15 marzo 2018

MUSEO DE LA HISTORIA

Todas las naciones necesitan lograr cohesión interna con un relato compartido. Nos lo recuerda Iñaki Anasagasti en un artículo de reciente publicación, en los periódicos del grupo Noticias, al proponer la creación de un Museo Nacional de Historia.

En las naciones que disfrutan de un Estado propio, la existencia de un Museo de Historia que soporte el relato nacional viene proporcionada por el mismo y pagada religiosamente con los tributos de sus contribuyentes que, a su vez, se sienten reflejados en dicha institución.

Otra cosa sucede cuando una nación como la nuestra que soporta la actuación de dos estados impropios. Digo impropios como opuesto a propio, pero pienso que sería más correcto considerarlos como contrarios o, directamente, enemigos. En este caso el relato expresado en sus museos, históricos o de cualquier tipo, sirve para reforzar su ligazón interna y nuestra integración en sus estructuras sociales y políticas. Nuestra recuperación.

La idea de Anasagasti es pertinente, pero es una pena que su texto sea un totum revolutum de lugares comunes del imaginario hispano y, para colmo, sin referencia alguna a la máxima institución política, a nivel soberano desde el punto de vista internacional, que hemos tenido los vascos: el reino –Estado- de Navarra. Y, por lo mismo, a ninguno de sus hitos históricos: Orreaga, la organización social y política del Estado (el sistema Foral), su lucha por la supervivencia frente a sus adversarios: Castilla-España y Francia.

Precisamente la ausencia de referencias al Estado propio de los vascos hace resaltar su carencia en el momento presente. La relación de personajes del imaginario hispano sería impensable si el Museo Nacional de Historia se construyera desde nuestra propia centralidad. Parece concebida desde la perspectiva de uno de los estados impropios: el español. Personas irrelevantes para nuestra historia -la monja Alférez- o contrarios a la misma -como Loiola o Unamuno-, podrían aparecer, pero debidamente contextualizados. 

Sobre todo, deberían estar los que fueron mucho más importantes en el transcurrir de la historia de los vasconavarros: desde Iñigo Aritza hasta Margarita de Navarra, pasando por Sancho III, el Mayor, Sancho VI, el Sabio, el Príncipe de Viana o Francés de Jaso. O el propio redactor de los Anales del Reino, José de Moret.

La propuesta, bienintencionada y compartida, de Anasagasti queda muy coja pero podría suponer una declaración de intenciones para un próximo futuro. Incluso en la etapa contemporánea adolece de la presencia de personalidades como Zumalakarregi, Txaho, Campion, Arana Goiri o… Julio de Urkijo.

El artículo de Iñaki Anasagasti puede servir de emplazamiento a un debate, serio y sereno, de cómo una nación sin Estado propio, y con dos impropios, puede construir un Museo de su historia acorde con la perspectiva que hoy en día se tiene de los museos: no como algo estático, como un fósil, construido de una vez por todas. Un Museo debe ser una institución abierta a la propia sociedad, a sus inquietudes, a sus requerimientos memoriales y a su proyección hacia el futuro. En contacto permanente, además, con el resto de museos y academias nuestro entorno próximo y del mundo en general.

Ya irán surgiendo asuntos concretos: hechos, personajes, lugares… También, si la idea cuaja, su emplazamiento, forma legal, financiación y gestión. Creo que merece la pena abordar este proyecto.




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