Imaginemos un concierto de música clásica centroeuropea interpretado magníficamente. Sinfonías de Mozart y Haydn y arias de óperas se suceden y entrelazan ante una gran recepción por parte del público. Este aplaude a rabiar y los bravos surgen con fuerza de muchas gargantas presentes; se repiten las salidas y saludos de solista y director.
El público, expectante, hace silencio ante la intervención del director que va a presentar la primera "propina". Rompe a hablar en un ruso perfecto y dice, poco más o menos:
"Aprovechando que estamos de gira por Rusia y en honor al público vamos a ofrecer un bis de música rusa".
La orquesta ataca las "Danzas de los Pólovtsy" o "Danzas Polovotsianas" de la ópera "El Príncipe Igor" de Borodin. Nacionalismo musical ruso en estado puro, eso sí, épico y de una gran fuerza.
A continuación la solista, expresándose en un ruso más que aceptable, dice que va a cantar un aria de la ópera "Ruslán y Liudmila" de Glinka, música también espléndida y bellísima, asímismo expresión poderosa del gran nacionalismo ruso.
¿Se lo pueden imaginar, queridos lectores? A mi me resulta difícil de creer que la falta de respeto de los intérpretes por el público presente en Riga alcanzase tal nivel de menosprecio. También me hubiera resultado extraño, por parte de este último, una reacción de delirio enfervorizado por las obras interpretadas. Más me hubiera cuadrado un silencio, entre despectivo y respetuoso, por alta que hubiera sido la calidad de la interpretación.
Colocando los términos en nuestra próxima realidad, poniendo que el lugar de la actuación no era Riga sino el Kursaal de Donostia el pasado día 25 de enero, que la orquesta era la de Cámara de Basilea, el director, Karel Mark Chichon, la solista, la mezzosoprano letona Elïna Garança. La gira, según el director Chichon, era "por España" y "en honor al auditorio español" presente en la sala, interpretaban los correspondientes bises de J
Giménez, el primero, con orquesta sóla y de Chapí, el segundo, con la participación de la mezzo Garança, tras presentar ella misma la pieza.
Pensando en la hipotética situación en Riga que he planteado al principio, pasé dolor y vergüenza, ajena y propia. Pocos años después de 1988, Letonia se independizaba de la URSS y recuperaba su propio Estado. A partir de ese momento estoy convencido que escuchan con mucho más alegría y despreocupación la música rusa, por nacionalista que fuere.
Estoy deseando de poder hacer lo mismo con la música española, que la hay magnífica, y que, además, me gusta. Pero para eso pienso que necesitamos el respeto de los demás, para lo que es necesario, en primer lugar, el propio. Elementos necesarios son la autoestima y el destierro de los complejos a que nos inducen cotidianamente.
Por otra parte, el concierto fue realmente de fábula. Una maravilla tanto la orquesta como el director Chichon y la mezzo Garança, musicalmente hablando, claro está. Sobre todo dentro del programa previsto. Espero, cuando seamos independientes y disfrutemos de nuestro propio Estado, poder gozar con estos mismos bises o de otros cualesquiera y de cualquier sitio, siempre que sean buenos, estén bien interpretados y no pretendan ningunearnos ni adoctrinarnos.
2 comentarios:
Estoy de acuerdo con lo que se deduce de tu artículo. Es una falacia del colonizador confundir respeto con aceptación de su dominación. En libertad y sin imposiciones no hay motivo para rechazar su cultura. Lo inadmisible essu hegemonía.
Yo también estoy de acuerdo.
El artículo da en el clavo exponiendo, en primer lugar, una hipotética situación a la inversa que ejemplifica la situación vivida en Donostia, expuesta a continuación.
Obviamente, de haber sido un Estado propio no habrían dicho “en honor al auditorio español”, y la interpretación de música española se habría recibido con la misma naturalidad que si se hubiera tratado de cualquier otra música extranjera.
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