…Genocidio
no significa necesariamente la destrucción inmediata de una nación, excepto
cuando se realiza mediante el asesinato en masa de todos los miembros de una
nación. Su objetivo es más bien expresar un plan coordinado compuesto por
diferentes acciones destinadas a destruir los fundamentos esenciales de la vida
de grupos nacionales con el objetivo de aniquilar estos grupos. Los objetivos
de dicho plan serían la desintegración de las instituciones políticas y
sociales, de la cultura, el lenguaje, los sentimientos nacionales, la religión
y la existencia económica de grupos nacionales, y la destrucción de la
seguridad personal, la libertad, la salud, la dignidad e incluso la vida de las
personas pertenecientes a estos grupos.
Raphael Lemkin
El
hecho de que el concepto de genocidio no fuera acuñado por Lemkin hasta 1944,
cuando escribió “El poder del Eje en la Europa ocupada”, no quiere decir que
antes de esa fecha los genocidios no ocurrieran. Lo que hizo Lemkin fue
sistematizar y dar un discurso coherente a un conjunto de hechos y actividades
que son tan antiguos como la Humanidad.
En
efecto, el ser humano, al sedentarizarse, se ha distribuido desde siempre en
territorios en los que determinados grupos han ejercido un control sobre las
personas y los excedentes producidos por su colectividad. El genocidio aparece
en el contexto del dominio de unas sociedades sobre otras con el objetivo de
apropiarse de dichos excedentes, para lo que uno de los medios consiste en su
ocupación y asimilación. Lemkin integró en su concepto un conjunto de aspectos,
hasta entonces dispersos o parciales, que han dado forma a lo que hoy conocemos
como genocidio.
Posteriormente
se intentó trasladar dicho concepto, con mayor o menor acierto y rigor, a la
legislación internacional en 1948. Aquí intervinieron los factores
geoestratégicos relacionados con la presencia de la URSS y la consecuente dificultad
de incluir los crímenes del régimen de Stalin bajo este concepto (dicho en
román paladino, que Stalin no aceptó aspectos del concepto que podían
presentarle como genocida; y presionó para que desaparecieran de la definición).
Por ello se aplicó sobre todo a los crímenes y persecuciones efectuadas bajo el
régimen nacionalsocialista alemán.
La
circunstancia de tener una fecha de origen impone, en términos jurídicos, la no
retroactividad de su aplicación en juicios y penas al delito, aunque se constate
fehacientemente su realidad. Tal sería el caso de genocidios ocurridos (y
documentados) durante el siglo XX, como el armenio.
Un
componente importante del genocidio es la memoria del grupo humano que lo ha
sufrido. Cuanto más atrás queden determinados hechos en el tiempo su memoria
quedará más difuminada, más todavía cuando una de las medidas clásicas de los
grupos que practican el genocidio es precisamente el borrado y sustitución de
la memoria de quien lo sufre.
Lemkin
distinguió ocho técnicas o estrategias para destruir un grupo humano, ocho
diferentes fórmulas que se despliegan de forma coordinada, que no tienen por
qué aparecer todas simultáneamente, aunque casi siempre se manifiestan varias al
unísono, pero que a lo largo del tiempo llegan a aparecer todas. Son: genocidio
físico, biológico, religioso, social, moral, político, económico y cultural.
Esta
reflexión viene al hilo del último trabajo publicado por Xabier Irujo Amezaga,
“Genocidio en Euskal Herria. 1936-1945” ,
que publica Nabarralde. En sus primeras páginas Irujo explica con claridad el
concepto que Raphael Lemkin teorizó (a partir del Holocausto) en su obra de
referencia. De inmediato encuentra paralelismos en nuestro caso, y se centra en
la etapa que va desde el comienzo de la guerra de 1936, al sur de los Pirineos,
para continuar hasta 1945, en la parte norte, cuando termina la segunda Guerra
Mundial. Abarca, por consiguiente, el conjunto de la nación vasca.
Afirma
Irujo en la página 308: “No se dirime si
un hecho histórico es o no genocidio por el nivel de represión o de mortalidad,
sino por los objetivos que persiguen tales acciones violentas, por la lógica
que subyace a las mismas. Una campaña de atrocidades será considerada genocidio
si el objetivo que persigue es la destrucción de un grupo humano que se
pretende asimilar…”. “Una atrocidad singular (por ejemplo un bombardeo de
terror o una masacre) no constituye per se una campaña de genocidio…”. “Si
bien… se puede dar el caso de que un gobierno sea considerado genocida sin
haber cometido atrocidades… por lo general las campañas de genocidio se cobran
gran número de víctimas mortales”.
El
genocidio no se produce, así, por un punto desmesurado de violencia, sino que
se manifiesta como un proceso de largo alcance en el que las diversas
estrategias coexisten o se siguen unas a otras. Describe de este modo la
planificación intencionada de unas acciones orientadas a la desestructuración
social de un colectivo, de tal modo que amenacen su supervivencia.
Nuestro
caso navarro se puede considerar como un proceso de genocidio de largo alcance.
Aunque la conquista de Castilla sobre territorio vasco se inicia en el siglo XI
con las ocupaciones y entregas de los dominios dependientes de la familia Haro,
Bizkaia nuclear y La Rioja, se puede observar un evidente caso de genocidio
económico en la inmediata conquista de 1200, cuando Castilla invade los territorios
occidentales y arrebata a Navarra su salida al mar. Suprimir por completo el
acceso de un Estado al mar limita sus recursos y actividades (comercio, pesca,
acceso a las vías marítimas de todo tipo…) de un modo tan drástico que amenaza
su futuro y viabilidad.
La
desestructuración social y política derivada de la conquista de 1200, por otra
parte, provocó la división del Estado navarro en dos partes, vasca y navarra,
que han llegado hasta nuestros días, en una suerte de esquizofrenia colectiva. Por
añadidura, una de ellas ha sido históricamente utilizada por los ocupantes como
punta de lanza contra la otra que permanecía independiente, y a la postre se ha
convertido en una organización política subordinada en eso que se ha conocido como
“Provincias Vascongadas”. Es otra fórmula evidente de desestructuración social.
En
estos largos procesos históricos de genocidio hay etapas valle y fases de pico.
La conquista de 1512 (y la guerra y posterior consolidación del dominio de
Castilla –ya España- hasta 1534) fue, tal vez, el pico más importante de este
proceso. Este período tuvo episodios tan duros como la construcción de la Ciudadela
de Pamplona en los años 1572-73. Fue realizada a base del trabajo forzado por
los propios habitantes de la población local, que debían aportar además
materiales y medios de transporte. La Ciudadela de Pamplona es una estructura
militar construida no contra posibles enemigos “externos” sino contra la propia
ciudad de Iruñea. Como decía el ingeniero Antonelli, responsable de su diseño: Construya la fortaleza, se defenderá del
exterior y sujetará a los navarros.
Muchos sufrieron y murieron en su obra.
Son
conocidos los gravísimos trasvases de población que cita Irujo en su trabajo.
Con motivo de la “Revolución de 1793. En 1794 más de 4.000 civiles (sobre la
escasa población de Laburdi, unos 30.000 habitantes) fueron deportados a Las
Landas; murieron más de 1.600 personas. Modelo de genocidio físico, biológico,
social y lo que queramos añadir.
Irujo
cita a Henningsen en su libro “Campaña de doce meses en Navarra y las
Provincias Vascongadas con el General Zumalacárregui” (1838) en el que
–Henningsen- entendió que se trataba de una campaña de desnacionalización
similar a la ocurrida en la Vendée entre 1793 y 1796. Irujo detalla el extermino de la población masculina, la
movilización de las familias, la quema de cosechas y la destrucción de todos
los asentamientos humanos…
La
supresión del sistema foral que siguió a la revolución de 1793 para Baja
Navarra, Laburdi y Zuberoa y a las guerras carlistas en 1841 para la Alta
Navarra y en 1876 para las Provincias Vascongadas supuso un modelo de genocidio
social, político y económico. Fue otro ‘pico’ en el proceso. El llamado Sistema
Foral Vasco-Navarro era un residuo de la soberanía plena de la que había
gozado, como Estado soberano, el reino de Navarra. Las conquistas y ocupaciones
se saldaron con armisticios en los que los derrotados salían siempre como
perdedores.
Otra
fórmula de genocidio utilizada, que podemos reconocer, es la de tipo
lingüístico-cultural en la interminable persecución de la lengua vasca. La
prohibición de editar libros en este idioma y su no reconocimiento como lengua
vehicular en la educación o en la administración política o de justicia
constituye una etapa de larga duración y que hoy, por desgracia, perdura con
mayor o menor intensidad en todo nuestro país.
El
libro de Irujo se centra principalmente en el pico extremo de 1936-1945, por lo
que no vale la pena insistir aquí en él. Hay que leer el libro.
Sin
embargo es interesante recordar episodios de genocidio cultural, relacionados
con destrucción premeditada de patrimonio con la consiguiente voluntad de
borrado de la memoria histórica y su sustitución por la de la nación dominante.
Ahí está el vaciado de la Plaza del Castillo de Pamplona, con la excusa de
construir un parking de automóviles.
También
el Palacio de los reyes de Navarra, obra iniciada bajo el reinado de Sancho VI
‘el Sabio’, ha sido vaciado de contenido y significado, de modo que ha perdido
su sentido original como sede de la soberanía histórica del Estado. Este ataque
continuo a la memoria del país lo encontramos en muchas de las actuaciones de
las administraciones públicas (destrucción de cuevas, yacimientos arqueológicos,
en la manipulación del callejero de nuestras ciudades, lleno de referentes
oficiales, regios, extranjeros, ajenos, en la desaparición de la toponimia, etc.,
etc., etc.), sin que exista una conciencia de su relevancia por parte de la
propia población.
En
resumen, un trabajo didáctico y ameno. De lectura imprescindible.
Luis Mª Martínez Garate / Angel Rekalde
Referencia bibliográfica
Xabier Irujo Amezaga
Iruñea, 2015.
Nabarralde