Una nación es el relato que un pueblo
decide contar sobre sí mismo, y en su núcleo late el impulso, torpe pero
profundo, de sentirse unido a los demás y a la tierra que se habita. El ser
humano de cualquier tiempo y geografía siempre ha necesitado ancestros,
historia, un hogar y un sentido que explique su inclusión en un colectivo, y ni
la modernidad ni el racionalismo han podido acabar con esas necesidades.
Paul
Kingsnorth
Cuando Ismael (Llamadme Ismael) se apuntó al Pequod, el
barco del capitán Ahab, pronto se percató de que en esta empresa el capitán
Ahab sólo tenía un proyecto: vengarse de Moby Dick. No cazar a Moby Dick,
vengarse. Vengarse de la ‘ballena blanca’ (en realidad parece que un cachalote)
que en un encuentro anterior le arrancó una pierna. Ahab tenía una historia que
marcaba su objetivo, y, por lo mismo, su agenda.
Elaborar e implementar una
agenda implica tener un proyecto. Para construirlo se necesita el
reconocimiento propio como sujeto. En Moby Dick, Ahab ejerce de sujeto con nitidez.
Es, además, un sujeto que ha sufrido en su propia carne la agresión de algo que
él considera monstruoso. Las realidades de nivel social se pueden plantear de
modo análogo a la del capitán Ahab en la novela de Herman Melville. Ahab tenía
un relato y de ahí surge y se
desarrolla un proyecto: la historia narrada en Moby Dick.
Como dice Kingsnorth una
nación llega a serlo si decide contar su propio relato sin depender de otros,
centrado en el sujeto social en el que se constituye. Nosotros, los vasconavarros
de hoy, participamos de una nación en la que resulta difícil encontrar el relato que nos constituya, a todos,
como tal. Tenemos varios, pero no todos con la misma perspectiva autocentrada.
Vivimos en un mundo en el que
principalmente son los medios de comunicación los que tiene capacidad de construir
este relato. La radio, y sobre todo
la televisión, se erigieron en los bastiones principales de generación de
relato a lo largo del siglo XX. Y, en nuestro caso, el principal sistema público de comunicación de una parte
nuestra nación –EITB- es un elemento que colabora mucho más a la
desestructuración del propio país que a la generación de un relato propio.
El relato no es únicamente Historia,
que también lo es. Es Memoria. Como
decía Walter Benjamin, la Memoria de
los vencidos es clave para alcanzar la reparación y la justicia tras sus
derrotas. Y es, sobre todo, tener capacidad de proyección a futuro, de
construir planes y llevarlos a efecto. De esto iba el reciente artículo de
Eguzki Urteaga Elaborar e implementar una
agenda nacional vasca.
Se trata de un artículo
sugerente y que posibilita la apertura de vías hacia el futuro. El problema que
presenta es que da por supuesto el sujeto
que lo tiene que llevar a cabo. Urteaga da como hechos tanto la existencia de
una nación vasca, como de un Zazpiak Bat que le da soporte. No toma
en cuenta todo el largo proceso de conquistas, ocupaciones, suplantaciones
institucionales, persecuciones de toda índole (social, política, lingüística,
cultural, etc.) a las que se ha visto sometida nuestra nación. Sin ellas es muy
difícil percatarse, por ejemplo, de que el Zazpiak
Bat es un producto de la dominación hispano-francesa y no un dato
ahistórico, intemporal.
Hay un aspecto en el que pediría
al texto de Urteaga una mayor precisión. Olvida la navarridad como elemento básico de nuestro relato, de nuestra nación: su aspecto político institucional. No
olvidemos que Urteaga es un sociólogo y como tal debería tomar en consideración
dos datos que se obtienen de las encuestas sobre pertenencia y accesibles con
facilidad. El primero es que Navarra es la Comunidad Autónoma del Estado
español con el porcentaje más bajo de personas que se sienten sólo españoles (menos del 5%, frente al
9,5% de la CAV o el 21,5% de Cataluña). El segundo, si se establece una
sencilla comparación con la CAV de los que se sienten sólo españoles, más
españoles que vascos, por igual, más vascos que españoles o sólo vascos, sustituyendo “vascos” por
“navarros” los porcentajes son análogos. Es un dato sociológico de primera
magnitud que no se puede pasar por alto.
Ser vasco y ser navarro son
dos caras de una misma moneda, que es nuestra forma de estar en un mundo “hecho
de naciones” (Joan Francesc Mira), pero, al mismo tiempo “hecho de estados”. Y
ambos mapas no son superponibles con facilidad. El ser navarro es la memoria del Estado vasco. Es la que se mantiene viva y
prevalece en la actual Comunidad Foral. El ser vasco es lo que permanece, sobre todo, en la Comunidad Autónoma de
País Vasco y, en parte, en la zona continental de nuestro País. El relato debe incluir ambas perspectivas
ya que la situación actual no viene llovida del cielo; es producto de procesos
históricos de larga duración.
A partir de aquí, todo lo
que dice Eguzki Urteaga no es sólo conveniente, sino necesario. Para afrontar un
futuro basado en el relato propio hay que utilizar todos los instrumentos a
nuestro alcance, pero sin que se conviertan nunca en objetivos finales. Tanto
las administraciones actuales, aunque sean producto de la dominación, como los
proyectos ‘transfronterizos’, con claros aspectos tecnocráticos y manipulados
por los estados, pueden y deben ser vías para el único objetivo democrático al
que debemos aspirar los vasconavarros actuales: nuestra emancipación política,
nuestra independencia.
Luis María Martinez Garate / Angel Rekalde
NOTICIAS DE GIPUZKOA (2021/01/30)