La
demolición del sistema defensivo del reino de Navarra durante la etapa de la
conquista, entre 1512 y 1530, fue, sin duda, un modo expeditivo para lograr su
rendición. Pero más allá de esta consideración bélica, la aniquilación de
castillos y murallas tiene una lectura más profunda. De este asunto se trató en
Aoiz en la sesión del III Congreso de historiadores de Navarra dedicada a “La
destrucción de los castillos”.
La
red de fortalezas de Navarra tenía una función que iba mucho más allá del
simple sistema defensivo. Cumplía misiones simbólicas y efectivas relacionadas
con la política territorial del Estado, con la delimitación de su espacio y su
administración a todos los niveles. Desde los grandes castillos como Tiebas,
Marcilla y tantos otros, hasta los simples palacios de Cabo de Armería, pasando
por sencillas torres que ejercían labores de vigilancia y comunicaciones entre
cualquier punto del reino y su capital, formaban una red jerarquizada que organizaba
el territorio y daba base material al Estado. Su desmantelamiento suponía
destruir no sólo el sistema militar de organización del reino sino,
principalmente, la legalidad vigente, su orden civil, el control sobre su
territorio. Y sustituirlo por una legalidad ajena, impuesta, un sistema
subordinado y aniquilador del propio.
Jokin
del Valle afirmó que, según la convención de la UNESCO, “somos el paisaje”. Y
añadió: “los castillos constituyen un elemento especial del paisaje, por su
ubicación llamativa y constituir elementos militares y de poder”. Con el
tiempo, los paisajes de las poblaciones que albergaron el sistema defensivo
navarro fueron cambiando y sus habitantes se resignaron al cambio. Al principio
todo les resultaría extraño. Por supuesto la nueva forma de gobernar, pero
también el paisaje con un castillo derruido primero y, poco a poco, por la
fuerza del tiempo y la erosión de la historia, desaparecido. La memoria que
podía tener cada pueblo de pertenencia a un Estado independiente, con su
sistema político soberano, se fue diluyendo.
El
paisaje es “depósito de memoria”, según expresó Joseba Asirón en la misma
sesión. Y el paisaje cambia. A veces espontáneamente, pero en muchas otras
ocasiones de manera inducida. Esto es lo que sucedió en la Alta Navarra tras
los hechos bélicos y de ocupación reseñados. En la mayor parte de Europa,
comenzando por nuestros “países vecinos”, España y Francia, y otros más lejanos
como Escocia, han mantenido sus castillos como elemento de continuidad del paisaje,
y de memoria por lo mismo; los han convertido en elementos de atracción
cultural y turística con sus correspondientes centros de interpretación,
museos, lugares de venta y promoción de libros, recuerdos, etc., siempre con
referencia contextualizada al lugar correspondiente.
De
los castillos destruidos en la época de la conquista queda la memoria en la
toponimia y en las crónicas históricas de su destrucción, pero en el lugar
donde cumplieron su misión no existe ninguna referencia. Existen otros casos, como
el de Xabier, donde se mantuvo el castillo, pero en el que se ha perpetrado una
tergiversación total de su sentido histórico. Han “olvidado” su función como
castillo de una de las principales familias del reino independiente y
resistente a la ocupación. Lo han “reconvertido” en una basílica de culto
religioso, de dudoso valor estético, tras destruir su torre mayor, según
explicó Pello Iraizoz.
Para
los que sufrieron la conquista y sus inmediatos sucesores la desaparición de
los castillos fue una auténtica humillación, pero seguían existiendo sus
ruinas. El paso del tiempo borró estas huellas, el paisaje fue cambiando,
allanándose como la memoria de los agravios recibidos en la conquista. La
memoria sobrevivió, en gran parte, gracias a la transmisión oral de las
vivencias de los hechos y de los permanentes agravios que perpetraba el sistema
político impuesto tras la ocupación. Fue a finales del siglo XIX, con la
constitución de la “Sociedad Eúskara de Navarra” y la posterior “Comisión de
Monumentos”, cuando se comenzó a valorar este patrimonio y su función memorial.
Recuperaron el recuerdo de lo que fue un Estado europeo soberano. Significativo
es que uno de los principales trabajos de Julio Altadill, fundador de la
Asociación Eúskara, fueran tres volúmenes dedicados precisamente a los
castillos de Navarra.
El
mantener y transmitir la memoria de las injusticias sufridas es un elemento
emancipador. El olvido y tergiversación que provocan quienes controlan los
resortes del poder y los medios de educación y propaganda en nuestro país,
tiene una intención política clara: convertir una nación, orgullosa de su
patrimonio e historia, en una sociedad mansa e integrada en su sistema
imperial. Su puesta en valor es una tarea necesaria para recuperar nuestra
dignidad y afrontar el futuro con decisión y optimismo.
Noticias de Navarra (2012/09/25)
Noticias de Navarra (2012/09/25)