A
José Fermín Arraiza Rodríguez-Monte
Querido José Fermín:
Tal vez en esta ocasión
debería utilizar el nombre de los tiempos de gloria, de nuestras primeras batallas por las causas que creíamos
justas, y llamarte como entonces: Pepín.
Te escribo desde bastante
lejos de nuestra Iruñea. Lo hago desde otra de las colonias que mantiene el
decadente imperio español, desde la nación Canaria. Pero es una lejanía
geográfica, no de afecto y amistad. En cualquier caso, tú ya estás en otra
dimensión y supongo que te dará lo mismo.
Recuerdo la amistad entre
nuestros respectivos padres, carlistas ambos. Ellos propiciaron nuestra
temprana vocación política que iniciamos, lógicamente, dentro del Partido
Carlista. El carlismo fue el único movimiento popular capaz de tener un
proyecto de estructuración del Estado español que se pretendía respetuoso con
su orden multinacional y que, a su modo, lo fue.
Nuestra etapa resultó particularmente
intensa. Las generaciones que no habían vivido la sublevación y guerra de 1936
se abrían camino hacia un protagonismo caracterizado por la modernidad y
apertura hacia las corrientes europeas y mundiales en general. Era la época de
las luchas antiimperialistas, de los movimientos de liberación nacional, en lo
que entonces se llamaba Tercer Mundo.
Fue una época marcada en occidente, además, por el revulsivo que supuso mayo el
68. En este contexto recibimos nuestra formación social e iniciamos nuestra
actividad política. El carlismo no permaneció al margen de todos estos cambios,
influido sobre todo por la evolución del catolicismo romano tras el Concilio
Vaticano II.
Aquel carlismo renovado se
encontró pronto en un callejón sin salida. No sólo por las infinitas trabas impuestas
por la legalidad tardo-franquista surgida en la transición que algunos han
denominado intratotalitaria, sino
también por su propia incapacidad para acompasar un movimiento popular en su
origen pero contaminado tras su colaboración con la oligarquía, iglesia
católica y ejército españoles sublevados en 1936. Esta sublevación logró un
apoyo, humano sobre todo, muy importante por parte de los carlistas; aunque,
todo hay que decirlo, con fuertes dosis de crítica. El carlismo mantuvo en
general una posición antifranquista.
En cierto modo, el carlismo
estalló. Algunos carlistas, pocos, permanecieron en posturas integristas o
afectas al régimen, dentro de su sistema de partidos. Otros, avanzaron en la
vía de la oposición a la reforma “pactada”. Creo que, aunque por caminos
diferentes, José Fermín, ambos seguimos en este sentido. Los dos creíamos que
lucha por la justicia se concretaba para nuestro pueblo en la consecución de la
libertad, la independencia, de Euskal Herria. Tú, además, con tu compromiso por
la justicia en el mundo del trabajo, como abogado laboralista.
Al cabo de los años fuimos
muchos los que percibimos con claridad que el instrumento que había
posibilitado la permanencia histórica del pueblo vasco, de su cultura política,
concretada en los Fueros, de su lengua privativa, el euskera, y de todas las
características que permitían que a nivel mundial se nos reconociera como nación,
había sido su Estado, el reino de Navarra. Nos dimos cuenta de que Navarra era
el eje político de los vascos, su realidad política.
Pronto vimos las
virtualidades implícitas en este planteamiento de cara al futuro y que una
Euskal Herria independiente en Europa tenía que referirse inevitablemente al
Estado histórico de los vascos, a Navarra. Y así se produjo nuestro
reencuentro, a través de la constitución de Nabarralde. Ambos, junto con otros amigos,
fuimos socios fundadores de este proyecto. Lo hicimos con gran ilusión y con la
idea de que su presencia y actividad aportaba una dosis de cordura y perspectiva
democrática de futuro a la sociedad vasca.
A toda esta andadura social
y política común es imprescindible añadir la indudable cercanía afectiva que se
manifestaba en cada uno de nuestros encuentros. No puedo hablar de una amistad
íntima, pero sí de esa sensación de proximidad y complicidad que no se da con
frecuencia entre personas por muchos años que lleven de conocimiento y trato habitual.
Sin asomo de duda yo te quería y respetaba como un buen amigo y compañero de
batallas de muchos años.
Allá donde estén tu aliento
y tu memoria, te mando un abrazo muy fuerte.
Luis María Martínez
Garate
San Sebastián de La Gomera,
febrero de 2013