La
independencia de sus naciones es un fantasma que nunca ha dejado de recorrer
Europa. Hubo momentos en el siglo XX en los que, además, barría todo el mundo.
Hoy parece que se ha vuelto a recoger en este Viejo Continente, sobre todo en
su parte occidental, en la que se apoya en un viento que, parece, sopla a su
favor. En efecto, Escocia, Cataluña, Flandes… son naciones que esprintan hacia su
logro. En Vasconia florece la retórica independentista pero falla su concreción
en una hoja de ruta capaz de llevarla a cabo con eficacia. En nuestra sociedad prevalecen
la grandilocuencia y el tremendismo verbales de sus partidarios y se anteponen
a la practicidad de los programas políticos concretos.
En
la actualidad hay dos tendencias que confluyen en dar soporte a los empeños de
estas naciones. Por un lado el lastre que suponen para Europa los estados
grandes y corruptos de su espacio mediterráneo, como Italia o España. Por otro,
la mejor capacidad de gestión y menor espacio para la corrupción, de los
estados de pequeña dimensión, como Holanda o Dinamarca. Tenemos la tendencia a
nuestro favor.
En
nuestro país hay sectores para los que la historia y su forma concreta en cada
sociedad, la memoria, no tiene valor frente a lo que denominan como su
“voluntad” presente. Son personas y grupos que olvidan que la sociedad es un
proceso en reconstrucción permanente, pero que nunca parte de cero. En los
conflictos actuales se concentran cientos de años de luchas, derrotas y frustraciones.
Su desconocimiento y el de los mecanismos que nos han conducido al presente y
al proyecto de futuro que podamos imaginar, engendrarán todavía más desilusión
y nos llevarán, en mi opinión, una vez más al fracaso.
Existen
otros que basan el futuro en los derechos imprescriptibles de una nación
conquistada, ocupada y subordinada en un largo proceso histórico de minoración
y que fían su resolución a tribunales internacionales, como si se tratara de un
asunto de justicia formal. No se percatan de que todos estos hechos, por violentos
e injustos que hayan sido, sólo tienen valor si la sociedad del presente tiene
capacidad y fuerza suficientes para ponerlos en valor y ejercerlos.
En
este 500 aniversario de la ocupación de la parte más importante, demográfica y
territorialmente, del Estado de los vascos, Navarra, se ha hecho desde muy
variadas instancias sociales una importante labor de recuperación de la memoria
histórica, de reame moral, de ambición para afrontar un futuro libre y
soberano.
También
este año ha aparecido un libro de gran interés para el conocimiento de un
proyecto ideado en la etapa napoleónica por el político labortano, Joseph
Garat. Con motivo de la ocupación de la península Ibérica por sus tropas,
Napoleón planteó una especie de “zona de exclusión” entre el sur de los
Pirineos y el Ebro. Cataluña, Aragón, Navarra y Vizcaya fueron “zonas de
gobernación especial” (militar cuando menos), al margen del propio reino de
España, en manos de su hermano José.
En
esta coyuntura, Garat imaginó un Estado vasco, asociado a Francia pero
independiente, que incluiría a las poblaciones de ambos lados del Pirineo. Al
pensar que los vascos descendían de los fenicios inventó su nombre: “Nueva
Fenicia”. Presentó su plan a Napoleón, quien si bien no lo acogió negativamente
tampoco lo hizo con demasiado entusiasmo. La posterior “caída en desgracia” del
labortano y la ulterior derrota militar del emperador, hicieron que su proyecto
no pasara de tal.
Con
este pretexto, Iñigo Bolinaga nos ofrece un trabajo formalmente análogo a su
anterior “El testamento”. Se trata de una narración novelada, con estilo ameno
y ágil, con mucho diálogo y que se lee de un tirón. Lo que es una buenísima
señal, sobre todo cuando no hay que descubrir ni al asesino ni la trama de
intereses oculta. La situación política de la época, en Francia, en España y en
Europa en general, aparece muy bien reflejada. Por detrás hay una gran labor de
documentación.
Todo
lo que cuenta Bolinaga es historia: los personajes y los hechos. Las palabras
concretas puestas en sus bocas no serán exactamente las que dijeron, pero están
en el campo de la verosimilitud. Yo he disfrutado particularmente de la
conversación entre Joseph Garat y Alexander von Humboldt, geógrafo,
expedicionario y hermano pequeño de Wilhelm, el primer lingüista moderno en
interesarse seriamente por el euskera.
Este
trabajo nos introduce en un tiempo que para Europa fue muy convulso y en el que
es importante conocer que se manejó la hipótesis de una Vasconia independiente.
Así lo fue, soberana, hasta los inicios de la modernidad, en los que vio
frustrada su evolución por los intereses de los dos estados absolutos e
imperiales que la rodeaban. En aquella época quienes hacían la política, fundamentalmente,
eran los notables, mientras que el pueblo sufría sus consecuencias En los siglos XIX y XX son las masas quienes
toman el protagonismo político. Es el pueblo el que persigue su emancipación a
través de los movimientos democráticos y sociales, entre los que surge, con
gran peso, el de la libertad de las naciones sometidas a los diversos imperios.
Conocer
un hito, poco estudiado, del camino hacia la liberación refuerza nuestra
autoestima. Es un arma –atractiva y provechosa- añadida a la lucha por nuestra
emancipación que debemos agradecer a Iñigo Bolinaga.
Referencia bibliográfica
Bolinaga,
Iñigo
“La
alternativa Garat. El proyecto napoleónico de crear un Estado vasco”
Donostia-San
Sebastián 2012.
Editorial
Txertoa
1 comentario:
Muy interesante. Gracias!
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