Jaizkibel de nuevo. No sé hasta que punto la crisis que sufrimos habrá influido en los faraónicos proyectos que pretendían horadar Jaizkibel y construir un macropuerto en su costa y seguirán vigentes para quienes controlan la obra pública en Gipuzkoa. Desconozco si los habrán abandonado por su inviabilidad económica y su nula, o negativa, rentabilidad incluso desde el pacato punto de vista del desarrollismo más obsoleto, más allá de los beneficios directos e inmediatos derivados de su construcción.
Una vez más, aprovechando una luminosa mañana de este mes de enero, he paseado por el camino que conduce desde Donostia hasta Pasaia por Ulia. He contemplado de nuevo los fantásticos acantilados de Jaizkibel, casi a plomo, sobre nuestro mar de Bizkaia. Y he vuelto a sentir la nausea que produce el ver algo tan hermoso, tan querido y tan “nuestro”, como una presa en manos de especuladores sin escrúpulos, capaces de arrebatarnos uno de los paisajes más espléndidos de nuestro país para su lucro privado e inmediato.
No es sólo, que también lo es, la perspectiva desde la que nuestros antepasados avistaban las ballenas en su transitar por el Cantábrico, con el objetivo claro de su captura como elemento fundamental de supervivencia. Es, sobre todo, la de un paisaje hermoso, sin desmesura, acorde con la perspectiva de una nación de regular dimensión espacial, no muy grande, pero con nervio suficiente para plantear su persistencia en el mundo actual.
Desde mi punto de vista, Jaizkibel es un lugar en el que el paisaje se percibe como un elemento de identidad de primer orden. Tiene la ya citada perspectiva de lugar marcado históricamente, así como una belleza especial. El paisaje es territorio, una porción de espacio, sí, pero es espacio percibido por una sociedad concreta, con su cultura. Y no sólo percibido, sino creado, recreado, contemplado, preservado y, que debería ser, tenido en cuenta en cualquier futura planificación territorial, en la cual incluyo, obviamente, la paisajística.
Joan Nogué en su reciente libro “Paisatge, territori i societat civil”, ganador el pasado 2010 del “Premi d’assaig Joan Fuster", afirma:
El paisaje es el resultado de una transformación colectiva de la naturaleza; es la proyección cultural de una sociedad en un espacio determinado; es el rostro del territorio. Y no sólo en lo referente a su dimensión material, sino también a su dimensión espiritual y simbólica. Las sociedades humanas, a través de su cultura, transforman los medios naturales originarios en paisajes culturales, caracterizados no solamente por una determinada materialidad (formas de construcción y tipos de cultivos, por ejemplo), sino también por la traslación al mismo paisaje de sus valores, de sus sentimientos. El paisaje es, por tanto, un concepto enormemente impregnado de connotaciones culturales, de valores, y se puede interpretar como un dinámico código de símbolos que nos habla de la cultura de su pasado, de su presente y quizás también de su futuro.
En el mismo trabajo, Nogué cuenta cómo cuando el Ministerio español del Medio Ambiente proyectó una obra faraónica, un gran dique y puerto exterior, para Ciutadella (Menorca), tuvo muchas alegaciones de tipo técnico y jurídico, pero una de las alegaciones que tuvo más soporte decía:
Uno de los principales atractivos del puerto de Ciutadella es su gran belleza. La imagen del entorno de la entrada del puerto, todavía sin transformar, constituye un patrimonio de primer orden que Ciutadella ha de conservar. La construcción de un dique en la bocana cambiaría radicalmente la actual vista hacia el mar desde la ciudad y se perderían por siempre jamás espectáculos de gran belleza, como las puestas de sol…
Y concluye Nogué:
No es, en efecto, un argumento técnico, ni tampoco jurídico. No necesita un especial soporte técnico ni se sustenta en ninguna premisa científica… (el argumento) tiene una fuerza y una trascendencia enormes, porque pone sobre la mesa… lo que realmente está en juego: el sentido del lugar, la íntima comunión del individuo con un paisaje determinado.
En este sentido, mantengo que, aun siendo válidos todos los argumentos ecológicos, económicos y políticos contra el puerto exterior de Jaizkibel, el de más peso, inmediato y desgraciadamente irreversible, es desde mi punto de vista, el paisajístico. El paisaje, como ya se ha expresado, en un elemento identitario de primer orden, pero, además, es un factor importantísimo de bienestar social, de equilibrio psicológico personal y colectivo. Hasta ahora no ha sido considerado con el interés debido. Ha sido marginado como algo superfluo y partícipe del lujo o de las cuestiones propias de la sociedad de la abundancia. Hoy se ve que no es así.
Como casi todas las cuestiones de trascendencia social su conservación, gestión y planificación requiere las herramientas necesarias que sean capaces de pasar del puro voluntarismo y de la constatación de una necesidad a la efectividad y práctica reales. Mientras sigamos formando parte de unos estados que tienen como una de sus tareas negarnos los instrumentos que permiten desarrollar nuestras capacidades en estos terrenos, tenemos un futuro negro. Sólo en un ámbito de democracia pueden ser bien resueltos estos problemas. Por lo mismo, pienso que un Estado propio, como elemento democrático básico, es condición necesaria para dar pasos efectivos en este sentido, desde una perspectiva nacional propia.
La primera imagen corresponde a una vista de los acantilados de Jaizkibel tomada de internet. En las dos imágenes siguientes aparecen dos de los proyectos de puerto exterior. El primero es lo que llaman "puerto isla", mientras que el segundo sería un puerto convencional, anexo a la costa y son fáciles de encontrar en la red. La cuarta, es una fotografía realizada por el autor del blog el domingo 16 de enero de 2011. Debido a la situación de la mar y a la hora en que fue tomada, hacia las 11 de la mañana, no es una imagen excesivamente clara, pero tiene el valor de reflejar lo que percibí en ese momento.
Referencia bibliográfica