolor absolutamente inútil y sin perspectivas de mejora de una situación cada vez más hostil.
De forma análoga sucede cada vez que el Pnv o cualquier otro partido “abertzale” apoyan la política del Estado español, callan antes sus flagrantes abusos de poder en contra de nuestro pueblo (cierres de periódicos, juicios a todas luces injustos etc.) o manifiestan su preferencia por “acuerdos” o “pactos” con grupos y fuerzas españolas, aunque se vistan de “favorecer la gobernabilidad”. Gobernabilidad ¿a favor de quien?, ¿en contra de quién? La estrategia del Estado español, expresa sin tapujos su alegría cada vez que percibe nuestras divergencias, disidencias y contraposiciones, a través de su máximo representante en estos asuntos, curiosamente el ministro del “Interior”, sea del color que sea.
Resulta notable lo poco que se ha realzado anteriormente el hecho de que las coyunturas en las que mayor nerviosismo ha mostrado el Estado español hayan sido precisamente LIzarra-Garazi y el proyecto de consulta de Ibarretxe. Eso tiene una explicación bastante sencilla. En el primer caso se producía, por primera vez desde la transición, el protagonismo de una parte de la “sociedad cívica vasca”, con sindicatos y otros muchos grupos al frente y con el paso a un plano secundario de los partidos políticos. En el segundo, ha sucedido algo análogo. Al margen de la timidez y escaso recorrido del proyecto de consulta de Ibarretxe, lo que suponía era la cesión de la palabra a la propia sociedad, a través de una tímida consulta, no vinculante jurídicamente.
En ambos casos sucedían dos hechos relevantes. En el primero, el paso a segunda fila de los partidos políticos, férreo elemento de control político establecido por el régimen surgido de la transición junto con una cierta cesión de protagonismo a parte de nuestra sociedad civil. En el segundo, el atisbo, intuido por ellos con temor, de un auge del independentismo, de la reivindicación democrática del Estado propio. Es este segundo aspecto el que representa su pánico absoluto. La posible “pérdida” de Vasconia y Catalunya estremece hasta la médula al nacionalismo español.
Los ministros del Interior españoles cumplen fiel y eficazmente el papel de defensa y expansión de su imperio. Gisasola y Urrusolo están en su perfecto derecho, ¡faltaría más!, de discrepar de determinadas actuaciones del llamado “colectivo de presos” y buscar una adecuación de la estrategia de lo que se denomina como “Izquierda abertzale” a la situación actual. Todos nosotros, como pueblo, como sociedad, tenemos la responsabilidad histórica de participar democráticamente, frente a los primeros, en la configuración de la estrategia que nos conduzca a la emancipación política de Navarra, constituida como Estado independiente.
Ahí se encuentra nuestro reto real, por lo menos si queremos seguir vivos en el mundo como sujeto político, con nombre y apellidos propios y no como simples apéndices de España o Francia. No en discusiones infantiles, como la que da pretexto a este comentario.
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