Somos muchos
países en uno por no tener un Estado propio que nos cohesione
Salvador Cardús
A
raíz de las últimas elecciones desarrolladas en el Estado español (2015/05/24) Jaume
Marfany, en un artículo publicado en Tribuna Catalana escribía al día siguiente:
“Año 2011. Sumando los votos de CiU, ERC,
CUP y SI, el independentismo sumaba 1.128.999 votos. 2015. Sumando los votos de
las mismas fuerzas hemos llegado a 1.401.303 votos... En números redondos, el independentismo gana 272.304 votos”.
Creo
que el artículo de Marfany va por buen camino. Primero cuantificar
correctamente para después sacar conclusiones de tipo cualitativo y
explicativo. Pero pienso que cuando se ofrecen secuencias de datos estos se deben
dar en su totalidad. El autor sólo pone en valor los resultados de las elecciones
realizadas dentro de la legalidad española. Parece que olvida el resultado de
la votación que se hizo, al margen de la misma, el 9 de noviembre de 2014, en
la que, de unos 2.200.000 participantes, aproximadamente también, 1.800.000
votaron a favor de la independencia de Cataluña. En unas votaciones “ilegales”
o cuando menos “alegales”, pero de gran valor democrático; nunca impugnadas,
además, en sus resultados. Si en la secuencia de Marfany incluimos este
resultado llegamos a la conclusión de que se han “evaporado” nada menos que
400.000 votos por la independencia de Cataluña. Son unos 400.000 votos más que
los obtenidos en estas últimas elecciones por CiU+ERC+CUP.
Sé
perfectamente que no es lo mismo una votación de tipo referendario en la que se
pregunta sobre un asunto concreto, aunque fuera con la doble y retorcida
pregunta del 9 de noviembre de 2014, que una elección entre diversas opciones
políticas en las que cada una presenta su programa, sus personas, su
trayectoria histórica, su talante…
Lo
primero que salta a la vista de esta operación, correcta desde el punto de
vista matemático, pero dudosa desde el político, es que tratar de Cataluña como
algo resultante de la suma de CiU, ERC y CUP es no sólo un error, sino principalmente,
incurrir en un reduccionismo que distorsiona gravemente su realidad social. En
efecto, el hecho nacional es muy complejo, sobre todo como afirma Salvador
Cardús en su reciente artículo en ARA (2015/05/25): “Somos muchos países en uno por no tener un Estado propio que nos
cohesione”. Es seguro que todos esos partidos son (parte de) Cataluña, pero
Cataluña es bastante más que la suma aritmética de sus resultados electorales.
La
nación es un hecho social que cuando no tiene el soporte de un Estado que
garantice su viabilidad y visibilidad en el mundo, sobre todo si el que tiene
(o los que tiene, como en nuestro caso o en el catalán) maniobran en su contra,
se encuentra al albur de tendencias contradictorias y opuestas, pero que en la
mayor parte de las ocasiones se decantan a favor del estatus constituido. Sólo
una sociedad civil fuerte, un pueblo en el sentido clásico del término, puede
garantizar, mediante una estrategia ajustada, que esa nación se emancipe y
alcance ese instrumento de cohesión y garantía de futuro que es el Estado
propio.
Por
otra parte, hay muchas personas claramente independentistas que pueden no
sentirse identificadas con ninguno de los partidos participantes o que, incluso
aborrezcan sus trifulcas endémicas. Las hay también que por la situación
particular de su localidad se sientan más próximas a otras opciones que, en
teoría, no figuran a priori como
independentistas.
Por
todo ello, es arriesgado comparar votaciones que son conceptualmente diferentes.
En primer lugar por su propio contenido –referéndum frente a elecciones con
partidos- y, en segundo, por su cualidad de “ilegal” la de noviembre y “legal”
la de las recientes elecciones municipales, con relación al estatus político
actual del reino de España. No obstante en ambos casos estamos hablando de
cantidades homogéneas: personas que votan, votos, aunque sea en elecciones de
distinto modelo, y por lo mismo, cuantificables y comparables.
Pienso
que la primera oferta de Artur Mas tras el éxito de las votaciones del 9 de
noviembre iba en este sentido: evitar la citada confusión y proponer unas
elecciones “autonómicas” en las que los partidos políticos no aparecieran como
protagonistas al presentarlas como plebiscitarias. Una lista civil única y con
una sola reivindicación: la independencia de Cataluña. Parece que era la
fórmula más cercana a un referéndum sobre la independencia planteado dentro de
la legalidad española. Además, en mi opinión, era una apuesta correcta desde el
punto de vista estratégico ya que aprovechaba el impulso del referéndum, ilegal
pero legítimo, del 9N y la movilización e ilusión general que había concitado. No
pudo ser así.
En
política no se puede dar a la moviola y resucitar lo vivido tras dicha fecha.
Los que tiraron el proyecto de Mas a la papelera tomaron sobre sí una gran
responsabilidad ante su pueblo y ante la historia, sobre todo si el próximo 27
de septiembre no se obtiene en éxito claro. Opino que Cataluña tendría que
apostar por alguna fórmula en la que los protagonistas principales no fueran
los partidos políticos y en la que todos los catalanes que quieren la
independencia de su país se pudieran ver reflejados con comodidad. Y que debería
recuperar esa unidad necesaria para sentirse como una nación con el objetivo
principal de conseguir su libertad, la primera cuestión social y clave de todas
las demás.
La
coyuntura nunca es repetible. El tiempo, aquí y ahora, juega en contra de
Cataluña y el grave riesgo es que la fuerza acumulada durante estos años
pasados se vaya evaporando, sobre todo si se plantea en clave partidista. Como esos
400.000 votos.