“La Unión Europea es una inmensa fantasmada”
Joan Ramon Resina
La emergencia de la pandemia
se ha clavado como una piedra en el engranaje del modo de vida en que pululábamos.
Ha hecho saltar el sistema, y en ello ha puesto en evidencia algunos de sus
mecanismos ocultos. Vemos, al hilo de las angustias y los sobresaltos, cómo
actúan gobiernos, multinacionales, medios de comunicación, grandes
corporaciones, instituciones continentales… A la luz de sus efectos,
descubrimos que muchos de los argumentos que constituyen la agenda diaria de
nuestra burbuja cotidiana son falsos. Tramposos. Mercancía averiada. Y que nos
la han vendido para que nos alejáramos de lo que deberían ser nuestros
objetivos.
Así, nos dijeron que el
Estado nación era una especie en extinción, sobre todo ante los procesos de
globalización, fluidos, masivos y universales. El Estado nación ya no era el
modelo operativo; quedaba desfasado.
Por ello, nos contaron que
los problemas que se plantean a las “naciones sin Estado” (en realidad
“naciones con estados en contra”) se solucionarían con su integración en la
Unión Europea. Una premisa de esta argumentación afirmaba que,
consecuentemente, “a más Europa, menos España” (y Francia, se supone).
Pero no sólo por arriba.
También nos dijeron que, por abajo, el poder emergente de los “entes
subestatales” (autonomías, naciones “sin Estado”, regiones, conurbaciones
importantes, etc.) reducía y debilitaba las atribuciones y competencias de los
estados nacionales.
Nos han intentado convencer de
que, en suma, con todos estos procesos, eso de la soberanía era como un terrón
de azúcar en un vaso de agua, que se iba disolviendo con rapidez. Los Estados
ya no eran los depositarios principales.
En resumen, durante años nos
han vendido la idea de que en un futuro próximo el Estado, tal y como funcionaba
en Europa desde Westfalia (1648), estaba en vías de extinción. El objetivo de
este argumentario, como bien sabemos, se orientaba a neutralizar la
reivindicación de nuestra “libre disposición”. Dicho de otro modo, en estas
condiciones, ¿para qué queréis un Estado independiente?
Por el contrario, si algo
pone en evidencia la crisis de la pandemia es esa falacia; es que lo que nos
decían, convencían o trataban de vendernos, era mentira.
Hemos visto a la Unión Europea
titubeante, incompetente, sin credibilidad, ni operatividad, ni objetivos
claros. De hecho, en medio de las urgencias y calamidades, la hemos visto
inclinarse servil ante las grandes empresas, las corporaciones y lobbys
implicados.
Hemos observado la
marrullería de Estados miembros que se saltan a la torera las reglas de juego.
Que miran por sus intereses particulares. Que, como advierte Joan Ramon Resina,
“traspasan las líneas maestras de la legalidad comunitaria”. Los casos de
Polonia, Hungría y España son muy claros. Y la Unión no tiene instrumentos para
llamarles al orden o imponer una conducta compartida (la respuesta europea ante
la actuación española contra el procés catalán, en otro caso
significativo, ha sido paradigmática al respecto). Quien manda, manda.
Ha sido de escándalo
contemplar a la presidenta de Comisión europea Ursula von der Leyen tratada con
machismo y desprecio por Erdogan, el líder turco, porque sabe que no habrá
represalias. Que Europa no tiene capacidad de respuesta; no es un Estado; no
tiene una política internacional, ni una cohesión interna, ni un verdadero eje
de autoridad. Ni siquiera es capaz de legitimarse o movilizar a sus
poblaciones. “No dispone de las tradicionales fuerzas legitimadoras de los
estados: el nacionalismo o, en algunos casos, la religión” (Joan Ramon Resina,
“La deslegitimación de la Unión Europea”).
Europa no cuenta como una
estructura de poder, sino como un club de intereses y negocios. Se reúnen,
negocian, compadrean… Pero el verdadero protagonista, el sujeto de soberanía,
con capacidad para hacer y deshacer, construir y defender un futuro colectivo,
sigue siendo el Estado.
Por lo que respecta a los
entes subestatales, ha sido vergonzoso descubrir cómo desaparecían de los centros
de decisión y los Estados recuperaban su protagonismo sin el menor atisbo de disimulo,
protesta o duda. El Estado español, por ejemplo, ha puesto firmes a todos
porque tenía la autoridad y las competencias para ello. El Estado de las
Autonomías es una auténtica tomadura de pelo.
En resumen, Europa no nos
salva. No nos sirve como referencia, porque apenas es más que un club de trileros
donde cada cual juega sus dados, y donde para asistir y disponer de asiento hay
que tener categoría; es decir, el Estado nación de toda la vida. Alemania,
Irlanda, Malta…
Como pueblo vasco, navarro,
debemos recuperar la iniciativa política con un horizonte claro; la consecución
de un Estado propio; y luego ya nos apuntaremos a juegos de socios y clubes de
negocios. Si nos conviene.
Angel Rekalde / Luis Mª Martinez Garate