Acaba de aparecer una voluminosa y muy bien presentada “Historia económica del País Vasco-Navarro”, con ese mismo título, escrita y editada por su autor. Se trata de Roberto G. Álvarez Llano.
El libro tiene a su favor varios aspectos, entre los que destaca, como ya he señalado, la presentación que, sin ser lujosa, es muy buena: papel, encuadernación, cuadros, tablas, fotografías, tipos gráficos etc. la convierten en un libro agradable. En segundo lugar, el libro es ameno de leer; siempre tiene en cada capítulo una contextualización de historia general previa, antes de pasar a los aspectos económicos. En tercer lugar, es un libro que personalmente lo encuentro bien documentado. Las tablas de datos son muy claras y explícitas. Por último, la bibliografía es extensa, casi exhaustiva.
Como otro punto a su favor, se puede considerar, desde nuestra perspectiva, el considerar a la Vasconia peninsular como una unidad social y económica, con una entidad consistente, y no, como se hace desde muchas instancias actuales, considerar como un abismo infranqueable la separación impuesta entre CAV (antiguas Provincias Vascongadas) y CFN (antiguo reino residual de Navarra, hasta 1841). El autor sigue en ese sentido una tradición que bebe sobre todo de los autores del siglo XIX y del primer tercio del XX.
El problema que adolece, como la mayor parte de historias que se escriben (¡cuidado, tanto tirios como troyanos!) sobre nuestro país, en la que la “unidad” de Vasconia procede principalmente de la voluntad del autor correspondiente de integrar datos de diversa procedencia, pero sin darles un sentido unitario, inserto y contextualizado en una centralidad propia. Esta carencia también afecta al libro de Álvarez Llano. Con todo, ofrece una visión bastante positiva de la complementariedad y apoyo entre las economías y sociedades de los diversos territorios en que quedó dividido Euskal Herria tras las sucesivas conquistas, aunque el autor no emplee ese término.
En la perspectiva planteada por Álvarez Llano, la conquista de 1512 parece que no ofrece ningún cambio importante de situación. Resulta curioso que la conquista de una nación consolidada y en vías de alcanzar estructuras políticas acordes con la modernidad y correspondientes a sus avanzadas estructuras medievales, no tuviera fuertes repercusiones demográficas, territoriales, sociales, económicas y políticas en general. Acepta sin pestañear el “progreso económico”, según se ha considerado tradicionalmente y a ojos cerrados, del siglo XVI sin mayor enfoque crítico.
En mi opinión, falta un análisis de esa complementariedad Norte-Sur que se produce en nuestro país a partir del traslado, forzoso, de las aduanas hasta el Ebro por medio del “contrabando”. Este es un agente económico de primera magnitud y frecuentemente “olvidado”. Esta cooperación Norte-Sur tiene su expresión más alta en el transcurso de las llamadas “Guerras Carlistas” del siglo XIX, en las que el apoyo logístico del “Norte” fue elemento decisivo para el desarrollo de los eventos bélicos en el "Sur".
Tampoco aparece una discusión sobre la posible especificidad de las diversas movilizaciones de los siglos XVII y XVIII, cuya base radicó fundamentalmente en Bizkaia. Todas ellas se asimilan a revueltas hispánicas en general. Tales son, por ejemplo, el “Motín de la Sal” (1631) o las Matxinadas de 1718 y 1766.
Resulta curiosa la apreciación que aparece en la página 274, en la que hace unas consideraciones sobre la “obsolescencia de los sistemas forales” en función de la “defensa de España contre Francia”. Creo que determinados apoyos guipuzcoanos a los franceses, tanto en la guerra de La Convención como en la napoleónica, o la pasividad navarra, no se pueden despachar tan simplemente.
Por último, la perspectiva que ofrece, en la página 532, sobre la aprobación del Estatuto Vasco-navarro en 1932 en Navarra resulta pobre y acorde con los planteamientos propagandísticos habituales en el nacionalismo español: Navarra rechazó el Estatuto Vasco, así sin más, según el autor. Creo que Jimeno Jurio ya desbarató esta forma de narrar lo que pasó realmente, en su obra “Navarra jamás dijo no al Estatuto Vasco” (1977).
En resumen, opino que es un libro útil, sobre todo por las tablas y datos estadísticos; además es ameno de leer. Su perspectiva es la tradicional agregación de datos, sin una perspectiva de centralidad histórica y política de nuestro país, a la que se añade la falta de la región transpirenaica.
Álvarez Llano, Roberto Gerardo
“Historia económica del País Vasco-Navarro”
Bilbao, 2008
Biblioteca Arellano Isúsquiza
Opiniones y puntos de vista sobre Navarra como perspectiva política de Euskal Herria y de la Vasconia histórica en el mundo actual y sobre cualquier aspecto que afecte al presente y futuro del planeta Tierra, su biodiversidad, y el papel de la inteligencia humana en todo ello, "Nos guste o no, estemos o no preparados, somos la mente y los guardianes del mundo vivo". (Edward O. Wilson)
17 octubre 2008
13 octubre 2008
EDITORIAL HARIA 23
Vivimos en un pais que desde su origen, la Vasconia histórica, ha
mostrado un fuerte sentido de cohesión y permanencia. Los retos del
mundo actual y nuestra ubicación en el enclave hispano-francés
plantean, desde nuestro punto de vista, la necesidad de acceder a un
Estado propio, no sólo para sobrevivir como sujeto político, sino para
sobrevivir bien. Los acuciantes retos de la globalización, el cambio
de modelo energético con el previsible y próximo fin del petróleo, el cambio climático, la sociedad de la información y del acceso y tantos otros, pensamos que sólo pueden ser resueltos democráticamente mediante un Estado propio.
Asimismo creemos que ya es hora de que nuestra archidemostrada cultura
solidaria con los desposeidos de la Tierra pueda ser realizada en
nombre propio y no a través de órdenes religiosas u ongs españolas o
francesas.
Ahondar en nuestro proceso histórico nos conduce a percibir que
Navarra es la máxima estructura política, a nivel internacional, que
hemos tenido los vascos. El Estado de Navarra ha sido la entidad
política surgida del propio pueblo vasco que ha sido capaz de modelar
una cultura política que, a pesar de las conquistas y minoraciones
históricas, nos ha conducido a mantener nuestra lengua, cultura y
personalidad en general hasta hoy. Por lo mismo enfocamos nuestro
futuro, con la perspectiva democrática de la libre determinación, como
la recuperación del Estado navarro, la República de Navarra.
Navarra es el paradigma a través del que podemos interpretar nuestra
historia positivamente, sin complejos ni ingerencias de los estados
dominantes y desde nuestra propia centralidad. Pensamos que, por todo
lo anteriormente expuesto, Navarra es el paradigma del futuro político
de Euskal Herria.
mostrado un fuerte sentido de cohesión y permanencia. Los retos del
mundo actual y nuestra ubicación en el enclave hispano-francés
plantean, desde nuestro punto de vista, la necesidad de acceder a un
Estado propio, no sólo para sobrevivir como sujeto político, sino para
sobrevivir bien. Los acuciantes retos de la globalización, el cambio
de modelo energético con el previsible y próximo fin del petróleo, el cambio climático, la sociedad de la información y del acceso y tantos otros, pensamos que sólo pueden ser resueltos democráticamente mediante un Estado propio.
Asimismo creemos que ya es hora de que nuestra archidemostrada cultura
solidaria con los desposeidos de la Tierra pueda ser realizada en
nombre propio y no a través de órdenes religiosas u ongs españolas o
francesas.
Ahondar en nuestro proceso histórico nos conduce a percibir que
Navarra es la máxima estructura política, a nivel internacional, que
hemos tenido los vascos. El Estado de Navarra ha sido la entidad
política surgida del propio pueblo vasco que ha sido capaz de modelar
una cultura política que, a pesar de las conquistas y minoraciones
históricas, nos ha conducido a mantener nuestra lengua, cultura y
personalidad en general hasta hoy. Por lo mismo enfocamos nuestro
futuro, con la perspectiva democrática de la libre determinación, como
la recuperación del Estado navarro, la República de Navarra.
Navarra es el paradigma a través del que podemos interpretar nuestra
historia positivamente, sin complejos ni ingerencias de los estados
dominantes y desde nuestra propia centralidad. Pensamos que, por todo
lo anteriormente expuesto, Navarra es el paradigma del futuro político
de Euskal Herria.
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Euskal Herria,
Navarra,
Vasconia
06 octubre 2008
JOAN FRANCESC MIRA
En nuestra tierra supongo que muy poca gente conocerá la existencia de Joan Francesc Mira. Y es normal. Aquí, como en toda la geografía que ocupa el poder del Estado español, sólo son conocidos los escritores que escriben en su lengua oficial y, sobre todo, si forman parte de su “pesebre nacional”. Es evidente que la prensa tampoco favorece, a través de sus “suplementos culturales” literatura o ensayo escritos en idiomas hablados en el Estado español distintos del “superoficial”.
Incluso cosa parecida sucede con las obras de estos autores aunque hayan sido traducidas al español. Normalmente, en el ámbito de la narrativa, de Catalunya sabemos de Josep Plà, aunque, posiblemente, no hayamos leído nada del mismo; tal vez también se conozca a Mercè Rodoreda. En este sentido, una obra como “El quadern gris” (“El cuaderno gris”) es una maravilla literaria, como lo pueda ser “Plaça del diamant” (“Plaza del diamante”). Pedrolo, en la vía de novela y teatro, es otro gran autor, también un gran desconocido fuera de Catalunya. El valenciano Joan Fuster es, casi con total seguridad, el ensayista de mayor nivel que ha escrito en los diversos países del Estado español durante el siglo XX.
Un escritor que continúa la saga de buenos escritores en lengua catalana es Joan Francesc Mira (Valencia 1939). Autor de estupendos ensayos y muy buenas narraciones. Como narración, consistente y extensa, sólo he leído una novela, “Purgatori” (Barcelona, 2003), de la que hay traducción al español (obviamente “Purgatorio”) y me pareció francamente buena.
La formación humanística de Mira le ha conducido a pasear por los campos de la traducción, al catalán por supuesto, de clásicos como “La Divina Comedia” del Dante o los Evangelios, trabajos recibidos con entusiasmo unánime en los ámbitos culturales de los Países Catalanes.
Esa misma formación, unida a un fuerte compromiso político con su País Valenciano, le ha llevado a escribir ensayos sobre teoría social, lingüística y política del hecho nacional con un nivel altísimo. Sólo he podido leer dos de sus principales obras en este campo: “Crítica de la nació pura” (Valencia 1984) y “En un mon fet de nacions” (Palma de Mallorca, 2008), por desgracia, no traducidas al español. Y merecen el esfuerzo que supone leer en una lengua que, a pesar de conocerla en cierto modo, no domino.
Recientemente he terminado la lectura del segundo libro y me han parecido magníficas sus reflexiones sobre “identidad”, “pueblo”, “lengua”, “territorio” y “conciencia”. El autor habla siempre desde su perspectiva, desde un País Valenciano absolutamente negado desde el poder político del Estado español y sus sucursales “locales”; un país sumido en un profundo autoodio. Sería muy interesante el que sus planteamientos llegaran al nuestro, mediante la traducción, o traducciones, correspondientes y fuera conocido. Pienso que merece el esfuerzo.
Para cerrar este breve comentario, traduzco sin más dos párrafos de su capítulo “Identitat i territori: els cercles de la consciència” (“Identidad y territorio: los círculos de la conciencia”):
“… En cualquier caso, sea el que sea el poder definidor que actúe con más eficacia, esta eficacia se basa en el hecho, recordado al principio, de que la delimitación de la pertenencia es una de las pocas necesidades universales de todas las culturas y sociedades humanas: los individuos necesitan ser alguna cosa, formar parte de algún ámbito que los defina como miembros de un grupo, e incluso, salvo alguna muy rara excepción, como miembros de un grupo territorial. Hablar de identidad, por tanto, no es una moda, ni un subproducto de los nacionalismos y regionalismos más o menos ‘étnicos’, tanto si estos fenómenos se valoran positivamente como si no. De hecho, parece como si el mismo concepto de identidad fuera, para algunos sectores de opinión supuestamente ‘universalistas’, una idea peligrosa: como si cualquier identidad colectiva o de grupo (territorial, cultural, ‘étnica’ o de pueblo, histórica, ‘nacionalitaria’… cualquiera que no corresponda a la definida por el siempre liberal, moderno y progresista espacio de un estado constituido) fuera un invento artificioso y perverso destinado sobre todo al cierre y al enfrentamiento, e incluso a negar la humanidad básica de los individuos. Pensar eso es tanto como ignorar que el soporte básico de la identidad se encuentra en la necesidad básica de pertenencia: es ignorar que todo el mundo, siempre, necesita alguna mediación entre su propia singularidad y la universalidad de la especie. Hecho y dicho, ¿quién puede no ser nada? ¿Quién puede ser únicamente él mismo, sólo un individuo? El solipsismo cultural y social es una imposibilidad humana (si se mira bien es inhumana, porque nuestra especie no es ‘solitaria’ como los osos sino ‘comunitaria’ como el conjunto de primates), y en la práctica no pasa de constituir una fantasía de algún intelectual desencarnado que en su soberbia se piensa autosuficiente en su propia individualidad… que por eso mismo él considera superior y privilegiada, tanto si es explícitamente consciente, como si no.”
Y más adelante:
“… El poderoso problema de ‘crear identidad’ actúa, por consiguiente (…) y pasa, sobre todo, por la educación escolar más clásica: algunos de los lectores deben recordar, sin duda, aquella fotografía del primer día de escuela, en el cual el chaval se colocaba tras una mesa y delante de un mapa de España, y quedaba así enmarcado para siempre en el único espacio de pertenencia verdaderamente importante que le había sido asignado. La criatura llegaba al colegio a los seis años, y el colegio le proporcionaba dos formas de identidad: una directa y visible, reflejada en la foto de la clase reunida en el patio, posiblemente la primera forma experimentada de ‘identidad de grupo’ fuera de la familia; otra indirecta pero poderosa y decisiva, a través de la proyección, cargada de simbolismo, del propio retrato sobre el mapa de España. Con aquella superposición de la propia imagen infantil y de la ‘imagen de la patria’, se suponía que tenía que quedar bien clara y fijada la identidad territorial básica del pequeño individuo. El chaval no estaba retratado ante una reproducción de su ciudad, o de un mapa de su municipio, ni mucho menos -¡cómo podía serlo!- ante un mapa del País Valenciano, en su caso, sino ante la imagen del estado-patria. Era como decirle explícitamente, en aquella primera ‘foto oficial’ e institucionalizada de su vida: tú eres eso que representa el mapa, este mapa (territorio, estado, nación, patria…) es el que te identifica, esta es la identidad que tienes por encima de cualquier otra, y ser eso –español, evidentemente- es la única cosa importante. Después venían, como es bien conocido y como todavía pasa a menudo de manera más indirecta y sutil, todos los refuerzos necesarios en forma de banderas, canciones, interpretación de la historia, personajes heroicos y grandes nombres del arte o la literatura”.
No hay que añadir nada más.
Incluso cosa parecida sucede con las obras de estos autores aunque hayan sido traducidas al español. Normalmente, en el ámbito de la narrativa, de Catalunya sabemos de Josep Plà, aunque, posiblemente, no hayamos leído nada del mismo; tal vez también se conozca a Mercè Rodoreda. En este sentido, una obra como “El quadern gris” (“El cuaderno gris”) es una maravilla literaria, como lo pueda ser “Plaça del diamant” (“Plaza del diamante”). Pedrolo, en la vía de novela y teatro, es otro gran autor, también un gran desconocido fuera de Catalunya. El valenciano Joan Fuster es, casi con total seguridad, el ensayista de mayor nivel que ha escrito en los diversos países del Estado español durante el siglo XX.
Un escritor que continúa la saga de buenos escritores en lengua catalana es Joan Francesc Mira (Valencia 1939). Autor de estupendos ensayos y muy buenas narraciones. Como narración, consistente y extensa, sólo he leído una novela, “Purgatori” (Barcelona, 2003), de la que hay traducción al español (obviamente “Purgatorio”) y me pareció francamente buena.
La formación humanística de Mira le ha conducido a pasear por los campos de la traducción, al catalán por supuesto, de clásicos como “La Divina Comedia” del Dante o los Evangelios, trabajos recibidos con entusiasmo unánime en los ámbitos culturales de los Países Catalanes.
Esa misma formación, unida a un fuerte compromiso político con su País Valenciano, le ha llevado a escribir ensayos sobre teoría social, lingüística y política del hecho nacional con un nivel altísimo. Sólo he podido leer dos de sus principales obras en este campo: “Crítica de la nació pura” (Valencia 1984) y “En un mon fet de nacions” (Palma de Mallorca, 2008), por desgracia, no traducidas al español. Y merecen el esfuerzo que supone leer en una lengua que, a pesar de conocerla en cierto modo, no domino.
Recientemente he terminado la lectura del segundo libro y me han parecido magníficas sus reflexiones sobre “identidad”, “pueblo”, “lengua”, “territorio” y “conciencia”. El autor habla siempre desde su perspectiva, desde un País Valenciano absolutamente negado desde el poder político del Estado español y sus sucursales “locales”; un país sumido en un profundo autoodio. Sería muy interesante el que sus planteamientos llegaran al nuestro, mediante la traducción, o traducciones, correspondientes y fuera conocido. Pienso que merece el esfuerzo.
Para cerrar este breve comentario, traduzco sin más dos párrafos de su capítulo “Identitat i territori: els cercles de la consciència” (“Identidad y territorio: los círculos de la conciencia”):
“… En cualquier caso, sea el que sea el poder definidor que actúe con más eficacia, esta eficacia se basa en el hecho, recordado al principio, de que la delimitación de la pertenencia es una de las pocas necesidades universales de todas las culturas y sociedades humanas: los individuos necesitan ser alguna cosa, formar parte de algún ámbito que los defina como miembros de un grupo, e incluso, salvo alguna muy rara excepción, como miembros de un grupo territorial. Hablar de identidad, por tanto, no es una moda, ni un subproducto de los nacionalismos y regionalismos más o menos ‘étnicos’, tanto si estos fenómenos se valoran positivamente como si no. De hecho, parece como si el mismo concepto de identidad fuera, para algunos sectores de opinión supuestamente ‘universalistas’, una idea peligrosa: como si cualquier identidad colectiva o de grupo (territorial, cultural, ‘étnica’ o de pueblo, histórica, ‘nacionalitaria’… cualquiera que no corresponda a la definida por el siempre liberal, moderno y progresista espacio de un estado constituido) fuera un invento artificioso y perverso destinado sobre todo al cierre y al enfrentamiento, e incluso a negar la humanidad básica de los individuos. Pensar eso es tanto como ignorar que el soporte básico de la identidad se encuentra en la necesidad básica de pertenencia: es ignorar que todo el mundo, siempre, necesita alguna mediación entre su propia singularidad y la universalidad de la especie. Hecho y dicho, ¿quién puede no ser nada? ¿Quién puede ser únicamente él mismo, sólo un individuo? El solipsismo cultural y social es una imposibilidad humana (si se mira bien es inhumana, porque nuestra especie no es ‘solitaria’ como los osos sino ‘comunitaria’ como el conjunto de primates), y en la práctica no pasa de constituir una fantasía de algún intelectual desencarnado que en su soberbia se piensa autosuficiente en su propia individualidad… que por eso mismo él considera superior y privilegiada, tanto si es explícitamente consciente, como si no.”
Y más adelante:
“… El poderoso problema de ‘crear identidad’ actúa, por consiguiente (…) y pasa, sobre todo, por la educación escolar más clásica: algunos de los lectores deben recordar, sin duda, aquella fotografía del primer día de escuela, en el cual el chaval se colocaba tras una mesa y delante de un mapa de España, y quedaba así enmarcado para siempre en el único espacio de pertenencia verdaderamente importante que le había sido asignado. La criatura llegaba al colegio a los seis años, y el colegio le proporcionaba dos formas de identidad: una directa y visible, reflejada en la foto de la clase reunida en el patio, posiblemente la primera forma experimentada de ‘identidad de grupo’ fuera de la familia; otra indirecta pero poderosa y decisiva, a través de la proyección, cargada de simbolismo, del propio retrato sobre el mapa de España. Con aquella superposición de la propia imagen infantil y de la ‘imagen de la patria’, se suponía que tenía que quedar bien clara y fijada la identidad territorial básica del pequeño individuo. El chaval no estaba retratado ante una reproducción de su ciudad, o de un mapa de su municipio, ni mucho menos -¡cómo podía serlo!- ante un mapa del País Valenciano, en su caso, sino ante la imagen del estado-patria. Era como decirle explícitamente, en aquella primera ‘foto oficial’ e institucionalizada de su vida: tú eres eso que representa el mapa, este mapa (territorio, estado, nación, patria…) es el que te identifica, esta es la identidad que tienes por encima de cualquier otra, y ser eso –español, evidentemente- es la única cosa importante. Después venían, como es bien conocido y como todavía pasa a menudo de manera más indirecta y sutil, todos los refuerzos necesarios en forma de banderas, canciones, interpretación de la historia, personajes heroicos y grandes nombres del arte o la literatura”.
No hay que añadir nada más.
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