Resulta interesante observar cómo se
construyen los discursos que se autocalifican de revolucionarios, transformadores,
rompedores incluso, sin poner nunca en cuestión el marco territorial (político,
jurídico, administrativo), en el que se desarrollan los conflictos. Y este
viene impuesto por el poder coercitivo de unos estados que nunca se han
construido mediante “procesos democráticos”, sino mediante la violencia física
más ilegítima: conquistas, ocupaciones, aniquilación de grupos e instituciones,
genocidios.
Estos discursos olvidan que la aceptación del
marco no es aséptica. Que implica tal
cantidad de injusticias, situaciones de desigualdad, dominio y explotación, que
frente a ellas palidecen las contradicciones “internas” con que justifican sus
posiciones. Su participación en estos conflictos internos es lo que habitualmente presentan como prueba máxima de defensa
de los ideales que proclaman: igualdad, libertad, democracia... Esta
aceptación acrítica expresa una parte de lo que Michael Billing denominó como
“nacionalismo banal”. Sólo una parte, ya que, como constata Joan F. Mira, “la fuerza de la territorialidad es enorme”...
“basta con que la gente llegue a percibir
la existencia de simples divisiones administrativas que afectan a su territorio
para que estas divisiones comiencen a crear conciencia de “identidad”. Es
decir, los marcos impuestos “crean identidad”, y, más allá, incluso determinan
los circuitos simbólicos, lingüísticos, culturales, económicos, etc. con los
que se erige la realidad social.
En nuestro entorno más cercano tenemos el
proceso catalán hacia la independencia. Al margen de sus aciertos y errores, y
de la capacidad para ser culminado con éxito, se ha demostrado con claridad que
constituye la única vía para conseguir un cambio efectivo, una ruptura política
y social para Cataluña. Y, como consecuencia, para España. Es la única transformación
que aterra de verdad al conjunto del establishment
del Estado español, del régimen.
La mayoría de la sociedad española se percibe
a sí misma de modo unitario y monolítico. No admite, de hecho, ningún tipo de
pluralismo lingüístico, cultural o social. Este dato corresponde a la herencia de
la ideología imperial recibida y transmitida desde el siglo XIX a su cultura
política. Esto lleva implícito el absoluto rechazo a cualquier planteamiento
confederal en la estructuración política de su Estado. Ni tan siquiera ‘levemente’
federal. Su reforma en este sentido no será un imposible metafísico pero sí,
sin duda, un impensable social.
Por eso sorprenden las recientes
declaraciones de un destacado líder del PSC, Xavier Sabaté (exconsejero de
Gobernación de la Generalitat con Pasqual Maragall), en las que afirma: 'La opción de la independencia es más
inviable que la reforma constitucional'. Es sabido que el PSC no quiere la
independencia de Cataluña, pero esta afirmación eleva su opinión contraria a
categoría universal. Y esto que
expresa una personalidad del PSC es extensible, con todos los matices que se
quiera, a lo que se conoce en Cataluña como el mundo de los comunes: Barcelona en
Comú –Ada Colau-, En Comú Podem
–Xavier Domènech, Catalunya Sí Que es Pot
–Lluís Rabell- y por supuesto a Podemos. Presentan como prioritaria, y
única posible, la reforma a nivel del Estado español por encima de la
independencia de Cataluña, que menosprecian como una simple (¿y deleznable?) voluntad
identitaria. Es sintomático que sólo aceptarían
un referéndum en el caso de que fuera “pactado” con el gobierno del Estado
español. Es evidente la coincidencia de este planteamiento en el que se
sacraliza la territorialidad del Estado, con todo lo que, como se ha dicho
antes, lleva anexa de generación de identidad y de imposición de circuitos de
interés creados y mantenidos con esmero y disimulo por las oligarquías que
rigen los destinos de dicho Estado.
Estos discursos de apariencia rupturista son,
en realidad, continuistas y defensores del secular statu quo de los sectores dirigentes del Estado español desde el
siglo XVI. Ya lo decía Marx: El objetivo
más importante de la Asociación Internacional de los obreros es acelerar la
revolución social en Inglaterra. Y el único medio de lograrlo es hacer a
Irlanda independiente… La tarea especial del Consejo Central de Londres es
despertar en la clase obrera inglesa la conciencia de que la emancipación
nacional de Irlanda no es para ella ‘a question of abstract justice or
humanitarian sentiment’, (una cuestión abstracta de justicia o filantropía) sino ‘the first
condition of thear owen social emancipation’ (la primera condición de su propia
emancipación social) (Karl Marx, Carta a Sigfrido Meyer y August
Vogt, 9 de abril de 1870)
La negativa a reconocer los hechos nacionales
del actual Estado español implica una solidaridad interclasista nacional-colonial que se opone a la
liberación de las naciones sometidas a su Estado por intereses muy variados,
pero entre los que el beneficio económico de las élites extractivas españolas
no es el menor.
Estos “rupturistas de la frase”,
parafraseando a Lenin (1), no se percatan (¿no tienen el menor interés?) de que
la resolución democrática de los conflictos nacionales lleva implícita la
autodeterminación de las naciones sometidas. Y que por autodeterminación se
debe entender su independencia, sin condiciones. Al oponerse con mayor o menor
intensidad, lo único que hacen es colaborar en un sistema de dominación y
explotación que si bien favorece principalmente a las citadas élites
extractivas, también deja caer sus migajas (en forma de ERE’s, por ejemplo) al
pueblo llano. Los beneficios de la explotación de las colonias por parte de
Gran Bretaña en el siglo XIX redundaban en el conjunto de su sistema social como
beneficios incluso para los sectores más desfavorecidos de la metrópoli.
En este sentido resulta claro el mensaje de
Podemos. En un librito (2) que recoge un diálogo entre Iñigo Errejón y Chantal
Mouffe aparece un par de veces la idea expresada por Errejón de que “no hablamos, sin embargo, y es fundamental
apuntarlo para no errar el diagnóstico, de situaciones de crisis de Estado,
sino de crisis de régimen…” Esto equivale a decir que los conflictos que se
plantean en el Estado español son internos, “de régimen”. No estructurales, internacionales,
“de Estado”.
A lo largo del diálogo entre ambos se incide
en múltiples ocasiones sobre conceptos como “pueblo”, “país”, “fuerza patriótica”,
“acuerdo patriótico”,… siempre referidos, implícita o explícitamente, a España
como nación. No se percibe reflexión alguna (ni de casualidad) a los hechos
nacionales catalán o vasconavarro. Tan solo aparece una referencia genérica a
la “plurinacionalidad” y al “derecho a decidir”, sin concreción teórica ni
práctica alguna.
En una reseña de este libro publicada en La
Vanguardia y firmada por Félix Riera el pasado 22 de octubre -“Democracia sin
pueblo, el juicio final”- afirma: Zizek
pondrá aún más luz al observar que ‘el problema estriba en que nunca se amasa
el suficiente capital de rabia transformadora y de ahí que resulte necesario
tomar prestadas otras iras, o asociarse con ellas, nacionales o culturales’.
Según este planteamiento las “iras
nacionales o culturales” no constituyen el meollo del conflicto. Lo “nacional” aparece como algo externo,
añadido, superficial al conflicto que suponen “real”. Pero ¿cuál es este
conflicto “real”? Como afirma Errejón, el conflicto nacional es “interno”, de
“segundo orden”. Olvidan que lo que colocan como marginal es lo que representa,
de verdad, el conflicto “estructural”, “de Estado” y con impronta
internacional. Las iras que presentan
como “ajenas” a los conflictos “reales” resultan ser las de fondo, las decisivas.
Tanto en su teorización como en su práctica siempre
está presente un nacionalismo banal,
implícito. Una españolidad incuestionable. El marco de los conflictos, las
luchas, etc., es siempre una realidad estatal, nunca discutida y con un
nacionalismo hegemónico, el español. Cuando es precisamente su existencia,
unidad y poder, lo que permite mantener incólume un sistema retardatario,
totalitario, en el que prevalecen siempre los intereses de las élites
extractivas.
Estos son, en mi opinión, los límites de unos
discursos que se pretenden rupturistas, pero que son, en realidad, unos
aspirantes más a la gestión del Estado, a la defensa de un statu quo imperial en el que entre los dominados se encuentra
Cataluña y, por supuesto, nosotros.
(1) “La frase
revolucionaria sobre la guerra revolucionaria ha causado la pérdida la
revolución” (Lenin, ‘Pravda’ nº 31, febrero 1918)
(2) "Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia"
Chantal Mouffe e Ïñigo Errejón
Barcelona 2015. Editorial Icaria
DEIA 2016/12/07
(2) "Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia"
Chantal Mouffe e Ïñigo Errejón
Barcelona 2015. Editorial Icaria
DEIA 2016/12/07