Aunque pueda parecer contradictorio, el móvil principal de esta “Síntesis de la historia de Navarra” ha sido la preocupación por el porvenir de nuestro país, por el proyecto de futuro que pueda tener nuestra sociedad. Es evidente que el futuro de cualquier sociedad tiene que ser definido por ella misma y debe ser ella también quien busque los medios y estrategia para lograrlo. Pero es su situación, sus relaciones internas y con otros agentes externos en un momento dado de la historia, la que condiciona los objetivos que es capaz de proponerse. Una sociedad nunca se planteará fines que no estén previamente interiorizados en su pensamiento colectivo, en su cultura social y política. Por eso es fundamental la comprensión de la trayectoria que ha conducido al punto en el que se proyecta un objetivo tan importante como es el de la independencia política.
Hoy y aquí se plantea con frecuencia que el derecho del pueblo vasco, de Euskal Herria, a su independencia, a la constitución de un Estado propio en Europa y en el mundo, se basa exclusivamente en la voluntad de su sociedad. Esta aseveración suele ir normalmente unida a otras como que “el haber sido un Estado independiente no proporciona ningún plus de legitimidad” o que “la historia no otorga derechos”. Este tipo de afirmaciones pienso que deben ser matizadas. La historia no otorga derechos, cierto, pero nos permite conocer las sendas por las que cualquier sociedad se ha ido constituyendo a lo largo de los años y de los siglos, los avatares por los que ha pasado, las penalidades y expolios que ha sufrido, en resumen, los conflictos en los que se ha visto inmersa. Todo este conjunto posibilita comprender por qué somos como somos, aquí y ahora. En suma, nuestra identidad actual.
Un grupo social que se percibe como diferenciado genera unos modos específicos de plantear y resolver los conflictos que son normales en cualquier grupo humano. Estos surgen de factores geográficos y ecológicos en general, pero también y sobre todo de las relaciones de propiedad y poder dentro del propio grupo. En este proceso se genera una cultura social. El hecho de que Euskal Herria se haya constituido históricamente en nación no es un acontecimiento puntual, es el resultado de una larga trayectoria que comienza con la existencia de un pueblo que poco a poco toma conciencia de sí, sobre todo en sus contactos con otros pueblos. La coexistencia, pacífica o conflictiva, con ellos conduce a la creación de una organización política que se superpone a la previa organización social y la reformula. La nación surge y se estructura en las relaciones, tantas veces conflictivas, con otras sociedades próximas.
Cuando una sociedad ha sufrido derrotas, como es caso de la navarra, y se ha visto ocupada y subordinada por otras, tiene en la memoria histórica un elemento fundamental para plantear su liberación. Por eso los intereses del conquistador se centran, sobre todo, en la reinterpretación de la memoria de los vencidos, bien mediante su reemplazo o anulación completa, bien por la asimilación, camuflaje o tergiversación del conjunto de su patrimonio.
Walter Benjamin decía que los grupos humanos, sociedades, pueblos o clases sociales, que olvidan sus derrotas, normalmente por imposición de los triunfadores, son doblemente vencidos. La primera vez en la derrota en sí y la segunda, a través del olvido, de la pérdida de la memoria de su derrota y de los elementos que la soportan, sean narraciones, historias o leyendas o bien sean lugares de recuerdo. Esto supone, tal vez, el fracaso definitivo de la sociedad que sufrió la primera capitulación desde el punto de vista militar y político. La memoria histórica pretende evitar la segunda derrota y procurar su reparación. Para eso tiene que existir una sociedad con voluntad y capacidad de recordar lo sucedido, reivindicarlo y llevar a cabo su resarcimiento.
La memoria debe estar soportada por el método científico de la historia. En general, la distorsión, el ocultamiento o el engaño al que los vencedores someten a los derrotados se suele basar en una visión de la historia narrada por escritores a su servicio y nuestro caso no es una excepción. Por consiguiente, es clara la necesidad de conocer el proceso que nos ha conducido a ser la sociedad que somos, con sus vicios y virtudes, con sus conflictos internos y externos, pero sobre todo con unas características específicas: una lengua particular que, además de ser propia, resulta de gran interés científico y un importante patrimonio, material e inmaterial, en el que sobresale una cultura política muy arraigada y de profundos valores democráticos.
Sin un conocimiento centrado en el propio sujeto social, la nación, no se puede establecer el sistema de referencias necesario para incorporar las exigencias de un mundo globalizado entre las que hoy se encuentran algunas tan acuciantes como las migraciones, las deslocalizaciones de empresas y tantas otras. La historia y su recepción social en forma de memoria histórica es el soporte de cualquier identidad. En mi opinión, sólo a través de una identidad asumida colectivamente con claridad podremos aspirar a una sociedad cohesionada, garantía para poder vivir en una situación de libertad y justicia, solidaria y libre, mediante el acceso a un Estado propio.
La mayor parte de las obras que se han escrito sobre la historia de nuestro pueblo se han hecho como yuxtaposición de las historias parciales de cada uno de los “territorios” que hoy consideramos como los componentes del espacio en el que vivimos los vascos del siglo XXI. Se trata del tradicional “zazpiak bat” a través del que muchos perciben nuestra existencia y en el que cada parte actual se considera como un ente histórico y social independiente, casi atemporal, sin una trama conductora capaz de tejer todos los hilos y de crear la red capaz de ofrecer una perspectiva consistente de la realidad vasca.
Esta “síntesis” pretende aproximarse a la trabazón entre los diversos territorios en los que se encuentra dividida actualmente nuestra nación, con base en su eje central concretado en la máxima expresión política soberana que el pueblo vasco ha construido a lo largo de la historia: el reino de Navarra. Navarra fue un Estado europeo a lo largo de muchos siglos y en su organización social y política quedó reflejada toda una tradición viva, basada en el Derecho Pirenaico. Al mismo tiempo, el Estado navarro fue capaz de nacionalizar a la propia sociedad vasca y construir, en ese difícil equilibrio entre sociedad y Estado, una cultura política de gran profundidad e interés histórico
Cuando este trabajo habla de Navarra se refiere a la expresión política del pueblo vasco o Euskal Herria. Euskal Herria expresa la dimensión lingüística y étnica de nuestra sociedad, mientras que Navarra lo hace desde una perspectiva política. Todos los navarros somos, lingüística y étnicamente, vascos, pero, también, todos los vascos somos navarros desde el punto de vista político. Navarra es nuestra presencia política en el mundo
Hoy y aquí se plantea con frecuencia que el derecho del pueblo vasco, de Euskal Herria, a su independencia, a la constitución de un Estado propio en Europa y en el mundo, se basa exclusivamente en la voluntad de su sociedad. Esta aseveración suele ir normalmente unida a otras como que “el haber sido un Estado independiente no proporciona ningún plus de legitimidad” o que “la historia no otorga derechos”. Este tipo de afirmaciones pienso que deben ser matizadas. La historia no otorga derechos, cierto, pero nos permite conocer las sendas por las que cualquier sociedad se ha ido constituyendo a lo largo de los años y de los siglos, los avatares por los que ha pasado, las penalidades y expolios que ha sufrido, en resumen, los conflictos en los que se ha visto inmersa. Todo este conjunto posibilita comprender por qué somos como somos, aquí y ahora. En suma, nuestra identidad actual.
Un grupo social que se percibe como diferenciado genera unos modos específicos de plantear y resolver los conflictos que son normales en cualquier grupo humano. Estos surgen de factores geográficos y ecológicos en general, pero también y sobre todo de las relaciones de propiedad y poder dentro del propio grupo. En este proceso se genera una cultura social. El hecho de que Euskal Herria se haya constituido históricamente en nación no es un acontecimiento puntual, es el resultado de una larga trayectoria que comienza con la existencia de un pueblo que poco a poco toma conciencia de sí, sobre todo en sus contactos con otros pueblos. La coexistencia, pacífica o conflictiva, con ellos conduce a la creación de una organización política que se superpone a la previa organización social y la reformula. La nación surge y se estructura en las relaciones, tantas veces conflictivas, con otras sociedades próximas.
Cuando una sociedad ha sufrido derrotas, como es caso de la navarra, y se ha visto ocupada y subordinada por otras, tiene en la memoria histórica un elemento fundamental para plantear su liberación. Por eso los intereses del conquistador se centran, sobre todo, en la reinterpretación de la memoria de los vencidos, bien mediante su reemplazo o anulación completa, bien por la asimilación, camuflaje o tergiversación del conjunto de su patrimonio.
Walter Benjamin decía que los grupos humanos, sociedades, pueblos o clases sociales, que olvidan sus derrotas, normalmente por imposición de los triunfadores, son doblemente vencidos. La primera vez en la derrota en sí y la segunda, a través del olvido, de la pérdida de la memoria de su derrota y de los elementos que la soportan, sean narraciones, historias o leyendas o bien sean lugares de recuerdo. Esto supone, tal vez, el fracaso definitivo de la sociedad que sufrió la primera capitulación desde el punto de vista militar y político. La memoria histórica pretende evitar la segunda derrota y procurar su reparación. Para eso tiene que existir una sociedad con voluntad y capacidad de recordar lo sucedido, reivindicarlo y llevar a cabo su resarcimiento.
La memoria debe estar soportada por el método científico de la historia. En general, la distorsión, el ocultamiento o el engaño al que los vencedores someten a los derrotados se suele basar en una visión de la historia narrada por escritores a su servicio y nuestro caso no es una excepción. Por consiguiente, es clara la necesidad de conocer el proceso que nos ha conducido a ser la sociedad que somos, con sus vicios y virtudes, con sus conflictos internos y externos, pero sobre todo con unas características específicas: una lengua particular que, además de ser propia, resulta de gran interés científico y un importante patrimonio, material e inmaterial, en el que sobresale una cultura política muy arraigada y de profundos valores democráticos.
Sin un conocimiento centrado en el propio sujeto social, la nación, no se puede establecer el sistema de referencias necesario para incorporar las exigencias de un mundo globalizado entre las que hoy se encuentran algunas tan acuciantes como las migraciones, las deslocalizaciones de empresas y tantas otras. La historia y su recepción social en forma de memoria histórica es el soporte de cualquier identidad. En mi opinión, sólo a través de una identidad asumida colectivamente con claridad podremos aspirar a una sociedad cohesionada, garantía para poder vivir en una situación de libertad y justicia, solidaria y libre, mediante el acceso a un Estado propio.
La mayor parte de las obras que se han escrito sobre la historia de nuestro pueblo se han hecho como yuxtaposición de las historias parciales de cada uno de los “territorios” que hoy consideramos como los componentes del espacio en el que vivimos los vascos del siglo XXI. Se trata del tradicional “zazpiak bat” a través del que muchos perciben nuestra existencia y en el que cada parte actual se considera como un ente histórico y social independiente, casi atemporal, sin una trama conductora capaz de tejer todos los hilos y de crear la red capaz de ofrecer una perspectiva consistente de la realidad vasca.
Esta “síntesis” pretende aproximarse a la trabazón entre los diversos territorios en los que se encuentra dividida actualmente nuestra nación, con base en su eje central concretado en la máxima expresión política soberana que el pueblo vasco ha construido a lo largo de la historia: el reino de Navarra. Navarra fue un Estado europeo a lo largo de muchos siglos y en su organización social y política quedó reflejada toda una tradición viva, basada en el Derecho Pirenaico. Al mismo tiempo, el Estado navarro fue capaz de nacionalizar a la propia sociedad vasca y construir, en ese difícil equilibrio entre sociedad y Estado, una cultura política de gran profundidad e interés histórico
Cuando este trabajo habla de Navarra se refiere a la expresión política del pueblo vasco o Euskal Herria. Euskal Herria expresa la dimensión lingüística y étnica de nuestra sociedad, mientras que Navarra lo hace desde una perspectiva política. Todos los navarros somos, lingüística y étnicamente, vascos, pero, también, todos los vascos somos navarros desde el punto de vista político. Navarra es nuestra presencia política en el mundo
Referencia bibliográfica
Martínez Garate, Luis María
“Síntesis de la historia de Navarra”
Pamplona-Iruñea, 2010
Edición de Nabarralde