30 marzo 2017

CUESTIÓN DE ESTADOS

Adrian Hastings en su libro “La construcción de las nacionalidades” (2003) defiende la tesis de que las mugas de un mapa actual de Europa no diferirían demasiado de las de los estados que se fueron construyendo desde el comienzo de la Baja Edad Media. Algunas se perdieron por completo, como Borgoña; otras mantienen su integridad estatal como Portugal o Francia; y están las que, como Navarra o Escocia, siguen manteniendo sus rasgos nacionales y aspiran a ser de nuevo sujetos políticos en la realidad mundial.
El Estado moderno es aliado de los nacionalismos decimonónicos. Eso no quiere decir que los reinos –estados- medievales y de la Edad Moderna no “nacionalizaran” sus sociedades, pero este fenómeno se aceleró de modo brutal en el siglo XIX cuando convergen ambos procesos. Navarra, con gran diferencia de Escocia, se encontraba en la Edad Media en un lugar central de Europa desde el punto de vista geoestratégico. La supremacía europea a finales del siglo XV se jugaba entre la monarquía francesa y la castellana, luego española. Navarra era un elemento clave en esta contienda. La conquista de 1512 y la posterior ocupación por parte española es una lucha que involucra tres estados: el español y el francés que se disputan la hegemonía europea y el navarro que es quien sufre las consecuencias del conflicto.
Para España la ocupación y dominio de Navarra es un elemento estratégico de primer orden. Lo fue desde el siglo XIII, sobre todo por la salida de Castilla al mar, pero en la Edad Moderna se incrementó su interés a causa del combate por la citada hegemonía europea. No es casual el retroceso lingüístico y cultural de Navarra tras la conquista y ocupación de 1512.
El final del siglo XVIII y todo el XIX constituyen la etapa de consolidación del Estado moderno y, en nuestro caso, Francia lo consigue con notable éxito tras durísimos procesos de asimilación y destrucción de los países “incorporados” a su monarquía, que incluye la parte correspondiente de Navarra. Mientras tanto España, siempre con la “marca España” por delante, lo hace de forma mucho más chapucera. Los restos del tercer Estado en discordia –Navarra- se rebelan contra ella y provocan dos guerras.
La etapa de consolidación del Estado moderno va unida a una ideología que es el “nacionalismo”. Javier Esparza dice en su artículo en El Mundo “Navarra, cuestión de Estado”, “el nacionalismo es insaciable por naturaleza”. El suyo, sobre todo. Lo es el nacionalismo francés por su lado, pero el español, el de Esparza, tampoco se queda rezagado. Emplea todas las armas a su alcance –legales, ilegales, paralegales- para imponer su dominio imperial.
Navarra puede aparecer como un problema “residual” para el Estado francés, aunque la “grandeur” y la “unidad de la República” siempre se deberán mantener por encima de cualquier veleidad de los “terroirs”, de las “provincias”. En cambio, para el español es casi un conflicto de supervivencia. Con una Cataluña que se les está escapando a marchas forzadas, una Vasconia con aspiración a constituirse es sujeto político, en Estado, sería la puntilla de su implosión. Por eso quieren mantener a Navarra neutralizada dentro de la banalidad provinciana española. Si ambas naciones pirenaicas lograran su emancipación, aparecería en el mapa del mundo un nuevo “Estado fallido”, el español.
A propósito del citado artículo del presidente de upn, Javier Esparza, conviene recordar aquello que decía Montaigne en el tercer volumen de sus “Ensayos”: “Nadie está libre de decir necedades, lo malo es decirlas con esmero”.

02 marzo 2017

ZAZPIAK BAT Y NABARRA

“Hay que tener raíces y hay que tener alas” (Ramon Vilalta. RCR)
La nación, aquí y ahora, es un proyecto del siglo XXI, en el que nosotros, “gaurko euskaldunok”, construimos nuestro futuro mediante un instrumento que nos permita navegar en el difícil océano de la globalización: nuestro propio Estado. Eso poco tiene que ver con la “restauración” de estructuras políticas de los siglos XI y XII. En esos y otros siglos, una sociedad concreta –antecesores nuestros- tuvieron el coraje y la inteligencia de construir la herramienta que correspondía al momento: el reino de Navarra. Pero no es ése nuestro referente, sino otro, a menudo mal comprendido: el sujeto colectivo. Adaptado en cada época histórica a las condiciones concretas de su tiempo, pero sujeto agente, político, y no paciente como ocurrió tras las conquistas y como sigue sucediendo, desgraciadamente, ahora.
El sociólogo Odriozola Etxabe ha publicado en Naiz Noticias de Gipuzkoa un artículo en el que deplora el pan-nabarrismo (por llamarlo de algún modo), calificándolo de simplista, torpe, desatino, anacrónico, mantra, y de ser primo hermano del navarrismo upenista. No queda claro si el citado sociólogo es capaz de definirlo correctamente; pero como sabemos a qué se refiere, le respondemos.
Dice el sociólogo que la referencia al territorio de Navarra no nos sirve pues sus fronteras fueron móviles. “El empeño de imaginar Navarra como un continuum territorial a lo largo del tiempo se estrella ante la evidencia de las discontinuidades históricas”. Parece que su interpretación de la memoria y del mundo no va muy lejos. ¿Qué pueblo, qué nación no ha visto sus fronteras alteradas en el transcurso de los siglos, sobre todo cuando, como en nuestro caso, han sufrido duros procesos de conquista y asimilación? ¿Polonia, Alemania, Grecia, Irlanda…? No es el territorio –a pesar de su importancia-, ni el rey, ni las fronteras, lo que da significado a la memoria, sino el colectivo; el sujeto político. Se trata, sobre todo, de un continuum político, humano. El continuum de un pueblo que se reconoce ante otros y construye una estructura política para ser independiente; para defenderse; para dotarse de una convivencia a tono con su cultura, su lengua, con sus intereses y sus designios. Es un sujeto en la historia, sujeto histórico y político.
Como estos razonamientos no parecen encajar en los esquemas del sociólogo (que no sabe qué es memoria histórica y qué proyecto de nación), intentaremos ilustrarle en las debilidades de su teorización, que no es de la época de Campión sino de la de Sabino Arana. Nos viene a contar que las fronteras del Zazpiak Bat son el futuro (‘lo sensato’ en una argumentación propia de Barrio Sésamo; tú torpe, anacrónico; yo listo, sensato). Es posible que se olvide de los inconvenientes de Trebiño, Truziotz, de Eskiula como espacios desencajados. Peor aún, los siete magníficos territorios atraviesan una frontera internacional, con el tajo convivencial y de grietas en los cimientos que eso supone; además de divisiones administrativas por autonomías, provincias, mancomunidades y otras fórmulas aún más difusas. Desvertebramiento interesado, del poder dominante, que el sociólogo hace bueno (y suyo). Si eso es un proyecto nacional de futuro, que baje Blas y lo vea; porque Epi ya se ha perdido.
Para información del sociólogo Odriozola Etxabe, añadamos que Zazpiak Bat es un derivado de historiadores hispanos (Garibay fundamentalmente), que pasó por un “Hirurak Bat” y un “Laurak Bat” antes del definitivo “Zazpi”, según la etapa histórica. Una reducción marcada por el imaginario castellanizante impuesto.
El proyecto que toma a Navarra por referente no es del siglo XI; todos los proyectos nacionales actuales son del siglo XXI; otra cosa es que tome como referencia a un sujeto político que viene del pasado; para proyectarse al futuro. Desde luego, ese proyecto se basa en nuestra voluntad; pero hay que construirlo, edificarlo, alimentarlo con autoestima y conocimiento. Desde el olvido y el desprecio de lo propio, difícilmente se construirá nada consistente y que no sea subordinado.
En Barrio Sésamo tampoco aparecía el concepto de memoria histórica y, sin embargo, es útil para conocer el presente, para rastrear en la historia, para dotarse de una conciencia crítica ante el constructo del poder, para saber cómo se ha erigido la realidad, sobre la injusticia y la dominación. Aporta cohesión social y sentido de pertenencia. Sirve, de paso, para reforzar el sujeto colectivo (otro concepto impropio de Barrio Sésamo) que nos permitirá afrontar con posibilidades de éxito, individuales y colectivas, el reto de la globalización. Y la violencia del dominio impuesto.