E ansi, el dicho rey de Castilla (Alfonso VIII), corrió toda la tierra de Alava, e Guipuzcoa e Navarra; e como el poder de la gente suya, e caballería, fuese con el dicho rey de Navarra; e como quiera que Vitoria tobieron sitiada cerca de un año, e otras villas e castillos, e ficieron todo su esfuerzo por se defender; pero finalment, mas non podiendo facer, hobieronse de render por fuerza; e ansi tomaron la tierra de Alava e la de Gupuzcoa injustament.
(“Crónica de los reyes de Navarra”. Carlos,
Príncipe de Viana. 1454)
Quien define el debate sobre
el pasado de una sociedad, de una nación, está planteando una perspectiva de
futuro de la misma. Hablamos del sujeto, de su identidad y su cohesión social y
política. Cuando en una nación sometida estos debates se presentan dentro de las
coordenadas señaladas por el poder extranjero que la domina, algo se está
haciendo mal.
En una publicación digital
sabiniana hemos leído recientemente que “Navarra no fue jamás el reino de los vascos”. Y que “ni sus
reyes ni su alta nobleza, tuvieron voluntad de que lo fuera”. ¿Tuvieron los
vascos algún reino? Y sus ‘reyes y alta nobleza’, ¿qué voluntad tenían de ser?
¿Castellanos?, ¿españoles?, ¿franceses?
Esta lectura viene a decir que
el Pueblo Vasco es un ente de razón,
un constructo mental, que nunca ha existido y que comenzó su andadura por el
mundo con Sabino Arana, que según ellos no sólo fue el padre de la Patria, sino también el creador de su pueblo.
Como se percibe en la
interpretación de esa revista, la definición del país de Arana Goiri (y sus
seguidores, de derechas como de izquierdas) para afrontar el futuro se
basa sobre un relato construido por los estados que nos ocupan. Y lamentablemente
muestran una fuerte querencia a banalizar y distorsionar otras perspectivas que
defienden una visión más centrada del propio país. Autocentrada, diríamos.
Cuando algunos reclamamos la
centralidad navarra dentro de la historia y del futuro del País Vasco, lo
hacemos para no caer en la trampa de considerarnos simples apéndices de la
historia de España o de Francia. Defender una historia propia del sujeto nacional
vasconavarro exige salir de la órbita académica normal.
Los vascones construyeron el
reino de Pamplona en el siglo IX (Navarra, a partir del XIII), y eso es
precisamente lo que reivindicamos: su conocimiento y la comprensión de las
consecuencias a nivel social, lingüístico y político para nuestro pueblo. Este
Estado nacionalizó nuestra colectividad. El Derecho Pirenaico, consuetudinario,
fue la base del mismo: el Fuero de Navarra, su principal expresión.
Reivindicamos la continuidad
histórica de nuestro pueblo, es decir, la existencia en este Estado navarro, y
lo reivindicamos como modo de salir de la situación de subordinación y fractura
actuales. No se trata de volver a un sistema estamental, propio de aquel pasado,
sino de recuperarlo como Estado libre, moderno, en el juego internacional
presente.
Arana Goiri tuvo la
capacidad y el mérito de transformar la reivindicación foral, característica del carlismo del XIX y de grupos fueristas liberales, en una reivindicación nacional, acorde con las perspectivas de
su época. Sin embargo, este líder asumía una visión histórica en la que la
partición territorial de nuestro país daba por buena la Historia canónica
española y francesa.
Lo que Arana consideró
territorios vascos originales (Bizkaia, Navarra, Araba…) son consecuencia de
los sucesivos ataques, conquistas y violencias sufridas por el reino de Navarra
a manos de Castilla -España, a partir del siglo XVI- y de Francia. Nuestros
territorios ‘históricos’ no han sido resultado de la voluntad soberana de sus
moradores, sino particiones imperiales.
Basar el futuro de la nación
vasca sobre el fraude del relato de dominación es un error que pervierte el
conocimiento y favorece, naturaliza, la subordinación. La nación vasca debe
reivindicar sin complejos la existencia de un Estado histórico que fue
independiente, forjó su cultura y la defendió durante siglos.
La memoria de Navarra como
reino durante siglos se ha mantenido en la Alta Navarra hasta hoy. Esta lectura
histórica se ve confirmada por la investigación reciente. Sobre ambas se debe
construir el relato que nos constituye
como nación.
El relato que nos aboque a
un futuro libre deberemos construirlo nosotros con nuestra voluntad política,
pero conscientes de la existencia de un pasado propio, no apéndice de las
mentiras imperiales.
Luis María Martinez Garate / Angel Rekalde
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