Desde que Jules Ferry planteó en el Estado francés, a finales del siglo XIX, la necesidad de una escuela unificada como base de un sistema educativo cuya finalidad fundamental fuera la de crear “buenos patriotas” y en la que el currículo consistía en la enseñanza de la lengua, cultura y valores de la Francia “eterna”, adoptando además la tesis de Renan por la que en aras de la “nación” francesa era necesario olvidar los violentos procesos mediante los que se logró su unificación, ya nada ni nadie es inocente en este campo. Y menos aún en el Estado español.
La nación y el Estado son dos realidades sociales que se realimentan. Un pueblo, una sociedad, pueden llegar a constituirse en un hecho nacional. Si esta realidad tiene éxito político en su relación con otras naciones puede llegar a constituirse en Estado. Una vez logrado tal objetivo, es el Estado el que reafirma de modo inequívoco los atributos de la nación sobre la que se construyó. Especialmente en el caso francés en el que el origen absolutista de su monarquía trasladó al Estado surgido de la Revolución una vocación unitarista y totalitaria que aún conserva. El caso español es el del aprendiz que imita al maestro sin alcanzar su perfección.
La enseñanza que se imparte en las escuelas “oficiales” es una resultante de los conflictos políticos de una determinada época y de su resolución en una coyuntura concreta. Nunca ha estado al margen ni, menos aún, por encima de los mismos. Hay que procurar evitar el error de confundir nuestros deseos, o nuestros intereses, con la realidad social que, como decía el viejo Marx, es tozuda.
Un problema muy serio lo constituye el hecho de que los planteamientos que surgen de quien posee el monopolio “legítimo” de la violencia, el Estado, siempre son calificados como de “no políticos”, mientras que los que florecen a partir de la sociedad civil, en oposición a los mismos, son calificados, con una fuerte carga peyorativa, de “ideológicos” o “políticos”.
Considerar que nuestra sociedad es “plural” constituye otro de los errores de bulto de los planteamientos aparentemente equidistantes entre quienes poseen su Estado propio y los que no lo tienen, aunque lo desearan y fueran conscientes de la necesidad de tenerlo. La sociedad navarra (vasca) no es una sociedad plural en el mismo sentido que lo puede ser la sociedad suiza. La sociedad suiza es una sociedad normalizada en la que existe un Estado confederal y unos cantones con una enorme independencia práctica en muchísimos aspectos; pero, sobre todo, es una sociedad democrática y no sometida a instancias estatales externas. La nuestra, por el contrario, es una sociedad desestructurada en la que los procesos de conquista, ocupación y minoración han llevado a una apariencia de “pluralidad”, pero una pluralidad que no está controlada por su propia soberanía sino por intereses ajenos, extraños y, en la mayor parte de las ocasiones, opuestos a su propia estructuración.
Los navarros conocemos la “resolución” que hizo Fernando Buesa como Consejero de Educación en Vitoria. Y es ahí precisamente donde radica el problema, o los problemas. El Estado español, como el francés, es un Estado en el cualquier asomo de pluralidad lingüística o cultural provoca unas reacciones alérgicas de tal calibre que son capaces de cualquier llamada a una nueva reconquista. Aun no siendo éste mi objetivo político, en un Estado confederal o federal, realmente democrático, podríamos tratar todos estos problemas sin agresividad y con posibilidad de acuerdos equitativos. Si algo ha tenido de indiscutible la apuesta de ERC en Catalunya con relación al Estado español, ha sido el desenmascarar la inviabilidad de esta opción, por lo menos hasta el momento actual.
Fernando Buesa quería que de las Ikastolas desapareciera hasta la “I”. Luchó por ello y, en parte, obtuvo sus frutos. Pero en un régimen político como el español, tal planteamiento desde el punto de vista navarro, supone un abandono total de las posiciones nacionales en beneficio de quienes tienen como objetivo y orgullo su destrucción.
Los navarros, señor Zallo, conocemos todo lo que nos dice, porque, en opinión de quien suscribe, navarros, en el sentido político, somos todos los ciudadanos de Vasconia. Considero además que sus criterios de clasificación de la ciudadanía de Euskal Herria corresponden a los parámetros de la dominación: vascos “nacionalistas” y “no nacionalistas”, “vascos” y “navarros”, “vascos” y “españoles”, “navarros” y “vascos”, “navarros” y “franceses” y así ad nauseam.
Todos sabemos que el Estado no es el único sujeto político agente en el mundo, pero también todos somos conscientes que, en el mismo, sin Estado propio no se es casi nada. ¿Por qué a nivel de la UE se reconoce el maltés o el esloveno y no el catalán que lo hablan infinidad de personas más? ¿Por qué nuestros arrantzales no tiene voz propia sino vicaria a través de los estados español y francés? ¿No parece más razonable pensar que la unidad ecológica -geológica, biológica y social- que es el mar de Bizkaia debería aunar sus esfuerzos en pro de una explotación razonable y sostenible de la pesca y otros “recursos” (por emplear un término que, aunque antropocéntrico, refleja bastante bien la realidad actual) al margen de los intereses de los estados español y francés?
Señor Zallo, estamos hablando de una nación sin complejos. Una nación a la que es muy fácil aplicar los conceptos peyorativos de “etnicista” o “comunitarista” sin profundizar en que los mismos se aplican con mucho mayor propiedad a las naciones que la tienen secuestrada. Mi aspiración, y la de muchas otras personas que trabajamos desde Iturralde, es la de construir el nuevo Estado navarro, el Estado de todos los ciudadanos de Vasconia, ciudadanos que nunca renegaron de su patrimonio y de su historia, que nunca reconocieron la ocupación ni las sucesivas suplantaciones institucionales practicadas por los estados francés y español.
En la conquista y ocupación se manifiesta el origen real y profundo de los conflictos actuales y sin conocer el origen radical -de raíz- de los conflictos es imposible resolverlos. Deseo que dicho conocimiento permita acceder a nuestra sociedad a un nivel de conciencia suficiente para que, con la necesaria autoestima, valore la necesidad de la consecución de los objetivos antes expuestos. Y una sociedad de ciudadanos libres en pleno siglo XXI podrá reconocer como antecedentes propios tanto el Sistema Foral como los planteamientos de Arana Goiri, pero nunca se podrá reducir a los mismos.
En la nueva nación vasca, en el Estado navarro, como en cualquier Estado democrático del mundo, todas las identidades lingüísticas y culturales deberán ser respetadas en su sistema constitucional. Pero el primer respeto debe ser también para las señas de identidad que, como el euskera o las formas de organización social en las que históricamente se ha expresado nuestro pueblo, han sido perseguidas y arrasadas por los estados que desde la conquista hasta hoy continúan en la misma labor.
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