Es
clásica la distinción entre lo que es importante y lo que es urgente. Muchas
veces se ha reflexionado sobre la importancia de lograr un Estado propio para
poder consolidar políticamente los principales anhelos de nuestra sociedad. Es
evidente para muchos de nosotros la importancia que tiene un Estado para lograr
la normalización de una lengua, Ya sabemos que con eso no basta, pero también
que es condición necesaria. Otro tanto puede decirse sobre la enseñanza de la
historia, la transmisión, la ubicación de los lugares de memoria de una
sociedad. En una frase, en el afianzamiento y proyección de su identidad a
futuro.
De
lo que no se ha debatido es de su urgencia. En el momento presente hay dos
motivos por los que la independencia se ha convertido en urgente. La primera es
la necesidad de solucionar el gravísimo problema de los presos y exiliados. Hoy
en día no se percibe en nuestra sociedad la capacidad de ejercer una fuerza
suficiente sobre los estados español y francés para cambiar su política en este
sentido. Un Estado vasco soberano e independiente dentro de Europa tendría una
capacidad de negociar este problema con España y Francia varios órdenes de
magnitud superior que los movimientos y presión que ejerce nuestra inerme
sociedad actual frente a las losas de sus legislaciones, judicaturas y
ejecutivos. Un Estado vasco tendría capacidad para negociar soluciones,
resolver extradiciones, recuperar a sus exiliados, etc.
Hay
otro motivo que provoca la urgencia de lograr un Estado propio que aúna dos
circunstancias que se están produciendo simultáneamente, no por casualidad, en
nuestro entorno más próximo. Una es la marcha imparable de Cataluña hacia su
independencia. Los años de ninguneo, expolio económico, persecución de su
lengua y cultura y, en suma, de humillaciones sin cuento, han conducido a que
la sociedad civil catalana se haya puesto en marcha, haya iniciado un proceso
muy claro y, previsiblemente, rápido hacia el Estado propio y haya arrastrado
en el mismo (un millón y medio de manifestantes se dice pronto…) a sus
políticos catalanistas más tibios.
El
otro es la debilidad total del Estado español. La crisis mundial se ha cebado
en sus eslabones más débiles (¡quién se lo iba a decir a Lenin!). España es uno
de ellos y no el menor. En mi opinión la efervescencia catalana no es ajena a
este hecho. Su ventaja es que se han colocado dentro de la tendencia general
(Québec, Escocia, Flandes…) y han sabido aprovechar el quebranto de España.
Nosotros
deberíamos ser capaces de aprovechar todas las olas, la internacional, la
propia derrota de España, el aliento catalán, la urgencia que requiere el
problema de nuestros presos y exiliados y la necesidad de ser independientes
para seguir existiendo en el mundo con una cierta tranquilidad, aun dentro de
sus convulsiones y problemas. En un mundo en el que los agentes políticos
siguen siendo los estados, ser sujeto exige tener uno propio. Ya que no se
puede vivir al margen de un Estado, en lugar de depender de dos que nos son
hostiles es mejor hacerlo de uno propio. No solucionará todos los problemas de
inmediato, pero los hará más sencillos y con una solución más próxima.
Opino
que el momento de la declaración unilateral no puede ser diferido. Por eso me
resulta extraño que en ninguna de los programas electorales para la próxima
convocatoria de la CAV aparezcan referencias a la independencia, ya no sólo a
su necesidad, algo obvio, sino, sobre todo, a su imperiosa urgencia.
Pienso
también que el nuevo Estado debe recoger en su primera declaración de
independencia y en sus bases jurídicas internacionales la soberanía arrebatada
injustamente al Estado de los vascos, Navarra. Más todavía, su legitimidad
internacional sigue viva y creo que es el momento de ejercerla.
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