06 febrero 2018

HISTORIA Y OBJETIVIDAD

Cuando se toma un libro de historia, hay que estar atento a las cojeras. Si no logran descubrir ninguna, o están ciegos, o el historiador no anda.
Estudien al historiador antes de ponerse a estudiar los hechos
E.H. Carr

Ante un libro de Historia, o frente a un profesor que la imparta como asignatura, siempre existe, por parte del alumno o el lector, una actitud –muchas veces inconsciente- de sumisión o de aceptación acrítica de lo que se aprende. El historiador, autor o docente es visto, casi siempre, como autoridad. Lo que describe “es” una historia real. Relata los hechos que sucedieron a unas sociedades determinadas en unas épocas concretas. Y lo que narra se constituye en lo que sucedió realmente. Es algo objetivo.

Las cosas no son tan sencillas. Como afirma E.H. Carr, hay que estudiar al historiador, o al profesor, antes de aceptar sin crítica los hechos que describe. Lo normal es que cojeen. Si no somos capaces de percibir hacia qué lado, la credulidad distorsionará nuestro entendimiento.

Antes de iniciar la lectura de un libro o los cursos de un historiador es conveniente –tal vez necesario- visualizar un conjunto de reflexiones sobre la elaboración de los textos, sobre la profesión del historiador, sobre la narración de la Historia en general.

La perspectiva del historiador

Hace algún tiempo asistí a la presentación de un libro de historia. Historia contemporánea, del pasado siglo. Se describían hechos acontecidos en la guerra de 1936-39 en la región del Bidasoa. Este río hace de frontera entre los estados español y francés. En los hechos que se contaban abundaba la presencia del contrabando y los contrabandistas.

El contrabando en la comarca del Bidasoa es un hecho y la existencia de contrabandistas otro, asociado inextricablemente al anterior. Pero la narración de hechos y protagonistas es muy distinta según sea el marco sociopolítico y temporal en que se considere.

En el caso que cito, el historiador relata episodios de contrabando y sucesos de contrabandistas de la época de 1936, hasta los años cuarenta de la postguerra. No cuestiona el marco de los estados constituidos; son cuasi-eternos. A partir de ahí, con tal premisa, los hechos descritos se refieren a andanzas e intereses de grupos semimafiosos, movidos a corto plazo por el beneficio económico y el control del tráfico de mercaderías y personas, a medio y largo.

Si a esto se añade una perspectiva temporal reducida al propio conflicto bélico, se llegará a la conclusión de que el contrabando es una actividad de delincuencia, realizada por intereses individuales o de grupo, en su propio beneficio, al arrimo de una situación de guerra.

Por el contrario, un historiador que fuera capaz de interpretar los datos desde la perspectiva de la población que habita el territorio, al margen de las autoridades y poderes, por encima de fronteras artificiales, impuestas a lo largo de siglos, descubriría una comunidad de lengua, cultura, costumbres y modos de vida. Y a partir de ese dato tal vez entendiera que tras el contrabando actuaban unos modos de vida independientes de las fronteras estatales, gentes que trataban con parientes y amigos con la normalidad cotidiana de todos los pueblos del mundo y que las imposiciones de las autoridades se sorteaban de los modos más ingeniosos y variados. Tal es el caso de las gentes del Bidasoa.

Si, además, este hipotético historiador adoptara la perspectiva temporal de un siglo más atrás, se encontraría con dos conflictos bélicos de gran trascendencia para esta población: las dos guerras carlistas del siglo XIX. En ambas se manifestó la artificialidad de las mugas impuestas por los estados y, también en las dos, se expresaron comportamientos que permanecen explícitos en la Alta Navarra al comienzo del conflicto de 1936. Los elementos populares del carlismo sublevados contra el gobierno de la segunda República española siempre lo consideraron como un nuevo levantamiento del estilo de los del siglo anterior. Cuando se dieron cuenta del error, era ya demasiado tarde.

La consecuencia es que, con los mismos “hechos” entre las manos, según sea el marco mental del narrador, nos encontramos con dos visiones completamente distintas, incluso divergentes, de una misma realidad.

La selección de los hechos relevantes

Hannah Arendt en su trabajo "Verdad y mentira en la política" (1967) afirma:

...¿Existen en realidad los hechos independientes de la opinión y de la interpretación? ¿Acaso generaciones enteras de historiadores y filósofos de la historia no han demostrado la imposibilidad de establecer hechos si estos no van acompañados de una interpretación, puesto que en primer lugar hay que rescatarlos del caos de los meros acontecimientos (y los principios para llevar a cabo la elección no se basan en los datos objetivos) y después hay que ordenarlos en un relato que sólo se puede transmitir desde una determinada perspectiva, la cual no tiene nada que ver con los sucesos originales? Sin duda, estas y muchas otras perplejidades inherentes a las ciencias históricas son reales, pero no constituyen un argumento contra la existencia de las cuestiones objetivas ni pueden servir para justificar que se borren las líneas divisorias entre el hecho, la opinión y la interpretación, o como excusa para que el historiador manipule los hechos a su gusto. Cuando admitimos que cada generación tiene derecho a escribir su propia historia, sólo estamos reconociendo el derecho a ordenar los acontecimientos según la perspectiva de dicha generación, no al derecho a alterar el propio asunto objetivo. Para ilustrar este punto, y como pretexto para no profundizar en él, recordemos que, al parecer, durante los años veinte, poco antes de morir, Clemenceau mantuvo una conversación amistosa con un representante de la República de Weimar sobre la cuestión de la culpa del estallido de la Primera Guerra Mundial, "En su opinión, ¿qué pensarán los futuros historiadores acerca de este asunto tan problemático y controvertido?", fue preguntado Clemenceau, quien respondió: "No lo sé, pero estoy seguro de que no dirán que Bélgica invadió Alemania".

En la misma línea, en 1961, E.H. Carr en su estudio “¿Qué es la historia?, ya afirmaba:”

“Los hechos no se parecen realmente en nada al mostrador de la pescadería. Más bien se asemejan a los peces que nadan en un océano anchuroso y aun a veces inaccesible; y lo que el historiador pesque dependerá en parte de su suerte, pero sobre todo de la zona del mar en que decida pescar y del aparejo que haya elegido, determinados desde luego ambos factores por la clase de peces que pretenda atrapar. En general puede decirse que el historiador encontrará la clase de hechos que busca. Historiar significa interpretar”.

Y también, en la misma obra:

“Solía decirse que los hechos hablan por sí solos. Es falso, por supuesto. Los hechos sólo hablan cuando el historiador apela a ellos: él es quien decide a qué hechos se da paso, y en qué orden y contexto hacerlo. Si no me equivoco, era un personaje de Pirandello quien decía que un hecho es como un saco: no se tiene en pie más que si metemos algo dentro.”

Este aspecto, no menos importante que el anterior, y relacionado con la perspectiva del historiador, es la selección de “hechos significativos” que efectúa el constructor de la historia. La selección siempre está hecha de acuerdo con los intereses del presente y, dentro de los mismos, del lado del que “cojea” el pie del historiador.
     
En el mismo libro, E.H. Carr incluye una cita de Benedetto Croce:

“Los requisitos prácticos subyacentes a todo juicio histórico dan a la historia toda el carácter de ‘historia contemporánea’, porque por remotos temporalmente que nos parezcan los acontecimientos así catalogados, la historia se refiere en realidad a las necesidades presentes y a las situaciones presentes en que vibran dichos acontecimientos”. 

Este párrafo ha sido resumido frecuentemente en la frase: “Toda historia es historia del presente”. La selección de las épocas a estudiar y, dentro de las mismas, los hechos concretos siempre se efectúan según los conflictos que vive la sociedad que los escribe y los intereses de quien los relata. 

Como afirma el historiador Jacques Le Goff:

“La idea de que la historia está dominada por el presente descansa ampliamente sobre una frase célebre de Benedetto Croce que afirmaba que ‘toda historia es historia contemporánea’. Croce entiende aquí que ‘por muy alejados en el tiempo que parezcan los acontecimientos que cuenta, la historia en realidad se relaciona con las necesidades presentes y con las situaciones presentes en las que resuenan esos acontecimientos”

Si se estudia la situación de Navarra en el siglo XVI, los historiadores que se ubiquen en el presente en posiciones centradas en la propia población, es decir, con una comprensión democrática de la soberanía, harán hincapié en la situación de violencia que ejerció Fernando el Falsario durante la conquista de 1512 y narrarán los acontecimientos bélicos y de represión. Por el contrario un historiador afín a las instituciones del Estado, es decir, servidor de la unidad indisoluble de España, defenderá las ventajas de la paz y el crecimiento experimentados por Navarra a partir de mediados de dicho siglo, olvidando posiblemente que el auge económico de la monarquía española en esa etapa procedía del expolio americano.

Los historiadores del primer modelo estudiarán como fenómeno el inicio del retroceso de la lengua propia de los navarros. Mientras que los del segundo insistirán en la participación de determinados autores navarros en lo que más tarde se conocerá como el “Siglo de Oro” español.

Presentismo

Esta percepción del relato del pasado desde los conflictos sociales y políticos del presente no se debe confundir con el presentismo, que es otro de los errores en que muchos historiadores incurren con frecuencia.

El presentismo consiste en aplicar categorías actuales a realidades de otras épocas e, incluso en muchas ocasiones, enjuiciarlas. Categorías como democracia, libertad, nación, etc. surgidas como conceptos políticos en la modernidad no se pueden usar de cualquier forma al estudiar, por ejemplo, las etapas medievales.

Historia ancilla politicae

En la Baja Edad Media europea, en la época de la Escolástica, se definía a la Filosofía como ancilla teologiae es decir como sierva de la Teología. En caso de conflicto entre ambas siempre prevalecía la perspectiva teológica y la Filosofía quedaba relegada al papel de instrumento formal para ponerla en valor.

Con el auge de los nacionalismos en el siglo XIX, las naciones que construyeron su Estado intentaron justificar su existencia, territorio y poder, con base en la historia. Siempre se ha dicho que la historia la escriben los vencedores, pero casi siempre también han pretendido disimular este hecho. En la etapa de la eclosión de los nacionalismos los estados no tenían reparo alguno en proclamarlo. Sirva como ejemplo el siguiente texto de Marcel Detienne citando a Maurice Barrès:

 ‘He encontrado una disciplina en los cementerios donde divagaban nuestros predecesores.’ La ‘patria francesa’ tiene el deber de convencer a los ‘profesores’ de ‘juzgar las cosas como historiadores más que como metafísicos”. Es a ellos a quienes corresponde ‘esta gran enseñanza nacional por la tierra y los muertos’

Esto equivale a suponer que los historiadores deben estar al “servicio de la patria” y que el resto es metafísica. Una interesante reflexión para quienes pontifican sobre los” hechos” y la “objetividad” de la Historia.

Un caso próximo lo encontramos en un reciente artículo de Jordi Canal publicado por el diario ‘Economía Digital’, en el que acusa a los historiadores catalanes –incluyendo ¡a Jaume Vicens Vives!- de hacer “historia” al servicio de los intereses del nacionalismo catalán. Si algo caracteriza precisamente a Jordi Canal es su descarnada defensa del Estado español unitario. Asociado a ello está su planteamiento de las guerras carlistas como fenómeno religioso, campesino o cualquier cosa menos su relación con el sistema foral. Es una forma de “defenderse atacando” pero a la que de inmediato se puede aplicar aquella máxima de Horacio que tanto gustaba a Karl Marx: “Quid rides?. Mutato nomine de te fabula narratur”. Estás hablando de ti mismo.

Finalismo

Unido a la consideración de la Historia como instrumento al servicio de los intereses políticos, normalmente, de un Estado, está lo que se conoce como “finalismo”. Es un modo de enfocar la narración histórica no como algo abierto y, en principio, aleatorio, sino como algo que conduce inexorablemente a la realidad actual.

En nuestro caso se ha repetido hasta la saciedad aquello del “evidente destino histórico de Navarra como parte de España”. Se cita a Ximénez de Rada, a las Navas de Tolosa, a las guerras civiles del siglo XV y… ¡a San Francisco Javier! para apoyar el inequívoco destino español de Navarra. La historia francesa, escrita desde la perspectiva del unitarismo parisino, está repleta de ejemplos en el mismo sentido.

A pesar de no tener soporte documental ni de tipo científico más allá de los conocimientos históricos y la imaginación de quien las crea, son de gran valor la “ucronías”. Nos permiten reconstruir un hipotético proceso histórico en el que las cosas podían haber ocurrido de otro modo de cómo sucedieron. Con verosimilitud. En nuestro entorno próximo tenemos dos recientes: Una de Héctor López Bofill, en la que especula sobre una victoria catalana en la batalla de Muret (1213) y sus consecuencias sobre la posterior evolución de Occitania, Francia, Aragón, Castilla y los Países Catalanes.  Y otra de Mikel Zuza Viniegra sobre la evolución histórica de Navarra que en el intento de recuperación del reino de octubre de 1512 hubiera salido  vencedor Juan de Labrit.

Son ejercicios de interés, ya que abren la mente a posibilidades que no cuajaron pero que hubieran podido ser. Y una mente abierta a imaginar otros destinos, otras perspectivas, tiene una mejor capacidad de plantear para su patria un futuro de éxito. Por lo menos no es una mente sumisa, sino libre.

Memoria

El historiador italiano Enzo Traverso afirma:

“Ya que memoria e historia no están separadas por barreras infranqueables sino que interaccionan permanentemente, se deduce una relación privilegiada entre las memorias ‘fuertes’ y la escritura de la historia. Cuanto más fuerte es la memoria –en términos de reconocimiento público e institucional-, tanto más el pasado del que ella es vector llega a ser susceptible de ser explorado y puesto en historia.”

Y el catalán Albert Balcells:

“La historia busca la objetividad y asume la complejidad y las contradicciones humanas. En cambio, la memoria es subjetiva, simplificadora y polarizada, pero eso no quiere decir que sea falsa. La historia comporta contextualización, relativización y perspectiva o distanciamiento cronológico. Es sabido hoy que la inteligencia es emocional y que, por tanto, toda dicotomía es irreal en el ámbito del recuerdo del pasado. La memoria ya no se alimenta de mitos como en los tiempos más antiguos, ni de leyendas como en los tiempos medievales, sino que busca el soporte del conocimiento histórico. De aquí la confluencia entre la memoria, materia prima de la identidad colectiva, y la historia, que es una ciencia social. Como toda ciencia no es estática: está en revisión permanente. Con el paso del tiempo la perspectiva histórica es móvil y, así como el presente no se puede enfocar con los esquemas de hace cincuenta años, tampoco el pasado permanece incólume a este cambio, no por una contaminación de presentismo sino porque la perspectiva ha variado.

Memoria e historia presentan dos aspectos de una misma realidad: los hechos sucedidos en el pasado a una sociedad concreta. La historia –ciencia social y, por ello, relativamente objetiva- habría de ser el soporte de la memoria –realidad más cercana al activismo social-. En cualquier caso, memoria e historia interaccionan constantemente. La memoria activa provoca investigaciones históricas y revisiones de documentos de todo tipo. Pero también estas investigaciones pueden llevar a descubrir aspectos, antes desconocidos, que reconstruyan la memoria histórica de una sociedad

Una sociedad con memoria es una sociedad viva y tiene capacidad de  imaginar y construir un futuro. Raymond Aron decía: “El pasado no está definitivamente asentado más que cuando no hay porvenir”


BIBLIOGRAFÍA

Arendt, Hannah. "Verdad y mentira en la política". Barcelona, 2016. Página Indómita
Aron, Raymod. “Dimensions de la conscience historique”. Paris 1964. Editions Plon
Balcells, Albert. Introducción del libro. Pujol Enric & Queralt Solé (eds.)  “Una memòria compartida. Els llocs de memòria dels catalans del nord i del sud”. Catarroja 2015. Editorial Afers.
Carr, E. H.. “¿Qué es la historia?”. Barcelona 1973. Ed. Seix Barral.
Croce, Benedetto. “La historia como hazaña de la libertad”. México 2005. F.C.E.
Detienne, Marcel. “L’identité national, une enigme”. Saint-Amand (Cher) 2010. Ed. Gallimard.
Le Goff, Jacques. ”Histoire et mémoire”. Paris 1988. Éditions Gallimard.
López Bofill, Hèctor. “Germans del sud”. Barcelona 2017. Edicions 62.
Traverso, Enzo. “Le passé, mode d’emploi, histoire, mémoire, politique”. Paris 2005. La fabrique éditions.

Zuza, Mikel, “Causa perdida”. Iruñea-Pamplona 2015. Editorial Pamiela.


Artículo publicado en el número 13 (Año 2017) de la Revista GUREGANDIK del Centro de Estudios Arturo Campion 

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