04 octubre 2013

¡QUÉ PAÍS, MIQUELARENA!


Es una de las frases más utilizadas por el periodismo español desde principios del siglo XX. Ha sido atribuida, de manera apócrifa, a distintos escritores de la primera mitad del dicho siglo, entre ellos el propio Baroja. La realidad corresponde a la respuesta de un escritor de origen vasco, Pedro Mourlane Michelena (Irun 1885), a otro, del mismo origen, Jacinto Miquelarena (Bilbao, 1891) a raíz de una anécdota banal narrada por el segundo.

Para esa especie de “regeneracionismo” español, cercano a los “jóvenes nacionalistas”, neofalangistas de podrían llamar con más propiedad, que reinventó el PsoE a partir del Congreso de Suresnes en 1974, ha sido una especie de latiguillo aplicado con profusión por medios cercanos, como El País, en referencia al suyo, a España. Constituye una especie de resignación idealizada, de consuelo imposible, ante la pobre y triste realidad hispana.

Curiosamente, ambos, Mourlane y Miquelarena, se unieron al círculo que Rafael Sánchez Mazas y Ramiro de Maeztu habían formado en torno a José Antonio Primo de Rivera. Constituyeron el núcleo inicial de Falange Española. Ambos participaron en la redacción de la letra de su himno, el “Cara al Sol”. El compositor de su música fue Juan Tellería. ¡Qué país!, habría que decir, pero ya en referencia al nuestro.

Y en esas estamos, ¡qué país!, en el que entrar en una confrontación de ideas, de propuestas, de vías de solución democrática, de hojas de ruta…, parece una misión imposible. Se utiliza todo tipo de recursos para eludirlo. Vivimos en un país en el que reinan las camarillas, se imponen las consignas, impera la burocracia… Pero no se debate. Si quien sostiene algo es de mi convento, pues ¡adelante con los faroles!, y, si es de otra cuerda ¡leña al mono! O, lo que es peor, el menosprecio, el vacío más absoluto, el silencio.

En algunas ocasiones, cuando se exponen posiciones razonadas en defensa de determinadas opciones o como crítica de otras, y hay grupos o personas a quienes no gustan, es decir que no están de acuerdo con lo dicho, en lugar de exponer argumentos a la contra siempre surge algún cretino que emplea el insulto, la descalificación personal, el ataque “ad hominen”.

Y todo esto sucede en una situación histórica de grandes cambios y crisis. A nivel mundial la crisis financiera y la recesión siguen sin ver salida. La crisis energética, con la espada de Damocles del peak oil pendiente sobre nuestras cabezas –“velad pues no sabéis ni el día ni la hora”-. La crisis generalizada del Estado español, con su corrupción estructural a niveles cada vez más visibles; con Cataluña en vísperas de un proceso de independencia, con una tasa de paro inasumible por cualquier Estado que pretenda garantizar los mínimos servicios de sanidad, educación, pensiones, etc.

Y nosotros, sin darnos por aludidos. No sé si Cataluña logrará su independencia de España, pero nuestro país, tal como se perciben sus debates y sus organizaciones, la puede ver pasar como un Aston Martin conducido por Fangio. Una exhalación, un suspiro y ¡zas!, se acabó. Tal vez digamos ¡qué bonito!, ¡qué envidia! Pero volveremos al ejercicio cotidiano de reclamar competencias estatutarias o de pedir que los presos se acerquen a Euskal Herria y protestar por cada provocación que organiza el gobierno español. Hablaremos del “derecho a decidir”, eso sí, entre todos… El debate sobre la indep… ¿qué? seguirá en el limbo de los justos.

Ni siquiera se plantea la cuestión sobre la necesidad del propio debate de la independencia. Ahora parece que “no toca”. Pero da la sensación de que tampoco “toca” el debate sobre la misma. ¡Qué país, Miquelarena!

Vale, también, otra castiza expresión del mismo lugar y época, ésta del Conde de Romanones: ¡Jo… qué tropa! Había dudado en usar esta última como título del artículo. Pero me ha parecido más eufónica la primera.

NOTICIAS DE GIPUZKOA 2013/10/09

DEIA 2013/10/12