Un artículo de mi amigo Jaume Renyer
Marc Bloch, el eminente historiador francés, combatiente voluntario en la Segunda Guerra Mundial, dejó escritas sus reflexiones sobre la derrota del verano de 1940 en un ensayo titulado "L'Étrange Défaite", editado póstumamente tras su ejecución a manos de los colaboracionistas que no soportaban su condición de activo resistente y de judío. Fue el primer analista en señalar la responsabilidad de las élites francesas que hacía tiempo anhelaban un régimen como la Alemania nazi o la Italia fascista y abocados a una guerra que no querían de ningún modo prefirieron la victoria del nazismo antes que un eventual triunfo del frente popular. El resultado fue que el régimen de Vichy encabezado por Petain recibió el apoyo mayoritario no sólo de la burguesía sino de un amplio abanico de la clase política que optó por la rendición y la adopción de un fascismo a la francesa colaborando incluso activamente con los ocupantes alemanes en el combate contra la resistencia y los aliados.
Salvando las distancias, las deducciones de Marc Bloch son aplicables a la búsqueda de una explicación a la repentina y mayoritaria claudicación de los dirigentes independentista en el mismo octubre de 2017 divulgando, inmediatamente, el rumor de que el referéndum de autodeterminación del Primero de Octubre había sido una derrota nacional catalana. Sin autocrítica por la falta de preparación de estructuras de estado durante los años de proceso independentista, ni reflexión honesta y abierta a partir de la realidad jurídica y política de los hechos, el discurso propagandista de la derrota ha llegado a ser hegemónico a los cuatro años con la complicidad del poder español y sus adláteres entre nosotros.
La explicación radica en que muchos de los que aparentemente tenían prisa por hacer la independencia con 68 diputados, realmente no la deseaban porque su proyecto verdadero era lograr la gestión autonómica de las élites autóctonas de las que aspiran a formar parte. La larga y minuciosa deconstrucción del proceso independentista llevada por ERC ha culminado exitosamente para ese partido con la constitución del govern presidido por Pere Aragonés y bendecido por los asistentes al acto del Liceo convocado por Pedro Sánchez. La actitud de Esquerra tiene sus antecedentes en la ruptura que existe entre la etapa en que Ángel Colom y posteriormente Josep-Lluís Carod-Rovira, tenían en común la prioridad en la causa independentista, mientras que los liderazgos de Joan Puigcercós y Oriol Junqueras la subordinan a pactos con el PSOE como hicieron durante el segundo tripartito y donde reinciden desde 2017 a esta parte. ERC ha hecho suyo el modelo de partido de los capitanes del PSC y se ofrecen gratis al PSOE para la reforma del marco institucional estatal (como hicieron con la financiación autonómica de Rodríguez Zapatero). Al mismo tiempo que no tienen proyecto alguno de transformación de la situación estructural de dependencia política y expolio económico, sí lo tienen, por el contrario, de formar parte de los gestores que la perpetúan (así hay que interpretar, por ejemplo, el apoyo preferente a UGT en detrimento del sindicalismo nacional catalán).
La actitud de ERC tiene precedentes, Josep Tarradellas fue un verdadero Petain en el momento de restablecer la Generalitat, como acertadamente señaló Josep Rahola, senador de Esquerra, en el artículo que le dedicó cuando aún era president de la Generalitat, "De un pequeño De Gaulle a un Petain". Hoy, sin embargo no hay nadie dentro del partido capaz de denunciar los nuevos 'petains' que lo dirigen. Hay que decir, sin embargo, que nuestra "extraña derrota" no es responsabilidad sólo de Junqueras y sus acólitos, el PDECat plenamente, y en menor medida la CUP y Junts per Catalunya, son cómplices de este abatimiento vergonzoso, de palabra o con hechos, como el ridículo abrazo de Jordi Cuixart a Miquel Iceta o la amonestación a quienes abuchean a Ada Colau. El progresismo abstracto y banal de las "luchas compartidas" es trasversal desde el PSC a la CUP, pasando por los Comunes y Òmnium, que señalan a la extrema derecha como enemigo, ocultan que el conflicto real es entre el independentismo y el poder español.
La cobertura mediática a esta operación de estado para liquidar (aplazar, dicen los serviles políticos catalanes) el independentismo es tan abrumadora como ficticios son los argumentos de los gregarios que divulgan imposturas a medida que no resisten la crítica razonada. Un muestra es el artículo "Paisaje vasco después de la batalla", de Antoni Batista, el pasado 10 en el Ara. Equipara, "la derrota del independentismo vasco que era armado, y la derrota del independentismo catalán, que es pacífico", para concluir que "el Estado se ha impuesto a los dos soberanismos nacionales más potentes, y ahora, uno y otro, se ven abocados a una larga travesía de autonomía aún más restringida que cuando empezaron sus respectivas luchas, y a verlas venir aún mucho peor si en España gobierna la extrema derecha".
En primer lugar, la autonomía vasca y navarra ha incrementado competencias, en buena parte a las espaldas de los catalanes que, efectivamente, somos castigados colectivamente por haber osado desafiar el orden establecido. En segundo lugar, el final de la lucha de ETA no debería supuesto necesariamente la derrota del independentismo vasco si, por ejemplo, la disolución unilateral se hubiera adoptado a raíz de los acuerdos de Lizarra/Garazi 1998, como el final unilateral de 'Terra Lliure' ('Tierra Libre') entre 1991 y 1995 no fue una derrota del independentismo catalán a pesar de las detenciones de la operación Garzón. Por el contrario, el crecimiento de ERC y del soberanismo en general, fue espectacular a partir de ese gesto y de aquel momento. El dicurso derrotista, pues, es una interpretación distorsionada que no soporta el contraste con la argumentación jurídica de la validez del referéndum del 1 de octubre -que hizo, entre otros, el Colectivo Maspons i Anglasell-, ni la validez política que reiteradamente sustenta, entre otros, Vicent Partal en los editoriales de Vilaweb. Nunca el pueblo catalán había llegado efectivamente tan lejos, ni en el 14 de abril de 1931, ni el 6 de octubre de 1934, y nunca como ahora tiene las condiciones internas e internacionales para persistir con expectativas reales de éxito a medio plazo.
Desgraciadamente, no tenemos todavía nuestro Marc Bloch que escriba "La extraña derrota", la nuestra; tenemos aspirantes a Petain que se ufanan del paso dado del (falso) conflicto al (real) colaboracionismo con el poder español, cuyo 'botiflerismo' se irá haciendo más agresivo a medida que fracase la mesa de diálogo y deje al descubierto su actitud claudicante, como hizo Pierre Laval (¿quién será?). En estos momentos, los cómplices de la dependencia son políticamente mayoritarios, mientras que los resistentes son claramente minoritarios. ¿Quién será el De Gaulle que invierta la correlación de fuerzas? Sólo puede serlo al frente de un Consejo para la República efectivo el president Carles Puigdemont, como se atrevió a decir Julia Taurinyà en Vilaweb el 28 de enero de 2020: "Hay que apostar por el govern en el exilio, Puigdemont hace pensar en De Gaulle", unas palabras que le comportaron su retirada como delegada en la Cataluña Norte de ese organismo a instancias de su partido. Por ello, ERC contribuye al acoso español a Puigdemont boicoteando el 'Consell per la República' ('Consejo para la República').
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