Caminar,
hoy, por la capital del reino de España, Madrid, me induce con frecuencia sensaciones
familiares. Mi etapa de estudiante me permitió, como dicen los franceses, flâner –vagar, sería una traducción
aproximada al español- por muchos barrios madrileños. Era el final de los años
60 del pasado siglo y Madrid acababa de alzar cabeza tras una triste posguerra,
a pesar de haber salido vencedores en la contienda quienes de ella se
reclamaban. Había dejado de ser el “poblachón manchego” que, según Mesonero
Romanos, fue y, con bastante sufrimiento para mucha gente, se iba organizando como
una ciudad moderna.
Todavía
podías deambular por un “barrio dentro de otro barrio”, como era el Barrio de
Pozas en Argüelles, junto a la calle de la Princesa, donde hoy se erige el
clónico edificio de El Corte Inglés de Princesa. Fue derribado en 1972 por obra
de algún alcalde “ilustrado”, en este caso el inefable Carlos Arias Navarro, el
carnicero de Málaga, y posterior ilustre
gobernador civil de Navarra (1954-57) como sucesor del también famoso Luís
Valero Bermejo. El barrio estaba constituido por 21 edificios levantados en
1860 por el arquitecto Cirilo Urribarri.
En
un recorrido por Madrid el caminante se encuentra muchos otros nombres de comercios
que corresponden a apellidos o, en menor medida, nombres de indudable origen vasco.
De mis paseos de aquellos años tengo en la memoria, en una calle, cuyo nombre
no logro recordar, próxima a San Bernardo y Malasaña, un comercio de tintorería
o de limpieza cuyo nombre era Birgin Selva.
Si
nos fijamos en los nombres de calles o plazas se puede encontrar, siguiendo
desde San Bernardo por los antiguos bulevares, la Glorieta de Bilbao. De ella
parte una calle que lleva por nombre Luchana. Continuando por bulevares en
dirección al Paseo de la Castellana se encuentra, hacia la izquierda, la calle
de Monte Esquinza. También existe en Madrid una calle Oroquieta. ¿Qué tienen en
común Bilbao, Luchana, Monte Esquinza, Oroquieta? Todos designan batallas de
las guerras carlistas. De forma curiosa no se encuentra ninguna calle que haga
mención a Oriamendi, Abárzuza o Lacar; ni tan siquiera a Arguijas. ¿Por qué unas
sí y otras no? ¿De qué atributo participan las primeras que no lo hacen las
segundas? ¡Premio! Que todas son victorias liberales en cualquiera de las dos
guerras del siglo XIX. No hay una que haga mención a una victoria carlista.
Algo
muy semejante sucede si indagamos nombres de próceres, militares, eclesiásticos
o civiles, del mismo siglo que tienen calle en la Villa y Corte española.
Encontraremos Espartero, Oráa, Fernández de Córdoba y, por supuesto, Espoz y
Mina. Ninguna referencia a Zumalakarregi, Egia o Villarreal, de la primera guerra
o Dorregaray y Elio, de la segunda. Sí la tiene en cambio Rafael Maroto, el traidor, según la opinión de los
carlistas.
La
historiografía española oficial ha marcado dos campos perfectamente definidos:
liberales (progresistas, laicos etc.) frente a carlistas (reaccionarios,
meapilas etc.). La gestión de esta memoria se ve perfectamente reflejada en el
callejero de Madrid. Todas las calles que representan hechos bélicos de esa
época, batallas o militares, rememoran las victorias ya citadas: Bilbao, Monte
Esquinza, Archanda, Luchana…. En este sentido, parece que el actual Ayuntamiento
de Madrid quiere eliminar de su nomenclátor la “calle Montejurra”. Curiosamente,
en la segunda guerra Carlista hay dos batallas en esta montaña: una en
noviembre de 1873, con victoria carlista, y otra en febrero de 1876, con
victoria liberal. ¿Por qué la quiere suprimir? ¿Por si pretendía conmemorar la
victoria carlista en lugar de la liberal? Como no saben cuál es, se quita y
tira millas.
Es
evidente que, para la gestión de memoria que ejerce el Estado español, no hay dos
bandos en ‘una guerra civil’ en la que el conflicto se dirime entre dos bandos
igualmente nacionales. Los éxitos
carlistas simplemente no existen. Para esta gestión memorial, las victorias liberales se asocian a lo nacional, a España. Sus derrotas (victorias
carlistas) no existen. El ejército vasconavarro representa el otro, el enemigo nacional. Sus triunfos
se borran de la memoria.
Está
claro que los vasconavarros de hoy -malos, separatistas- no formamos parte del
imaginario nacional hispano. Nos excluyen
de su memoria. La nuestra es otra. Bueno
sería que tomáramos nota.
Publicado en EUSKAL MEMORIA
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